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MMT University

viernes, 8 de diciembre de 2017

EL ESTADO COMO ARQUITECTO DEL FUTURO

Seguimos con la serie sobre la Carta de Madrid que elaboramos conjuntamente Red MMT España y Rete MMT Italia. Puedes encontrar el texto complete en este enlace. También puedes mostrar tu adhesión en esa página de Red MMT.


Es el motivo por el cual considero al estado como trascendental. Siguiendo las políticas motivadas por las leyes verdaderas de la economía, el Estado permite a las personas, cada uno como individuo libre y autónomo, acceder a un nivel superior de conocimiento, felicidad, descubrimiento de su futuro: el acceso al Universo.
Alain Parguez
El estado es el sujeto que ha configurado el planteamiento socio-institucional sobre el cual el capitalismo se ha desarrollado y ha tomado forma. La autoridad política no debe solo actuar a posteriori en la cura de las patologías del capitalismo, sino que es fundamental para alcanzar el progreso económico y social actuando también a priori, estableciéndose como “arquitecto del futuro”. El estado arquitecto del futuro es la clave para la emancipación, la libertad, la esperanza. Es un elemento de estructura, no de superestructura.

El estado es el único sujeto dotado de la capacidad financiera que permite realizar las inversiones sobre el futuro y afrontar los retos históricos a los que el sector privado no puede y no quiere enfrentarse. Es el único que pude garantizar el acceso universal a los derechos fundamentales para el pleno desarrollo y la participación económica y social de la persona. Es el único que puede hacerse garante de la construcción de una auténtica democracia económica, política y social.

Es el único que puede diseñar el sistema de forma tal que las relaciones de fuerza que se desarrollan en la sociedad no lleguen nunca a ser tan desequilibradas como para consentir a las patronales de la aristocracia capitalista determinar en soledad el devenir histórico de las naciones, tal como ha sucedido casi siempre hasta hoy.

Investigación científica y médica básica, dotación de infraestructuras materiales e inmateriales, inversiones con largos periodos de retorno social, frecuentemente implican elevados riesgos de fracaso y tal cantidad de previsión y “paciencia” que nadie en el sector privado está en condiciones de encargarse de ellas1.

El primero de los “sectores estratégicos”, la primera inversión real para una comunidad, son la infancia y la juventud. Las capacidades que los niños desarrollarán en el futuro serán las únicas capacidades de las cuales las sociedades del futuro estarán dotadas. Los niños son la inversión de largo plazo más importante que se pueda hacer, y están entre los primeros damnificados por la plaga de la austeridad.

Por inversión en la infancia y la juventud se entiende la asignación de recursos en todas aquellas actividades que fomentan el desarrollo personal, el crecimiento también de aquella imaginación necesaria para la completa expresión de la capacidad creadora del individuo y, por consiguiente, de la sociedad. El acceso a aquellas experiencias, a los caminos de la vida que forman al hombre incluso antes que al trabajador. El acceso universal al descubrimiento de la naturaleza, a la práctica deportiva como actividad social y cultural antes que física, a la producción artística y artesanal, al descubrimiento del territorio, y ciertamente a la instrucción de calidad para una igualación sustancial de las oportunidades. Igualdad de oportunidades como condición confirmada a lo largo de todo el recorrido vital de las personas, y no solo “una tantum” cuando éstas entran en liza. “No basta con garantizar oportunidades al inicio de la carrera”2 y no es permisible ni mucho menos poner un privilegio – el acceso a las experiencias que fomentan el desarrollo pleno de la persona – “como legitimación de un segundo privilegio (una condición económicamente más elevada)”3.

El estado debe favorecer el acceso a un nivel superior de conocimiento interdisciplinar que permita a las personas madurar en el conocimiento del propio “yo histórico”, desarrollando la habilidad para perseguir objetivos corales, creando conjuntamente las condiciones para una pacífica co-evolución entre hombre y naturaleza articulada en una relación simbiótica y no ciegamente predatoria.

1 Como demuestran los trabajos de la profesora Marianna Mazzucato
2 De La economía del bien común, op. cit.
3 De La jungla retributiva de Ermanno Gorrieri, el Mulino, Bologna, 1972

miércoles, 6 de diciembre de 2017

ACCESO UNIVERSAL AL TRABAJO DIGNO

Pero la libertad sin justicia social puede ser también una conquista vana. Pero díganme, en conciencia, ¿pueden considerar verdaderamente libre un hombre que tiene hambre, que está en la miseria, que no tiene trabajo, que es humillado porque no sabe cómo mantener a sus hijos y educarlos? Éste no es un hombre libre. Será libre de blasfemar, de imprecar, pero ésta no es la libertad que yo pretendo
Sandro Pertini, Presidente de la República Italiana entre 1978 y 1985

Con desempleo 0% entendemos una situación en la cual está ausente el fenómeno del desempleo involuntario, una situación que puede ser garantizada de manera persistente en el escenario macroeconómico. Para que esto suceda es necesario que toda la fuerza de trabajo disponible sea siempre comprada.
Se parte de la premisa y se recuerda que la oferta de trabajo, simétricamente, corresponde a una demanda de moneda (quien vende trabajo lo hace a fin de adquirir moneda); mayor será la cantidad de divisa de la cual las personas tendrán necesidad, y por consiguiente, de trabajo que ofrecerán en el “mercado del trabajo”, precisamente por causa de la imposición. Por otro lado, solo el estado tiene la posibilidad de efectuar un gasto que asegure que toda la fuerza de trabajo sea comprada dado que la moneda necesaria para pagar los impuestos puede provenir solo del gasto estatal1.
Es pues, ante todo, necesario “regular” los niveles de gasto y tributación de forma tal que se mantenga en la economía un nivel de gasto agregado suficiente para comprar todo el trabajo ofertado. Cuanto más se abstiene el privado de gastar, por tanto, más alto deberá ser el gasto público. Cuánto más se aumenta el nivel de tributación, tanto menos podrán gastar los agentes del sector privado2, y más deberá el estado aumentar su gasto público para mantener niveles de gasto agregado en el sistema tales que toda la fuerza de trabajo sea “comprada”.
No hay límites a la capacidad nominal de gasto del estado monopolista de la divisa, todo limite al déficit público es auto-impuesto y, si el estado gasta fijando el precio de la propia divisa anclando el importe de una unidad de gasto al importe de una unidad definida y estable de trabajo comprado, se mantiene la relación entre creación de riqueza real y de divisa3 y se maximiza la estabilidad de los precios4.
El Estado realiza este “anclaje” fijando la cantidad de trabajo que el agente privado debe suministrarle a cambio de una unidad de divisa, y asegurando que cualquier sujeto privado que pretende adquirir una unidad de divisa podrá siempre hacerlo, en cualquier momento presente y futuro, suministrando al estado la cantidad de trabajo que ha sido identificada por el mismo estado como el equivalente estable por unidad de divisa.
El problema de la sostenibilidad de la deuda pública no existe para un estado monopolista de la divisa. Para comprender a fondo esta afirmación también aquí es necesario dar un salto ideológico, para cuya comprensión se remite al lector a la bibliografía y, en concreto, se le invita a leer Los siete fraudes inocentes capitales de la política económica de Warren Mosler.
Garantizar el pleno empleo es de por sí también un mecanismo de equidad territorial, además de social.
A nivel territorial, el desempleo tiende a concentrarse siempre en las mismas zonas debido a dinámicas intrínsecas al capitalismo. Esto desencadena fenómenos de despoblamiento y desarraigo demográfico forzado de los territorios desfavorecidos, con difusión endémica de patologías sociales tales como trastornos psicofísicos, alcoholismo, violencia doméstica y suicidios, que comprometen el potencial económico de las comunidades, la equidad, la dignidad de los individuos, la cohesión y el equilibrio social.
Dentro del marco de las finanzas funcionales antes descrito, a fin de estabilizar la economía al nivel de pleno empleo, de asegurar auténticamente el acceso universal al trabajo poniendo fuera de mercado las formas de trabajo degradantes y con remuneraciones de miseria, debe implantarse un Plan de Empleo de Transición.
1 Toda moneda recaudada con la los impuestos es moneda que ha sido antes creada con el gasto público. Los impuestos no pueden pagar el gasto público sino, al contrario, es la moneda creada con el gasto público que permite la recaudación de los impuestos.
2Cuanta más alta es la tributación, tanta mayor necesidad tendrán los agentes económicos de obtener la moneda y por tanto de vender mayor cantidad de su propio trabajo.
3 Riqueza financiera neta en una divisa, es decir activos financieros detentados por el sector privado (el conjunto de todos los sujetos privados, residentes y no residentes sobre el territorio del país considerado) cuyos pasivos correspondientes son detentados por el sector público, entendido como consolidación entre banco central y secretaría del tesoro.
4 Para profundizar http://www.levyinstitute.org/pubs/wp_864.pdf

Unemployment and Money de M.Polanyi


Este vídeo diseñado por Karl Polanyi es una maravilla. Explica gráficamente la teoría general del empleo, el interés y el dinero de John Maynard Keynes. Le falta la aportación fundamental de la teoría monetaria moderna. Pero es impagable. Dura 40 minutos pero merecen la pena.

