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domingo, 12 de octubre de 2014

Repensando la relación con Europa.

En su libro El Dilema. 600 días de vértigo el presidente José Luis Rodríguez Zapatero narra como en una de las cumbres europeas convocadas para discutir la crisis griega, «el texto se fraguaba en reuniones reducidas, en las que estaban habitualmente representadas Alemania, Grecia, Francia, la Comisión Europea, el Presidente del Consejo y, en algunos casos, el presidente del BCE. El grueso de los gobiernos esperábamos pacientemente los resultados de este singular método de trabajo, que era el habitual (…) antes de las reuniones formales del Consejo (…).»

Sorprende que Zapatero no pudiera extraer más conclusiones de esta experiencia. ¿Por qué un gobernante español que descubre sorprendido que su poder en Europa es escaso se resigna a ello? Siempre que se habla del eje franco-alemán como motor de Europa da la impresión de que muchos comentaristas ven en él un virtuoso duunvirato capaz de tomar desinteresadamente las mejores decisiones por el bien común de nuestra cada vez más perfecta unión. Pero al contemplar el marasmo económico en el que está sumida la Europa actual uno empieza a preguntarse si la gobernanza económica de la Zona Euro no habría sido más acertada si los demás dirigentes nacionales hubiesen mostrado más coraje en la defensa de sus intereses. En El Príncipe Nicolás Maquiavelo lanza la siguiente admonición: «aquellos príncipes nuestros que, después de haber ocupado algunos Estados por muchos años los perdieron, acusen de ello a su cobardía y no a la fortuna».

Siempre se puede encontrar en Maquiavelo una cita feliz para comentar cuestiones políticas. Antonio Estella, Catedrático Jean Monnet “ad personam” de Gobernanza Económica Global y Europea de la Universidad Carlos III,  recurre al pensador florentino iniciando su nuevo libro España y Europa hacia una nueva relación  con un bello recordatorio al primero que trató la política como una ciencia despojándola de prejuicios morales.

Estella nos invita en su ensayo a indagar precisamente sobre los problemas de gobernanza de Europa y de la zona euro que encerraron a Zapatero en su “dilema” desde un prisma más “maquiavélico”. Las élites españolas  han visto nuestro ingreso en el club europeo como un valor en sí mismo, garantía de  democracia y modernidad para un país con una historia trágica. Quizás nos convendría  corregir esta visión ingenua partiendo de un mejor entendimiento de cómo se reparte realmente el poder en Europa.

Estella describe una línea imaginaria trazada desde Londres hasta Atenas que divide Europa en dos mitades: al Norte los países acreedores; al sur los deudores. A éstos aquéllos les han impuesto una política de ajuste basada en la “consolidación fiscal” y la “devaluación interna”. El reparto de las cargas de la crisis dentro de la zona Euro ha sido asimétrico en detrimento de los países a este lado de la línea.

Para Estella éste es el desenlace ineluctable de un “triángulo institucional de la muerte” que gobierna la moneda única y cuyos vértices son el Pacto de Estabilidad y Crecimiento (PEC), el mandato del Banco Central Europeo (BCE) y la regla “no bail-out”. El primero obliga a los estados a un rigor presupuestario que ha demostrado potentes efectos procíclicos en esta crisis económica. El segundo impide al BCE actuar como prestamista de última instancia e introduce un sesgo antiinflacionista en la política monetaria. El tercero, implantado para evitar el “riesgo moral” que incentive que un país se endeude excesivamente, ha dificultado la estructuración de mecanismos de rescate.

¿Cómo es posible que nuestra UE, cuyos textos fundacionales proclaman en sus proemios altos ideales democráticos y de solidaridad haya podido imponer una solución para la crisis tan asimétrica y, a la postre, nefasta para Europa?

Estella se cuestiona el carácter realmente democrático de la UE. Un principio clásico de la democracia es “un hombre, un voto” pero el autor plantea que el rector de Europa es el de “un euro, un voto”. Formalmente la representación de los estados en las instituciones de la Unión Europea (UE) guarda una proporcionalidad con su población. Pero también se puede establecer una cierta relación entre la aportación económica de los estados y su peso en las instituciones que distorsionan ese principio de “un euro, un voto”. Determinadas decisiones requieren de unanimidad o mayorías reforzadas, sobre todo cuando se trata de decidir sobre asignaciones de recursos. Estella cita los casos de la morosa aprobación del Mecanismo de Estabilidad Europeo o  el opaco método de designación del presidente del Banco Central Europeo. Creemos que esta hipótesis merecería más investigación para dotar de mayores evidencias a un argumento central del ensayo de Estella, pero las confesiones de Zapatero la avalarían.

Si el problema es que la perversión de la regla democrática ha conducido a ajustes asimétricos ¿podría evitarlo en el futuro un fortalecimiento de los mecanismos representativos? Estella lo duda pues el problema no es de democracia sino de reparto de poder. Llama la atención el hecho de que la contribución por habitante al presupuesto de la UE es más elevada precisamente para aquellos países que han propugnado la consolidación fiscal, las reformas estructurales y la “devaluación” interna para los países periféricos. Las poblaciones de esos estados se han mostrado hostiles a que sus gobiernos paguen las consecuencias de la crisis con mayores aportaciones a la UE y a los estados rescatados.

Estella nos provoca en este punto con la propuesta de que todos los países hagan la misma aportación per cápita a la UE. En un campo de juego igualado los estados que ahora son contribuyentes netos no se resistirían a la supresión dentribuyentes netos no se resistires netos tendr peso institucionalaportaciones a la UE y Zapatero a  las reglas de unanimidad y mayorías reforzadas que han jugado en contra de nuestros intereses.

Antonio Estella invita a repensar la relación entre España y la UE. Es verdad que en sus inicios la integración de España en las Comunidades Europeas fue una historia de éxito. Sin embargo la entrada en la moneda común pavimentó el camino hacia el endeudamiento excesivo del sector privado y culminó con la imposición de las políticas de rigor presupuestario. El autor propone un modelo alternativo de relación entre España y la UE menos “ingenuo” y más pragmático, seleccionando “a la carta” las cooperaciones reforzadas y que se ajusten mejor a nuestros intereses, potenciando por ejemplo nuestra relación con América Latina, o aplicando una política industrial que ha brillado por su ausencia en las dos últimas décadas. Plantea incluso el escenario de una salida del euro para evitar los problemas de su sobrevaloración que nos restan competitividad.


Para uno de los padres fundadores de las Comunidades Europeas, Jean Monnet, cada decisión debería crear un problema que obligará a tomar una nueva decisión hacia adelante. Este criterio funcionalista hacia el federalismo ya no parece eficaz; quizás se haya agotado el recorrido hacia una unión cada vez más perfecta o quizás haya que buscar otro método. España y Europa hacia una nueva relación  es una obra oportuna y necesaria que nos abstrae de la vorágine en la que nos ha sumergido la búsqueda de respuestas a la crisis social, política y económica de nuestro país y nos obliga a pensar en sus causas jurídicas e institucionales. 

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