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sábado, 27 de septiembre de 2014

El vértigo que podíamos habernos evitado si no nos hubiésemos dejado llevar al abismo.

Acabo de leer el libro de José Luis Rodríguez Zapatero, El Dilema. 600 Días de Vértigo. Siempre es interesante la perspectiva de alguien que vivió la historia en primera persona. Pero no quiero hablar de su libro sino de una serie de comentarios que aparecen en lugares separados pero que reunidos adquieren un significado interesante, El primer párrafo que llamó mi atención fue aquél que narra como en una de las cumbres europeas convocadas para discutir la crisis griega

 «el texto se fraguaba en reuniones reducidas, en las que estaban habitualmente representadas Alemania, Grecia, Francia, la Comisión Europea, el Presidente del Consejo y, en algunos casos, el presidente del BCE. El grueso de los gobiernos esperábamos pacientemente los resultados de este singular método de trabajo, que era el habitual (…) antes de las reuniones formales del Consejo (…).” 

En Europa las grandes decisiones se cuecen en un reducido círculo de poder, un consejo dentro del Consejo con Alemania como primus inter pares. Este peculiar proceso de toma de decisiones quizás explique otro párrafo de ZP:


El punto 14 (de las conclusiones del Consejo europeo  de junio de 2011), al plantear la necesidad de un nuevo programa, era en realidad el reconocimiento del fracaso del programa de  ayuda de mayo de 1010. Pero nótese que este reconocimiento aparece en el texto después de exigirse en él a las autoridades nacionales que siguiesen profundizando en los ajustes: «El Consejo Europeo pide a las autoridades nacionales que continúen ejecutando con firmeza los necesarios esfuerzos de ajuste con el fin de colocar al país en una senda sostenible». Ésta era la lógica del proceso de ayuda: exigir más y más severos ajustes sin reparar apenas en la situación social del país y aun a sabiendas de que al cabo de pocas semanas Grecia no podría afrontar los compromisos de pago. 
Al igual que hicieron otros primeros ministros, combatí el nivel de exigencias a Grecia para disponer de la ayuda y reclamé en aquel Consejo, como hice en otras cumbres, una intervención más decidida del BCE y la puesta en marcha de los eurobonos.

Por lo visto de forma infructuosa pues del anteriormente citado párrafo se desprende que en realidad en Europa mandan otros. Porque además parece que en Bruselas impera una determinada ideología:

Quizá sea una impresión equivocada, pero casi siempre tuve la percepción de que los informes o pronósticos sobre la evolución de la sostenibilidad de los Tesoros con problemas por parte de los cualificados técnicos de los organismos referidos (el BCE, la Comisión  el FMI) eran bastante pesimistas. El color de sus opiniones no era neutral ni inocuo. Los altos funcionarios de estos centros de gran influencia hablan entre ellos y, a su vez, hablan con los periodistas económicos de los principales medios de comunicación. Es normal que así sea, los periodistas hacen su labor y buscan en todos los recovecos de los despachos oficiales impresiones, pronósticos, riesgos, alarmas. Pero ¿no cabe exigir a estos altos funcionarios que, además de buenos profesionales sean capaces de blindar sus impresiones?

Y a uno le podría dar ternura la ingenuidad del personaje si no fuera porque tuvo en sus manos haber asumido su responsabilidad y haberse enfrentado con mayor decisión al destino que marcaba Bruselas. En el epílogo de su obra ZP exime de responsabilidades a los que impulsaron el Tratado de Maastricht:


Pero debo dejar claro que considero injusto cualquier intento de responsabilizar de los males actuales a quienes concibieron y aprobaron el Tratado de Maastricht. Sería injusto, primero porque, a pesar de los «defectos de fabricación» de la moneda común, el euro es un proyecto que, sin duda, merece la pena. El Euro es Europa y Europa es más importante que cualquier crisis económica, por dura que ésta sea. Y, segundo, porque es políticamente indecoroso que los gobernantes miren hacia atrás en un tiempo de dificultades graves.

En definitiva aquí ZP nos da la clave de su pensamiento: el proyecto europeo es tan importante que todo lo demás está a su servicio. No está el Euro al servicio de los europeos; somos los europeos los sacrificados en el altar del magno designio.

Pero Zapatero parece incapaz de extraer las conclusiones que se derivan de su análisis. Es irónico que él mismo recurra a Michael Pettis para explicar que el desequilibrio europeo se debió también al exceso de ahorro alemán. Es un sarcasmo porque en un reciente artículo el mismo Pettis advierte de los riesgos para España de permanecer en el euro y plantea el escenario de una salida. El mismo Zapatero acaba reconociendo que permanecer en el euro nos puso a los pies de los caballos.
Sin embargo, ya sabemos cómo fue de vacilante e insuficiente la respuesta ... europea. Lejos de contribuir a aliviar los efectos y duración de la crisis. nos situó ante el riesgo del mal mayor, el peor de los males, el del rescate.
 Algo ha fallado en el modelo del euro. Algo muy serio. El euro impulsó su prosperidad y su crecimiento, pero sin bases sólidas.
Pero la UE y el euro son proyectos irrenunciables, y más aún en la era de la globalización.
Yo me pregunto qué habría pasado si, en lugar de aceptar el chantaje de Tritchet en 2011, Zapatero hubiese tenido la osadía de romper la baraja y sacar a España del euro. Yo creo que tras la inevitable crisis financiera la economía española hoy estaría creciendo a buen ritmo. Lo dicho: Vd., amigo lector, y yo somos víctimas necesarias y colaterales del proyecto irrenunciable y superior en cuyo gobierno no podemos influir: el euro.


Párrafos extraídos del libro de José Luis Rodríguez Zapatero, El Dilema. 600 Días de Vértigo. Editorial Planeta 2013.

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