Por cierto¡qué envidia de esos magníficos economistas de los años 30 y 40! Los economistas de hoy en su mayoría son unos pseudocientíficos y farsantes al servicio de la oligarquía.

martes, 5 de diciembre de 2017

Firma la Carta de Madrid

Red MMT está recogiendo firmas de adhesión a su documento fundacional, la Carta de Madrid. Enviaremos una carta a los diputados con todas las firmas recogidas con una petición para que se discuta un plan de empleo garantizado.

Encontrarás la página en este ENLACE.

miércoles, 15 de noviembre de 2017

A ritmo de fado o flamenco: ¿qué hacemos si el Banco Central Europeo suprime el programa de compra de activos?


En julio de 2012 el presidente del Banco Central Europeo, Mario Draghi, anunció que su entidad haría todo lo posible por salvar el euro. Esas palabras bastaron para calmar los mercados y disipar la prima de riesgo. Aun así fue necesario que el Tribunal de Justicia Europeo respondiera las objeciones del Tribunal Constitucional Alemán y dos años más de deflación antes de que el emisor europeo se animara a aplicar las llamadas políticas de flexibilización cuantitativa a través del Programa de Compra de Activos (o APP por las siglas en inglés Asset Purchase Programme). El programa asignaba el 90% a la compra de bonos del tesoro y otras agencias reconocidas y el 10% a emisiones de organizaciones internacionales y bancos de desarrollo multilaterales. También establecía un límite cuantitativo del 33% sobre el total de las emisiones. Las compras siempre se hacen en el mercado secundario para que la ficción de que los precios se forman en los mercados pudiera mantenerse y de ellas debían encargarse los bancos centrales nacionales en un 80%.

El programa ha inyectado más de 80 mil millones de depósitos al mes en la zona euro aunque el ritmo ha caído a 60 mil millones al mes. Pese al triunfalismo y los comentarios ufanos de cierta prensa y de las jerarquías comunitarias, ha tenido una importancia limitada. Los programas de flexibilización cuantitativa, como ha explicado recientemente un importante trabajo publicado en el boletín del Banco de Inglaterra, simplemente canjean unos activos por otros. Es decir, los bancos centrales compran deuda pública, que paga un interés, y entregan a los inversores cuentas de depósitos en los bancos comerciales con la esperanza de que estos fondos se inviertan en la economía productiva. Es bastante probable que una parte se destinara a la especulación bursátil y que otra se dedicara a la devolución de préstamos para reparar los balances de las endeudas empresas europeas. Una expansión fiscal habría sido mucho más eficaz.

A pesar de todo es innegable que parte ha debido ir a inversiones reales. Sin embargo el efecto más interesante ha sido que ha permitido a los gobiernos como el español seguir ejecutando un gasto fiscal deficitario. Mejor era un estímulo capado en su eficacia que nada. Gran parte de la recuperación económica de España a partir de 2014 se debió precisamente a la posibilidad de incumplir los objetivos de déficit gracias al apoyo del BCE.

Otro efecto positivo es que los bonos comprados han acabado en el balance del Banco de España ayudando a hacer más sostenible nuestra deuda exterior. Hemos comprado bonos a bancos alemanes y franceses y a cambio estos han obtenido cuentas de reservas en sus respectivos bancos centrales. La contrapartida a estas compras ha sido un incremento de los saldos negativos del Banco de España en TARGET2, el sistema de compensación de pagos del Eurosistema, pero estos no devengan intereses y no son pasivos exigibles a diferencia de las emisiones del Tesoro.



Sin embargo en el pecado las autoridades europeas llevan la penitencia. Al limitar las emisiones de deuda hemos llegado a un punto en que al BCE se le están acabando los títulos disponibles para comprar. De hecho para algunos países los bancos centrales ya han excedido los límites consentidos por el programa APP (a lo que el BCE ha hecho la vista gorda, demostrando que prefiere violar los tratados y sus propias normas antes que dejar que se caiga el tinglado de la moneda común).

En el escenario actual de cierta recuperación económica y aproximación cuando no rebasamiento de límites de adquisición de activos muchos pronostican que el BCE reducirá el ritmo de compras en los próximos meses. Añadamos a esto que el mandato de Draghi está cercano a su fin y que es más que probable que se imponga un candidato alemán, Jens Wiedmann, conocido por su intransigencia y hostilidad al programa de flexibilización cuantitativa. Es posible que el APP se cancele en 2018.

En esas circunstancias la economía europea empezará a parecerse a un bajel que no puede navegar por falta de viento. Ante este escenario de calma chicha la presión de los mercados sobre la deuda pública española puede regresar. Es improbable que el gobierno de Rajoy no insista en su continuación pues es conocido su comportamiento obsequioso ante los alemanes y que hará cuantas genuflexiones sean necesarias para colocar a Guindos como vicepresidente de la entidad. Por tanto la presión para que España reduzca el gasto público o suba los impuestos en 2018 aumentarán. El retorno a la austeridad puede acabar con el ciclo de crecimiento económico, que pese a su evidente inequidad social, permite un crecimiento del PIB y una creación de empleo de baja calidad.

Si un gobierno de izquierdas lograra desalojar al gobierno de derechas ¿qué política debería tomar si el BCE abandona el APP y quiere acometer un ambicioso programa de creación de empleo público y mejora de las políticas sociales?

Sabemos que la izquierda se ha congratulado por una supuesta superior gestión del gobierno socialista de Portugal, que ha conseguido reducir su déficit fiscal a la vez que hacía políticas más sociales. Aquí la izquierda demuestra ser prisionera del pensamiento económico neoclásico y carecer de discurso propio. En realidad, cuando una economía está lejos del pleno empleo, lo que procede es aumentar el déficit público, no reducirlo. Este es la conocida como primera ley de finanzas funcionales postulada por Abba Lerner basada en evaluar el déficit no por el guarismo que representa la fracción sobre el PIB sino por sus impactos en la economía real. Portugal, con una tasa del 9,5%, al igual que España, está muy lejos del pleno empleo.

Al ignorar los criterios de las finanzas funcionales la izquierda cae en la llamada falacia de Robin Hood, la creencia de que se pueden ejecutar políticas sociales sin aumentar el déficit mediante el sencillo mecanismo de subir los impuestos a los ricos. Si bien la diferencia entre la propensión marginal a consumir de los ricos —más baja— y la de los pobres —más alta— puede tener un pequeño expansivo, este sería insuficiente para sacar a España de una profunda recesión causada por unos deteriorados balances en el sector privado y que se manifiesta en una altísima tasa de desempleo. Es fundamental entender algo que a los jerarcas de Bruselas no les entra en su limitada imaginación: el déficit del sector público es el ahorro del sector no público. En este momento el sector privado necesita ahorrar, reparar sus balances, y el estado tiene la obligación de llenar la brecha en el gasto agregado que dejó desocupado el sector privado.

