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sábado, 18 de abril de 2015

La Garantía de Empleo

Publiqué una versión abreviada de este artículo en InfoLibre.

Tan pronto como tengamos un ambiente de hacer cosas, que sustituya al de negación asfixiante, los sesos de todos se pondrán a trabajar y surgirán masas pidiendo que les prestemos atención, cuyo carácter preciso es imposible determinar por adelantado. (John Maynard Keynes).

Dame estímulos

Como hemos dicho antes, los gobiernos han utilizado políticas de estímulo fiscal para crear empleo, ora de forma consciente, ora involuntariamente mediante los llamados “estabilizadores automáticos”. Una de las objeciones a las políticas de estímulo de la demanda de tipo keynesiano es que, cuando se produce un ciclo al alza, las empresas “descreman” el mercado de trabajo: empiezan a contratar a aquéllos trabajadores más productivos. Solamente cuando comienzan a subir los salarios los empleadores recurren a trabajadores menos productivos, normalmente aquéllos que tienen menos formación y experiencia. Lamentablemente, en cuanto se aprecian tensiones inflacionistas, suele suceder que los gobiernos retiran los estímulos, reducen el gasto público y aumentan los tipos de interés prematuramente. La consecuencia es que las expectativas económicas de los agentes se retraen, cae la inversión y, con poca demora, le sigue el empleo. Por eso muchos parados en países como España no llegan ni siquiera a incorporarse al mercado de trabajo. Normalmente son los más pobres y menos preparados los que más tardan en incorporarse al mercado de trabajo y los primeros en ser expulsados de él. Este fenómeno explica la formación y perpetuación de bolsas de exclusión social y pobreza.

Los principios de la hacienda funcional

El economista Abba Lerner desarrolló la teoría de la hacienda funcional (functional finance). Su postulado fundamental es que el gobierno debe someter sus necesidades de financiación a determinados objetivos tales como el pleno empleo y, por tanto, no preocuparse por el déficit o la deuda pública. La primera regla de la política fiscal sería que el gobierno mantuviera el nivel de demanda a un nivel razonable de forma constante. Si gasta demasiado poco se producirá desempleo. La cuestión es que, si hay desempleo, el estado tiene herramientas para corregir esta situación. Una tasa de desempleo elevada no es una maldición bíblica sino una decisión política.

No es realista confiar en que los mercados vayan a resolver motu proprio el problema de desempleo porque su objeto social no es crear empleo sino maximizar el beneficio y, para ello, es conveniente crear organizaciones livianas, sobre todo cuando hay incertidumbre sobre el futuro. Frente a las estrategias keynesianas de cebar la bomba de la demanda, los economistas postkeynesianos, como Randall Wray, Dimitri Papadimitriou o Jan Kregel, proponen que el estado contrate directamente a los trabajadores que no quiere el sector privado. Al estado no le guía el objetivo de maximizar el beneficio y, por tanto, puede permitirse ejecutar proyectos cuyo objetivo sea maximizar el empleo. Por tanto estos economistas postulan la institución de programas de Empleo de Último Recurso (EUR) o Garantía de Empleo (GE) en los que el estado ofrezca un puesto de trabajo a todo aquél dispuesto y capacitado para trabajar. Es primordial recalcar que se trata de un programa de participación voluntaria y que las condiciones legales serían las mismas que las de cualquier otro trabajador.

Reserva de estabilización

También es importante apreciar que un objetivo de este tipo de programas es llevar la economía al pleno empleo sin generar tensiones inflacionistas. No es por casualidad que uno de los mayores proponentes de esta medida sea el Centro para el Pleno Empleo y Estabilidad de Precios, y subrayo estabilidad de precios, de la Universidad de Missouri Kansas City (http://www.cfeps.org/ ).
La razón es que el jornal ofrecido por el estado se fijará y se mantendrá relativamente constante, revisándose gradualmente al alza de forma acompasada al crecimiento de la productividad. Esto tiene la ventaja de que se impone un suelo a los salarios lo cual evita entrar en espirales deflacionistas. En cierto sentido el estado actuará como un operador del mercado que mantiene una reserva de estabilización, del mismo modo que otros mantienen stocks de petróleo u otras materias primas para asegurar la estabilidad de precios. Otra analogía es el papel de los bancos centrales, los cuales inyectan o absorben excedentes de reservas del sistema bancario estabilizando de esa manera los tipos de interés, la oferta monetaria y el tipo de cambio. El programa de GE, por tanto, absorbería los excedentes de mano de obra durante períodos recesivos. En momentos de recuperación de la demanda, el sector privado podría contratar trabajadores de la reserva del estado. El estado no pondría obstáculos a la salida voluntaria de trabajadores de su programa de GE. A los empresarios les bastaría con ofrecer un jornal que igualara o estuviera por encima del que ofrece el estado. De algún modo un programa de GE equivaldría a conseguir un NAIRU con desempleo cero.

Rescatar a los de abajo y no esperar a que caigan las migajas

Cuando se producen los períodos de recuperación económica se suele observar un retardo en la eliminación de las bolsas de desempleo. De hecho las empresas empiezan contratando a los trabajadores más preparados y productivos. Esto implica que muchos trabajadores seguirán desempleados incluso en épocas de bonanza. Pensemos en la propia economía española. Al ritmo de creación de empleo actual es improbable que recuperemos las tasas de empleo anteriores a la crisis hasta el año 2020. Muchos trabajadores llevan ya varios años en paro y además han agotado las prestaciones de desempleo. ¿Podemos permitirnos que éstos esperen cinco años más para conseguir un empleo? Entretanto es posible que muchos caigan en situaciones de exclusión social irreversible y, desde luego, muchos no volverán a trabajar nunca más. Los jóvenes actuales serán una generación perdida. Sin embargo, las políticas clásicas se conforman con esperar a que, eventualmente, los beneficios de la recuperación económica lleguen a los de abajo. Es probable que, si empiezan a darse tensiones inflacionistas en Alemania, el BCE empiece a subir los tipos de interés y que el proceso de creación de empleo en España se interrumpa prematuramente, mucho antes de llegar al pleno empleo.

