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MMT University

domingo, 24 de septiembre de 2017

RECUPERAR EL ESTADO: LO QUE NINGÚN IZQUIERDISTA DEBERÍA PERDERSE


LUGAR: ECOO, C/Escuadra 11, Madrid
FECHA: 28 DE SEPTIEMBRE DE 2017
HORA: 18:30



La crisis del orden neoliberal ha resucitado una idea política que se creía que estaba destinada a la basura de la historia. El Brexit, la elección de Donald Trump, y la reacción neonacionalista, anti-globalización y antiestablishment que se han apoderado de Occidente revelan el anhelo por una reliquia del pasado: la soberanía nacional.


En respuesta a este desafío contemporáneo, el economista William Mitchell y el politólogo Thomas Fazi reconceptualizan el estado nacional como un vehículo para el cambio progresista. Nos muestran cómo, a pesar de los estragos del neoliberalismo, el estado todavía detenta los recursos necesarios para el control democrático de la economía y las finanzas de una nación. El giro populista ofrece una apertura para desarrollar una ambiciosa pero viable estrategia política de izquierda.


RECUPERAR EL ESTADO ofrece un análisis político urgente, provocativo y clarividente de nuestra situación actual, y presenta una estrategia integral para revitalizar la economía progresista en el siglo XXI.
WILLIAM MITCHELL

es Profesor de Economía y Director del Centro de Empleo y Equidad en la Universidad de Newcastle, Australia. Es autor de varios libros como La Distopia del Euro (Lola Books, 2016) y Reclaiming the State (Pluto, 2017). Se le considera como uno de los principales economistas heterodoxos y sus ideas han sido adoptadas por el Partido Laborista.

THOMAS Fazi

es escritor, periodista, traductor e investigador. Sus artículos han aparecido en numerosas publicaciones. Es el autor de The Battle for Europe (Plutón, 2014) y coauthor de Reclaiming the State (Pluto, 2017).

lunes, 18 de septiembre de 2017

El Fondo Monetario Europeo: otro peldaño hacia el régimen colonial

Artículo publicado originalmente en el blog de Fundación Alternativas

Distraídos como estamos por los eventos cargados de tensión política, tonalidades épicas y negros augurios sobre la ruptura de España, otro evento que amenaza más seriamente la soberanía del pueblo español está pasando inadvertido. Si Merkel y Schäuble se salieren con la suya poco importaría que Cataluña se independizara de España porque la soberanía de ambos pueblos habrá quedado definitivamente suprimida. ¿Les parece una afirmación exagerada? Sigan leyendo.

La soberanía monetaria ya fue imprudentemente cedida al Banco Central Europeo a finales del siglo pasado con nefastas consecuencias para la sostenibilidad de nuestras cuentas públicas. Los economistas de la teoría monetaria moderna advirtieron entonces de los peligros de no completar la unión monetaria con una unión fiscal ejercida desde una instancia federal (Wray, 2012). Privados del respaldo de un banco central, los estados se exponían a que su deuda no fuera aceptada en los mercados. Las insensatas y arbitrarias limitaciones establecidas por el tratado de Maastricht al gasto público que pretendían paliar esta carencia, además de imposibles de cumplir, se revelaron como puro pensamiento mágico que dificultaría que un aumento del gasto público deficitario nos sacara de futuras crisis. Simplemente, arrebatados por su fe en el destino manifiesto de una unión europea neoliberal, Jacques Delors y quienes impulsaron el proyecto de unión monetaria sin unión fiscal desconocían cómo funcionan los sistemas monetarios modernos.

Así aconteció que el estado español se convirtió en rehén de los mercados financieros y de las imposiciones políticas procedentes de Bruselas, Berlín y París cuando llegó la crisis de 2008. En 2011 el presidente Zapatero se vio obligado por Merkel, Sarkozy, Trichet y Barroso a abandonar el plan de estímulos lanzado en 2009 —el denostado Plan E que realmente funcionó y había empezado a sacarnos de la crisis. El giro a la austeridad, la implantación de un programa de reformas de corte neoliberal y la reforma exprés del artículo 135 de la constitución española fueron las condiciones para que el BCE comprase nuestra deuda pública en los mercados secundarios y evitase nuestra insolvencia. El giro a la austeridad de 2011 explica que España tardase 36 trimestres en recuperar el volumen de producción que tenía en 2008, la crisis más larga de nuestra historia.

