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MMT University

viernes, 5 de junio de 2015

Los lunes al Sol (IV)

Las uniones monetarias europeas: la contumacia en el error

Post conjunto de Stuart Medina y Miguel Navascués

6 de junio de 2015.

El reciente libro de Mitchell, “Eurozone Dystopia. Group Think and Denial on a Grand Scale” describe con gran erudición los sucesivos intentos de los países europeos de establecer regímenes cambiarios desde los años 70. Todos estos sistemas eran propensos a la inestabilidad porque no contemplaban mecanismos que compensaran los desequilibrios que acumulaban los países con balanzas comerciales deficitarias. Reiteradamente los países más débiles se encontraban con fuertes presiones devaluatorias de su moneda.

Como explicamos en el post anterior, para defender sus tipos de cambio, los bancos centrales debían contar con reservas de moneda extranjera. Pero al agotarse estas reservas, los bancos centrales se veían obligados a subir los tipos de interés para evitar la fuga de capitales y aplicar políticas de austeridad que limitaran las demandas y las importaciones. Estas políticas enfriaban la economía y provocaban aumentos de desempleo por lo que generaban inestabilidad política y conflictividad social. En cambio los países superavitarios (normalmente Alemania, Holanda) podían evitar la apreciación de su moneda vendiendo la propia y acumular reservas de moneda extranjera o bajando sus tipos de interés. Sin embargo los bancos centrales de estos países temían las consecuencias inflacionistas para sus economías de estas medidas. Para el BundesBank la prioridad absoluta fue siempre la estabilidad de precios. Por eso los países superavitarios frecuentemente dejaron que cada palo aguantara su vela y no intervinieron para mantener las cotizaciones de las monedas de sus socios.

Debido a las tensiones cambiarias, las devaluaciones fueron frecuentes en los sistemas monetarios europeos convirtiendo el compromiso de mantener el tipo de cambio fijo en papel mojado. Las tensiones produjeron también repetidas salidas y realineaciones de las paridades en los sucesivos sistemas monetarios. Los problemas de estos sistemas monetarios se derivaban en parte de la asimetría que suponía que los países deficitarios tenían que soportar la carga del ajuste (subidas de tipos de interés, políticas de rigor presupuestario). Alemania hizo lo posible por vaciar de contenido las instituciones y reglas que hubieran permitido el desarrollo de un sistema más simétrico. Por ejemplo se negó a la creación de fondos que hubieran podido prestar fondos a los países en dificultades. Alemania no estaba dispuesta a facilitar financiación a países “derrochones”.

El primer experimento fue la “serpiente monetaria dentro del túnel” que se instituyó por el Acuerdo de Basilea de 1972. Permitía una fluctuación máxima de las paridades del 2,25 % y una fluctuación máxima del 4,5% respecto del dólar USA. La serpiente no duró mucho y no tardó en desmontarse ante los reiterados ataques especulativos. El déficit comercial de EE.UU. y los superávit de Japón y Alemania provocaron reiterados ataques especulativos. Primero abandonó el la libra esterlina. En 1973 la Banca d’Italia tuvo que dejar flotar la lira italiana. Los esfuerzos de los bancos centrales de Japón y Alemania no resultaron efectivos y finalmente el dólar se devaluó un 10% y también se dejó que el yen japonés flotara libremente. Tras la Guerra árabe-israelí y el embargo petrolero, Francia trató de mantenerse dentro del sistema con varias entradas y salidas hasta que en 1976 se vio obligada a abandonarlo definitivamente.

No contentos con haber comprobado el fracaso de esta primera unión monetaria. A finales de los años 70, bajo los mandatos de Giscard d’Estaing en Francia y Schmidt en Alemania, se acordó crear el Sistema Monetario Europeo (SME) con el ECU como cesta de divisas de referencia. Además se creaba una línea de Financiación a Muy Corto Plazo (Very Short Term Financing o VSTF) gestinado por el Fondo Monetario de Cooperación Europeo.

