Artículo publicado originalmente en la sección Luces Rojas de InfoLibre.
El trabajo es toda actividad productiva que realiza el ser humano. Trabajan el médico cuando trata a sus pacientes, el maestro cuando imparte sus clases, o el obrero que coloca ladrillos con maestría. Lo hacen también la madre que cuida de sus hijos o la mujer que desempeña labores de voluntariado en una ONG. La diferencia entre los primeros y los segundos es que a cambio aquéllos perciben una retribución dineraria, es decir, poder adquisitivo que da derecho a participar en el reparto de los bienes y servicios producidos en la economía de mercado que se encuentran a la venta solo a cambio de dinero creado por el gobierno o los bancos. Se desarrollan sin embargo numerosas tareas excluidas del ámbito del mercado, asignadas por cierto con mayor frecuencia a las mujeres en las sociedades patriarcales.
El trabajo es toda actividad productiva que realiza el ser humano. Trabajan el médico cuando trata a sus pacientes, el maestro cuando imparte sus clases, o el obrero que coloca ladrillos con maestría. Lo hacen también la madre que cuida de sus hijos o la mujer que desempeña labores de voluntariado en una ONG. La diferencia entre los primeros y los segundos es que a cambio aquéllos perciben una retribución dineraria, es decir, poder adquisitivo que da derecho a participar en el reparto de los bienes y servicios producidos en la economía de mercado que se encuentran a la venta solo a cambio de dinero creado por el gobierno o los bancos. Se desarrollan sin embargo numerosas tareas excluidas del ámbito del mercado, asignadas por cierto con mayor frecuencia a las mujeres en las sociedades patriarcales.
Un trabajador vende
sus servicios al mercado porque quiere conseguir dinero a cambio. El empleo es
siempre un fenómeno monetario. Por eso podemos definir el desempleo
involuntario como mano de obra ofrecida al mercado a cambio de moneda del
estado que no encuentra comprador. Este empleo puede ser comprado por el sector
privado o por el estado. Si existe desempleo involuntario es porque ni el
sector privado ni tampoco el gobierno quieren aumentar sus gastos para ocupar
esos recursos ociosos.
Para entender
esto describamos un escenario. Supongamos que partimos de un período en el que
existe plena ocupación. En esta situación, de equilibrio inicial, supongamos
que nadie ahorra, es decir todo el mundo gasta su renta íntegramente y por
tanto todo lo que se produce se vende. El gasto de todos es igual a las rentas —salarios, beneficios, impuestos, alquileres, intereses, etc.— de todos y por
fuerza es igual también a toda la producción de la economía. Esta identidad se mantiene siempre a nivel macroeconómico:
Si por la razón que sea (porque los hogares y las empresas decidan que quieren reducir su deuda, porque haya una situación de incertidumbre o porque los extranjeros decidan no comprar nuestros productos) en un período posterior cambia el comportamiento del sector no gubernamental —en el que incluimos a hogares, empresas y al sector exterior— y éste prefiere ahorrar una parte de su renta entonces una parte equivalente de la oferta de bienes y servicios se quedará sin vender. En ese caso las empresas tendrán que reducir su oferta y es probable que despidan a algunos de sus empleados.
INGRESO=GASTO=PRODUCCIÓN
Si por la razón que sea (porque los hogares y las empresas decidan que quieren reducir su deuda, porque haya una situación de incertidumbre o porque los extranjeros decidan no comprar nuestros productos) en un período posterior cambia el comportamiento del sector no gubernamental —en el que incluimos a hogares, empresas y al sector exterior— y éste prefiere ahorrar una parte de su renta entonces una parte equivalente de la oferta de bienes y servicios se quedará sin vender. En ese caso las empresas tendrán que reducir su oferta y es probable que despidan a algunos de sus empleados.
El trabajo no es un rábano
Nadie puede
obligar al sector privado a consumir más de lo que quiere o a ahorrar menos. ¿Qué
puede hacer un gobierno cuando aumenta el desempleo? Desde la escuela
neoclásica nos dicen que la respuesta es bajar el coste de los salarios ya que
el trabajo sería como cualquier otra mercancía. Si por ejemplo cae la demanda
de rábanos en el mercado los productores podrían darles salida tirando los
precios. Decimos entonces que la curva de demanda de los rábanos tiene una
forma descendente hacia la derecha en el eje de ordenadas: a menor precio mayor
cantidad vendida y viceversa. Si creemos que el trabajo es como los rábanos
entonces la prescripción para acabar con el desempleo es sencilla: bajar los
salarios. Sin embargo, el mercado de trabajo remunerado no es como el de los
rábanos. Para la mayoría de las personas los salarios son su principal fuente
de ingresos. Bájense los salarios y observaremos una caída en el consumo de los
consumidores y en las ventas de las empresas provocando nuevas caídas de empleo.