El programa de GE es una alternativa a los seguros de desempleo que pagan al trabajador por no hacer nada mientras busca otro empleo. Es conocido que las situaciones de desempleo prolongado conllevan una “descapitalización” del trabajador porque pierde habilidades que solo se pueden adquirir o mantener trabajando. Además el desempleo prolongado está asociado a diversos males sociales tales como la pobreza, la exclusión social, problemas de salud mental, drogadicción y alcoholismo, malos tratos en el entorno familiar, etc...

No hace falta recordar que el desempleo afecta más a determinados colectivos discriminados o desfavorecidos. Un programa de GE daría una oportunidad precisamente a los trabajadores más desfavorecidos. De hecho, es probable que los trabajadores más preparados prefieran no entrar en este tipo de programas y seguir buscando empleo en el mercado. Por tanto, primordialmente, se trataría de recuperar a personas que carecen de alternativa. En un puesto de trabajo ofrecido por el estado estas personas tendrían la oportunidad de adquirir nuevas habilidades y competencias y, en definitiva, un currículum vitae. Un beneficio adicional de un programa de GE es que aumentará el atractivo para el mercado de las personas menos “empleables”. Permitiría sacar a muchas personas condenadas hoy en día a trabajar en el sector informal y tendría la ventaja de mejorar la autoestima de personas a las que, de otra manera, no se les presentarían oportunidades profesionales dignas. Otra utilidad es su potente efecto anticíclico pues en períodos de recesión se mantendría el poder adquisitivo de los asalariados evitando caídas bruscas en la demanda.

Gestión del programa de GE

Podemos anticipar que una propuesta de GE provocará todo tipo de objeciones. Sin embargo éstas no deberían desanimarnos de considerar un plan de GE pues sus beneficios sin duda superarán los costes y riesgos.

Las objeciones más evidentes empezarán por los inevitables retos de gestión. Imaginamos que una que surgirá de inmediato es a que los fondos puedan ser desviados por gestores corruptos a sus bolsillos, como ocurrió en Andalucía con la trama de los EREs. Se puede evitar este riesgo con una gestión transparente, publicando, por ejemplo, los listados de los participantes en el programa y realizando los pagos de los salarios directamente a la cuenta del beneficiario desde la cuenta del Tesoro o la caja de la Seguridad Social.

Para que el trabajador sea eficaz el estado deberá asegurar que disponga de medios, herramientas y capital productivo. Obviamente se denunciará el sobrecoste para el estado de asumir un plan de inversiones propias de un empresario. Sin embargo, creemos que el retorno económico y social permitiría rentabilizar esta inversión sin demasiada dificultad, simplemente por el efecto multiplicador del gasto público en una situación de profunda anemia de la demanda.

Sin duda los neoliberales denunciarán el “estatismo” implícito en el hecho de que el estado se podría convertir en un gran empleador. Sin embargo, el programa podría gestionarse de forma descentralizada, con una supervisión mínima del estado central, por ejemplo desde los ayuntamientos o las comunidades autónomas.

Para evitar acusaciones de que el estado crea empleos ficticios y poco productivos debe asegurarse que los proyectos sean relevantes y que sirvan para ofrecer productos y servicios que den verdadero valor a la sociedad. En la medida de lo posible debería evitarse la competencia con actividades que puede ejercer el sector privado para evitar acusaciones de competencia desleal. La selección de proyectos del GE deberá ser sometido a algún tipo de supervisión y autorización previa para asegurar que cumpla con el objetivo de producir bienes y servicios útiles para la sociedad y garantizar un empleo de calidad para el trabajador. No cuesta, sin embargo, imaginar actividades fructíferas y provechosas. Podemos citar programas asistenciales para personas dependientes, proyectos de embellecimiento de ciudades y pueblos, obras de infraestructura, cursos de formación, fomento de la cultura, conciertos gratuitos en localidades sin dotaciones culturales, planes de conservación de montes, etc… Un plan de GE podría tener la ventaja de aumentar la oferta de bienes públicos a un coste muy bajo pues los nuevos salarios remplazarían las prestaciones de desempleo.

Una objeción que podría surgir del sector empresarial es que un programa de GE podría envalentonar a los trabajadores que podrían exigir mejoras en sus condiciones laborales a sabiendas de que, en caso de fallar su envite frente al patrón, siempre les quedaría el recurso del empleo ofrecido por el estado. Este temor tendría fundamentos para los salarios más bajos. Sin duda el programa ofrecería salarios dignos pero no demasiado elevados. Por tanto este envalentonamiento podría servir para mejorar las condiciones laborales de los trabajadores menos cualificados. ¿Pero no es eso mismo lo que se pretende conseguir con el salario mínimo con menor eficacia? Para tranquilidad de los empresarios, cuanto mayor sea la brecha entre el salario pagado por el sector privado y el ofrecido por la GE, tanto peor sería para el trabajador arriesgarse a perder su empleo en el sector privado.

Un repaso a algunas objeciones adicionales se puede encontrar en el blog de Bill Mitchell: http://bilbo.economicoutlook.net/blog/?p=30759.