El compromiso por mantener las paridades convirtió a los países deficitarios de nuevo en pasto de los especuladores. Algunos lectores recordarán como en 1992 la libra esterlina fue objeto de un ataque orquestado por George Soros. Alemania echó leña al fuego subiendo sus tipos de interés para controlar los riesgos inflacionistas derivados de la absorción de la antigua RDA. Mitchell recoge un incidente narrado por Whitney, (1992) y Mallaby (2010) durante una cumbre de septiembre de 1992. Norman Lamont, el ministro de Hacienda británico, golpeaba con el puño la mesa y gritaba al presidente del Bundesbank, Helmut Schlesinger. «Aquí hay doce ministros sentados en esta mesa reclamándole que bajen sus tipos de interés. ¿Por qué no lo hace?».  Italia negoció una devaluación de la lira. El Banco de Inglaterra luchó desesperadamente por mantener el tipo de cambio de la libra esterlina. El 16 de septiembre de 1992, el célebre “miércoles negro”, tras comprar 1.000  millones de libras (esfuerzo fútil frente a los billones que simultáneamente vendía Soros), subió el  tipo de interés primero al 12% y al 15% al día siguiente.  Esa tarde el Reino Unido abandonó el SME y al día siguiente lo hacía Italia. España devaluó la peseta un 5% y de nuevo se vio forzada a hacerlo en 1993. 

El SME empezó a cuestionarse cuando Francia decidió hacer un referéndum sobre el tratado de Maastricht en 1992. El resultado fue positivo, pero tan apretado que los mercados pusieron en duda que todos los paises estuvieran calurosamente a favor. A su vez, el Tratado de Maastricht fue el intento de Francia de "sujetar" a una Alemania unificada, algo que Francia no deseaba de su enemigo histórico. El acuerdo pactado fue que a Alemania se le permitía unificarse si "se sometía" al euro...

Todas las monedas fueron atacadas y vencidas, salvo el franco francés. ¿Por qué? Como se descubrió después, el Bundesbank, por orden del Gobierno, había puesto a disposición del Banco de Francia una cantidad a sin limite de marcos alemanes. El fracaso del SME debió ser el aviso del seguro fracaso del euro que se avecinaba, pero las apuestas políticas eran ya irreversibles. Todas la teorías ad hoc que se lanzaron para que la gente aceptará el euro, eran pura ideología. Mientras, del otro lado del Atlántico venían serias advertencias del problema que se iba a crear.

El experimento le había costado al Reino Unido una crisis económica y un aumento innecesario del paro. Gran Bretaña aprendió la lección y nunca más volvió a entrar en una unión monetaria europea. Los políticos españoles e italianos, aquejados de un ingenuo “europapanatismo”, volvieron a caer en la trampa.  Finalmente los estados europeos decidieron crear la Unión Monetaria Europea con un Banco Central Europeo. El engendró se basó en el Informe Delors, que, con un marcado sesgo neoliberal y a diferencia de lo propuesto por el informe Werner, renunciaba a una unión fiscal. El Informe Werner fue redactado en 1970 y consideraba como condición ineludible para el éxito del proyecto que hubiera una unión fiscal con una centralización de la política económica bajo la responsabilidad de una Comunidad Europea responsable ante el Parlamento Europeo. Al parecer, Delors consideraba que esa unión fiscal era innecesaria en el diseño monetarista de su proyecto. Bastaría con los límites de deuda pública y déficit marcados de forma totalmente arbitraria por el Tratado de Maastricht y cuya inutilidad el tiempo se encargaría de demostrar.

