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lunes, 22 de mayo de 2017

Ornitología fiscal

En el espectro político podemos encontrar fundamentalmente a dos clases de aves en función de su posicionamiento respecto al déficit fiscal. Por un lado tenemos a los “halcones”, los partidarios de reducir el gasto público a toda costa y asegurar que haya un superávit. Los halcones suelen asociar todo tipo de catástrofes a la existencia de déficit prolongados tales como hiperinflaciones, montañas de deuda impagables, etc. No suelen comprender que si los halcones se saliesen con la suya el estado estaría literalmente destruyendo todo el dinero en circulación y llevaría la economía a tasas cada vez más altas de desempleo y deflación que además hacen imposible que el estado cumpla con sus objetivos de recaudación fiscal puesto que la caída de rentas provocará que ésta baje.

En la fauna política encontramos también a los “palomos”. Estos son un versión más blanda de los partidarios de la hacienda “responsable” y suelen hallarse en los partidos políticos de izquierda socialdemócrata. Los palomos creen que el saldo público debe equilibrarse en el tiempo. Si hoy hay un déficit mañana el gobierno debe alcanzar un superávit para evitar que se produzcan los terroríficos males con los que amenazan los halcones. En definitiva los palomos están dispuestos a aceptar un déficit no muy grande en tiempos de recesión pero éste debe corregirse cuanto antes. Los palomos suelen renunciar a sus promesas electorales porque piensan que todo aumento del gasto social debe ir acompañado de un aumento de la recaudación fiscal. Por ello suelen ponerse la soga al cuello. Cuando la economía se está recuperando de una recesión son propensos a alarmarse porque el déficit no se está reduciendo al ritmo deseado y renuncian a políticas de gasto público o recurren a aumentos de impuestos que obstaculizan la recuperación económica.


El conocimiento de la teoría moderna de la moneda y de las finanzas funcionales permitiría que los políticos actuaran como búhos del déficit. El búho es el ave silenciosa y astuta, capaz de anticipar los movimientos de su presa y actuar con eficacia asesina cuando es necesario. El búho fiscal toma sus decisiones políticas en función de sus efectos aplicando las dos leyes que formuló Abba Lerner quien consideraba que el «procedimiento racional es juzgar todas las acciones por sus efectos y no por vagas nociones de decoro o indecoro. “Por sus frutos los conoceréis”» (Lerner, The Economics of Control, 1944).

El principio de juzgar por los efectos ha sido aplicado a muchos otros campos de la actividad humana, se conoce como el método científico que se opone al escolástico. El principio de juzgar las medidas fiscales por la forma en que operan o funcionan en la economía podríamos llamarlo Finanza Funcional. (Lerner, Selected Economic Writings of Abba P. Lerner, 1983)


Si el dinero que consigue el estado por vender sus acitvos, emitir deuda o recaudar impuestos es superior al que entrega por transferir rentas, hacer préstamos o comprar entonces no necesita imprimir dinero (hogaño diríamos teclear dinero). A la inversa si los cobros son menores que los gastos entonces habría que imprimir dinero.

La recaudación de impuestos efectivamente aumenta el dinero en manos del estado y detrae dinero de los bolsillos de los ciudadanos. El primer efecto no tendría mucha relevancia. Si se acumulan billetes en sus cofres podría guardarlos pero también podría quemarlos o destruirlos. Lo importante es el segundo efecto. Lerner entendió que recaudar impuestos no servía para financiar al estado sino para detraer poder de compra del sector privado y otros fines de política pública como desincentivar determinados comportamientos. El hecho de que el gobierno ingresara más dinero del que gastara tendría poca importancia. 

La primera responsabilidad del gobierno (que nadie más puede asumir) es mantener la tasa total de gasto del país en bienes y servicios ni por encima ni por debajo de la tasa a la que los precios actuales comprarían todos los bienes que es posible producir. Si se consiente que el gasto supere ese límite habrá inflación y si se permite que caiga por debajo habrá desempleo. Esto llevó a Abba Lerner a definir una simple regla para un gobierno que trata de maximizar el bienestar de la sociedad. Si existe desempleo es conveniente reducir impuestos o aumentar el gasto. Si hay un exceso de demanda de forma que hay pleno empleo con precios al alza que amenaza con inflación la política adecuada es la contraria. Esta es la primera ley de las finanzas funcionales.

Emitir deuda tampoco sirve para proveer al estado de recursos financieros. Tomar dinero en préstamo o prestarlo solo tiene la utilidad de determinar los tipos de interés. Esta es la segunda ley de la finanza funcional: el gobierno debe pedir prestado si es deseable que el público tenga menos dinero y más bonos del tesoro. En definitiva las finanzas funcionales dejan sin efecto los principios de las finanzas “responsables” en los que creen las autoridades de Bruselas, los políticos conservadores y —lamentablemente— la mayoría de los políticos sedicentes progresistas. Equilibrar las cuentas públicas no tiene ninguna utilidad y el déficit público no es más que un guarismo que indica poca cosa más que el hecho de que el estado ha inyectado más poder adquisitivo del que ha drenado. Si observamos que existe pleno empleo y estabilidad de precios entonces sabemos que vamos bien, sea el déficit público equivalente al -2% del PIB, el -8% del PIB, o el -15% del PIB.

El empeño por equilibrar las cuentas públicas en una época en la que el desempleo es muy elevado solo puede provocar un descenso de precios y un hundimiento adicional de la demanda agregada. Como dice Warren Mosler, «un presupuesto equilibrado por principio corresponde al gasto mínimo que no provoca una deflación continuada (Mosler, Soft Currency Economics, 1996)». 

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