Últimamente los dirigentes europeos empiezan a hablar de “unión fiscal”. ¿Han aprendido los dirigentes europeos las lecciones de la crisis? No nos hagamos demasiadas ilusiones porque el lenguaje que emplean en Bruselas es polisémico y ambiguo cuando no engañoso. Se nos informa de que la Comisión Europea y algunas capitales coinciden en la necesidad de impulsar un Fondo Monetario Europeo (FME). La idea fue propuesta en marzo de 2010 por Thomas Mayer y Daniel Gros, economistas alemanes, en The Economist (Mayer & Gros, 2010). La nacionalidad de los autores, la ideología de la revista y el título del artículo “Disciplinary Measures” inspiran desconfianza y, efectivamente, los peores augurios se confirman cuando se lee el texto: un fondo de rescate a cambio de sometimiento a la disciplina fiscal impuesta por los países del Norte. El resultado de la propuesta se convirtió en el Mecanismo Europeo de Estabilidad, el cómplice del FMI que perpetró los programas de asistencia financiera a los países rescatados en la periferia europea.

Bruselas y las élites europeas están muy satisfechas con los resultados —no tanto los trabajadores y parados empobrecidos del sur de Europa— y ahora los responsables de la Comisión Europea (CE) pretenden rescatar las siglas originales. Pero un FME no es una instancia federal, es una mera réplica del FMI, mecanismo creado por el sistema de Bretton Woods para gestionar un sistema de tipos de cambio basado en el patrón oro. Según un documento publicado por la CE en abril, el FME aportaría líneas de liquidez a los estados miembros en dificultades y además serviría como instrumento de último recurso para la unión bancaria (Comisión Europea, 2017). La idea está siendo impulsada por el Comisario Moscovici como antesala a lo que por esos lares se entiende por “unión fiscal”.

La cuestión es quien controla el FME. Los alemanes no han tardado en quitarle el nuevo juguete a la Comisión. Nos cuenta El País que el ministro alemán de Economía, Wolfgang Schäuble, apoya el plan para transformar el Mede en el FME tras las elecciones alemanas (Pérez, 2017). Reuters cuenta que Schäuble abogaba por sacar al FMI de futuros rescates y se mostraba dispuesto a considerar la transformación del MEDE en el nuevo FME. Para Schäuble el Brexit es una oportunidad para avanzar con la integración europea: «necesitamos velocidades flexibles, agrupaciones variables de países, “coaliciones de los dispuestos”». Fiel al pensamiento gregario europeo, para Schäuble el problema sigue siendo la falta de reformas estructurales. «No hay carencia de deuda en el mundo ni carencia de liquidez de los bancos centrales. Sin embargo, hay falta de productividad y competitividad en muchos países porque las reformas necesarias no se han realizado» (Reuters, 2017).

En Román paladino, el FME daría financiación a países en dificultades a cambio de disciplina fiscal al gusto germánico y condicionada a más reformas estructurales. Recordemos que en la jerga de los técnicos de los organismos multilaterales y los economistas de la escuela dominante, ‘estructural’ es una palabra polisémica que se utiliza como justificación de todo tipo de desmanes. Estructural puede significar que hay “rigideces” en un mercado de trabajo que se equipara al de las patatas. Estructural también puede significar que hay poca competencia y que es necesario liberalizar un sector para destruir todo el tejido de PYMES y sustituirlas por oligopolios que optimizan sus costes destruyendo cuanto empleo sea posible. Estructural, también es un problema de ineficiencia del sector público que se resuelve vendiendo todas las empresas públicas.

