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MMT University

martes, 20 de noviembre de 2018

Renunciad a toda esperanza: Actitudes alemanas ante las propuestas de reforma de las instituciones de la Eurozona

En reiteradas ocasiones he manifestado que el diseño de la zona euro es defectuoso. Creo que esta constatación está bastante generalizada y reconocida entre los economistas progresistas y los partidos de la izquierda como Podemos o Izquierda Unida. Entre los partidos conservadores y de centro izquierda, como el PSOE, en cambio, no parece existir una conciencia clara al respecto y más bien predomina el sentimiento de culpabilidad que atribuye todos los males de la pasada crisis a comportamientos irresponsables de los países periféricos o supuestas ineficiencias o a bajas productividades de nuestra economía. Es lógica esta discrepancia en las percepciones de unos y otros pues, para la derecha, el euro es la palanca que permite justificar las reformas neoliberales que inspiran el diseño de una moneda que escapa a la soberanía democrática mientras que, para la izquierda, la política de austeridad ha servido de ariete para cargarse el estado del bienestar.

El proyecto euro debería ser causa para que los partidos de izquierda pidieran la recuperación de la soberanía monetaria. Sin embargo, ofuscados por una interpretación errónea de la ideología internacionalista que los convierte en lo que llamo la “izquierda globalizante”, la mayoría de los expertos de tales partidos se han dejado convencer por la ilusión de que será posible reformar las instituciones que gobiernan la Unión Económica y Monetaria (UEM) Europa en el sentido de suavizar las políticas de austeridad. Ingenuamente tales partidos en realidad solo pretenden aplicar una austerity light, frente a la austerity hard que viene de serie en los Tratados de la UE.

Uno de los más activos proponentes de esta vía es el antiguo ministro de Hacienda griego, Yannis Varufaquis, cuyo movimiento Diem 25, propone democratizar las instituciones europeas. Resulta llamativo que la víctima de la tortura europea del “submarino” aplicada por Schäuble, el anterior ministro alemán de Economía, y Diesselbloem, anterior presidente del Eurogrupo, aun conserve fe en un proyecto que está tan lejos de ser progresista, democrático y reformable. ¿Se trata de un caso de síndrome de Estocolmo? Basta con leer el artículo 40 del Tratado de la Unión Europea para darse cuenta de que reformar los tratados requeriría una especie de conjunción astral política.

Organizaciones como el think tank europeísta Brueghel y trabajos de la Comisión Europea o del FMI llevan varios años proponiendo parches a la UEM tales como el seguro de desempleo europeo o mecanismos de rescate tales como un fondo para “días lluviosos” que pretenden simultanear las líneas de financiación a países que experimenten shocks macroeconómicos asimétricos manteniendo suficientes mecanismos disciplinarios que evitarían problemas de “riesgo moral”.

En anteriores posts he explicado por qué tales medidas resultan insuficientes e inadecuadas. Por ejemplo aquí:

https://chartalismo.blogspot.com/2017/06/reflexiones-de-quienes-no-dejan-de.html

https://chartalismo.blogspot.com/2017/09/el-fondo-monetario-europeo-otro-peldano.html

Desde la TMM hemos explicado cómo la solución a los problemas del euro requiere de una unión fiscal con un presupuesto que represente una fracción relevante del PIB europeo gestionado desde una autoridad federal o la supresión de todos los límites arbitrarios a los déficits de los gobiernos nacionales combinada con el apoyo sin condiciones del Banco Central Europeo a la deuda soberana de los estados. Tales propuestas ni siquiera están en la agenda de ninguno de los partidos políticos españoles lo cual revela la pobre comprensión de los sistemas monetarios que exhiben nuestras élites políticas y económicas, razón por la que el pueblo español está condenado a padecer muchos más años de políticas generadoras de pobreza y desigualdad a la vez que de forma propagandística se le venden las excelencias del mayor proyecto de desarbolamiento de los estados de bienestar que se haya conocido jamás. Lo patético es comprobar que el pueblo español lleva sufriendo estas políticas desde hace 40 años sin que éstas tengan consecuencias electorales serias entre los partidos políticas. El pueblo español debe ser uno de los más sumisos del mundo.

El despiste de la izquierda española es aún más grave de lo que parece porque parte de una negación de la realidad. Creo que hay suficientes motivos para creer que países como Alemania jamás accederán a tales reformas. Recientemente un estudio realizado por Mathias Dolls y Nils Wehrhöfer, publicado por el European Networtk for Economic and Fiscal Policy Research (Dolls & Wehrhöfer, junio 2018), revela la tremenda hostilidad de la opinión pública alemana hacia las tímidas reformas propuestas desde los think tanks europeístas y la comisión que tan cándidamente apoya la izquierda. El estudio, realizado entre una muestra sociodemográficamente representativa de más de 2.600 encuestados evaluó las actitudes de los alemanes frente a dos medidas estelares propuestas por los reformistas del euro: el plan de prestaciones de desempleo europeo (PPDE) y el Procedimiento de Insolvencia Soberana (PIS).



