Páginas

MMT University

martes, 31 de octubre de 2017

Mientras mirábamos a Cataluña

Editorial publicado en Red MMT originalmente  el pasado 16 de octubre

Mientras la opinión pública doméstica e internacional contemplaba atónita cómo el Gobierno de España y la Generalitat se disputaban los residuos de soberanía que quedaban en la periferia europea ha pasado inadvertida para la mayoría una disputa mucho más importante para el futuro de la zona euro. Cuando Macron ganó las elecciones los europeístas respiraron aliviados pensando que la derrota de Le Pen salvaría el proyecto europeo. Macron es un exitoso producto de la mercadotecnia de las elites que ha asumido el compromiso de profundizar las “reformas estructurales” de carácter neoliberal que el último país estatista de Europa se resistía a adoptar. Su reforma de la legislación laboral destinada a derrumbar la protección a los derechos de los trabajadores y así acercarse al modelo español lo demuestra. Pero además de campeón neoliberal, los euroentusiastas confiaban en que sería el socio adecuado para restablecer el equilibrio en ese eje franco-alemán que se supone central en la construcción del proyecto europeo. Macron acompañaría al presidente de la Comisión Europea Jean Claude Juncker en el avance de una serie de tímidas reformas que deberían ayudar a la zona euro a responder mejor ante una crisis. Sin embargo, la construcción europea se parece cada vez más al fútbol, ese juego en el que participan veintidós jugadores y casi siempre gana Alemania.

La semana pasada Alemania ha proferido su adverbio favorito a todas las propuestas que supuestamente asegurarían la viabilidad del proyecto europeo: «Nein!». Ni siquiera la jubilación de Schäuble va a conseguir una flexibilización de las posturas alemanas. Pero ¿cuáles eran esas medidas por las que supuestamente abogaba Macron y la Comisión Europea?

Creemos que los euroentusiastas, por desconocimiento de la teoría moderna de la moneda, sobrevaloraban su importancia. Sin embargo algunas podían ir en la buena dirección. La propuesta más relevante, que nosotros no compartimos, era crear un presupuesto de defensa europeo y una fuerza de intervención con capacidad de intervención. Quizás se ocultaran en los planes de Macron un intento de desarrollar un keynesianismo militar dotando a un embrión de gobierno federal con un mínimo presupuesto. Hemos explicado anteriormente que una unión monetaria solo puede ser plenamente operativa si se acompaña de una instancia federal con capacidad de ejecutar un presupuesto y actuar de forma anticíclica. Que se trate de conseguir esto por la puerta trasera aprovechando temores de amenazas a la seguridad demuestra que el proyecto europeo tiene cada vez menos proyectos ilusionantes que ofrecer. La respuesta de Alemania ha sido un sonoro «Nein!».

Otro proyecto querido por los reformistas del euro ha sido la creación de un seguro de desempleo europeo. Esta idea de nuevo podría contribuir a dar viabilidad al euro ya que, si se desarrollara plenamente implicaría un aumento del gasto público en aquellas zonas con mayores tasas de paro. Pero hay que matizar que la idea tendría un alcance muy limitado pues solo beneficiaría a trabajadores que ya hubiesen cotizado previamente al plan europeo lo cual quiere decir que nuestro ejército industrial de reserva tendría que seguir cobrando de nuestra Seguridad Social. Pese a todo, la propuesta tenía algún mérito. De nuevo Alemania ha dicho «Nein!».

Por último la idea de los bonos europeos. Esa solución sigue fascinando a los reformistas del euro porque se supone que reduciría los costes de deuda de los países periféricos al mutualizar los riesgos. Pero ese efecto ya lo consigue el Banco Central Europeo simplemente comprando la deuda de los estados en los mercados gracias a los programas de compras de activos. La propuesta ha recibido otro «Nein!» como respuesta.

Alemania empieza a recordarnos a los niños de corta edad que solo utilizan el adverbio negativo ante cualquier pregunta por defecto no sea que les cuelen los adultos algo que no quieren. Macron ha sido comparado con un macaron por su aspecto y lenguaje empalagoso pero nulo contenido en nutrientes, tuétano y sustancia. Su incapacidad de hacer frente a Alemania demuestra que efectivamente la analogía le sienta bien.

¿Qué quiere Alemania para Europa? Básicamente que ante la próxima crisis Europa solo tenga el mismo instrumento que utilizó en la anterior: el Mecanismo Europeo de Estabilidad (MEDE), es decir ayudas financieras acompañadas de medidas de austeridad draconianas que traten de encerrar los parámetros de deuda y déficit públicos en la estrecha cochiquera que se diseñó en el Tratado de Maastricht. Hemos explicado repetidas veces que estos límites son imposibles de conseguir en una depresión y que solo sirven para obstaculizar la recuperación económica.



El presidente del Banco Central Europeo (BCE) Mario Draghi se ha mostrado pragmático y eficaz en su misión de salvar el euro, pero será sustituido el año que viene probablemente por Jens Wiedmann, un intransigente defensor de las terapias de electrochoque fiscal. Es además probable que las compras de activos que han mantenido a flote nuestra deuda pública se vayan reduciendo dado que ya se han agotado los límites máximos que el BCE se había autorizado a sí mismo: un 33% del stock existente. En estas circunstancias podemos esperar una subida de los rendimientos exigidos a nuestra deuda pública (la famosa prima de riesgo, una pariente cercana de los bond vigilantes). Rajoy ha decidido no acudir a la reciente cumbre europea de Estonia porque prefería concentrarse en aplastar sediciones en Cataluña, y por tanto quizás no se esté enterando de mucho. Cuando levante la vista y contemple los resultados de la obra de su admirada Merkel, a la que nunca se opondrá, quizás se quede aún más pasmado de lo que suele estarlo. La prima de riesgo habrá vuelto y con ella el desempleo galopante, enemigos que, en el cantar de gesta del Partido Popular que TVE nos narra en los telediarios, Rajoy había conseguido derrotar. Menos mal que le quedará el atontamiento del público con proclamas patrióticas y agitar de banderas para ganar las elecciones. Los discursos identitarios, empleados por diferentes niveles de administración pública, se retroalimentan exaltando las pasiones pero consiguen su efecto: relegar a un segundo plano la justicia social. Las banderas no hacen a los países soberanos, solo enfrentan a las clases populares por las migajas que el marco institucional disfuncional de esta Europa irreformable nos permitirá repartir… si los mercados lo permiten.