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lunes, 13 de abril de 2015

Maldita curva de Phillips

Villaviciosa de Odón a 15 de abril de 2015

Después de la 2ª Guerra Mundial los gobiernos aplicaron políticas de inspiración keynesiana, que combinaban estímulos fiscales y bajos tipos de interés, para acercarse al pleno empleo. Las décadas que van desde 1950 a 1970 fueron una época dorada de crecimiento e igualación de rentas. Pero los críticos al keynesianismo no perdieron comba. Si bien las tasas de inflación fueron moderadas hasta los años 70, la experiencia demostraba que los estímulos fiscales prolongados podían provocar un exceso de la demanda sobre la oferta, cuellos de botella y tensiones inflacionistas. Ya en 1958 el economista neozelandés, William Phillips,  describió una teórica relación inversa entre tasa de inflación y tasa de desempleo de forma que, si queríamos pleno empleo, habría que aceptar un aumento de precios y, si queríamos moderar los precios habría que aumentar el desempleo. Para evitar el “sobrecalentamiento” de la economía, una vez alcanzado el pleno empleo, los gobiernos se creían obligados a retirar los estímulos. Estas oscilaciones en las políticas generaban ciclos de “boom and bust”, expansiones seguidas de recesiones y caídas en el nivel de empleo.

Ilustración 1. Curva de Phillips

Actualmente la curva de Phillips es un concepto desacreditado. Si la dibujamos para la economía española de los últimos años obtenemos la figura que aparece en la ilustración 2. Si son Vds. capaces de llegar a alguna observación concluyente, más allá de que en España el desempleo es brutalmente elevado desde hace algunos años, les felicito. El concepto que ahora emplean los técnicos es el de “Non-Accelerating Inflation Rate of Unemployment (NAIRU)” o tasa de desempleo no aceleradora de la inflación. La idea subyacente sigue siendo tan miserable como la de la curva de Phillips: hay que combatir la inflación sacrificando vidas de personas. Salvo la pereza intelectual, no puede haber otra justificación para una idea tan absurda: arreglar un problema destruyendo capacidad productiva. En cualquier caso la realidad es que nuestros gobiernos, sobre todo a partir del período inflacionista iniciado con la crisis petrolera del año 1973, no han dudado en generar lo que Marx llamaría un “ejército industrial de reserva” para domar la inflación.


Ilustración 2. Curva de Phillips de la economía española.

La fobia a la inflación, desde mi punto de vista, responde más a unos intereses de clase vergonzantes que a una verdadera utilidad económica. Los episodios de hiperinflación en las democracias avanzadas han sido rarísimos y, aun así, se ha empleado como espantajo para atajar veleidades keynesianas. El episodio de los años 70 se debió más a la subida del petróleo que al pleno empleo, pero fue aprovechado para enterrar al keynesianismo. La obsesión antiinflacionista responde más bien a una oportunista argucia para erosionar el poder negociador de la clase trabajadora. Cuanto más real sea la amenaza de que los trabajadores podrían perder su empleo más fácil será rebajar sus condiciones laborales. Pero queda más elegante decir que el estado necesita sacrificar algo de empleo para controlar los precios. Son esos sacrificios pagados por la población para salir de la crisis que dicen reconocer los políticos pero que siempre son en cabeza ajena. La victoria ideológica de los neoliberales en Europa y EE.UU. a partir de los años 80 quizás explique que el problema del desempleo se haya cronificado en muchos países como el nuestro. España es una nación muy sacrificada.

A la lucha contra la inflación se añaden los compromisos de mantener un tipo de cambio artificial asumidos por muchos gobiernos. El patrón oro provocó crisis económicas que conducían a la deflación y altas tasas de desempleo en el período de entreguerras. La experiencia demuestra que, bajo regímenes de tipo de cambio fijo, el margen para aplicar políticas de pleno empleo se ve reducido por la necesidad de mantener un alto nivel de reservas; sobre para economías con déficit en la balanza de pagos. Este el caso de España que, además de responder a la inflación de los años 70 con políticas de ajuste, se empeñó en fijar su tipo de cambio respecto a las restantes monedas europeas. La unión monetaria europea es un ejemplo extremo de tipo de cambio fijo que ya ni siquiera deja el recurso de devaluar a nuestros gobiernos. Por ello, su diseño es fuertemente deflacionista. Desde la crisis del petróleo el pleno empleo se ha convertido en un lejano recuerdo que muchos de nosotros ni siquiera hemos vivido. Pareció que nos aproximábamos durante la burbuja a ese escenario más feliz. Sin embargo, su estallido y las fallidas políticas de austeridad causaron una hemorragia de empleo que no habría detenido ni la más ambiciosa reforma estructural neoliberal.

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