El economista Esteban Cruz y este autor ya explicamos en un artículo anterior
la paradoja de los costes. Los ahorros
en costes salariales pueden ir acompañados de menores ventas que deterioran la
tasa de beneficios de los empresarios y por tanto desaniman el empleo (Cruz & Medina Miltimore, 2016) .
Las recetas
prescritas por el dogma vigente fueron acompañadas en 2010 por un giro incomprensible hacia la
austeridad. Desafiando toda la evidencia en contra de la utilidad de fijar unos
objetivos de déficit, los dirigentes europeos llegaron a asumir una
superstición aberrante, la ‘austeridad
expansiva’ que es a la ciencia económica algo así como el hielo ardiente,
la sosa cáustica potable o el plomo ligero. Esta doctrina oximorónica afirmaba
que un recorte de los gastos públicos liberaría recursos para que el sector
privado los empleara de forma más productiva acelerando la recuperación. Esta
hipótesis fue introducida por Francesco Giavazzi y Marco Pagano en 1990 en un
trabajo que presentaba las reestructuraciones fiscales de Dinamarca e Irlanda
en los años 80 como ejemplo (Giavazzi & Pagano, 1990) . Los autores, que
observaron cómo recortes en el gasto público coincidieron en el tiempo con una
recuperación de esas economías, olvidaron tener en cuenta que esos países,
relativamente pequeños, consiguieron salir de sus crisis económicas gracias a
la expansión de sus exportaciones a otros países europeos que sí aplicaron
políticas fiscales expansivas.
La hipótesis fue vendida a los responsables de la UE por Alberto Alesina en
un discurso ante la reunión del ECOFIN que tuvo lugar en Madrid en 2010 en
Madrid. En esta intervención aseguraba que los «ajustes fiscales, aunque sean grandes, que reducen
los déficit presupuestarios, pueden conseguir una reducción relativamente
rápida de los coeficientes de deuda sobre el PIB sin causar recesiones». Añadió que « (…) una política fiscal anticíclica basada en
incrementos de gasto durante recesiones y aumentos de impuestos para corregir
los déficits durante una expansión es probable que sea contraproducente además
de implicar un avance inadvertido del tamaño del gobierno cuando éste ya está
en torno al 50% del PIB en algunos países europeos. (…) [L]as distorsiones
políticas (…) retrasan la reducción de los déficit además de las inevitables ‘demoras
de larga duración y variables’ asociadas con la política fiscal en una
democracia, que incluso en el caso de las expansiones fiscales hacen que esta
herramienta sea torpe para la gestión del ciclo de los negocios» (Alesina, 2010) .
A esta perversión doctrinal se añadió el diseño contraproducente de una
unión monetaria uno de cuyos puntales, el Pacto de Estabilidad y Crecimiento
(PEC), imponía un límite al déficit público del 3% sobre el PIB. Este límite podría
ser efectivamente excesivo en una situación en la que la economía crece a buen
ritmo y empiezan a producirse tensiones inflacionistas. Sin embargo en una
situación de recesión lo conveniente puede ser que el déficit público alcance
un valor superior a ese guarismo. Forzar una economía a entrar en una senda de
reducción de déficit puede ser contraproducente no solo porque dificulte la salida
de una situación económica desfavorable profundizando el desempleo sino también
porque puede convertir el “objetivo” en uno móvil. Si la política fiscal
prudente y razonable fuera aumentar el déficit pero un gobierno decide
someterse a los dictados del PEC lo que sucederá casi con total seguridad es
que no consiga sus objetivos. El efecto recesivo de tales políticas podría
profundizar la caída en la recaudación o provocar caídas en el Producto
Interior Bruto (PIB), el denominador de este coeficiente de deuda que nos
imponen los Tratados de la Unión Europea, convirtiéndolo en un objetivo móvil que, cuanto más se
esfuerza el gobierno en conseguir, más se aleja. Un objetivo de déficit sobre
el PIB resulta extremadamente ambiguo e impreciso. De hecho el dato del
cociente entre déficit y PIB ni siquiera nos da mucha información acerca del
posicionamiento presupuestario del gobierno. Según las circunstancias, un
aumento de este coeficiente puede reflejar una política consciente del gobierno
por estimular la economía, la entrada en funcionamiento de los estabilizadores
automáticos durante una recesión o incluso un posicionamiento fiscal
contractivo.