La idea de Schäuble es arrebatar a la Comisión la supervisión fiscal y otorgarle el control presupuestario a esa nueva institución. Parece ser que Berlín mira con desdén a Bruselas a la que considera poco exigente en el cumplimiento de las reglas fiscales. Alemania quiere reglas y disciplina. La idea sería reservar un derecho de veto a Alemania, Francia e Italia. España se ve que pertenece a otra liga que la inhabilita para disfrutar de ese privilegio. Es decir, si ante la siguiente crisis económica España tuviera que solicitar ayuda del FME, vería suprimida su soberanía fiscal. En tal caso mejor sería cerrar las Cortes definitivamente.

Nuestro concepto de unión fiscal es bien distinto. Una unión fiscal verdadera consistiría en la creación de una instancia federal europea que tuviera la capacidad de administrar un presupuesto muy superior al actual equivalente al 2% del PIB. Siguiendo a Hyman Minsky, una buena regla sería que esa instancia federal gestionara una cifra parecida al total de la inversión, es decir, entre el 15% y el 20% del PIB europeo. La elección de esta cifra se debe a que la inversión es la partida más volátil del PIB. Cuando se produce una recesión la inversión suele caer con mayor intensidad que el consumo que suele ser más estable. Si la instancia federal europea gestionara un presupuesto del orden de magnitud propuesto una caída de la inversión en el sector privado podría ser inmediatamente compensada con un aumento de las transferencias a las zonas en crisis.

No hace falta recordar que Alemania no está dispuesta a contemplar un presupuesto para la Comisión Europea que permitiera transferencias de rentas hacia otros países. Prefiere seguir financiando su superávit comercial con préstamos al resto del mundo. Pero la renuencia germana está bien acompañada del pensamiento gregario dominante en Europa. La doctrina europea sigue sin entender que el déficit fiscal es una necesidad permanente de cualquier economía en la que los ciudadanos desean ahorrar. Es sorprendente que les cueste tanto aprehender un concepto tan sencillo: la deuda pública es igual al ahorro del sector no público. Estamos pues lejos de llegar a una unión fiscal real y lo que se está postulando es un remedo acompañado de cilicios y otros instrumentos disciplinarios. La posibilidad de que Alemania, Francia e Italia tengan la capacidad de vetar las decisiones de inversión nos hace pasar de la alarma al pánico.

Los dirigentes europeos negocian a nuestras espaldas y, entretanto, el Gobierno de Rajoy, lejos de defender nuestra soberanía, nos distrae con su épica batalla con los nacionalistas catalanes. Rajoy es uno de esos dispuestos de los que hablaba Schäuble. El defensor de la integridad de la soberanía nacional no titubeará en vender los restos de nuestra soberanía en un acto de lesa patria a cambio de una pequeña guinda, o mejor dicho, un Guindos al frente del BCE.

Referencias


Comisión Europea. (2017). REFLECTION PAPER ON THE DEEPENING OF THE ECONOMIC AND MONETARY UNION. Bruselas. Retrieved from https://ec.europa.eu/commission/sites/beta-political/files/reflection-paper-emu_en.pdf

Mayer, T., & Gros, D. (2010, febrero 18). Disciplinary measures. The Economist. Retrieved from The Economist: http://www.economist.com/node/15544302

Pérez, C. (2017, septiembre 9). Bruselas impulsa su propio Fondo Monetario para apuntalar el euro. El País. Retrieved from El País: https://economia.elpais.com/economia/2017/09/09/actualidad/1504974819_563129.html?id_externo_rsoc=TW_CC

Reuters. (2017, abril 20). Germany's Schaeuble: ESM could turn into European monetary fund. Retrieved from Reuters: http://www.reuters.com/article/us-imf-g20-germany-eurozone/germanys-schaeuble-esm-could-turn-into-european-monetary-fund-idUSKBN17M1RT

Tetlow, G., Donnan, S., & Brunsden, J. (2017, abril 23). EU policymakers revive push for European Monetary Fund. Retrieved from Financial Times: https://www.ft.com/content/8d4b3414-2756-11e7-8995-c35d0a61e61a

