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viernes, 18 de agosto de 2017

La bomba del desempleo


El vendaval de destrucción de empleo iniciado en 2008 ha agudizado los niveles de pobreza y desigualdad en la distribución de las rentas y de la riqueza. La gran depresión de la segunda década de este siglo fue la tormenta perfecta. La borrasca venía gestándose en el mundo occidental desde el inicio de la era neoliberal iniciada en 1973 pero cuando alcanzó a la periferia meridional europea, –con economías que habían entregado su soberanía monetaria y habían erigido su prosperidad sobre los débiles fundamentos de la burbuja especulativa, bajísimos niveles de protección social y empleo público y una crónica falta de inversión en tejido productivo real– la destrucción alcanzó proporciones épicas. Probablemente no haya hogar de clase media o trabajadora que no haya sido afectado por esta devastación. El problema del desempleo es gravísimo en la periferia de la zona euro y coloca a estos países en el mismo rango que algunos estados fallidos de África o que acaban de padecer un conflicto bélico.


Ilustración 1. Países con mayores tasas de desempleo

En el caso de España el problema se arrastra desde hace décadas. La última vez que este país disfrutó de pleno empleo fue durante el franquismo (con todas las cautelas que conviene añadir en un país en el que las mujeres tenían poco acceso al mercado de trabajo retribuido). El régimen del 78 demostró que no era necesaria la represión dictatorial para someter a los trabajadores; bastaba proferir la amenaza cierta de que perderían su empleo si osaban ser reivindicativos. Pero la perpetuación de la lacra ha acabado siendo aceptada como una especie de estado natural de las cosas. La población española ya no reconoce las verdaderas causas y es incapaz de exigir una solución a los verdaderos responsables: el Gobierno de España y los intereses de sus elites. Pocas fuerzas de trabajo existen más disciplinadas y más sometidas a lo que George Orwell llamaba el «terror acechante del desempleo» existen en Europa.




Ilustración 2. Serie histórica de la tasa de desempleo

El problema del desempleo español ha sido reducido a la categoría de lacra “estructural”. En la jerga de los técnicos de los organismos multilaterales y los economistas de la escuela dominante estructural es una palabra polisémica que se utiliza como justificación de todo tipo de desmanes. Estructural puede significar que hay “rigideces” en un mercado de trabajo que se equipara al de los rábanos. Si hay exceso de rábanos en el mercado, bájese su precio y se venderán más rábanos hasta vaciar el mercado. Si hay exceso de desempleados es porque los sindicatos y los reglamentos impiden bajar los salarios. Destrúyanse los sindicatos, desmóntese el estatuto de los trabajadores, hágase un decreto de la estiba, bájense los salarios y el desempleo caerá; sin advertir que el mercado de trabajo es también un centro de reparto de rentas y que socavar los salarios simplemente arregla el problema de un empresario pero agrava el de todos. Estructural también puede significar que hay poca competencia y que es necesario liberalizar un sector para destruir todo el tejido de PYMES y sustituirlas por oligopolios que optimizan sus costes destruyendo cuanto empleo sea posible. Otrosí, estructural, es un problema de ineficiencia del sector público que se resuelve vendiendo todas las empresas públicas y hasta las joyas de la corona a los amiguetes.

El problema del desempleo español es el resultado de cuatro décadas de políticas erradas y del alineamiento de las élites políticas y económicas con el pensamiento neoliberal cuyo eje central es el ataque al factor trabajo. Es probable que España sea el país donde el neoliberalismo se haya aplicado de forma más implacable gracias a su legitimación por asociación al proyecto europeo. En términos orteguianos «España es el problema (estructural), Europa es la solución (neoliberal)». El elevado desempleo es el mayor éxito del neoliberalismo español. Varios factores acudieron en ayuda del proyecto de laminación de la clase trabajadora. La coincidencia de la incorporación al mercado de trabajo de las cohortes nacidas en el baby boom, el proceso de desindustrialización impuesto por la incorporación a la CEE y el abandono de las políticas industriales a beneficio de los chaebol Corea del Sur y del mittlestand germánico, el empeño en aplicar una política económica monetarista que desalentaba la inversión, la represión de la demanda como herramienta para luchar contra la inflación importada en lo barriles de petróleo, la crónica insuficiencia del empleo y gasto públicos. ¿Recuerdan cuando Felipe González ganó las elecciones prometiendo la creación de 700.000 puestos de trabajo? Nunca lo consiguió porque inocentemente pensaba que eso lo haría el sector privado con algunos incentivos estatales. (Posteriormente los líderes del PSOE perdieron su virginidad estructural y se convirtieron en grandes desreguladores, siguiendo una larga tradición de dirigentes europeizantes, como los Habsburgo que nos limpiaron de toda traza arabizante o los Borbones que querían desembozarnos).

El problema es ya antiguo pero lo que diferencia la crisis actual de las anteriores es que, esta vez, ha afectado a las clases medias; sobre todo a sus cachorros ahora reclutados para el precariado.

Fueron las contradicciones del capitalismo las que generan el problema de represión salarial y desempleo que a la vez deprime las ventas. La solución obvia, probada y eficaz de la intervención pública mediante el gasto deficitario causa sarpullidos en Bruselas y las élites patrias. Hacía falta una solución que aumentase la demanda sin pagar mayores costes salariales. Quien no cree en la medicina científica recurre a las flores de Bach para curar el cáncer. Durante un tiempo los préstamos hipotecarios sirvieron pero también dejaron un legado tóxico cuyos platos rotos aun andan recogiendo en las oficinas bancarias del Banco Popular. Hay que encontrar otra solución.

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