Los franceses pensaron que al crear el BCE y el Euro arrebatarían a Alemania la moneda y el control sobre la política monetaria. El problema fue que el diseño neoliberal de las instituciones europeas en la práctica acentuó los problemas de los sistemas monetarios europeos anteriores porque privó definitivamente a los estados de su capacidad de devaluar en caso de entrar en problemas de balanza de pagos. Fue la ceguera ideológica de los dirigentes europeos de aquellos años, como Valery Giscard d’Estaing, Raymond Barrre, Scmidt, Schröeder, Chirac, Felipe González, etc. la que aparcó las recomendaciones del informe Werner y adoptó el neoliberal proyecto de Delors. La unión monetaria sin unión fiscal ha permitido que Alemania siguiera practicando su política mercantilista y de exportación de la deflación que ha llevado a las economías más débiles de la periferia al paroxismo actual de depresión y desempleo masivo.

Este empeño se ha cobrado un altísimo precio en la merma de las tasas de crecimiento económico y en un crecimiento de las tasas de paro. De facto, las países de Eurolandia acabaron convertidas en una "zona marco" donde el Bundesbank dictaba la política monetaria a sus socios europeos.

España en el sistema monetario europeo

Así pues, la combinación del cambio de foco de la política macroeconómica hacia la estabilidad de precios frente a las políticas de pleno empleo y el empeño en fijar los tipos de cambio probablemente sean explicaciones mucho más convincentes de la pertinazmente elevada tasa de desempleo en España que las narrativas sobre competitividad de la economía española. ¿Quién iba a invertir en un negocio y crear empleo en una nación sometida permanente al ajuste presupuestario y el rigor?

Para la joven democracia española, recién salida de la larga noche de la dictadura franquista, la entrada en la CEE era una prioridad política. Antes de la entrada en la CEE ya ensayaba con tipos de cambio fijo y políticas de ajuste acordadas por los Pactos de la Moncloa en 1978 para hacer frente al shock del petróleo.
«A partir de 1978, las políticas de ajuste derivadas de los Pactos de la Moncloa son contrarrestadas negativamente por la presencia del segundo shock energético, que provoca otra fuerte crisis del sector exterior y una nueva devaluación en 1982. La segunda mitad de los ochenta se caracteriza por una peseta que tiene como punto de referencia la integración en la C.E.E., y finalmente en el S.M.E., lo que conduce a políticas antiinflacionistas que producen altos tipos de interés y una apreciación nominal y real de la moneda española[1].»
España entró en las CEE en 1986. En los años anteriores los técnicos del Banco de España se habían resistido a renunciar al margen de maniobra que habría implicado entre en el mecanismo de tipos de cambio del SME. Pese a no estar obligada…

«…ya desde 1986, los márgenes de maniobra de la política monetaria se habían reducido sensiblemente como consecuencia de una política de tipo de cambio combinada con una incipiente liberalización de los movimientos de capital. Durante el período 1986-1987, las autoridades monetarias españolas siguieron de cerca la evolución de la peseta con respecto al marco alemán y de febrero de 1988 a junio de 1989 el Banco de España practicó una política de shadowing del MTC interviniendo en los mercados de cambios según la lógica interna del SME. [2]»

Finalmente será a

«finales de 1986 cuando el Presidente Felipe González se pronuncie, por primera vez y total claridad, a favor de una «entrada rápida, o incluso muy rápida, en el SME».[3]
El fenómeno de las devaluaciones se repitió años más tarde con España ya integrada en la CEE y en el SME.
«Así, en los primeros noventa, el ya mencionado alto valor de nuestra divisa, unido a un deterioro de los fundamentos de nuestra economía que erosionaban la credibilidad exterior en la gestión de la política económica española, llevó a la necesidad de devaluar hasta en cuatro ocasiones desde 1992 hasta 1995, ante las presiones que nuestra moneda estaba soportando en los mercados de divisas en un contexto de crisis del S.M.E. Estas devaluaciones condujeron a una depreciación nominal y real de la peseta para iniciar, una vez superada la crisis del S.M.E. a partir de la segunda mitad de los noventa, la senda de la convergencia nominal derivada de los criterios de Maastricht, que culminaría, primero, con la fijación irrevocable de los tipos de cambio y, finalmente, con la desaparición de las monedas nacionales en las primeras semanas del año 2002[4].
En definitiva, España lleva aplicando políticas de rigor presupuestario, control de la inflación y de tipos de cambio fijo desde hace décadas. No olvidemos que durante todo este tiempo el Banco de España lleva recomendando la moderación salarial (y de los beneficios)[5]. Pero si el PIB de una nación es igual a su renta, es decir, la suma de los salarios, los beneficios, las rentas mixtas y los impuestos sobre la producción y las importaciones está claro que pedir moderación en el aumento de las rentas, como hacen los sucesivos gobernadores, no puede implicar otras cosa que deprimir la economía permanentemente.