Wray, L. R. (2012, julio 8). MMT, The Euro and The Greatest Prediction of the Last 20 Years. Retrieved from New Economic Perspectives: http://neweconomicperspectives.org/2012/07/mmt-the-euro-and-the-greatest-prediction-of-the-last-20-years.html



sábado, 9 de septiembre de 2017

miércoles, 6 de septiembre de 2017

Vídeo del Banco de Inglaterra

Los bancos centrales están empezando a reconocer el proceso de creación de dinero de forma muy coherente con la teoría moderna de la moneda. Este vídeo es imprescindible. 

lunes, 4 de septiembre de 2017

El señuelo de la RBU: cómplice necesario para el remate del neoliberalismo

Artículo originalmente publicado en CTXT el pasado 30/8/2017

Andres Villena Oliver
Stuart Medina Miltimore

La década de los años 70 del siglo XX marcó el inicio de la era de la supremacía ideológica neoliberal asumida por las élites dominantes. El ataque al factor trabajo para recuperar los beneficios se agazapó detrás de una doctrina con fundamentos teóricos acientíficos como la “tasa natural de desempleo” o el “crowding out” (desplazamiento de la inversión privada por el gasto público). El neoliberalismo ha determinado unas políticas públicas que han generado una crisis del empleo. El resultado ha sido un vendaval de destrucción de trabajo agudizado a partir de la crisis financiera global que ha llevado a niveles sin precedentes de pobreza y desigualdad en la distribución de las rentas y de la riqueza.

En el caso de España, el desempleo ha sido calificado como lacra “estructural”. En la jerga de los técnicos de los organismos multilaterales y los economistas de la escuela dominante, “estructural” es una palabra polisémica que se utiliza como justificación de todo tipo de desmanes. Estructural puede significar que hay “rigideces” en un mercado de trabajo que se equipara al de los rábanos --un frecuente e interesado error. Estructural también puede significar que hay poca competencia y que es necesario liberalizar un sector para destruir todo el tejido de PYMES y sustituirlas por oligopolios que optimizan sus costes destruyendo cuanto empleo sea posible. Ademas, estructural, es un problema de ineficiencia del sector público que se resuelve vendiendo todas las empresas públicas y hasta las joyas de la corona a los amiguetes.

Es probable que España sea el país donde el neoliberalismo se haya aplicado de forma más implacable gracias a su legitimación por asociación al proyecto europeo. En términos orteguianos “España es el problema (estructural), Europa es la solución (neoliberal)”. Varios factores concomitantes como la coincidencia de la incorporación al mercado de trabajo de las cohortes nacidas en el baby boom, el proceso de desindustrialización impuesto por la incorporación a la CEE, el empeño en aplicar una política económica monetarista que desalentaba la inversión, la represión de la demanda como herramienta para luchar contra la inflación importada en barriles de petróleo o la crónica insuficiencia de empleo y gasto público contribuyeron a acentuar los efectos del ataque al factor trabajo.

La coartada perfecta es el proceso de automatización, siempre presente en una era industrial y postindustrial en la que la que la tecnología está al servicio de la maximización del beneficio. La automatización no puede representar una explicación suficiente de la crisis del empleo, achacable a otros muchos factores. De hecho, quienes establecen una relación mono causal entre automatización y desempleo hacen un vago ejercicio de ciencia social e ideología. Existe evidencia de que los países tecnológicamente más avanzados y automatizados son los que tienen menor paro. Solo cuando existe pleno empleo y condiciones favorables a los trabajadores los empresarios buscan reemplazar factor trabajo por factor capital. Pero da igual: las cajas de resonancia están a favor de esta versión que iguala globalización y automatización con crisis del empleo.Las contradicciones del modelo de represión salarial y desempleo no tardaron en hacerse evidentes en una situación de escasez perpetua de las ventas. Hacía falta una solución que aumentase la demanda sin pagar mayores costes salariales. Durante un tiempo los préstamos hipotecarios sirvieron, pero también dejaron un legado tóxico de endeudamiento cuyos platos rotos aún se están pagando con rescates bancarios. A las élites les urge otra solución, a la vez que se distrae al personal sobre las verdaderas causas del desempleo.