Las finanzas funcionales dictan la fiscalidad
responsable
Un gobierno
responsable debe encargarse de que las personas que hayan perdido su puesto de
trabajo vuelvan a encontrarlo. Depende del estado movilizar esos recursos
ociosos gracias a su capacidad fiscal. Para comprender este protagonismo del
estado hay que entender antes cuál es la función de la fiscalidad. Al imponer
tributos a la población el estado pretende encauzar recursos reales hacia los
fines públicos. La forma en que opera este mecanismo es que el estado genera
demanda por su moneda al imponer un tributo que los ciudadanos solo pueden pagar
con ella. Para conseguir esa moneda hogares y empresas ofrecen sus servicios al
estado. Naturalmente esta oferta incluye la oferta de empleo. De esta forma el
sector privado obtiene la moneda con la que puede saldar su deuda con el
estado.
El sector
privado tiene unos objetivos de consumo y ahorro que no necesariamente serán
compatibles con comprar toda la oferta disponible de bienes y servicios a la
venta. Pero el estado siempre puede comprar la diferencia. Si el estado impone
tributos demasiado elevados o no gasta lo suficiente dejará en manos del sector
privado una cantidad de dinero insuficiente para saciar sus necesidades de
consumo y sus objetivos de ahorro. En estas circunstancias surgirá el desempleo
involuntario. Hay personas que quieren dinero del estado y no lo encuentran. Existe
pues una demanda por el dinero del estado que no se ha satisfecho y por tanto
los agentes económicos no mantendrán un nivel de gasto agregado que adquiera
todo lo que está a la venta en la economía. Si existe producción que se queda
sin vender el desempleo aumentará. Esa oferta total de bienes y servicios por
supuesto incluye la oferta de mano de obra.
Los impuestos
son el mecanismo que utiliza el estado para canalizar recursos reales hacia los
fines públicos. Si el gasto es insuficiente o los impuestos son demasiado altos
la manifestación será el desempleo. Como decía Warren Mosler “¿Qué sentido tiene que el estado no
contrate a todos los trabajadores que ha dejado desempleados?”. En una
situación de desempleo elevado la única respuesta sensata es que o bien el
estado baje los impuestos para dejar mayor poder de compra en poder del sector
no gubernamental y aumente su gasto o bien aumente el gasto público para
comprar la producción que el sector privado no quiere adquirir. Las políticas
tradicionales ponen mayor poder de compra en manos del sector privado confiando
en que éste lo destine a crear empleo. Este mecanismo indirecto en el que la
política fiscal trata de “cebar la bomba”
de la demanda normalmente resulta decepcionante. La forma más directa, eficiente
y económica de crear empleo es que el estado contrate a todos aquellos que
quieren trabajar y no encuentran empleo en el sector privado mediante un
programa de empleo garantizado. Este programa permitiría atender muchos de los
múltiples problemas sociales que el estado ahora no atiende de forma adecuada.
El desempleo es la prueba de que el déficit fiscal es insuficiente. Es hora de
que el estado asuma su responsabilidad en el problema del empleo y aumente el
déficit.
Referencias
Alesina, A.
(2010). Fiscal adjustments: lessons from recent history. Abril 2010. Discurso ante la
reunión del Ecofin de Madrid el 15 de abril de 2010.
Cruz, E., & Medina
Miltimore, S. (2016, 02 01). Daños irreversibles: el FMI descubre la
paradoja de los costes. Retrieved from Luces Rojas. Info Libre.:
http://www.infolibre.es/noticias/luces_rojas/2016/02/01/danos_irreversibles_fmi_descubre_paradoja_los_costes_44074_1121.html
Giavazzi, F.,
& Pagano, M. (1990). Can Severe Fiscal Contractions Be Expansionary?
Tales of Two Small European Countries. NBER Macroeconomics Annual 5,
75–111.
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