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sábado, 4 de abril de 2020

La teoría moderna de la moneda en tiempos de pandemia

Nuestros oponentes suelen caricaturizar la Teoría Moderna de la Moneda con la imagen de que queremos imprimir billetes y reproches de que causaríamos una hiperinflación. Es un tropo cansino que delata una pobre comprensión tanto de la TMM como de los fenómenos de hiperinflación.
Se suelen acompañar estas críticas infantiles con referencias inevitables a Venezuela, Weimar, Zimbabue o cualquier otra economía disfuncional con tejidos productivos destrozados y políticas de anclaje de la moneda a la divisa de potencias extranjeras y emisiones de deuda en dólares u otra divisa de reserva internacional que estos países no emiten.

La TMM no tiene nada que ver con eso. Nuestra preocupación no es imprimir billetes sino ilustrar la capacidad que tiene el monopolista de la divisa para gestionar una situación de crisis, capacidad intencionadamente capada por el neoliberalismo.

Curiosamente ahora es cuando es más necesaria una comprensión de la TMM porque observamos en nuestras economías fenómenos que podrían desencadenar un fenómeno inflacionista. Siempre hemos dicho que en la raíz de todo fenómeno hiperinflación hay un colapso previo de la producción. Pues bien, este momento es ahora. Por culpa del COVID-19 la producción está detenida o reducida en muchos países. En este momento una cuarta parte de los trabajadores españoles está en su casa sin producir. Según la estadística que publicó anteayer el INE, había 832.000 trabajadores menos, más de 300.000 nuevos demandantes de empleo (cifra promedio de marzo que no refleja el impacto pleno del descalabro de la segunda mitad del mes). Se habían reconocido 600.000 bajas temporales o reducciones de jornada y por lo visto hay unas 2 millones de bajas solicitadas en ERTE que aun no han sido tramitadas. En un ejercicio de simulación reciente utilizando tablas input-outpu (que explicaré en otro post) he previsto una caída de la producción para este trimestre superior al 35%.

Salvando algunas tensiones en algunos productos básicos, material sanitario y servicios funerarios, hasta ahora no se han observado grandes tensiones inflacionistas. Además el precio del petróleo se ha hundido recientemente por un exceso de oferta y la caída de la demanda en muchos mercados.
El hecho de que los hogares no puedan gastar más que en lo básico -la gente está encerrada en sus casas y muchos comercios han echado la persiana- y que las rentas de muchos se hayan hundido explica que no se observen tensiones inflacionistas. Además la capacidad de negociar subidas salariales de los trabajadores es mínima.

Sin embargo, hay muchas presiones para que se den rentas mínimas a las víctimas de la pandemia. Esto, durante el período que dure el confinamiento es de justicia. Pero, si se continuaran pagando después del estado de alarma podría ser un factor inflacionista.

Desde la TMM hemos explicado que el valor de la moneda queda determinado por aquello que tienes que sacrificar para conseguir una unidad monetaria adicional. (Obviamente para Florentino Pérez y otras personas cercanas al poder ese sacrifico es bajo mientras que para un mendigo ese valor empieza a aproximarse al infinito. Pero éste es otro debate sobre la igualdad que ahora no quiero abordar). Una renta mínima inyecta dinero en la economía pero, a cambio, el perceptor no entrega ningún servicio o producto. Por eso tiene el potencial de ser inflacionista. Si no tienes que entregar nada a cambio de conseguir una unidad monetaria su valor empieza a aproximarse a 0.

Obviamente, mientras el número de perceptores sea una fracción de la población y haya un excedente de producción importante no hay por qué preocuparse. El sistema de pensiones públicas para personas jubiladas o incapacitadas que no pueden o no deben trabajar es un buen ejemplo. En este caso la entrega de una renta es un sistema de redistribución de un excedente productivo que no es inflacionista porque existe suficiente producción y el número de perceptores no detrae de la fuerza de trabajo disponible. De hecho, nuestra economía es tan productiva que apencas se ha notado que una cuarta parte de la fuerza de trabajo esté encerrada en su casa sin producir lo cual demuestra que una gran parte de las tareas a las que nos obliga el sistema capitalista de plan central son prescindibles. (Cuando pase la pandemia tendríamos que repensar el tiempo que dedicamos al trabajo).

Pero si salímos de ésta situación con 2 ó 3 millones de parados percibiendo una renta mínima y no conseguimos que la economía arranque y se ponga a producir entonces sí que podríamos tener un problema.

Desde la TMM llevamos pidiendo un plan potente de recuperación de nuestra economía desde hace dos semanas. Hemos pedido planes de empleo garantizado por ejemplo para dar cobertura al sistema sanitario: fabricar mascarillas, respiradores, etc. Mejor que importar ese material, ya que tenemos capacidad productiva ociosa, con inversiones públicas directas si fuere necesario. Si ahora hay tensiones inflacionistas es en determinados sectores como el sector sanitario o el funerario. Hoy leía que las temporeras marroquíes no podían llegar a los campos de fresa de Huelva lo cual podría encarecer ese producto temporalmente. Son shocks de oferta y demanda de corta duración que no entrarían en la definición de inflación (una depreciación constante en el tiempo del valor de la moneda). Pero sí se pueden atender estos cuellos de botella con iniciativas desde el Estado sin excluir una participación del sector privado pero con un claro liderazgo público.