Una vez que la izquierda se ha tragado las coartadas entra en el debate público español la propuesta de la renta básica universal (RBU) como cuadratura del círculo. El programa de RBU pagaría a todos los ciudadanos una renta mensual que garantizaría un mínimo nivel de bienestar material. Sería percibida por todos sin excepción, fuera cual fuera su nivel de renta, de forma incondicional, sin necesidad de demostrar ninguna necesidad. Los defensores de la RBU arguyen que los sistemas alternativos de renta mínima garantizada condicionada a la demostración de falta de medios de vida humillan a los perceptores, señalándolos como parásitos y dificultan el acceso a la prestación.

La RBU es el reconocimiento de una derrota, ya que supone renunciar al objetivo de pleno empleo, el verdadero puntal de una sociedad del bienestar. El pleno empleo, igual que luchar contra el envejecimiento, se habría convertido en algo imposible y antinatural. Friedman en estado puro. Cuando la supuesta izquierda propone medidas al servicio del sistema se manifiesta la plenitud de su derrota. Van Parijs y otros proponentes de la RBU no reconocen que la solución del problema reside en un aumento de la demanda porque están atrapados en tesis que podríamos calificar de “decrecentistas”. Coincidimos con ellos en que el problema del modelo capitalista es encomendar la creación del empleo a oligopolios depredadores que exigen beneficios crecientes para crear nuevos empleos y no se preocupan de los impactos medioambientales de su actividad. Sin embargo, no estamos de acuerdo en la ecuación crecimiento igual a destrucción del medio ambiente. Hay muchas tareas que contribuirían al crecimiento del PIB, que son sostenibles y que ayudan a mejorar la calidad del medio ambiente pero que no se están realizando. El producto se vende a una población, masacrada por décadas de desempleo y maltrato por las empresas y sus gobiernos, tan fácilmente como un crecepelo a un calvo. Es fácil entender por qué la propuesta captura la imaginación, pero creemos que un análisis más profundo revela que la RBU encierra varias trampas y engaños. Su propuesta está perfectamente alineada con el paradigma neoliberal vigente. Es el señuelo perfecto: garantiza la dominación del capital, mantiene el consumo y se adorna de ribetes progresistas.

Pero estas tareas competen al Estado. El pleno empleo se puede alcanzar con políticas públicas decididas, pero tal solución resulta odiosa al pensamiento de Van Parijs, lo cual delata su profunda suspicacia hacia el Estado. El principal proponente de la RBU enaltece una sagrada libertad individual obviando la interacción con la sociedad. En tal mundo, uno podría ser un perfecto misántropo y vivir apartado como un anacoreta sin dar nada a cambio de lo que recibe. Es un aspecto de su pensamiento que lo acerca demasiado a la tradición liberal que pretende aislar a las personas en una sociedad constituida por seres maximizadores de utilidad, hedonistas y egoístas pero solitarios y probablemente deprimidos.

Por ello, la propuesta de la RBU resulta altamente perturbadora. De sus consecuencias nos dan una pista las sociedades nórdicas, que, tras abandonar el tradicional objetivo socialdemócrata del pleno empleo, lo sustituyeron por generosas prestaciones sociales que permiten una perfecta independencia de los individuos. Lejos de asegurar la felicidad en el modelo social de los países escandinavos, abundan los casos de depresión, alcoholismo, suicidio y soledad. Es el efecto inesperado de un estado de bienestar que antepone asegurar la independencia de los individuos a la creación de lazos de solidaridad y al estímulo de la participación en la vida comunitaria. El provocador documental de Erik Gandini “La Teoría Sueca del Amor” retrata los fallos de una sociedad supuestamente perfecta en la que el 40% de las personas viven solas, uno de cada cuatro cadáveres no es reclamado por ningún familiar y la gente ya no sabe cómo comunicarse aparte de emitir unas frases breves cercanas al gruñido animal. La RBU niega la naturaleza del ser humano como criatura social e innatamente solidaria. La RBU es un subsidio que causa anomia y reduce a sus perceptores a la minoría de edad.

