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miércoles, 13 de abril de 2016

¿Por qué se empeñan en vaciarnos los bolsillos?



Una versión abreviada de este artículo se publicó en el blog de la Fundación Alternativas.

España no ha cumplido el objetivo de déficit en 2015. Esta frase no debería tener ninguna connotación positiva o negativa. El hecho de que un estado tenga un superávit o un déficit es una mera cuestión contable. Es una magnitud que recoge la diferencia entre lo que ha inyectado el estado en el sector privado vía gastos y ha retirado vía impuestos. Los estados incurren en déficit prácticamente todos los ejercicios presupuestarios.



Fíjense en el siguiente gráfico que refleja el saldo de las cuentas públicas en porcentaje del PIB y el crecimiento interanual de esta magnitud macroeconómica para los Estados Unidos de América. Observarán que prácticamente todos los años EEUU ha incurrido en un déficit fiscal. Al lector observador quizás le llame la atención que, cada vez que el gobierno estadounidense ha conseguido un superávit, le acompañó una caída del crecimiento del PIB. No es una coincidencia y explicaré por qué más adelante. Gráficos parecidos podríamos hacer para todos los países.






Ilustración 1. Crecimiento del PIB de los EEUU (línea azul) y déficit o superávit del Gobierno Federal de los EEUU (línea naranja) en porcentaje del PIB. Fuente: Federal Reserve Bank of Saint Louis.



«Pero», dirá el lector, «si un estado mantiene un déficit perpetuo, se acumulará una deuda insostenible llevándolo a la insolvencia.» Esta es una creencia generalizada pero es falsa; se deriva de una analogía falaz con la restricción presupuestaria a la que están sometidos los hogares o las empresas. Un gobierno emisor de moneda no tiene restricciones financieras, o dicho de otro modo, no necesita recaudar impuestos antes de gastar. La explicación reside en que el gobierno es emisor de moneda y puede crearla ex nihilo sin coste alguno. Nunca se te puede acabar algo de lo que eres creador. Por tanto un gobierno puede mantener un déficit permanente sin quebrar ya que siempre podrá pagar su deuda.






Entonces ¿por qué recauda impuestos un gobierno? Los impuestos son un mecanismo fundamental de nuestro sistema monetario porque obligan a los ciudadanos a demandar el dinero que emite el estado. El estado crea dinero al gastar y lo cancela con impuestos para evitar que el poder adquisitivo en manos de los ciudadanos supere la capacidad productiva de la economía. Los impuestos son una herramienta de gestión económica que permiten redistribuir rentas, evitar que se produzca un fenómeno inflacionista o apartar producción real para destinarlo a los fines públicos. Sin embargo el lector debe convencerse de que un gobierno no tiene una restricción presupuestaria. El economista postkeynesiano Abba Lerner decía que «El gobierno debe ajustar sus tasas de gastos e impuestos de tal manera que el gasto total en la economía no sea, ni más ni menos, que el suficiente para mantener la producción al nivel de empleo a precios corrientes. Si esto significa tener déficit, mayor endeudamiento, “impresión de dinero”, etc., entonces estas cosas en sí mismas no son ni buenas ni malas, son simplemente los medios para alcanzar los fines deseados de pleno empleo y estabilidad de precios».

Al conocerse la noticia de la desviación de déficit, políticos de la oposición, economistas y tertulianos han condenado al ministro Montoro por haber mentido sobre el objetivo de déficit, por haber incumplido el compromiso con Bruselas y por haber culpado a las autonomías de la desviación presupuestaria. No dudo de que Montoro merezca ser reprobado por haber prometido algo que no podía cumplir y por la forma en que ha tratado de desviar las culpas. Pero no pretendo tocar este tema ya agotado en los medios. Más bien me interesa analizar por qué preocupa a la oposición el incumplimiento del objetivo de déficit y si debe el nuevo gobierno asumir más recortes para continuar la senda de reducción de déficit.

Vayamos con el primer asunto. ¿Qué motiva el enfado de la oposición? Descartemos cándidamente que sea fruto del oportunismo político. Me sorprende el enojo porque un político de izquierdas debería estar más preocupado por rescatar a la población empobrecida durante la crisis lo cual exigiría una política fiscal expansiva. De hecho, el incumplimiento fue positivo porque, no por casualidad, nuestro PIB en volumen creció el año pasado a una tasa interanual del 3,3%. Quizás habría que estar agradecido, ya sea a las autonomías, como asegura Montoro, ya al propio ministro, por la desviación. Como dice el economista australiano Bill Mitchell, que visita España en mayo para presentar su nuevo libro, La Distopía del Euro, España demuestra cómo funciona la política fiscal anticíclica responsable [1]. Si acaso, quien suscribe habría deseado un déficit aun mayor para asegurar una más rápida salida de la crisis.

Otra posible causa de enojo sería la falta de honorabilidad que supone comprometerse ante las Cortes y nuestros socios comunitarios con un objetivo para luego incumplirlo flagrantemente, movido posiblemente por un cínico cálculo electoral. ¿Sabía Montoro que no iba a cumplir pero prefirió evitar la presión de una Bruselas dogmáticamente obsesionada con el cumplimiento de un objetivo de déficit del 3%? Digo dogma porque ese límite es arbitrario y carece de base científica aunque los políticos del PP dicen compartirlo. Ciertamente sería deseable una mayor transparencia y seriedad por parte de los responsables públicos. Si el objetivo de Montoro era incumplir el déficit, debería haberlo dicho con valentía y honestidad. Éstas son virtudes deseables en un político pero, aun así, no creo que su falta sea causa del enojo opositor.