Experiencias del mundo real

Randall Wray[1] y Dimitri Papadimitriou[2] han descrito las experiencias internacionales de diversos programas de Garantía de Empleo. El New Deal de los EE.UU. en los años 30 creó dos programas, el Civilian Conservation Corps y la Works Program Admistration que dieron trabajo a cerca de 13 millones de personas y dejaron un legado de edificios públicos, carreteras, ferrocarriles y puentes. Es probable que el impacto de esos programas repercutiera en el progreso de EE.UU. hacia la hegemonía económica de la posguerra.

Durante la crisis provocada por la convertibilidad del Peso y su posterior abandono, Argentina vio cómo su tasa de desempleo alcanzaba el 21% y la renta del 50% de la población cayó bajo el umbral de la pobreza. En abril de 2002 el gobierno de Argentina implantó el programa Jefes de Hogar[3] que ofrecía una retribución de 150 pesos al mes por cuatro horas de trabajo diarias. Si bien no se trataba de un programa de GE universal, pues solo contemplaba la contratación de un cabeza de familia en familias empobrecidas a media jornada, permitió la creación de 2 millones de puestos de trabajo, el 13% de la población activa. El programa Jefes tuvo un impacto en la estabilización de la economía y la rápida recuperación económica que siguió al “corralito”. Paradójicamente, aunque el programa se diseñó para ofrecer un puesto de trabajo al cabeza de familia, fueron las mujeres las que mayoritariamente se inscribieron en él. Los hombres prefirieron seguir buscando trabajo el sector privado.  Por eso un efecto colateral positivo fue la incorporación de mujeres al mercado laboral.

En la India se aprobó en 2005 la Ley de Garantía de Empleo Rural que obliga al estado a ofrecer un puesto de trabajo en proyectos de obras públicas a cualquiera que viviera en zonas rurales. Tras la crisis financiera asiática, Corea del Sur implantó un Plan Maestro para Resolver el Desempleo que llegó a absorber el 10% del presupuesto del estado. Hoy Corea del Sur es una economía próspera que se encuentra cerca del pleno empleo[4]. En Sudáfrica, en respuesta a una tasa de desempleo proyectada del 33% para 2014, se lanzó una iniciativa de 2.500 millones de dólares USA para crear 1 millón de oportunidades laborales acumuladas a lo largo de cinco años. Hoy la tasa de desempleo sigue por encima del 24% así que es probable que el programa haya sido poco ambicioso pero, al menos, se evitó llegar al fatídico 30%.

¿Y en España?

España tiene el dudoso honor de ser uno de los campeones mundiales del desempleo. El problema es especialmente acuciante entre los jóvenes. Este país sería un candidato obvio para un programa de Garantía de Empleo. Randall Wray visitó hace poco Madrid para presentar su libro, Teoría Monetaria Moderna, recientemente traducido publicado en España por Lola Books. En diversos foros, actos y reuniones no perdió la ocasión de presentar una propuesta de Garantía de Empleo. Wray es consciente de que existe una limitación presupuestaria para un gobierno que no dispone de soberanía monetaria. Un programa mínimamente ambicioso, ante las obscenamente altas tasas de desempleo de nuestra economía, obligaría a contratar a millones de personas, lo cual contribuiría a aumentar rápidamente nuestro déficit fiscal y dificultaría el cumplimiento de nuestros compromisos con Bruselas. Podríamos plantear una salida del euro pues un gobierno que disfruta de soberanía monetaria no estaría limitado en su capacidad de contratar a desempleados nacionales. Sin embargo este es un tabú que nuestra clase política se niega a considerar. Por eso el Prof. Wray propuso algunas soluciones: 
  1. Aunque la vocación de un programa de GE debería ser universal, se podría implantar un programa inicialmente limitado a determinados colectivos, como por ejemplo los jóvenes.
  2. Conseguir que la Unión Europea financie directamente el programa. Esto podría ser un primer paso hacia una integración fiscal y un sistema de transferencia de rentas dentro de Eurolandia (ambas medidas, por cierto, son indispensables si se pretende que sobreviva la unión monetaria a largo plazo).
  3. Financiación directa por el Banco Central Europeo.

Otro inconveniente para la economía española es la elevada propensión marginal a importar del consumo doméstico. Es previsible que parte el efecto multiplicador del aumento del gasto público destinado a la GE se pierda en un aumento de las importaciones. Esto es inevitable pero hay que reconocer que las clases menos pudientes tienden a consumir menos BMW y caviar de importación y más SEAT y chorizo de Cantimpalos.

Pese a las restricciones presupuestarias, la utilidad de un programa semejante para conseguir una rápida recuperación de la economía española es indudable. Lamentablemente los grandes medios de comunicación no se hicieron eco de la visita de Randall Wray a Madrid. A diferencia de Thomas Piketty, a quien Pedro Sánchez Pérez-Castejón recibió con grandes alharacas, el único dirigente político que lo recibió fue Eduardo Garzón, de Izquierda Unida (IU). Con posterioridad IU sacó una nota de prensa proponiendo un plan de trabajo garantizado[5] que plantearía una retribución mensual de 900 a 1.200 euros en función de la cualificación del trabajador. Estiman que el coste anual para el estado sería de 15.000 millones de euros pero, debido al incremento en la recaudación vía impuestos, posiblemente el coste final se quedaría en 9.600 millones, es decir, no superaría el 1% del PIB.
Me consta que Wray también fue recibido por Podemos aunque en ese partido siguen postulando un programa de renta básica. En realidad la renta básica y la garantía de empleo no tienen por qué ser mutuamente excluyente. Reiteramos que es una lástima que otros partidos, mayoritarios no se hayan hecho eco de esta visita.

Si España es el problema ¿es Europa la solución?