Estamos ante el caballo de Troya que justifica la privatización de todos los servicios sociales. Si ya percibes una renta, ¿qué impide que te pagues tu sanidad, tu vivienda, tu educación, tu seguridad? Los finlandeses participantes en el programa piloto promovido por un gobierno conservador reciben 560 euros sin condiciones pero a cambio renuncian a prestaciones como las de desempleo o ayudas a la vivienda. Debería hacer reflexionar a los progresistas el hecho de que el principal sindicato finlandés, SAK, denuncie que este programa lleva la política social en la dirección equivocada (Tiessalo, 2017).En los ochenta la represión salarial y el paro frenaron el consumo pero el crédito cerró la brecha. La RBU posibilitaría la recuperación de la demanda sin pagar mayores salarios a ser posible repercutiendo los impuestos sobre las clases medias. No resulta sorprendente que altos ejecutivos de empresas como Amazon, Virgin o Facebook, especializadas en recortar plantillas y eludir impuestos, se hayan pronunciado a favor de la RBU. Sus modelos empresariales basados en Internet permiten la centralización y la captura de rentas sin necesidad de contratar más que a un selecto grupo de ingenieros informáticos. Estas grandes empresas centralizan sectores económicos enteros y exprimen los márgenes empresariales de sus “socios”, las empresas a las que parasitan. Pero ¿quién consumirá lo que producen si no hay asalariados y los que quedan cada vez ganan menos? Estamos en la era del too big to fail: la RBU como otro gran rescate, ahora de la demanda agregada, sin lucha obrera de por medio. "El hecho de que haya tantos partidarios de la RBU procedentes del campo “equivocado” no parece afectar a quienes la defienden.

Si una renta básica universal es una prestación sin condiciones, no es necesario demostrar que uno está desempleado. Uno podrá dedicarse al surf o a participar en una banda de jazz o elegir si prefiere trabajar. ¿Qué impedirá pues que empresarios, muchos de los cuales han demostrado un bajo nivel de exigencia ética, no la utilicen para completar los bajos salarios que ya pagan a los trabajadores o incluso para bajarlos? De facto, la RBU se convertiría en una subvención a las malas prácticas empresariales.

La RBU consolidaría la exclusión de las sociedades patriarcales de determinados colectivos del mercado de trabajo como las mujeres, condenadas a realizar las tareas reproductivas de los hogares trabajadores. Incluso en los períodos de auge económico hay colectivos que sistemáticamente están excluidos del mercado laboral. Minorías raciales, personas con antecedentes penales o con minusvalías tienen dificultades para encontrar un puesto de trabajo. La solución que les proponen desde la RBU es excluirles definitivamente en vez de exigir al estado que los integre en la comunidad.

Afee a los mesías de la RBU su intención de excluir de forma permanente a personas dispuestas y aptas para el trabajo y le contestarán que somos prisioneros de conceptos obsoletos de moral cristiana. Se supone que, resueltas las necesidades materiales más elementales, los ciudadanos podrán liberarse de la esclavitud del trabajo remunerado y podrán orientar sus esfuerzos hacia actividades más creativas o que satisfagan sus aspiraciones espirituales. Además, la liberación de la obligación de trabajar permitirá rechazar ofertas de empleo poco atractivas lo cual reforzaría el poder de negociación de la clase trabajadora. En definitiva, la RBU se vende como el tránsito hacia un nuevo modelo de sociedad; una utopía hecha realidad, un paraíso en la Tierra; la liberación del hombre de visiones morales acerca de la obligación de trabajar, del “ganarás el pan con el sudor de tu frente”. Podrás elegir entre trabajar para una ONG o fundar tu propio grupo de jazz, folk o techno pop. Se te abre la oportunidad de producir esa película que nadie verá o esa novela que nadie leerá. A uno de estos autores le dijeron que cometía un “error de atribución” cuando trataba de explicar que con 600 €/mes muchos no podrían salir mucho de su casa para perseguir sus aspiraciones salvo para jugar a la petanca en el parque.