Un nuevo gobierno de izquierdas deberá pues elegir entre someterse a su fatal destino (el fado portugués) o ponerse flamenco ante las autoridades de Bruselas. En nuestra opinión un nuevo gobierno de progreso debería evitar las suertes de Portugal y del Gobierno de Syriza. El primero se ha mostrado sumiso y el segundo inicialmente rebelde pero, desprovisto de una hoja de ruta clara, poco tardó en rendirse ante los chantajes del Eurogrupo y el BCE.

Un gobierno eficaz debe portarse con osadía y astucia. En primer lugar debería exigir una extensión del programa APP ampliando tanto los límites cuantitativos como su duración. Pero además el gobierno debe suministrar los activos que necesita comprar el BCE emitiendo nueva deuda. Por tanto el Gobierno de España debería incumplir los límites de déficit. El Pacto de Estabilidad y Crecimiento no lo permite pero existe un pequeño resquicio. El PEC fue flexibilizado para que tuviera en cuenta los períodos de dificultad económica. Los gobiernos pueden alegar que el déficit obedece a una circunstancia inusual, a una grave recesión económica o una circunstancia temporal ya que «las previsiones indican que el déficit disminuirá por debajo del valor de referencia tras la finalización de la circunstancia inusual o recesión». Es evidente que el gobierno de Rajoy debería haber clamado al cielo ya que se le exigía un ajuste demasiado rápido en una situación catastrófica.

No podemos olvidar que la UE exige que se tenga en cuenta la evolución del déficit estructural. La regla de oro, consagrada en los pactos europeos y en nuestra constitución mediante la reforma exprés del artículo 135, exige que el déficit estructural sea inferior al 0,5% del PIB o al 1% si la deuda está por debajo del límite del 60%. El ‘déficit estructural’ corresponde a una hipotética situación de pleno empleo. El problema es cómo se define ésta. Si aceptamos que una tasa de desempleo no aceleradora de la inflación (NAIRU) del 16% es pleno empleo entonces estamos perdidos. Pero si luchamos por exigir que una definición de pleno empleo es el 2%, como tiene Islandia actualmente, entonces es evidente que nuestro déficit estructural está sobreestimado y existe más margen para reducirlo. Es conveniente aclarar que no creemos en el principio neokeynesiano de que el déficit fiscal debe estar equilibrado a lo largo del ciclo económico. La posición normal de un gobierno es tener un déficit fiscal si se pretende evitar una recesión. Pero las reglas de juego son otras.

Si, pese a estas buenas razones, las autoridades de Bruselas amenazan con imponer la multa prevista en los tratados por incumplimiento del PEC en el brazo corrector, creemos que es mejor anunciar que el Gobierno la pagará pero que seguirá en su intención de incumplir los límites cuantitativos de déficit y deuda ante la situación de alarma social y económica existente.

Sin embargo, como ha comprobado el gobierno de Syriza, el poder efectivo lo tiene quien controla el BCE. Si el emisor decidiera no comprar nuestra deuda pública un programa de expansión del déficit sería imposible. Por eso nuestra recomendación a ese futuro gobierno de izquierdas es exigir una reforma de los tratados que obligue al BCE a comprar toda la deuda pública emitida sin imponer límites cuantitativos al gasto público. También debería luchar por eliminar los límites arbitrarios del Tratado de Maastricht. Si eso no es posible debe negociar una ampliación de los límites.

A largo plazo un gobierno de izquierdas convencido de la bondad del proyecto europeo debería pedir la creación de una instancia federal que ejecute una política fiscal común. A fin de aclarar las dudas entendemos que una unión fiscal no tiene nada que ver con lo que propone Alemania: un reforzamiento de la supervisión europea sobre nuestras cuentas públicas acompañado de un fondo monetario europeo de carácter anticíclico. Una unión federal significa dotar a una instancia como la Comisión Europea de un presupuesto equivalente a entre el 15 y el 20 por ciento del PIB europeo que pueda por tanto ejercer modificaciones discrecionales del gasto público de suficiente amplitud para compensar las oscilaciones inevitables del gasto agregado del sector privado e incluso transferir rentas a zonas en crisis.

Estas propuestas son contrarias a los intereses de Alemania y, en el entorno político europeo actual, en el que al frente de los gobiernos de los principales países se sientan políticos conservadores o neoliberales, es improbable que sean aceptadas.

Si el flamenco no es posible y el futuro gobierno de izquierdas prefiriera el ritmo de fado no podrá ejecutar las políticas que sus votantes esperan de ellos causando un nuevo desencanto entre sus bases electorales. Eso es lamentable pero no fuimos nosotros quienes animamos a los políticos españoles a entregar nuestra soberanía monetaria a un organismo multilateral que se adhiere a los dogmas neoliberales. La unión monetaria y económica europea es como un pasillo con muchas puertas a la derecha pero pocas a la izquierda que además dan a habitaciones muy estrechas.

martes, 31 de octubre de 2017

Mientras mirábamos a Cataluña

Editorial publicado en Red MMT originalmente  el pasado 16 de octubre

Mientras la opinión pública doméstica e internacional contemplaba atónita cómo el Gobierno de España y la Generalitat se disputaban los residuos de soberanía que quedaban en la periferia europea ha pasado inadvertida para la mayoría una disputa mucho más importante para el futuro de la zona euro. Cuando Macron ganó las elecciones los europeístas respiraron aliviados pensando que la derrota de Le Pen salvaría el proyecto europeo. Macron es un exitoso producto de la mercadotecnia de las elites que ha asumido el compromiso de profundizar las “reformas estructurales” de carácter neoliberal que el último país estatista de Europa se resistía a adoptar. Su reforma de la legislación laboral destinada a derrumbar la protección a los derechos de los trabajadores y así acercarse al modelo español lo demuestra. Pero además de campeón neoliberal, los euroentusiastas confiaban en que sería el socio adecuado para restablecer el equilibrio en ese eje franco-alemán que se supone central en la construcción del proyecto europeo. Macron acompañaría al presidente de la Comisión Europea Jean Claude Juncker en el avance de una serie de tímidas reformas que deberían ayudar a la zona euro a responder mejor ante una crisis. Sin embargo, la construcción europea se parece cada vez más al fútbol, ese juego en el que participan veintidós jugadores y casi siempre gana Alemania.

La semana pasada Alemania ha proferido su adverbio favorito a todas las propuestas que supuestamente asegurarían la viabilidad del proyecto europeo: «Nein!». Ni siquiera la jubilación de Schäuble va a conseguir una flexibilización de las posturas alemanas. Pero ¿cuáles eran esas medidas por las que supuestamente abogaba Macron y la Comisión Europea?

Creemos que los euroentusiastas, por desconocimiento de la teoría moderna de la moneda, sobrevaloraban su importancia. Sin embargo algunas podían ir en la buena dirección. La propuesta más relevante, que nosotros no compartimos, era crear un presupuesto de defensa europeo y una fuerza de intervención con capacidad de intervención. Quizás se ocultaran en los planes de Macron un intento de desarrollar un keynesianismo militar dotando a un embrión de gobierno federal con un mínimo presupuesto. Hemos explicado anteriormente que una unión monetaria solo puede ser plenamente operativa si se acompaña de una instancia federal con capacidad de ejecutar un presupuesto y actuar de forma anticíclica. Que se trate de conseguir esto por la puerta trasera aprovechando temores de amenazas a la seguridad demuestra que el proyecto europeo tiene cada vez menos proyectos ilusionantes que ofrecer. La respuesta de Alemania ha sido un sonoro «Nein!».

Otro proyecto querido por los reformistas del euro ha sido la creación de un seguro de desempleo europeo. Esta idea de nuevo podría contribuir a dar viabilidad al euro ya que, si se desarrollara plenamente implicaría un aumento del gasto público en aquellas zonas con mayores tasas de paro. Pero hay que matizar que la idea tendría un alcance muy limitado pues solo beneficiaría a trabajadores que ya hubiesen cotizado previamente al plan europeo lo cual quiere decir que nuestro ejército industrial de reserva tendría que seguir cobrando de nuestra Seguridad Social. Pese a todo, la propuesta tenía algún mérito. De nuevo Alemania ha dicho «Nein!».