Para después de la pandemia hemos planteado la necesidad de un programa de compras e inversión pública ( no avales y mandangas similares) para generar una demanda que reactive la economía con rapidez. La crisis ha revelado carencias graves en la capacidad de nuestro sistema sanitario. Tenemos que ampliar su capacidad para que esté bien dimensionado para cualquier urgencia sanitaria del futuro. La crisis del COVID-19 ha revelado que un sistema de salud pública debe contar con sistemas redundantes del mismo modo que los ingenieros saben que un avión debe tenerlos para que sea seguro. Incluso habría que plantear la necesidad de nacionalizar algún sector estratégico que no sea viable financieramente tras esta crisis.

Venimos reclamando una política industrial desde hace una década para que la economía española dependa menos de sectores estacionales, creadores de empleo temporal y muy cíclicos ( turismo, construcción, economía de contenedores). España optó por un camino equivocado en los años 80: entrar en la Comunidad Económica Europea aceptando el desmantelamiento de su industria a cambio de dádivas de los europeos del Norte que así se apropiaban de las cuotas de mercado de nuestro sector empresarial. He explicado en otros posts (aquí por ejemplo) que Corea del Sur, un país de tamaño similar al nuestro, optó por un modelo basado en políticas industriales mucho más exitoso.


El peor escenario es una economía parada, empresas que no contratan ni producen y personas desempleadas cobrando una renta mínima gastando en productos que nadie fabrica. Creo que es un escenario improbable y que no habrá hiperinflación porque el tejido productivo seguirá intacto y las personas también. Es cuestión de poner en marcha ese aparato productivo. Un fenómeno de hiperinflación es más probable tras un conflicto bélico. Pero no descartaría alguna tensión inflacionista.

Ahora bien, el miedo a la inflación no debe utilizarse como excusa para dejar tirada a la gente.
Lo que exigimos es que se asegure una renta incondicional durante la pandemia para que nadie se quede tirado ahora. Y un buen plan para poner en marcha la economía sabiendo que el turismo saldrá muy tocado.


Para después de la pandemia hemos pedido un plan de trabajo garantizado. ¿Para qué? Para que la economía se ponga a producir rápidamente servicios que puedan ser útiles para la sociedad y la gente tenga una renta para gastar. Y para tener un potente instrumento anticíclico en el futuro. El trabajo garantizado sería un puente a una actividad en el sector privado cuando éste se ponga en marcha otra vez. Se podrían priorizar servicios cuyo funcionamiento quedó interrumpido por el COVID19 y tengan dificultades para regresar a la normalidad.
 
A largo plazo nos gustaría que el Gobierno desarrollara un plan quinquenal para superar la dependencia patológica de un sector tan frágil como el turismo y mejorar la robustez de nuestra economía; con inversiones públicas, si fuere menester.

Espero haberos convencido que la máquina de imprimir billetes y el helicóptero monetario no son las propuestas de la TMM sino la preocupación por la economía productiva real. Los que decís que la TMM es imprimir billetes estáis equivocados. La TMM aporta una óptica para analizar fenómenos como la crisis actual, identificar dónde están los problemas y saber dónde poner las prioridades.

Esto es la antítesis del pensamiento económico convencional -neokeynesianos, neoclásicos de diverso pelaje y austríacos- que está desbordado y superado desde la crisis de 2008 y ahora está cortocircuitado. Había desechado la política fiscal y confiaba sólo en la política monetaria. Era un martillo para el cual todo era clavo. Su única propuesta era llevar los tipos de interés o incluso hacerlos negativos y, cuando se metieron en su trampa de liquidez, empezar a comprar activos desde el banco central. De seguir así acabarán comprando toda la deuda pública y nacionalizando todas las grandes empresas, un escenario que no me molesta demasiado pero parece una forma de proceder bastante disfuncionla que demuestra la indutilidad de esos paradigmas.

La TMM, en contraste, pone el énfasis en la política fiscal. La diferencia entre la TMM y el mainstream está muy clara. Para el mainstream la principal recomendación política es que el Estado esté secuestrado por una mañana de normas institucionales autoimpuestas (la regla de gasto, los límtes de deuda y déficit, los bancos centrales independientes, las agencias independientes de responsabilidad fiscal y otras semejantes) para que gaste menos de lo necesario cuando les va bien; un chorreo de dinero cuando les va mal (por ejemplo para rescatar bancos). Desde la TMM proponemos otras políticas: pensamos en qué necesitamos hacer, analizamos qué recursos reales existen disponibles existen y, luego, gastamos lo que sea necesario para conseguirlo.

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