La metodología empleada por los autores incluyó una explicación de ambas propuestas a los participantes, así como la presentación de argumentos favorables y contrarios. Aunque los argumentos a favor fueron los mismos para todos, los argumentos en contra variaron de forma aleatoria entre los voluntarios. Contra el PPDE se presentaron los siguientes argumentos alternativos:


(a) Conduciría a transferencias permanentes desde los países de bajo nivel de desempleo hacia los países con alto desempleo.

(b) Facilitaría incentivos adversos en estos países (riesgo moral).


A su favor se arguyó que el PPDE estabilizaría la unión monetaria en crisis futuras.


En el caso del PIS el argumento a favor afirmaba que fortalecería la disciplina de mercado y que los inversores privados asumirían las pérdidas en caso de insolvencia de un estado protegiendo a los contribuyentes. En contra se presentaron dos motivos:


(a) podría intensificar las crisis (profecía autocumplida).

(b) podría beneficiar a los países con deuda pública baja a expensas de los países altamente endeudados por el alza de las primas de riesgo.


Los encuestados podían responder en una escala del 1 al 5; donde 1 significa “fuertemente a favor”, 2 “a favor”, 3 “indiferente”, 4 “en contra” y 5 “fuertemente a favor”.

La mayoría de los encuestados rechazaron el PPDE con un 37% manifestándose en contra y solo el 18% apoyó la propuesta. Este rechazo fue aún mayor entre quienes fueron expuestos al argumento de que tal propuesta llevaría a transferencias fiscales permanentes.








En cambio, la propuesta PIS resulto más popular con una tasa de apoyo del 48%.

Se controlaron las respuestas empleando otras variables tales como un mayor índice de altruismo o el cosmopolitismo de los participantes. Entre los “altruistas” y “cosmopolitas” hubo un rechazo menos marcado hacia el PPDE. El cosmopolitismo del respondedor también influyó en una mayor aceptación del PIS pero la propuesta fue peor acogida entre las personas con un mayor índice de altruismo. Aunque los aspectos de protección al contribuyente a la vez que se hace responsables a los inversores pueden resultar atractivos para personas altruistas, probablemente su potencial de exacerbar las dificultades económicas entre los países afectados por crisis económicas le restaron atractivo.

En todo caso el estudio revela un altísimo rechazo a cualquier noción de transferencias fiscales desde el Alemania a cualquier otro país europeo. Esta oposición no se manifiesta en el mismo grado hacia sus compatriotas alemanes del Este. Esto implica que no hay un rechazo a las transferencias fiscales per se sino a que el beneficiario sea el residente de otro país.

El estudio resulta altamente clarificador acerca de las preferencias de los alemanes. Pone de manifiesto cómo los sentimientos nacionales son fundamentales para facilitar la solidaridad entre individuos de una misma comunidad nacional y explican por qué una unión fiscal es tan improbable en la Unión Europea. Los ciudadanos de una misma comunidad nacional no suelen ser conscientes de que dentro de sus fronteras existen regiones fiscalmente deficitarias o superavitarias. Existen vínculos afectivos entre los miembros de la comunidad que justifican la solidaridad entre las regiones sea algo natural y conveniente. Tales vínculos no existen entre los habitantes de, digamos, Estonia y Portugal de forma que un ciudadano del país báltico tendría serios inconvenientes para aceptar que sus impuestos sirvan para asegurar un mayor nivel de bienestar en el país ibérico. Recordemos que precisamente uno de los argumentos más recurrentemente empleados por los secesionistas catalanes es la queja por la solidaridad hacia las comunidades autónomas menos ricas de España.

Constatar este tipo de actitudes y trabas al avance del proyecto europeísta ha estado mal visto en Europa y uno corre el riesgo de ser señalado como racista, xenófobo, nacionalista, ignorante o algo peor, sobre todo cuando el interlocutor se considera progresista. Sin embargo, el señuelo del internacionalismo ha sido la herramienta perfecta para justificar que la soberanía monetaria fuera arrebatada a los pueblos y entregada a un organismo no elegido democráticamente y gestionado de forma opaca como el Banco Central Europeo. Compartir moneda con los estonios, lejos de ser un ejercicio de solidaridad con un lejano pueblo báltico al cual nos unen escasos vínculos culturales y afectivos, es una forma de arrebatar del proceso democrático la toma de decisiones sobre las herramientas de política económica más relevantes.

En conclusión, la ceguera de los partidos progresistas de los países periféricos queda patente cuando sus ilusorias propuestas de modestas reformas se contraponen con los auténticos sentimientos nacionales de los países del Norte. Entre un programa solidario y un programa que condena a los estados a un procedimiento de insolvencia causada por el nefasto diseño del euro, los alemanes eligen PIS.