En 1999 Jan Allen Kregel[6] publicaba un artículo crítico con el proyecto de Unión Monetaria Europea (UME), que se construía sobre la premisa de que la estabilidad de precios llevaría a nuestras economías inexorablemente a un proceso virtuoso de crecimiento. Advertía Kregel que la UME, con un fuerte sesgo deflacionista e inspirado en el modelo alemán de prosperidad basada en las exportaciones, sería incompatible con el crecimiento y el empleo en los países periféricos. Pronosticaba que en éstos los costes laborales unitarios crecerían más rápidamente que los de Alemania, provocando un deterioro de sus balanzas comerciales. La erosión de su competitividad no podría ser compensada con devaluaciones de su moneda como en el pasado y por tanto su destino sería padecer altas tasas de desempleo y episodios de deflación salarial.

Kregel propuso implantar un plan de Garantía de Empleo para la UME. Tendría la ventaja añadida de estabilizar la demanda y los precios y por tanto corregir el fuerte sesgo deflacionista de la UME. Sin embargo, la financiación de este gasto por los estados periféricos de Eurolandia les obligaría a incurrir en déficit fiscales crecientes. Por eso Kregel abogaba por un programa que se gestionara a nivel europeo. Por ejemplo, los gastos del programa de GE podrían no computar en los límites establecidos por el Tratado de Maastricht. Incluso podría plantearse que fuera pagado directamente por el Banco Central Europeo, lo cual obviamente obligaría a modificar los tratados de la UE.

Quienes postulen la Garantía de Empleo como solución al problema del desempleo tendrán que enfrentarse a la reacción de aquéllos que consideran que ofende al sentido común utilizar los recursos de todos para poner a la gente a trabajar en la producción de bienes y servicios útiles. Buscarán todo tipo de argumentos más o menos peregrinos para aducir que semejante plan no funcionaría o, lo que es peor, pervertiría el orden natural de nuestra sociedad. Llevados al extremo llegarán a afirmar que sería improductivo e ineficiente, incluso ante la evidencia clamorosa de que es un derroche aun mayor mantener a una cuarta parte de los trabajadores inactivos y a la mitad de la juventud sumida en la desesperanza. Sin embargo, proponer ideas para conseguir una acelerada salida del desempleo para millones de seres humanos desesperanzados, aun a costa de enfrentarse a las más feroces críticas de individuos recalcitrantes sometidos a un dogma obsoleto, es un empeño noble que merece la consideración de toda persona compasiva e intelectualmente honesta.




[1] Teoría Monetaria Moderna publicado por Lola Books
[2] Need jobs? Call on government
[5] http://www.izquierda-unida.es/node/15189
[6] CURRENCY STABILIZATION THROUGH FULL EMPLOYMENT: CAN EMU COMBINE PRICE STABILITY WITH EMPLOYMENT AND INCOME GROWTH? Eastern Economic Journal, Vol. 25, No. 1, Winter 1999

lunes, 13 de abril de 2015

Maldita curva de Phillips

Villaviciosa de Odón a 15 de abril de 2015

Después de la 2ª Guerra Mundial los gobiernos aplicaron políticas de inspiración keynesiana, que combinaban estímulos fiscales y bajos tipos de interés, para acercarse al pleno empleo. Las décadas que van desde 1950 a 1970 fueron una época dorada de crecimiento e igualación de rentas. Pero los críticos al keynesianismo no perdieron comba. Si bien las tasas de inflación fueron moderadas hasta los años 70, la experiencia demostraba que los estímulos fiscales prolongados podían provocar un exceso de la demanda sobre la oferta, cuellos de botella y tensiones inflacionistas. Ya en 1958 el economista neozelandés, William Phillips,  describió una teórica relación inversa entre tasa de inflación y tasa de desempleo de forma que, si queríamos pleno empleo, habría que aceptar un aumento de precios y, si queríamos moderar los precios habría que aumentar el desempleo. Para evitar el “sobrecalentamiento” de la economía, una vez alcanzado el pleno empleo, los gobiernos se creían obligados a retirar los estímulos. Estas oscilaciones en las políticas generaban ciclos de “boom and bust”, expansiones seguidas de recesiones y caídas en el nivel de empleo.

Ilustración 1. Curva de Phillips

Actualmente la curva de Phillips es un concepto desacreditado. Si la dibujamos para la economía española de los últimos años obtenemos la figura que aparece en la ilustración 2. Si son Vds. capaces de llegar a alguna observación concluyente, más allá de que en España el desempleo es brutalmente elevado desde hace algunos años, les felicito. El concepto que ahora emplean los técnicos es el de “Non-Accelerating Inflation Rate of Unemployment (NAIRU)” o tasa de desempleo no aceleradora de la inflación. La idea subyacente sigue siendo tan miserable como la de la curva de Phillips: hay que combatir la inflación sacrificando vidas de personas. Salvo la pereza intelectual, no puede haber otra justificación para una idea tan absurda: arreglar un problema destruyendo capacidad productiva. En cualquier caso la realidad es que nuestros gobiernos, sobre todo a partir del período inflacionista iniciado con la crisis petrolera del año 1973, no han dudado en generar lo que Marx llamaría un “ejército industrial de reserva” para domar la inflación.


Ilustración 2. Curva de Phillips de la economía española.

