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jueves, 16 de octubre de 2014

Mientras Roma arde Nerón toca la lira

Ni brotes verdes, ni raíces vigorosas ni capullos en flor: la economía europea se hunde en la deflación y con ella arrastra a la española. Recientemente hemos conocido las estadísticas de exportaciones y éstas han vuelto a caer en agosto un 2,6% respecto al año anterior. El dato es desalentador en sí pero también es un serio toque de atención porque supone una impugnación de toda la política económica propugnada por Bruselas fielmente aplicada por el Sr. Rajoy.

Cuando se inició la crisis, allá por 2008, se fraguó un consenso internacional sobre la necesidad de aplicar políticas expansivas de corte keynesiano para sacar a las economías de las garras de una gran depresión como la del año 29. De hecho la crisis fue profundísima y su impacto en el comercio exterior fue notable. Sin embargo las medidas de estímulo implantadas por los gobiernos europeos y EE.UU. de forma coordinada permitieron que en 2010 y 2011 las exportaciones españolas crecieran a un buen ritmo incluso a tasas cercanas al 19% interanual.

Este ciclo se agotó cuando Bruselas, Merkel y Sarkozy hicieron un diagnóstico erróneo de la crisis de deuda soberana griega achacándola a problemas estructurales y a un gasto público excesivo que, por extensión, (no en vano España se ubicaba entre los países PIGS), debían acometerse en nuestro país. No quisieron ver que el ataque contra nuestra deuda soberana no tenía nada que ver con nuestros niveles de endeudamiento (muy bajos) ni con nuestro gasto público sino con un nefasto diseño de las instituciones que gobiernan el euro. En 2011 esta visión de los países acreedores se impuso así como su nefasta receta: grandes dosis de austeridad sazonada de medidas de liberalización del mercado de trabajo, a cuyas instituciones se achacaron las elevadas tasas de desempleo. Se postulaba desde Bruselas en aquella época que la salida para la crisis española eran un potaje con los ingredientes de la “consolidación fiscal” es decir, los recortes de gasto público para reducir la deuda, y la “devaluación interna”, es decir, bajar los salarios a la clase trabajadora para que la economía fuera más competitiva y crecieran las exportaciones. Este brebaje tóxico fue literalmente impuesto de forma chantajista por el Sr. Tritchet, a la sazón presidente del Banco Central Europeo, cuya célebre carta ha sido recientemente publicada por Zapatero en su libro El Dilema. 600 Días de Vértigo. Nadie en Bruselas quiso ver que la nube tóxica que dejó el estallido de la burbuja inmobiliaria venía en parte por un exceso de ahorro alemán y no solo de nuestro vicio nacional por el ladrillo destructor de paisajes (ver mi artículo al respecto en (http://chartalismo.blogspot.com.es/2014/09/hazle-un-favor-tu-vecino-monta-una.html ).

Fuente: Informe mensual de Comercio Exterior. Agosto 2014.

Pues bien, tres años después somos testigos de las consecuencias de esta dieta: la demanda se ha hundido en toda Europa hasta llevarnos a una depresión que ya es peor y más duradera que la terrible Gran Depresión de los años 30. Al hundirse la demanda en toda Europa nuestras exportaciones caen y por tanto aumenta nuestro déficit en la balanza comercial. Esto no permite mejorar nuestra posición de deuda externa. Además, pese, o mejor dicho, gracias  a las medidas de austeridad la deuda pública en nuestro país ha alcanzado ya casi el 100% del PIB.

Somos muchos los que advertimos de que esto era exactamente lo que ocurriría, no solo quien estas líneas suscribe sino también grandes economistas como Paul Krugman, Richard Koo, Stieglitz, José Carlos Díez, Paul De Grauwe, etc…. En vez de escucharnos nos llamaron Casandras, cenizos, aguafiestas y agoreros. Richard Koo, quien ha descrito muy bien la crisis de balance de Japón durante los años 90, explica que cuando a una burbuja especulativa le sucede la crisis los agentes económicas tratan de reducir su endeudamiento. Si en el sector privado todos, hogares y empresas, tratan de hacerlo a la vez caen las rentas y nadie consigue reducir su nivel de endeudamiento. Es necesario que otro sector, ora el exterior, ora el público, asuma una parte de esa deuda para facilitarle su desapalancamiento.

En su terquedad Merkel no quiso oír hablar de otras propuestas como las de estimular la inversión pública en su país para reducir el obsceno superávit comercial alemán o mutualizar parte de la deuda soberana europea. Hubiera sido más acertado ayudar a España permitiendo que exportara más y que el sector público no recortara sus gastos de forma drástica. Hoy las bolsas recompensan nuestra “virtud” con fuertes caídas en todo el mundo y un repunte de nuestra prima de riesgo que delatan la preocupación por una balanza por cuenta corriente que no deja de deteriorarse, elevadas tasas de desempleo y empobrecimiento de aquí a la eternidad. En toda la prensa económica y en los bancos centrales de EE.UU. y Reino Unido ya se señala a Europa como la causante de la tercera recesión. Sin embargo Merkel hoy vuelve a insistir en que los países de la zona Euro deben mantenerse en al senda de la austeridad… hasta caer por el abismo. Esta mujer recuerda a Nerón tocando la lira mientras arde Roma.


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