Por último la idea de los bonos europeos. Esa solución sigue fascinando a los reformistas del euro porque se supone que reduciría los costes de deuda de los países periféricos al mutualizar los riesgos. Pero ese efecto ya lo consigue el Banco Central Europeo simplemente comprando la deuda de los estados en los mercados gracias a los programas de compras de activos. La propuesta ha recibido otro «Nein!» como respuesta.

Alemania empieza a recordarnos a los niños de corta edad que solo utilizan el adverbio negativo ante cualquier pregunta por defecto no sea que les cuelen los adultos algo que no quieren. Macron ha sido comparado con un macaron por su aspecto y lenguaje empalagoso pero nulo contenido en nutrientes, tuétano y sustancia. Su incapacidad de hacer frente a Alemania demuestra que efectivamente la analogía le sienta bien.

¿Qué quiere Alemania para Europa? Básicamente que ante la próxima crisis Europa solo tenga el mismo instrumento que utilizó en la anterior: el Mecanismo Europeo de Estabilidad (MEDE), es decir ayudas financieras acompañadas de medidas de austeridad draconianas que traten de encerrar los parámetros de deuda y déficit públicos en la estrecha cochiquera que se diseñó en el Tratado de Maastricht. Hemos explicado repetidas veces que estos límites son imposibles de conseguir en una depresión y que solo sirven para obstaculizar la recuperación económica.



El presidente del Banco Central Europeo (BCE) Mario Draghi se ha mostrado pragmático y eficaz en su misión de salvar el euro, pero será sustituido el año que viene probablemente por Jens Wiedmann, un intransigente defensor de las terapias de electrochoque fiscal. Es además probable que las compras de activos que han mantenido a flote nuestra deuda pública se vayan reduciendo dado que ya se han agotado los límites máximos que el BCE se había autorizado a sí mismo: un 33% del stock existente. En estas circunstancias podemos esperar una subida de los rendimientos exigidos a nuestra deuda pública (la famosa prima de riesgo, una pariente cercana de los bond vigilantes). Rajoy ha decidido no acudir a la reciente cumbre europea de Estonia porque prefería concentrarse en aplastar sediciones en Cataluña, y por tanto quizás no se esté enterando de mucho. Cuando levante la vista y contemple los resultados de la obra de su admirada Merkel, a la que nunca se opondrá, quizás se quede aún más pasmado de lo que suele estarlo. La prima de riesgo habrá vuelto y con ella el desempleo galopante, enemigos que, en el cantar de gesta del Partido Popular que TVE nos narra en los telediarios, Rajoy había conseguido derrotar. Menos mal que le quedará el atontamiento del público con proclamas patrióticas y agitar de banderas para ganar las elecciones. Los discursos identitarios, empleados por diferentes niveles de administración pública, se retroalimentan exaltando las pasiones pero consiguen su efecto: relegar a un segundo plano la justicia social. Las banderas no hacen a los países soberanos, solo enfrentan a las clases populares por las migajas que el marco institucional disfuncional de esta Europa irreformable nos permitirá repartir… si los mercados lo permiten.

domingo, 24 de septiembre de 2017

RECUPERAR EL ESTADO: LO QUE NINGÚN IZQUIERDISTA DEBERÍA PERDERSE


LUGAR: ECOO, C/Escuadra 11, Madrid
FECHA: 28 DE SEPTIEMBRE DE 2017
HORA: 18:30



La crisis del orden neoliberal ha resucitado una idea política que se creía que estaba destinada a la basura de la historia. El Brexit, la elección de Donald Trump, y la reacción neonacionalista, anti-globalización y antiestablishment que se han apoderado de Occidente revelan el anhelo por una reliquia del pasado: la soberanía nacional.


En respuesta a este desafío contemporáneo, el economista William Mitchell y el politólogo Thomas Fazi reconceptualizan el estado nacional como un vehículo para el cambio progresista. Nos muestran cómo, a pesar de los estragos del neoliberalismo, el estado todavía detenta los recursos necesarios para el control democrático de la economía y las finanzas de una nación. El giro populista ofrece una apertura para desarrollar una ambiciosa pero viable estrategia política de izquierda.


RECUPERAR EL ESTADO ofrece un análisis político urgente, provocativo y clarividente de nuestra situación actual, y presenta una estrategia integral para revitalizar la economía progresista en el siglo XXI.
WILLIAM MITCHELL

es Profesor de Economía y Director del Centro de Empleo y Equidad en la Universidad de Newcastle, Australia. Es autor de varios libros como La Distopia del Euro (Lola Books, 2016) y Reclaiming the State (Pluto, 2017). Se le considera como uno de los principales economistas heterodoxos y sus ideas han sido adoptadas por el Partido Laborista.

THOMAS Fazi

es escritor, periodista, traductor e investigador. Sus artículos han aparecido en numerosas publicaciones. Es el autor de The Battle for Europe (Plutón, 2014) y coauthor de Reclaiming the State (Pluto, 2017).

lunes, 18 de septiembre de 2017

El Fondo Monetario Europeo: otro peldaño hacia el régimen colonial

Artículo publicado originalmente en el blog de Fundación Alternativas

Distraídos como estamos por los eventos cargados de tensión política, tonalidades épicas y negros augurios sobre la ruptura de España, otro evento que amenaza más seriamente la soberanía del pueblo español está pasando inadvertido. Si Merkel y Schäuble se salieren con la suya poco importaría que Cataluña se independizara de España porque la soberanía de ambos pueblos habrá quedado definitivamente suprimida. ¿Les parece una afirmación exagerada? Sigan leyendo.

La soberanía monetaria ya fue imprudentemente cedida al Banco Central Europeo a finales del siglo pasado con nefastas consecuencias para la sostenibilidad de nuestras cuentas públicas. Los economistas de la teoría monetaria moderna advirtieron entonces de los peligros de no completar la unión monetaria con una unión fiscal ejercida desde una instancia federal (Wray, 2012). Privados del respaldo de un banco central, los estados se exponían a que su deuda no fuera aceptada en los mercados. Las insensatas y arbitrarias limitaciones establecidas por el tratado de Maastricht al gasto público que pretendían paliar esta carencia, además de imposibles de cumplir, se revelaron como puro pensamiento mágico que dificultaría que un aumento del gasto público deficitario nos sacara de futuras crisis. Simplemente, arrebatados por su fe en el destino manifiesto de una unión europea neoliberal, Jacques Delors y quienes impulsaron el proyecto de unión monetaria sin unión fiscal desconocían cómo funcionan los sistemas monetarios modernos.

Así aconteció que el estado español se convirtió en rehén de los mercados financieros y de las imposiciones políticas procedentes de Bruselas, Berlín y París cuando llegó la crisis de 2008. En 2011 el presidente Zapatero se vio obligado por Merkel, Sarkozy, Trichet y Barroso a abandonar el plan de estímulos lanzado en 2009 —el denostado Plan E que realmente funcionó y había empezado a sacarnos de la crisis. El giro a la austeridad, la implantación de un programa de reformas de corte neoliberal y la reforma exprés del artículo 135 de la constitución española fueron las condiciones para que el BCE comprase nuestra deuda pública en los mercados secundarios y evitase nuestra insolvencia. El giro a la austeridad de 2011 explica que España tardase 36 trimestres en recuperar el volumen de producción que tenía en 2008, la crisis más larga de nuestra historia.