La fobia a la inflación, desde mi punto de vista, responde más a unos intereses de clase vergonzantes que a una verdadera utilidad económica. Los episodios de hiperinflación en las democracias avanzadas han sido rarísimos y, aun así, se ha empleado como espantajo para atajar veleidades keynesianas. El episodio de los años 70 se debió más a la subida del petróleo que al pleno empleo, pero fue aprovechado para enterrar al keynesianismo. La obsesión antiinflacionista responde más bien a una oportunista argucia para erosionar el poder negociador de la clase trabajadora. Cuanto más real sea la amenaza de que los trabajadores podrían perder su empleo más fácil será rebajar sus condiciones laborales. Pero queda más elegante decir que el estado necesita sacrificar algo de empleo para controlar los precios. Son esos sacrificios pagados por la población para salir de la crisis que dicen reconocer los políticos pero que siempre son en cabeza ajena. La victoria ideológica de los neoliberales en Europa y EE.UU. a partir de los años 80 quizás explique que el problema del desempleo se haya cronificado en muchos países como el nuestro. España es una nación muy sacrificada.

A la lucha contra la inflación se añaden los compromisos de mantener un tipo de cambio artificial asumidos por muchos gobiernos. El patrón oro provocó crisis económicas que conducían a la deflación y altas tasas de desempleo en el período de entreguerras. La experiencia demuestra que, bajo regímenes de tipo de cambio fijo, el margen para aplicar políticas de pleno empleo se ve reducido por la necesidad de mantener un alto nivel de reservas; sobre para economías con déficit en la balanza de pagos. Este el caso de España que, además de responder a la inflación de los años 70 con políticas de ajuste, se empeñó en fijar su tipo de cambio respecto a las restantes monedas europeas. La unión monetaria europea es un ejemplo extremo de tipo de cambio fijo que ya ni siquiera deja el recurso de devaluar a nuestros gobiernos. Por ello, su diseño es fuertemente deflacionista. Desde la crisis del petróleo el pleno empleo se ha convertido en un lejano recuerdo que muchos de nosotros ni siquiera hemos vivido. Pareció que nos aproximábamos durante la burbuja a ese escenario más feliz. Sin embargo, su estallido y las fallidas políticas de austeridad causaron una hemorragia de empleo que no habría detenido ni la más ambiciosa reforma estructural neoliberal.

lunes, 6 de abril de 2015

¿Qué yogur prefieren, el griego o el búlgaro?

05 de abril de 2015
El proyecto de la unión monetaria europea, diseñado con una óptica neoliberal, con un Banco Central Europeo (BCE) que no podía actuar como prestamista de última instancia y sin uniones fiscal y bancaria auténticas, ha generado la mayor crisis económica que se recuerde en Europa. Sin embargo sus creadores y sus inspiradores ideológicos aún son incapaces de reconocer los errores de diseño del Euro y, como mucho, están dispuestos a aceptar que la unión monetaria requiere ligeros retoques. Cuando llegó la crisis, los neoliberales, firmemente asentados en las instituciones europeas, como el Sr. Tritchet, el Sr. Sarkozy, la Sra. Merkel o el Sr. Barroso, fueron incapaces de diagnosticar correctamente la crisis y, con sus recetas de 'devaluación interna' (reducciones salariales) y 'consolidación fiscal' (austeridad), actuaron como bomberos pirómanos, profundizando aun más las caídas de PIB y empleo. Lerner argumentaba que una tasa de desempleo elevada era una prueba de que el gasto público era excesivamente bajo. Pues bien, Europa decidió cavar más hondo.

Pero el predominio del pensamiento único europeo empieza a resquebrajarse ante la evidencia de que los resultados han sido catastróficos. La reciente victoria de Syriza ha enfrentado a las instituciones europeas a la evidencia de que sus políticas no pueden seguir aplicándose impunemente. Algunos han tenido la decencia de reconocer que se han equivocado. Recordemos las recientes lágrimas de cocodrilo de Juncker cuando admitió que "habíamos pecado contra la dignidad de los pueblos" o el reconocimiento de economistas del FMI como Blanchard de que habían subestimado el multiplicador fiscal

Inasequibles al desaliento, no obstante, otros siguen tratando de convencernos de que los países en crisis solo pueden achacarse a sí mismos la culpa de su infortunio. Por supuesto obvian siempre las responsabilidades de Alemania y los restantes países acreedores, de las instituciones europeas y del nefasto diseño de la unión monetaria en la gestación de la crisis europea de deuda. Uno de los más recientes intentos de autojustificación es el de Guntram Wolff cuyo escrito, titulado A tale of floods and dams (Un cuento de inundaciones y diques), es una fantasía neoliberal repleta de arrogancia y deshonestidad intelectual. En este cuento el autor alemán selecciona datos de forma interesada y aporta interpretaciones sesgadas sobre la crisis griega, aderezando todo ello con gráficos que pretenden darle un maquillaje de seriedad y rigor académico a su artículo, en un intento fútil de convencernos de que los griegos son los únicos responsables de su crisis.

Ante todo veamos quién es Guntram Wolff. Es el Director de Bruegel desde junio de 2013, un think-tank neoliberal cuyo consejo de administración preside Jean Claude Tritchet, el mismo chantajista que le impuso la agenda neoliberal al presidente ZP en 2010. En definitiva, se le puede considerar como un miembro del establishment europeo y por tanto alguien completamente incapaz de encontrar más que pequeños defectos en el funcionamiento del euro.

Citando al inicio una frase de Maquiavelo sobre la necesidad de prepararse para futuras inundaciones construyendo los diques a tiempo uno ya va vislumbrando el tono general del artículo: de nuevo las analogías facilonas que tanto gustan a los conservadores; otra vez los intentos de culpabilizar a las víctimas de la crisis y eludir las propias responsabilidades; “si hubieses sido más hormiga y menos cigarra”; el cuento de los tres cerditos y la casa con buenos cimientos; etc.