El siguiente gráfico, muestra el tipo de cambio peseta marco alemán (que lógicamente se fija a partir del momento en que se fijaron irrevocablemente los tipos de cambio en la zona euro. Se aprecian claramente los picos correspondientes a las sucesivas devaluaciones. El empeño de las autoridades por impedir lo inevitable tuvo su impacto en el aumento inexorable del desempleo a lo largo de los años 80 y primeros 90.



Durante un breve interludio, en el que los agentes llegaron a creerse que el euro eliminaba los riesgos-país dentro de Eurolandia, la entrada de capitales del Norte de Europa permitió financiar la burbuja inmobiliaria. Cuando se acabó la fiesta la imposibilidad de ajustar el tipo de cambio forzó todo el brutal peso del ajuste sobre nuestra economía y el factor trabajo.

Las consecuencias de tratar al trabajador como una mercancía.


Los neoliberales ven al trabajo como una mercancía más que debe intercambiarse en el mercado. Si se quiere que haya más demanda de esa mercancía no hay más que rebajar su precio y mejorar su calidad para que resulte más atractiva. Es lo mismo que pasa con los pepinos, los rábanos o los barriles de petróleo. Siempre habrá un precio que iguale oferta y demanda.

El problema es que los trabajadores no son una mercancía sino que son personas y además resulta que son consumidores, inversores y ahorradores. Si seguimos imponiendo la carga de las recuperaciones década tras década, recesión tras recesión, sobre sus espaldas, laminando sus derechos, generando incertidumbre y ansiedad, cercenando sus proyectos vitales, lo único que conseguiremos es lo que tenemos: desaliento del consumo, caída de la natalidad (en un suicidio gradual y colectivo de la clase trabajadora), caída de la inversión e imposibilidad de renovar el tejido empresarial (porque ¿quién va a apostar en un mercado deprimido con una tasa de desempleo insultantemente elevada?)

Y he aquí la inconsistencia de los neoliberales. Todo su empeño en conseguir una fuerza de trabajo flexible y barata solo puede resultar en una caída permanente de la demanda. De tal forma que el empresario, quejoso de los elevados salarios puede, por un lado observar con entusiasmo la caída de sus costes laborales unitarios, para luego lamentarse de una caída en ventas que devorará sus márgenes empresariales. Finalmente el empresario se dará cuenta de que, para mantener su cuota de mercado, tiene que bajar los precios. Por tanto resultará que sus costes unitarios medidos en términos reales (descontado el efecto de las caídas de precios) no se han reducido. En estas condiciones, por mucha reforma estructural que se haga ¿quién es el inversor que se atreve en invertir en empresas tecnológicas para cambiar el modelo productivo?



[1] : Aixalá Pastó, José (2002): "Una historia del tipo de cambio de la peseta (1868-2002)", [en línea] 5campus.com, Economía Aplicada <http://www.5campus.com/leccion/peseta> [y añadir fecha consulta]
[2] Manuel Sanchis i Marco* DE LAS MONEDAS NACIONALES AL SISTEMA MONETARIO EUROPEO: LA APORTACIÓN DE LOS SERVICIOS DE LA COMISIÓN
[3] Ibidem
[4] : Aixalá Pastó, José (2002): "Una historia del tipo de cambio de la peseta (1868-2002)", [en línea] 5campus.com, Economía Aplicada <http://www.5campus.com/leccion/peseta> [y añadir fecha consulta]

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