Últimamente los dirigentes europeos empiezan a hablar de “unión fiscal”. ¿Han aprendido los dirigentes europeos las lecciones de la crisis? No nos hagamos demasiadas ilusiones porque el lenguaje que emplean en Bruselas es polisémico y ambiguo cuando no engañoso. Se nos informa de que la Comisión Europea y algunas capitales coinciden en la necesidad de impulsar un Fondo Monetario Europeo (FME). La idea fue propuesta en marzo de 2010 por Thomas Mayer y Daniel Gros, economistas alemanes, en The Economist (Mayer & Gros, 2010). La nacionalidad de los autores, la ideología de la revista y el título del artículo “Disciplinary Measures” inspiran desconfianza y, efectivamente, los peores augurios se confirman cuando se lee el texto: un fondo de rescate a cambio de sometimiento a la disciplina fiscal impuesta por los países del Norte. El resultado de la propuesta se convirtió en el Mecanismo Europeo de Estabilidad, el cómplice del FMI que perpetró los programas de asistencia financiera a los países rescatados en la periferia europea.

Bruselas y las élites europeas están muy satisfechas con los resultados —no tanto los trabajadores y parados empobrecidos del sur de Europa— y ahora los responsables de la Comisión Europea (CE) pretenden rescatar las siglas originales. Pero un FME no es una instancia federal, es una mera réplica del FMI, mecanismo creado por el sistema de Bretton Woods para gestionar un sistema de tipos de cambio basado en el patrón oro. Según un documento publicado por la CE en abril, el FME aportaría líneas de liquidez a los estados miembros en dificultades y además serviría como instrumento de último recurso para la unión bancaria (Comisión Europea, 2017). La idea está siendo impulsada por el Comisario Moscovici como antesala a lo que por esos lares se entiende por “unión fiscal”.

La cuestión es quien controla el FME. Los alemanes no han tardado en quitarle el nuevo juguete a la Comisión. Nos cuenta El País que el ministro alemán de Economía, Wolfgang Schäuble, apoya el plan para transformar el Mede en el FME tras las elecciones alemanas (Pérez, 2017). Reuters cuenta que Schäuble abogaba por sacar al FMI de futuros rescates y se mostraba dispuesto a considerar la transformación del MEDE en el nuevo FME. Para Schäuble el Brexit es una oportunidad para avanzar con la integración europea: «necesitamos velocidades flexibles, agrupaciones variables de países, “coaliciones de los dispuestos”». Fiel al pensamiento gregario europeo, para Schäuble el problema sigue siendo la falta de reformas estructurales. «No hay carencia de deuda en el mundo ni carencia de liquidez de los bancos centrales. Sin embargo, hay falta de productividad y competitividad en muchos países porque las reformas necesarias no se han realizado» (Reuters, 2017).

En Román paladino, el FME daría financiación a países en dificultades a cambio de disciplina fiscal al gusto germánico y condicionada a más reformas estructurales. Recordemos que en la jerga de los técnicos de los organismos multilaterales y los economistas de la escuela dominante, ‘estructural’ es una palabra polisémica que se utiliza como justificación de todo tipo de desmanes. Estructural puede significar que hay “rigideces” en un mercado de trabajo que se equipara al de las patatas. Estructural también puede significar que hay poca competencia y que es necesario liberalizar un sector para destruir todo el tejido de PYMES y sustituirlas por oligopolios que optimizan sus costes destruyendo cuanto empleo sea posible. Estructural, también es un problema de ineficiencia del sector público que se resuelve vendiendo todas las empresas públicas.

La idea de Schäuble es arrebatar a la Comisión la supervisión fiscal y otorgarle el control presupuestario a esa nueva institución. Parece ser que Berlín mira con desdén a Bruselas a la que considera poco exigente en el cumplimiento de las reglas fiscales. Alemania quiere reglas y disciplina. La idea sería reservar un derecho de veto a Alemania, Francia e Italia. España se ve que pertenece a otra liga que la inhabilita para disfrutar de ese privilegio. Es decir, si ante la siguiente crisis económica España tuviera que solicitar ayuda del FME, vería suprimida su soberanía fiscal. En tal caso mejor sería cerrar las Cortes definitivamente.

Nuestro concepto de unión fiscal es bien distinto. Una unión fiscal verdadera consistiría en la creación de una instancia federal europea que tuviera la capacidad de administrar un presupuesto muy superior al actual equivalente al 2% del PIB. Siguiendo a Hyman Minsky, una buena regla sería que esa instancia federal gestionara una cifra parecida al total de la inversión, es decir, entre el 15% y el 20% del PIB europeo. La elección de esta cifra se debe a que la inversión es la partida más volátil del PIB. Cuando se produce una recesión la inversión suele caer con mayor intensidad que el consumo que suele ser más estable. Si la instancia federal europea gestionara un presupuesto del orden de magnitud propuesto una caída de la inversión en el sector privado podría ser inmediatamente compensada con un aumento de las transferencias a las zonas en crisis.

No hace falta recordar que Alemania no está dispuesta a contemplar un presupuesto para la Comisión Europea que permitiera transferencias de rentas hacia otros países. Prefiere seguir financiando su superávit comercial con préstamos al resto del mundo. Pero la renuencia germana está bien acompañada del pensamiento gregario dominante en Europa. La doctrina europea sigue sin entender que el déficit fiscal es una necesidad permanente de cualquier economía en la que los ciudadanos desean ahorrar. Es sorprendente que les cueste tanto aprehender un concepto tan sencillo: la deuda pública es igual al ahorro del sector no público. Estamos pues lejos de llegar a una unión fiscal real y lo que se está postulando es un remedo acompañado de cilicios y otros instrumentos disciplinarios. La posibilidad de que Alemania, Francia e Italia tengan la capacidad de vetar las decisiones de inversión nos hace pasar de la alarma al pánico.

Los dirigentes europeos negocian a nuestras espaldas y, entretanto, el Gobierno de Rajoy, lejos de defender nuestra soberanía, nos distrae con su épica batalla con los nacionalistas catalanes. Rajoy es uno de esos dispuestos de los que hablaba Schäuble. El defensor de la integridad de la soberanía nacional no titubeará en vender los restos de nuestra soberanía en un acto de lesa patria a cambio de una pequeña guinda, o mejor dicho, un Guindos al frente del BCE.

Referencias


Comisión Europea. (2017). REFLECTION PAPER ON THE DEEPENING OF THE ECONOMIC AND MONETARY UNION. Bruselas. Retrieved from https://ec.europa.eu/commission/sites/beta-political/files/reflection-paper-emu_en.pdf

Mayer, T., & Gros, D. (2010, febrero 18). Disciplinary measures. The Economist. Retrieved from The Economist: http://www.economist.com/node/15544302

Pérez, C. (2017, septiembre 9). Bruselas impulsa su propio Fondo Monetario para apuntalar el euro. El País. Retrieved from El País: https://economia.elpais.com/economia/2017/09/09/actualidad/1504974819_563129.html?id_externo_rsoc=TW_CC

Reuters. (2017, abril 20). Germany's Schaeuble: ESM could turn into European monetary fund. Retrieved from Reuters: http://www.reuters.com/article/us-imf-g20-germany-eurozone/germanys-schaeuble-esm-could-turn-into-european-monetary-fund-idUSKBN17M1RT

Tetlow, G., Donnan, S., & Brunsden, J. (2017, abril 23). EU policymakers revive push for European Monetary Fund. Retrieved from Financial Times: https://www.ft.com/content/8d4b3414-2756-11e7-8995-c35d0a61e61a

Wray, L. R. (2012, julio 8). MMT, The Euro and The Greatest Prediction of the Last 20 Years. Retrieved from New Economic Perspectives: http://neweconomicperspectives.org/2012/07/mmt-the-euro-and-the-greatest-prediction-of-the-last-20-years.html



sábado, 9 de septiembre de 2017

miércoles, 6 de septiembre de 2017

Vídeo del Banco de Inglaterra

Los bancos centrales están empezando a reconocer el proceso de creación de dinero de forma muy coherente con la teoría moderna de la moneda. Este vídeo es imprescindible. 

lunes, 4 de septiembre de 2017

El señuelo de la RBU: cómplice necesario para el remate del neoliberalismo

Artículo originalmente publicado en CTXT el pasado 30/8/2017

Andres Villena Oliver
Stuart Medina Miltimore

La década de los años 70 del siglo XX marcó el inicio de la era de la supremacía ideológica neoliberal asumida por las élites dominantes. El ataque al factor trabajo para recuperar los beneficios se agazapó detrás de una doctrina con fundamentos teóricos acientíficos como la “tasa natural de desempleo” o el “crowding out” (desplazamiento de la inversión privada por el gasto público). El neoliberalismo ha determinado unas políticas públicas que han generado una crisis del empleo. El resultado ha sido un vendaval de destrucción de trabajo agudizado a partir de la crisis financiera global que ha llevado a niveles sin precedentes de pobreza y desigualdad en la distribución de las rentas y de la riqueza.