Guntram Wolff comienza su argumentación identificando similitudes en las condiciones de déficit por cuenta corriente y deuda externa de Grecia y Bulgaria en los años previos a la crisis financiera global (CFG). ¿Por qué piensa Guntram Wolff que Grecia y Bulgaria eran naciones tan parecidas? En primer lugar porque ambas naciones se habían constreñido o atado las manos, aquélla uniéndose a la moneda común, está estableciendo un “currency board”. También porque ambas naciones carecerían de una arquitectura institucional solvente y por las deficiencias estructurales de sus economías. A tal fin emplea el índice de “Facilidad de desarrollar negocios” que publica el Banco Mundial o los resultados del informe PISA como indicadores de esta supuesta debilidad institucional. Podemos estar de acuerdo con que las instituciones de ambas naciones son endebles pero esto les coloca junto a un número muy grande de estados y por tanto no son la excepción. Siendo naciones tan similares, Guntram Wolff se pregunta por qué una ha pasado una crisis tan profunda y la otra no.

Convenientemente el Sr. Wolff parece haberse olvidado de una fundamental diferencia: que Bulgaria estaba fuera del Euro y, aunque había decidido fijar el tipo de cambio del Lev con el Euro, lo cierto es que disponía de soberanía monetaria y, sobre todo, de un banco central. Por tanto Bulgaria contaba con el prestamista de última instancia que le falló a Grecia. Hablamos más sobre esto más adelante, pero no olvidemos de esta fundamental diferencia de partida entre ambas naciones balcánicas.

Pero la tesis de Herr Wolff no está relacionada con la diferente dotación de instituciones monetarias. Pues ¿cómo podría ser que el euro, diseñado bajo postulados neoliberales, tuviera la más mínima relación con el desastroso resultado de la crisis griega?

Estamos de acuerdo con el Sr. Wolff en que ambas naciones tuvieron elevadísimos déficit por cuenta corrientes en la víspera de la gran crisis financiera mundial. Añadamos que también España y EE.UU.

Lógicamente, sigue el Sr. Wolff, la acumulación de déficits por cuenta corriente resultó en unas posiciones financieras netas crecientemente negativas frente al exterior. Lo mismo le ocurrió a España. Nada sorprendente hasta ahora.

Ninguna crítica hay a la oportunista política de explotar al vecino tan impunemente practicada por Alemania durante este período. La patria del Sr. Wolff decidió reprimir los salarios y el consumo en su país para ganar competitividad y, aprovechando los tipos de cambio fijos que impedían a las demás naciones contrarrestar las acciones alemanas, la libre circulación de mercancías y el libre movimiento de capitales, inundar a sus vecinos con sus productos. En definitiva las naciones acreedoras del núcleo europeo nos prestaron el dinero para que nosotros cerráramos nuestras fábricas y ellos pudieran alcanzar el pleno empleo. Esta es la causa fundamental de los enormes endeudamientos de los países periféricos de la UE y no otra. Aunque uno pudiera reprocharle a los gobiernos de Grecia, Bulgaria, España e Irlanda que no hicieran nada por frenar la avalancha de capital e importaciones alemanes, lo cierto y verdad es que, dentro del marco jurídico de la UE, no podían hacer nada para frenarla. Esto lo hemos argumentado en otros posts anteriores.

Donde la argumentación de Guntram Wolff empieza a volverse antipática es en la afirmación que hace a continuación:
En Bulgaria, los flujos de inversión directa foránea impulsaron los déficit por cuenta corriente. Como economía que había dejado atrás recientemente el período comunista y que tenía un bajo stock de capital, las oportunidades de inversión era aun significativas, a pesar de sus débiles instituciones. En cambio, en Grecia, un endeudamiento temerario del gobierno fue el principal impulsor de las importaciones de capital.
En definitiva, los búlgaros habrían actuado ejemplarmente destinando los abundantes flujos de capital alemán a inversiones productivas mientras que esos disolutos griegos se habrían “chuleado” el dinero con un gasto público improductivo.

Este párrafo condensa la esencia del pensamiento neoliberal. En primer lugar recoge el antiguo prejuicio conservador de que todo gasto público por definición es improductivo. Podemos estar de acuerdo en que el estado griego ha estado en manos de oligarquías que han utilizado el presupuesto público para crear redes clientelares, algo con lo que por cierto Syriza dice que quiere acabar. De esto sabemos mucho en España. Pero el gasto público permite también proveer a la sociedad de bienes públicos con una elevada rentabilidad social: pensemos en el gasto en educación, I+D, universidades, sanidad pública, infraestructuras, etc. Si en el párrafo anterior el Sr. Wolff argüía como prueba de la pobreza institucional precisamente los malos resultados de Grecia y Bulgaria en el informe PISA ¿cómo cree que deberían estos países mejorar en este ranking si no es con una mayor inversión pública? El Profesor Vicenç Navarro demuestra la baja dotación de bienes públicos y los bajos índices de gasto social en los países periféricos en un post reciente titualdo La farsa de la deuda en los países periféricos de la Eurozona.

Pero dejemos de lado la crítica al prejuicio contra todo lo público y centrémonos en el otro argumento: la supuesta irresponsabilidad del gobierno griego. Para empezar, no es cierto que el nivel de gasto público de los helenos fuera tan elevado en vísperas de la CFG. En un post de Frances Coppola (http://coppolacomment.blogspot.com.es/ ) ya se demostró que el gasto público griego estaba en línea con el de otros países. De hecho la mayor parte de la deuda griega se generó en una etapa muy anterior y fue consecuencia de la crisis petrolera de los años 70 y 80. Del examen de los datos no hay nada que sugiera que el gasto público griego en los años anteriores a la crisis fuera extraordinariamente elevado. Por ejemplo, tomando el año 2006, el inmediatamente anterior a la crisis, ¿por qué un gasto público del 45,2% en Grecia era muestra de derroche improductivo mientras que el 45,3% de Alemania era una muestra de virtuosismo dentro de los más estrictos cánones neoliberales? De acuerdo con que el gasto público de Bulgaria era bajo pero ¿no haría bien el Sr. Wolff preguntándose si quizás ese nivel fuese la causa de su debilidad institucional?

