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lunes, 8 de mayo de 2017

El bosque de la deuda pública

Cualquiera que haya seguido la prensa económica o las secciones de economía de la prensa generalista durante los últimos años habrá observado cómo periódicamente se nos alerta acerca del crecimiento insostenible de la deuda pública. La deuda del estado despierta temores entre la derecha porque se asocia con una subida de impuestos en el futuro cuando haya que pagarla —otro motivo menos confesable es que la derecha desea limitar el ámbito de actuación del estado. Incluso desde la izquierda se habla con frecuencia de deuda “ilegitima” y la necesidad de someterla a auditoría. Creo que la izquierda tiene problemas para comprender que las emisiones de deuda constituyen una mera operación monetaria en la que se produce un simple canje de activos. Hay que auditar la ejecución del gasto, no la deuda.

Muchos creen honestamente que la deuda no se puede pagar y que, tarde o temprano, llegará la hora de la verdad en la que el estado se verá obligado a suspender pagos y aplicar políticas de austeridad draconiana, incluso a vender empresas públicas y todas las joyas de la corona. El pavor a la deuda pública se refleja en los en el Tratado de Estabilidad, Coordinación y Gobernanza en la Unión Económica y Monetaria de la Unión Europea que obliga a los países con una deuda pública superior al 60% del PIB a llevarla a ese límite en veinte años a un ritmo de una veinteava parte al año (Boletín Oficial del Estado, 2013, pág. 28).

La histeria de deuda lleva a algunas personas a hacer aseveraciones asombrosas. Por ejemplo no son pocos los que dicen que estamos dejando una pesada carga a futuras generaciones. Según esta visión de pesadilla la presente generación dejará tal carga de deuda que en el futuro nuestros hijos o nietos tendrán que destinar la mayor parte de su renta a pagar el principal y los interesas. Pero la pregunta es cómo exactamente van a pagar esas futuras generaciones esa deuda con los que las hemos cargado tan onerosamente. ¿Tendrán que enviar bienes y servicios producidos en el futuro hacia el pasado por algún mecanismo que la tecnología actual no permite? ¿A quién o quiénes deberán pagar nuestros nietos esa pesada carga?

Es evidente que eso es absurdo: los pagos por el servicio de una deuda se realizan siempre entre personas de una misma generación. En cada generación unos serán acreedores y otros deudores. Cuando el estado paga intereses por el servicio de la deuda alguien está cobrando ese flujo de intereses en el momento presente, no el futuro ni en el pasado. La creación y destrucción de activos financieros no crea ni destruye riqueza ni presente ni futura, simplemente transfiere rentas entre unos agentes y otros. Unos tendrán una posición financiera neta positiva y otros la tendrán negativa pero, en agregado, la posición financiera de la economía es cero.

Existe incluso una página web en EEUU que trata de alarmar a los americanos con un contador de deuda que les ilustra sobre el ritmo al que crece (US Debt Clock). Pero estos ejercicios son pueriles y absurdos. Para empezar es inimaginable que llegará un día del juicio final en el que todos tendrán que saldar su deuda. El gran economista Abba Lerner comparó la deuda a un bosque en el que todos los años mueren árboles pero también nacen otros nuevos (Lerner, 1944, pág. 303). En algunas épocas el bosque crecerá porque nacerán más árboles de los que mueren y en otras el bosque menguará. Puede que una compañía papelera decida tallar una parte para utilizar la pulpa o que haya un incendio pero luego el bosque se podrá recuperar y volverá a crecer aunque todos y cada uno de los árboles que lo componen acabarán por morir. De la misma manera la deuda total aumentará o menguará pero nunca desaparecerá de golpe. Por cada inversor antiguo que quiera desinvertir siempre habrá nuevos inversores que desean comprar nueva deuda. Cuando los primeros son más que lo segundos la deuda aumentará y viceversa.

La fobia a la deuda se deriva de entender al estado como un hogar o una empresa. Pero un estado no es un hogar porque las emisiones de deuda pública cuentan con el respaldo del banco central (también en los países de la zona Euro desde que el Banco Central Europeo inició su programa de flexibilización cuantitativa).

