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domingo, 7 de agosto de 2016

Obedezco, pero no cumplo

En plena canícula veraniega del año 2016 la Comisión Europea exigió al Gobierno de España que introdujera un programa de consolidación fiscal por valor de 10 mil millones de euros amenazando con una posible sanción prevista en el componente corrector del más infame documento jamás acordado por los países miembros de la UE, el Pacto de Estabilidad y Crecimiento.

Las redundantes elecciones de junio dejaron un complicado sudoku que ningún “pactómetro” conseguía resolver. Lejos de servir de acicate para que la clase política y los medios de persuasión/estupefacción entendieran que la Unión Monetaria Europea y su rígido ceñidor de normas diseñadas con la mentalidad germánica de un prolífico redactor de normas ISO nos habían hecho naufragar en las costas de la mayor depresión de nuestra historia, las advertencias procedentes de Bruselas solo sirvieron para acentuar las acrimoniosas tandas de reproches entre los caudillos políticos por no haber sido capaces de cumplir con lo que no se habría podido cumplir mientras que los más “sensatos” planteaban la necesidad de pactar un “techo de gasto”, incautos incapaces de entender que tal medida sólo podía dejarnos varados más tiempo en esta playa de desolación. Encerrados en otro epiciclo del pensamiento económico tolemaico sobre las cuentas públicas poco más se podía pedir de estos políticos.


En estas sociedades mediterráneas, avergonzadas de su pasado y acomplejadas respecto al Norte de Europa, porque disfrutó de mayores éxitos económicos desde el siglo XIX -obviemos que también arrastró al mundo a dos espantosas guerras mundiales-, nuestras solícitas élites solo quieren aplacar al ignorante poder político instalado en Bruselas, rancio predicador del pensamiento neoclásico, vocero de su hegemón germánico y cliente del gran capital. Si nuestros "próceres" hubiesen leído a Abba Lerner, Randall Wray o Warren Mosler habrían entendido la potente herramienta fiscal con la que contamos para salir de la ciénaga económica en la que nos enfangó el euro. También, si hubiesen conocido algo de su propia historia, ésa que desdeñan por considerarla mate y opaca ante el fulgor septentrional, habrían descubierto que en la tradición jurídica española existía el llamado “pase foral” en el País Vasco y Navarra o la fórmula “Obedezco pero no cumplo” empleada por los funcionarios locales en América Latina cuando se negaban a cumplir una orden emitida por la monarquía española que consideraban contraria a sus fueros o cuya aplicación causaría males mayores. En 2016 la clase política española demostró su mezquindad y minusvalía ante esa corporación odiosa, tecnocrática sí, pero ignorante y dogmática, al dejar pasar la oportunidad de decirle a Bruselas «pagamos la multa y seguimos incumpliendo el —mal llamado— objetivo de déficit porque reconocemos la utilidad de esa herramienta macroeconómica en la situación actual. Ya que nuestro objetivo es la felicidad de los españoles y acabar con el desempleo; obedezco pero no cumplo». Pero Cánovas/Rajoy y Sagasta/Sánchez no gobernaban para nosotros; ya solo eran el capitán general de una provincia y el aspirante a sucederlo en el cargo. No eran ni siquiera virreyes.

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