Hagámonos una pregunta adicional y que no es nada inocente. Si los griegos no fueron capaces de utilizar el capital prestado por los alemanes de forma productiva ¿por qué tampoco los propios compatriotas del Sr. Wolff quienes, no sabiendo qué hacer con él, prefirieron prestárselo a los griegos? Oportunidades no les faltaban. Precisamente hace poco Paul de Grauwe criticaba la falta de inversión pública del estado alemán.



Gasto público en porcentaje del PIB (EL=Grecia, ES= España, BG=Bulgaria y DE=Alemania)

De todas formas resulta que la premisa del Sr. Wolf es falsa. No es cierto que fuera el sector público el principal responsable del deterioro de la posición financiera neta de Grecia. El gráfico siguiente muestra cómo el deterioro en la balanza comercial fue fundamentalmente causado por el sector privado y que el sector público mantuvo un leve déficit que no era en absoluto inasumible. Fue la contundente crisis económica la causante del hundimiento de la recaudación fiscal griega. La nefasta gestión tras la intervención europea provocó un profundo hundimiento del PIB. Lógicamente, ambos efectos combinados: el aumento del déficit público en el numerador y la caída histórica del denominador llevaron a que el índice de deuda pública sobre el PIB se disparara hasta hacerlo insostenible.


Tomado de Frances Coppola: Greece's real problema (http://coppolacomment.blogspot.com.es/ )



El artículo recoge una crítica a la actitud del gobierno griego que en 2009 incrementó su déficit hasta el 5,7% seguido de otro aumento del 3% en 2010 mientras que Bulgaria “responsablemente” habría iniciado un ajuste fiscal del 4% en el mismo año. El autor habla como si realmente habría tenido alguna opción el gobierno griego. Sin embargo, no olvidemos que en ese año la recaudación fiscal del gobierno griego se hundió. Haber aplicado un ajuste en el gasto simplemente habría empeorado las cosas, como se demostró en los años posteriores en los que Bruselas y Frankfurt impusieron su criminal plan de austeridad.

A continuación el Sr. Wolff se detiene en una discusión sobre si hubiese sido aconsejable un menor o mayor ritmo de ajuste fiscal aunque se posiciona como un partidario de una restructuración más temprana de la deuda griega. Sin embargo concluye que poco habría cambiado ralentizando o acelerando el ajuste fiscal, postura con la que estoy de acuerdo, pero por motivos distintos. En mi opinión Grecia debería renunciar en estos momentos a un superávit primario e ir a un ambicioso programa de reactivación de la economía con estímulos fiscales o un programa de empleo garantizado. Porque la raíz del problema, además de la falta de competitividad de la economía griega, está en la lamentable actuación de las autoridades europeas ante el inicio de la crisis de deuda soberana.

Ahora el Sr. Wolff pretende olvidar el papel del nefasto diseño institucional del euro en la gestación de la crisis de deuda soberana. Recurre al manido y desacreditado mito de la “confianza de los mercados”. Según él, la prima de riesgo griega se disparó por culpa de la equivocada actitud fiscal griega frente a la de los búlgaros que habría sido premiada por los mercados (los famosos 'bond vigilantes' de la mitología conservadora de EE.UU.).
Diferencias en la gestión fiscal y turbulencias fiscales importantes, asociados a los temores a la salida [del euro], etc. llevaron a una diferencia sustancial en la credibilidad de los mercados financieros y Grecia sufrió mucho por esto. Los rendimientos de la deuda búlgara han estado consistentemente debajo de los griegos desde el inicio de la crisis. Se podría argüir que los mayores rendimientos provocados por la falta de credibilidad griega fueron un importante factor tras el colapso del PIB griego. Piensen en las primas incrementadas como un incremento del tipo de interés del banco central, con los correspondientes efectos negativos en el rendimiento económico. Por tanto fue una noticia positiva que estas primas cayeran sustancialmente ante de la elección del nuevo gobierno griego. El más reciente incremento de los tipos de interés y la correspondiente pérdida de confianza me hace pesimista respecto al rendimiento económico global de la economía griega en 2015. El efecto de la austeridad reducida podría quedar más que compensada por un alza de los tipos de interés y un empeoramiento del clima inversor.
La desconfianza de los mercados habría conducido al alza de los intereses pagados por los griegos. ¡Otra vez nos vienen con la milonga de la confianza de los mercados! A su vez, esos elevados tipos de interés habrían conducido al colapso del PIB griego. Vamos, un clásico ejemplo de confundir una correlación con una relación causa efecto.

No se puede ser más deshonesto. Es evidente que la subida de la prima de riesgo griega solo podía dañar la ejecución de políticas anticíclicas del gobierno griego. Se olvida Wolff que fueron el Sr. Tritchet y la institución que presidía entonces los responsables de que se disparara la prima de riesgo griega. La leyenda de la confianza de los mercados es un embuste pues de otra manera no podría explicarse que la prima de riesgo griega (y la española, y la italiana, y la portuguesa) cayera inmediatamente después del famoso discurso de Draghi en el que prometía que haría cuanto fuera necesario para salvar el Euro (es decir, que compraría deuda de los países periféricos si fuera necesario, promesa que ahora están incumpliendo con Grecia pese a estar sometido a un programa de rescate precisamente en un intento antidemocrático de socavar los recursos del nuevo gobierno). 