Parece más plausible que la causa del enfado con el desenlace fiscal de 2015 sea el consiguiente estrechamiento del espacio fiscal en 2016. Resulta que, al encontrarnos de nuevo tan lejos del objetivo de déficit, para cumplir con él el nuevo gobierno —presumiblemente de izquierdas— tendrá que realizar un esfuerzo ingente. Esto restaría recursos para atender las políticas sociales que desearían ejecutar si llegan al gobierno.

Pero ¿no habíamos quedado en que un gobierno no está sometido a restricciones presupuestarias? Sí, pero esa ventaja solo la disfrutan aquellos estados que tienen soberanía monetaria y España renunció a ella al ingresar en el euro. Sin su propia moneda, el estado español no es muy distinto de una provincia, una diputación provincial o una colonia: tiene que conseguir euros primero para poder gastar. Así que, dado que los políticos españoles no parecen partidarios de recuperar la soberanía monetaria, los administradores de nuestro gobierno central tendrán que conseguir el dinero de los bolsillos de los ciudadanos. Alternativamente podrían conseguir el apoyo del BCE para que las emisiones de deuda del estado no se vean sometidas a los caprichos del mercado, pero sabemos que éste está condicionado al cumplimiento de unos objetivos de austeridad lo cual no cambia mucho las cosas.

La economía nacional se puede desagregar por sectores institucionales (empresas, instituciones financieras, hogares, administraciones públicas y resto del mundo) para analizarla en detalle. Contemplen ahora el siguiente gráfico que refleja la capacidad (cifra positiva) o necesidad de financiación (cifra negativa) de cada sector institucional de la economía y comprobarán que es perfectamente simétrico. No es una casualidad; la simetría se deriva del hecho de que el endeudamiento de uno es forzosamente el ahorro de otro. Es decir, si el gobierno pretende reducir su déficit, el sector privado verá cómo merman sus ahorros.



Esta relación explica por qué el nuevo gobierno puede tratar de comprometerse con un objetivo de déficit y sin embargo fracasar en el intento. El problema de la senda de reducción de déficit es que es un objetivo móvil. A veces, cuanto más recortas, más te alejas del objetivo. La razón es que la gente tiene la dichosa manía de acaparar dinero (algunos lo consideran una actividad virtuosa y lo llaman ahorro). Si el estado quiere reducir su déficit tocando el bolsillo de los ciudadanos estos pueden decidir recortar sus gastos para seguir alcanzando sus objetivos de acaparamiento (ahorro); y Menos gasto agregado es igual a menos ingreso agregado, o sea, menos PIB. La consecuencia podría ser de hecho que aumentaran esta magnitud que entra en el denominador del coeficiente de déficit fiscal y también aumentara el numerador alejándose de nuevo el objetivo.

Desde que Keynes y Kalecki lo explicaron, allá por los años 30, sabemos que, en una recesión causada por el colapso del gasto del sector privado, la respuesta es aumentar el gasto y reducir los ingresos del sector público para que el estado ocupe la parte de la demanda evacuada por hogares y empresas. A veces, para recuperar la economía basta con dejar actuar a los llamados estabilizadores automáticos —el gasto aumenta, por ejemplo, las ayudas al desempleo, y la recaudación tributaria cae cuando flojea la actividad económica—. Sin embargo, en una depresión tan profunda que ha dejado un legado de desempleo tan elevado es posible que los estabilizadores automáticos sean insuficientes y, en ese caso, conviene que el estado aumente el gasto de forma discrecional. Paradójicamente un déficit público puede indicar un posicionamiento fiscal contractivo y procíclico, es decir, que actúa profundizando la depresión.


Lo grave del incumplimiento del objetivo es que si el gobierno español se aviene a las exigencias de Bruselas para acercarse al objetivo del 3% tendrá que recortar el déficit público en 20 mil millones de euros (el equivalente al 2% del PIB). Si creemos la previsión de crecimiento más recientemente publicada por el Banco de España, 2,7% para 2016, podemos afirmar que continuar en esa senda de reducción de déficit solo puede resultar en una caída del crecimiento hasta cifras inferiores al 1% deteniéndose abruptamente nuestra recuperación económica.

Comprendo el enojo de los políticos progresistas. Sin embargo son víctimas de su propio compromiso europeísta y de haber asimilado el pensamiento económico neoliberal. Si no quieren ver su gestión asociada a otra etapa de recesión deberían denunciar la dominante narrativa neoliberal, desengancharse de la sabiduría convencional y rebelarse frente a las exigencias de Bruselas. No se trata de negociar una senda de reducción sino de anunciar, con el coraje que le faltó a Montoro, que lo aumentaremos exigiendo el apoyo del Banco Central Europeo para las emisiones de deuda del estado español. La mejor salida a una gran depresión de la escala que vive España puede ser llenar los bolsillos de los ciudadanos con los ingresos generados mediante programas que movilicen los recursos reales actualmente ociosos y que el sector privado renuncia a emplear. Dicho en otras palabras: aumentando el déficit y dejándolo volar hasta conseguir nuestros objetivos de pleno empleo.


[1] Bill Mitchell. Spanish government discretionary fiscal deficit rises and real GDP growth returns. Abril de 2016. http://bilbo.economicoutlook.net/blog/?p=33329 

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