En el caso de España, el desempleo ha sido calificado como lacra “estructural”. En la jerga de los técnicos de los organismos multilaterales y los economistas de la escuela dominante, “estructural” es una palabra polisémica que se utiliza como justificación de todo tipo de desmanes. Estructural puede significar que hay “rigideces” en un mercado de trabajo que se equipara al de los rábanos --un frecuente e interesado error. Estructural también puede significar que hay poca competencia y que es necesario liberalizar un sector para destruir todo el tejido de PYMES y sustituirlas por oligopolios que optimizan sus costes destruyendo cuanto empleo sea posible. Ademas, estructural, es un problema de ineficiencia del sector público que se resuelve vendiendo todas las empresas públicas y hasta las joyas de la corona a los amiguetes.

Es probable que España sea el país donde el neoliberalismo se haya aplicado de forma más implacable gracias a su legitimación por asociación al proyecto europeo. En términos orteguianos “España es el problema (estructural), Europa es la solución (neoliberal)”. Varios factores concomitantes como la coincidencia de la incorporación al mercado de trabajo de las cohortes nacidas en el baby boom, el proceso de desindustrialización impuesto por la incorporación a la CEE, el empeño en aplicar una política económica monetarista que desalentaba la inversión, la represión de la demanda como herramienta para luchar contra la inflación importada en barriles de petróleo o la crónica insuficiencia de empleo y gasto público contribuyeron a acentuar los efectos del ataque al factor trabajo.

La coartada perfecta es el proceso de automatización, siempre presente en una era industrial y postindustrial en la que la que la tecnología está al servicio de la maximización del beneficio. La automatización no puede representar una explicación suficiente de la crisis del empleo, achacable a otros muchos factores. De hecho, quienes establecen una relación mono causal entre automatización y desempleo hacen un vago ejercicio de ciencia social e ideología. Existe evidencia de que los países tecnológicamente más avanzados y automatizados son los que tienen menor paro. Solo cuando existe pleno empleo y condiciones favorables a los trabajadores los empresarios buscan reemplazar factor trabajo por factor capital. Pero da igual: las cajas de resonancia están a favor de esta versión que iguala globalización y automatización con crisis del empleo.Las contradicciones del modelo de represión salarial y desempleo no tardaron en hacerse evidentes en una situación de escasez perpetua de las ventas. Hacía falta una solución que aumentase la demanda sin pagar mayores costes salariales. Durante un tiempo los préstamos hipotecarios sirvieron, pero también dejaron un legado tóxico de endeudamiento cuyos platos rotos aún se están pagando con rescates bancarios. A las élites les urge otra solución, a la vez que se distrae al personal sobre las verdaderas causas del desempleo.


Una vez que la izquierda se ha tragado las coartadas entra en el debate público español la propuesta de la renta básica universal (RBU) como cuadratura del círculo. El programa de RBU pagaría a todos los ciudadanos una renta mensual que garantizaría un mínimo nivel de bienestar material. Sería percibida por todos sin excepción, fuera cual fuera su nivel de renta, de forma incondicional, sin necesidad de demostrar ninguna necesidad. Los defensores de la RBU arguyen que los sistemas alternativos de renta mínima garantizada condicionada a la demostración de falta de medios de vida humillan a los perceptores, señalándolos como parásitos y dificultan el acceso a la prestación.

La RBU es el reconocimiento de una derrota, ya que supone renunciar al objetivo de pleno empleo, el verdadero puntal de una sociedad del bienestar. El pleno empleo, igual que luchar contra el envejecimiento, se habría convertido en algo imposible y antinatural. Friedman en estado puro. Cuando la supuesta izquierda propone medidas al servicio del sistema se manifiesta la plenitud de su derrota. Van Parijs y otros proponentes de la RBU no reconocen que la solución del problema reside en un aumento de la demanda porque están atrapados en tesis que podríamos calificar de “decrecentistas”. Coincidimos con ellos en que el problema del modelo capitalista es encomendar la creación del empleo a oligopolios depredadores que exigen beneficios crecientes para crear nuevos empleos y no se preocupan de los impactos medioambientales de su actividad. Sin embargo, no estamos de acuerdo en la ecuación crecimiento igual a destrucción del medio ambiente. Hay muchas tareas que contribuirían al crecimiento del PIB, que son sostenibles y que ayudan a mejorar la calidad del medio ambiente pero que no se están realizando. El producto se vende a una población, masacrada por décadas de desempleo y maltrato por las empresas y sus gobiernos, tan fácilmente como un crecepelo a un calvo. Es fácil entender por qué la propuesta captura la imaginación, pero creemos que un análisis más profundo revela que la RBU encierra varias trampas y engaños. Su propuesta está perfectamente alineada con el paradigma neoliberal vigente. Es el señuelo perfecto: garantiza la dominación del capital, mantiene el consumo y se adorna de ribetes progresistas.

Pero estas tareas competen al Estado. El pleno empleo se puede alcanzar con políticas públicas decididas, pero tal solución resulta odiosa al pensamiento de Van Parijs, lo cual delata su profunda suspicacia hacia el Estado. El principal proponente de la RBU enaltece una sagrada libertad individual obviando la interacción con la sociedad. En tal mundo, uno podría ser un perfecto misántropo y vivir apartado como un anacoreta sin dar nada a cambio de lo que recibe. Es un aspecto de su pensamiento que lo acerca demasiado a la tradición liberal que pretende aislar a las personas en una sociedad constituida por seres maximizadores de utilidad, hedonistas y egoístas pero solitarios y probablemente deprimidos.

Por ello, la propuesta de la RBU resulta altamente perturbadora. De sus consecuencias nos dan una pista las sociedades nórdicas, que, tras abandonar el tradicional objetivo socialdemócrata del pleno empleo, lo sustituyeron por generosas prestaciones sociales que permiten una perfecta independencia de los individuos. Lejos de asegurar la felicidad en el modelo social de los países escandinavos, abundan los casos de depresión, alcoholismo, suicidio y soledad. Es el efecto inesperado de un estado de bienestar que antepone asegurar la independencia de los individuos a la creación de lazos de solidaridad y al estímulo de la participación en la vida comunitaria. El provocador documental de Erik Gandini “La Teoría Sueca del Amor” retrata los fallos de una sociedad supuestamente perfecta en la que el 40% de las personas viven solas, uno de cada cuatro cadáveres no es reclamado por ningún familiar y la gente ya no sabe cómo comunicarse aparte de emitir unas frases breves cercanas al gruñido animal. La RBU niega la naturaleza del ser humano como criatura social e innatamente solidaria. La RBU es un subsidio que causa anomia y reduce a sus perceptores a la minoría de edad.