Además, atribuir la caída del PIB griego a la subida de las primas de riesgo es una interpretación interesada. La verdadera causa del hundimiento del PIB griego fue la política de draconiana austeridad impuesta por el actual jefe del Sr. Wolff, el Sr. Tritchet, ese bombero pirómano que prefirió aprovechar la situación para imponer su agenda neoliberal a los gobiernos periféricos antes de comprometerse a comprar su deuda pública en el mercado secundario. No olvidemos además cómo la falta de una real unión bancaria contribuyó al incendio al contagiar los problemas de solvencia del sector bancario al estado griego. Por cierto, el Sr. Draghi sigue jugando al chantaje y a perpetuar la fragmentación bancaria al no permitir que los bancos griegos aporten deuda del estado griego como garantía para acceder a líneas de descuento del BCE.




Pero analicemos el rendimiento de ese supuesto parangón de virtud fiscal balcánica, Bulgaria, que ha recibido el premio del hada de la confianza y ahora descuella en el Olimpo de los casos de éxito noliberales. ¿No habría tenido mucha más influencia en la evolución del tipo de interés que pagaba el gobierno búlgaro el hecho de que el banco central de Bulgaria se avino a comprar deuda de su propio estado? En la siguiente figura vemos lo que pasó con el balance del banco central de ese país balcánico: desde finales de 2009 hasta 2013 sus activos casi se duplican. Es decir, al igual que el Reino Unido u otros países bendecidos con soberanía monetaria, Bulgaria pudo apoyar su deuda pública con compras en el mercado para impedir que los rendimientos se dispararan. Mientras, el BCE bajo Tritchet nos dejaba a los países periféricos tirados en el arroyo. Resulta evidente que Guntram Wolff no quiere morder la mano de quien le da de comer.

Ahora bien, la decisión de implantar un currency board es arriesgada y ya conocemos cómo acabó la experiencia argentina. Para acabar con la hiperinflación más les habría valido crear un sistema fiscal eficaz capaz de cancelar sus emisiones de dinero y crear esas instituciones que tanto echa en falta Wolff.


Con todo su descaro el Sr. Wolff pretende que extraigamos la moraleja de su fábula: los "mercados" premian a los estados obedientes y castigan a los supuestamente desobedientes. No tendría nada que ver en la evolución diferencial de los dos países balcánicos el hecho de que uno contó con un banco central que cumplió con su obligación y el otro no pudo obtener el respaldo del suyo, que además tenía prohibida la financiación a los estados y, a cuyo frente, se situaba un incompetente y chantajista presidente, el Sr. Tritchet. Pero ya que el autor alemán considera tan admirable la gestión de la economía búlgara, veamos qué pasó con el desempleo en ese aventajado alumno del neoliberalismo: en apenas 4 años sus tasas de desempleo volvieron a los niveles de 2003, la nada envidiable tasa de 14%.




No olvidemos que esta caída de empleo coincidió con la pérdida de una parte importante de la población del país. El país vio como se reducía su población en 288.000 de los habitantes entre 2006 y 2013, casi un 4%, la mayor parte sin duda trabajadores que se vieron obligados a emigrar. La población en edad de trabajar se redujo en 133.000 personas, el 6% del total. Esta es una pérdida de capital humano irreparable y que dificultará que el país recupere la producción que tenía antes de la CFG.

Evolución de la población de Bulgaria. Fuente: Eurostat

Cierto es que a los neoliberales estas variables no suelen importarles demasiado. Para ellos quien está desempleado es porque quiere. El sufrimiento causado a la población es absolutamente irrelevante para el Sr. Wolff y los de su cuerda. En definitiva, las políticas a las que obliga un régimen de cambios fijo o una unión monetaria sin unión fiscal siempre conducen a una única salida posible: altas tasas de desempleo y emigración cuando se produce un shock asimétrico. ¿Qué yogur prefiere Vd., el griego o el búlgaro?

Aun así no negaremos que Grecia tiene un problema de competitividad. Es cierto, una gran parte de su parva industria fue laminada entre finales de los años 70 y principios de los 80. Pero ésa es materia que ya trató Frances Coppola en su post. La que sí es una lección real es que se cumple el famoso "trilema" que ya expuso Hyman Minsky. Una nación solo puede elegir dos de las siguientes tres opciones de política económica:
  1. Margen para ejecutar políticas económicas conducentes al pleno empleo.
  2. Tipo de cambio fijo de su divisa.
  3. Libre movimiento de capitales.
De forma que una nación puede optar entre las tres combinaciones siguientes:
  1. Tener margen para ejecutar políticas que aseguren el pleno empleo y permitir el libre movimiento de capitales; pero entonces tendrá que permitir que su tipo de cambio flote libremente.
  2. Tener margen para ejecutar políticas que aseguren el pleno empleo y fijar el tipo de cambio de su divisa; pero entonces tendrá que introducir controles al libre movimiento de capitales.
  3. Fijar el tipo de cambio de su divisa y permitir el libre movimiento de capitales. Pero entonces carecerá de margen para aplicar políticas macroeconómicas que garanticen el pleno empleo y tendrá que sacrificar el empleo ante una crisis que comprometa el sostenimiento del tipo de cambio o haya riesgo de fuga de capitales.
En lo que si estaremos de acuerdo con el Sr. Wolff es que, dentro de la unión monetaria, es muy difícil encontrar una solución al problema griego. En lo que seguro que no estamos de acuerdo es en las causas (para él la falta de virtud fiscal, para mí la nefasta gestión del BCE y el mal diseño de la unión monetaria) ni en las soluciones. Para mí no queda otra que la recuperación de la soberanía monetaria (o la creación de una verdadera unión fiscal, bancaria y de transferencia de rentas de países superavitarios a deficitarios; pero antes pasará un camello por el ojo de una aguja).