Decir que el estado se endeuda es lo mismo que decir que alguien está acumulando activos financieros. Deuda y crédito son las dos caras de la misma moneda. Cuando el estado se endeuda simplemente está creando instrumentos de ahorro para el sector no gubernamental.
El propósito por el cual el estado emite deuda es reducir la cantidad de reservas existentes en el sistema bancario. Cuando el estado gasta crea reservas bancarias y cuando recauda impuestos las destruye. Por tanto un déficit presupuestario tiene como efecto incrementar el saldo de reservas en el sistema bancario. Las emisiones de deuda drenan estas reservas con la finalidad de crear una escasez y subir el tipo de interés en el mercado interbancario donde los bancos se prestan reservas unos a otros. El interés de este mercado interbancario es una referencia para los bancos que suelen determinar los tipos de interés que aplican a sus clientes añadiendo un margen. En el caso extremo si nadie aceptara el canje de reservas por deuda propuesto por el estado los tipos de interés tenderían a caer a cero. Pero éste sería un comportamiento extraño en entidades capitalistas cuyo objetivo es maximizar el beneficio.

La deuda pública no puede arruinar al estado. Sin embargo la crítica de la deuda pública desde la izquierda tiene una cierta validez aunque por motivos equivocados. Al emitir deuda pública el estado simplemente está sustituyendo un instrumento de ahorro que no paga intereses, las reservas, por otro que sí los paga. La justificación es reducir el poder de compra en manos del sector privado, normalmente con la intención declarada de evitar la inflación. Sin embargo, si lo pensamos con detenimiento, el estado simplemente está modificando las carteras de individuos adinerados que de todas formas no pensaban gastar ese dinero.

Antiguamente eran los más adinerados quienes podían comprar deuda pública. Thomas Piketty nos recuerda en su estudio sobre la desigualdad como los personajes de las novelas decimonónicas de Jean Austen y Balzac colocaban sus ahorros en deuda pública lo cual les permitía sacar una renta anual sin asumir ningún riesgo (Piketty, 2013). Actualmente los grandes tenedores de deuda pública son los fondos de pensiones y de inversiones donde conservan sus ahorros las personas de mayor patrimonio. En realidad la deuda pública es una operación innecesaria que responde a un atavismo que procede de la época de los patrones monetarios metálicos. Entonces los estados debían emitir deuda para conseguir el oro o plata que necesitaban para gastar cuando los ingresos tributarios eran insuficientes. Actualmente el estado se ve obligado por una mera restricción institucional a emitir deuda pública por importe equivalente a su déficit. De esta forma las reservas creadas por el estado quedan automáticamente destruidas. Sin embargo en una etapa posterior los bancos centrales se muestran dispuestos a comprar esa misma deuda pública a cambio de cuentas de reservas si un exceso de reservas lleva los tipos de interés por debajo del nivel deseado por el emisor.
En realidad no hay ninguna necesidad de que los tipos de interés sean distintos del 0%. Pensemos con detenimiento qué supone que el estado pague intereses a los tenedores de deuda pública. En 2015 el estado español pagó más de 33 mil millones de euros en intereses, es decir entregó a los tenedores de la deuda pública el equivalente al 3% del PIB, más que los recortes que histéricamente nos piden los sacerdotes de la austeridad bruselenses. ¿Qué bienes y servicios habían entregado a cambio los tenedores de la deuda pública al estado? Realmente no tuvieron que mover un dedo para conseguir esa cantidad de dinero. Se trata pues de una partida de gasto totalmente regresiva que acentúa la desigualdad en el reparto de rentas en beneficio de una minoría exigua; mera beneficencia para millonarios.


Para los estados que disfrutan de un monopolio en la emisión de la moneda no existe ningún motivo racional que lo obligue a conseguir un dinero que él mismo puede crear sin coste alguno. Lo lógico sería que el estado dejara de emitir deuda pública en lo sucesivo y que el déficit público simplemente se materializara en un aumento de las reservas bancarias llevando los tipos de interés a su tasa natural —el 0%— de forma permanente. Deberíamos suprimir la deuda pública por ser innecesaria y socialmente regresiva.

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