Estamos ante el caballo de Troya que justifica la privatización de todos los servicios sociales. Si ya percibes una renta, ¿qué impide que te pagues tu sanidad, tu vivienda, tu educación, tu seguridad? Los finlandeses participantes en el programa piloto promovido por un gobierno conservador reciben 560 euros sin condiciones pero a cambio renuncian a prestaciones como las de desempleo o ayudas a la vivienda. Debería hacer reflexionar a los progresistas el hecho de que el principal sindicato finlandés, SAK, denuncie que este programa lleva la política social en la dirección equivocada (Tiessalo, 2017).En los ochenta la represión salarial y el paro frenaron el consumo pero el crédito cerró la brecha. La RBU posibilitaría la recuperación de la demanda sin pagar mayores salarios a ser posible repercutiendo los impuestos sobre las clases medias. No resulta sorprendente que altos ejecutivos de empresas como Amazon, Virgin o Facebook, especializadas en recortar plantillas y eludir impuestos, se hayan pronunciado a favor de la RBU. Sus modelos empresariales basados en Internet permiten la centralización y la captura de rentas sin necesidad de contratar más que a un selecto grupo de ingenieros informáticos. Estas grandes empresas centralizan sectores económicos enteros y exprimen los márgenes empresariales de sus “socios”, las empresas a las que parasitan. Pero ¿quién consumirá lo que producen si no hay asalariados y los que quedan cada vez ganan menos? Estamos en la era del too big to fail: la RBU como otro gran rescate, ahora de la demanda agregada, sin lucha obrera de por medio. "El hecho de que haya tantos partidarios de la RBU procedentes del campo “equivocado” no parece afectar a quienes la defienden.

Si una renta básica universal es una prestación sin condiciones, no es necesario demostrar que uno está desempleado. Uno podrá dedicarse al surf o a participar en una banda de jazz o elegir si prefiere trabajar. ¿Qué impedirá pues que empresarios, muchos de los cuales han demostrado un bajo nivel de exigencia ética, no la utilicen para completar los bajos salarios que ya pagan a los trabajadores o incluso para bajarlos? De facto, la RBU se convertiría en una subvención a las malas prácticas empresariales.

La RBU consolidaría la exclusión de las sociedades patriarcales de determinados colectivos del mercado de trabajo como las mujeres, condenadas a realizar las tareas reproductivas de los hogares trabajadores. Incluso en los períodos de auge económico hay colectivos que sistemáticamente están excluidos del mercado laboral. Minorías raciales, personas con antecedentes penales o con minusvalías tienen dificultades para encontrar un puesto de trabajo. La solución que les proponen desde la RBU es excluirles definitivamente en vez de exigir al estado que los integre en la comunidad.

Afee a los mesías de la RBU su intención de excluir de forma permanente a personas dispuestas y aptas para el trabajo y le contestarán que somos prisioneros de conceptos obsoletos de moral cristiana. Se supone que, resueltas las necesidades materiales más elementales, los ciudadanos podrán liberarse de la esclavitud del trabajo remunerado y podrán orientar sus esfuerzos hacia actividades más creativas o que satisfagan sus aspiraciones espirituales. Además, la liberación de la obligación de trabajar permitirá rechazar ofertas de empleo poco atractivas lo cual reforzaría el poder de negociación de la clase trabajadora. En definitiva, la RBU se vende como el tránsito hacia un nuevo modelo de sociedad; una utopía hecha realidad, un paraíso en la Tierra; la liberación del hombre de visiones morales acerca de la obligación de trabajar, del “ganarás el pan con el sudor de tu frente”. Podrás elegir entre trabajar para una ONG o fundar tu propio grupo de jazz, folk o techno pop. Se te abre la oportunidad de producir esa película que nadie verá o esa novela que nadie leerá. A uno de estos autores le dijeron que cometía un “error de atribución” cuando trataba de explicar que con 600 €/mes muchos no podrían salir mucho de su casa para perseguir sus aspiraciones salvo para jugar a la petanca en el parque.

No podemos estar de acuerdo en que el trabajo es una actividad alienante. Es evidente que la vida laboral es uno de los cauces más importantes de participación en la vida social. Es además uno de los factores que más puede ayudar a consolidar sentimientos de realización personal y de valía de las personas. Lejos de percibirse como una condena, la vida laboral es un elemento fundamental en el sentimiento de identidad de las personas. Esta es la gran debilidad ética de la RBU. En la nueva sociedad de rentistas básicos habrá ganadores que conseguirán acceder a los empleos retribuidos y perdedores condenados a una magra renta sin muchas posibilidades de realización personal más allá de una austera vida de ocio barato, de jubilación anticipada. La RBU oculta una distopía de personas viviendo en el aislamiento, crecientemente marginadas y desconectadas de la sociedad. No tardaríamos en ver un nuevo personaje objeto de las burla y el escarnio en los programas de humor: el enajenado perceptor de una renta inferior a 600 euros al mes. Libre de trabajar será, pero estará condenado a la pobreza e incapacitado para participar en la sociedad.

El sustrato ideológico neoclásico de los proponentes de la RBU se delata en su obsesión por demostrar la viabilidad de su financiación. Comparten con los neoclásicos una visión del estado constreñido financieramente. Partiendo de las premisas de que el trabajo es un bien finito, arguyen que quienes sí conservan su empleo disfrutan de un privilegio por el que deben pagar otro impuesto adicional. Desvían la lucha de clases desde el capital hacia los trabajadores: pobres contra menos pobres. Pero el trabajo no es finito y el pleno empleo no es una entelequia como demuestran países que han sabido conservar el papel crucial que tienen los Estados como fiel de la balanza social. La RBU es el paradigma de solucionar un problema haciéndolo desaparecer. ¿No queremos crear empleo para todos? Simplemente retiramos a parte de la fuerza de trabajo con una magra renta básica. Muerto el perro, se acabó la rabia.

Pero, ¿qué ocurre si la demanda se recupera y las empresas empiezan a demandar nuevos trabajadores? Si la renta es lo suficientemente alta, estos no tendrán ningún incentivo para reincorporarse al mercado de trabajo, salvo que los salarios nominales crezcan y los empresarios provoquen una espiral inflacionista. Si es lo suficientemente baja, entonces no habremos resuelto el problema de la pobreza y además estaremos subvencionando a los empresarios que ahora podrán pagar sueldos más bajos, ya que la reproducción de la fuerza de trabajo estará asegurada por el estado. Nos parece bastante probable que ocurra esto último. Los defensores de la RBU arguyen que su propuesta mejoraría el poder negociador de la clase trabajadora, pues estos podrían retirarse de un mercado de trabajo que no ofrece una compensación adecuada. Pero la condición es que esa renta sea lo suficientemente alta con los efectos desestabilizadores antes descritos. De lo contrario lo probable es que el efecto sea el opuesto del esperado. Como se puede comprobar a partir de estas líneas, se trata de un debate que se debe realizar con profundidad y honradez, pues de este depende el bienestar de numerosísimos ciudadanos. Esperamos que este continúe. Por lo demás, a los partidarios de la renta básica la macroeconomía les resulta una distracción molesta. El problema no es la financiación, es el peligro inflacionista de entregar nuevo poder de compra a quienes no han participado en el proceso productivo. El trabajo es renta a cambio de servicios que otros quieren comprar, mientras que la RBU se da a cambio de nada. Los nuevos rentistas aumentarán su consumo sin que haya un correlativo aumento de producción de bienes y servicios. Si no hay un aumento de la producción, no puede haber un aumento de las rentas reales. Es el carácter de renta incondicional y universal lo que explica su esencia inflacionista. Una vez implantado, todos los ciudadanos recibirían la misma suma todos los meses con independencia de la coyuntura económica. Si aumenta el desempleo, no habría un aumento de la partida presupuestaria destinada a pagar la RBU; si cae el desempleo, tampoco se reduce el gasto. Esta partida presupuestaria se dilataría al mismo ritmo que el crecimiento vegetativo de la población.

viernes, 18 de agosto de 2017

La bomba del desempleo


El vendaval de destrucción de empleo iniciado en 2008 ha agudizado los niveles de pobreza y desigualdad en la distribución de las rentas y de la riqueza. La gran depresión de la segunda década de este siglo fue la tormenta perfecta. La borrasca venía gestándose en el mundo occidental desde el inicio de la era neoliberal iniciada en 1973 pero cuando alcanzó a la periferia meridional europea, –con economías que habían entregado su soberanía monetaria y habían erigido su prosperidad sobre los débiles fundamentos de la burbuja especulativa, bajísimos niveles de protección social y empleo público y una crónica falta de inversión en tejido productivo real– la destrucción alcanzó proporciones épicas. Probablemente no haya hogar de clase media o trabajadora que no haya sido afectado por esta devastación. El problema del desempleo es gravísimo en la periferia de la zona euro y coloca a estos países en el mismo rango que algunos estados fallidos de África o que acaban de padecer un conflicto bélico.