No podemos estar de acuerdo en que el trabajo es una actividad alienante. Es evidente que la vida laboral es uno de los cauces más importantes de participación en la vida social. Es además uno de los factores que más puede ayudar a consolidar sentimientos de realización personal y de valía de las personas. Lejos de percibirse como una condena, la vida laboral es un elemento fundamental en el sentimiento de identidad de las personas. Esta es la gran debilidad ética de la RBU. En la nueva sociedad de rentistas básicos habrá ganadores que conseguirán acceder a los empleos retribuidos y perdedores condenados a una magra renta sin muchas posibilidades de realización personal más allá de una austera vida de ocio barato, de jubilación anticipada. La RBU oculta una distopía de personas viviendo en el aislamiento, crecientemente marginadas y desconectadas de la sociedad. No tardaríamos en ver un nuevo personaje objeto de las burla y el escarnio en los programas de humor: el enajenado perceptor de una renta inferior a 600 euros al mes. Libre de trabajar será, pero estará condenado a la pobreza e incapacitado para participar en la sociedad.

El sustrato ideológico neoclásico de los proponentes de la RBU se delata en su obsesión por demostrar la viabilidad de su financiación. Comparten con los neoclásicos una visión del estado constreñido financieramente. Partiendo de las premisas de que el trabajo es un bien finito, arguyen que quienes sí conservan su empleo disfrutan de un privilegio por el que deben pagar otro impuesto adicional. Desvían la lucha de clases desde el capital hacia los trabajadores: pobres contra menos pobres. Pero el trabajo no es finito y el pleno empleo no es una entelequia como demuestran países que han sabido conservar el papel crucial que tienen los Estados como fiel de la balanza social. La RBU es el paradigma de solucionar un problema haciéndolo desaparecer. ¿No queremos crear empleo para todos? Simplemente retiramos a parte de la fuerza de trabajo con una magra renta básica. Muerto el perro, se acabó la rabia.

Pero, ¿qué ocurre si la demanda se recupera y las empresas empiezan a demandar nuevos trabajadores? Si la renta es lo suficientemente alta, estos no tendrán ningún incentivo para reincorporarse al mercado de trabajo, salvo que los salarios nominales crezcan y los empresarios provoquen una espiral inflacionista. Si es lo suficientemente baja, entonces no habremos resuelto el problema de la pobreza y además estaremos subvencionando a los empresarios que ahora podrán pagar sueldos más bajos, ya que la reproducción de la fuerza de trabajo estará asegurada por el estado. Nos parece bastante probable que ocurra esto último. Los defensores de la RBU arguyen que su propuesta mejoraría el poder negociador de la clase trabajadora, pues estos podrían retirarse de un mercado de trabajo que no ofrece una compensación adecuada. Pero la condición es que esa renta sea lo suficientemente alta con los efectos desestabilizadores antes descritos. De lo contrario lo probable es que el efecto sea el opuesto del esperado. Como se puede comprobar a partir de estas líneas, se trata de un debate que se debe realizar con profundidad y honradez, pues de este depende el bienestar de numerosísimos ciudadanos. Esperamos que este continúe. Por lo demás, a los partidarios de la renta básica la macroeconomía les resulta una distracción molesta. El problema no es la financiación, es el peligro inflacionista de entregar nuevo poder de compra a quienes no han participado en el proceso productivo. El trabajo es renta a cambio de servicios que otros quieren comprar, mientras que la RBU se da a cambio de nada. Los nuevos rentistas aumentarán su consumo sin que haya un correlativo aumento de producción de bienes y servicios. Si no hay un aumento de la producción, no puede haber un aumento de las rentas reales. Es el carácter de renta incondicional y universal lo que explica su esencia inflacionista. Una vez implantado, todos los ciudadanos recibirían la misma suma todos los meses con independencia de la coyuntura económica. Si aumenta el desempleo, no habría un aumento de la partida presupuestaria destinada a pagar la RBU; si cae el desempleo, tampoco se reduce el gasto. Esta partida presupuestaria se dilataría al mismo ritmo que el crecimiento vegetativo de la población.