Ilustración 1. Países con mayores tasas de desempleo

En el caso de España el problema se arrastra desde hace décadas. La última vez que este país disfrutó de pleno empleo fue durante el franquismo (con todas las cautelas que conviene añadir en un país en el que las mujeres tenían poco acceso al mercado de trabajo retribuido). El régimen del 78 demostró que no era necesaria la represión dictatorial para someter a los trabajadores; bastaba proferir la amenaza cierta de que perderían su empleo si osaban ser reivindicativos. Pero la perpetuación de la lacra ha acabado siendo aceptada como una especie de estado natural de las cosas. La población española ya no reconoce las verdaderas causas y es incapaz de exigir una solución a los verdaderos responsables: el Gobierno de España y los intereses de sus elites. Pocas fuerzas de trabajo existen más disciplinadas y más sometidas a lo que George Orwell llamaba el «terror acechante del desempleo» existen en Europa.




Ilustración 2. Serie histórica de la tasa de desempleo

El problema del desempleo español ha sido reducido a la categoría de lacra “estructural”. En la jerga de los técnicos de los organismos multilaterales y los economistas de la escuela dominante estructural es una palabra polisémica que se utiliza como justificación de todo tipo de desmanes. Estructural puede significar que hay “rigideces” en un mercado de trabajo que se equipara al de los rábanos. Si hay exceso de rábanos en el mercado, bájese su precio y se venderán más rábanos hasta vaciar el mercado. Si hay exceso de desempleados es porque los sindicatos y los reglamentos impiden bajar los salarios. Destrúyanse los sindicatos, desmóntese el estatuto de los trabajadores, hágase un decreto de la estiba, bájense los salarios y el desempleo caerá; sin advertir que el mercado de trabajo es también un centro de reparto de rentas y que socavar los salarios simplemente arregla el problema de un empresario pero agrava el de todos. Estructural también puede significar que hay poca competencia y que es necesario liberalizar un sector para destruir todo el tejido de PYMES y sustituirlas por oligopolios que optimizan sus costes destruyendo cuanto empleo sea posible. Otrosí, estructural, es un problema de ineficiencia del sector público que se resuelve vendiendo todas las empresas públicas y hasta las joyas de la corona a los amiguetes.

El problema del desempleo español es el resultado de cuatro décadas de políticas erradas y del alineamiento de las élites políticas y económicas con el pensamiento neoliberal cuyo eje central es el ataque al factor trabajo. Es probable que España sea el país donde el neoliberalismo se haya aplicado de forma más implacable gracias a su legitimación por asociación al proyecto europeo. En términos orteguianos «España es el problema (estructural), Europa es la solución (neoliberal)». El elevado desempleo es el mayor éxito del neoliberalismo español. Varios factores acudieron en ayuda del proyecto de laminación de la clase trabajadora. La coincidencia de la incorporación al mercado de trabajo de las cohortes nacidas en el baby boom, el proceso de desindustrialización impuesto por la incorporación a la CEE y el abandono de las políticas industriales a beneficio de los chaebol Corea del Sur y del mittlestand germánico, el empeño en aplicar una política económica monetarista que desalentaba la inversión, la represión de la demanda como herramienta para luchar contra la inflación importada en lo barriles de petróleo, la crónica insuficiencia del empleo y gasto públicos. ¿Recuerdan cuando Felipe González ganó las elecciones prometiendo la creación de 700.000 puestos de trabajo? Nunca lo consiguió porque inocentemente pensaba que eso lo haría el sector privado con algunos incentivos estatales. (Posteriormente los líderes del PSOE perdieron su virginidad estructural y se convirtieron en grandes desreguladores, siguiendo una larga tradición de dirigentes europeizantes, como los Habsburgo que nos limpiaron de toda traza arabizante o los Borbones que querían desembozarnos).

El problema es ya antiguo pero lo que diferencia la crisis actual de las anteriores es que, esta vez, ha afectado a las clases medias; sobre todo a sus cachorros ahora reclutados para el precariado.

Fueron las contradicciones del capitalismo las que generan el problema de represión salarial y desempleo que a la vez deprime las ventas. La solución obvia, probada y eficaz de la intervención pública mediante el gasto deficitario causa sarpullidos en Bruselas y las élites patrias. Hacía falta una solución que aumentase la demanda sin pagar mayores costes salariales. Quien no cree en la medicina científica recurre a las flores de Bach para curar el cáncer. Durante un tiempo los préstamos hipotecarios sirvieron pero también dejaron un legado tóxico cuyos platos rotos aun andan recogiendo en las oficinas bancarias del Banco Popular. Hay que encontrar otra solución.

martes, 8 de agosto de 2017

La teoría circuitista de los beneficios

Villaviciosa de Odón, 8 de agosto de 2017

Alain Parguez

En el post anterior examinamos la ecuación de beneficios de Kalecki. Recordemos que según el economista polaco los beneficios de la clase capitalista equivalían a la inversión, el consumo de los capitalistas, el déficit público, el superávit de la balanza comercial con el resto del mundo y lo minoraba el ahorro de los trabajadores.

Alain Parguez, un economista procedente de la tradición circuitista plantea en mi opinión una interesante síntesis entre la ecuación de los beneficios de Kalecki, el circuitismo y la teoría de la moneda moderna (TMM) (Parguez, 2002). La aportación de Parguez a Kalecki es fundamental porque el economista polaco no había entendido que el déficit público no necesita de la financiación de fondos obtenidos del sector privado mediante la recaudación de impuestos ya que gastando el estado crea nuevo dinero y creo que tampoco hizo una distinción entre ganancias monetarias retenidas y beneficios gastados.

Flujo y reflujo

Parguez explica que tanto las empresas como el estado no pueden financiar sus gastos presentes con ingresos que aún no se han producido. En la secuencia lógica de acontecimientos primero tiene que haber un proceso de creación de dinero de las empresas y del gobierno. En el caso del gobierno sabemos que es el acto de gastar el que crea el dinero pero en el caso de las empresas el origen del dinero es el crédito bancario. Con ese nuevo poder de compra los empresarios pueden tomar sus decisiones de gasto en la adquisición de nuevos bienes de equipo. En una economía monetaria este aspecto temporal del circuito económico es fundamental. No se puede poner en marcha ninguna actividad económica sin que antes haya alguien que haya creado el poder de compra que permite movilizar recursos reales para dedicarlos al proceso productivo.

Las empresas tendrán que devolver esos créditos cuando sus inversiones produzcan los flujos de caja de entrada, en la fase que Alain Parguez llama de ‘reflujo’. La fase de reflujo es la que consigue la devolución de los préstamos y por tanto corresponde a la destrucción del dinero bancario. En el caso del estado la fase de reflujo es la recaudación de impuestos que destruye el dinero. El dinero es como un fotón, una partícula fugaz portadora de paquetes de información. Una vez que impacta en nuestra retina podemos conservar la imagen un tiempo breve en nuestro cerebro pero el propio fotón se destruye.

Al igual que no es posible que los ciudadanos paguen sus impuestos si antes el estado no les ha entregado aquello que sirve para pagarlos a través de la ejecución del gasto público (el dinero del estado no es más que un crédito fiscal), tampoco es posible que las empresas recuperen el dinero que necesitan para pagar al banco sin antes poner en circulación el dinero bancario pagando a los trabajadores los sueldos que estos usarán para consumir los productos fabricados y comercializados por las empresas (salvo en el esporádico e improbable caso de que algunos de estos trabajadores sean falsificadores de moneda).

Sin embargo, hay una diferencia fundamental entre empresas y gobierno: el estado puede crear dinero por su propia cuenta gracias a que el Banco Central compra las emisiones de deuda del Tesoro y puede financiar al gobierno a tipo de interés cero. En cambio las empresas deben recurrir a los intermediarios de crédito. Solo estos pueden crear dinero crediticio pues solo estas instituciones cuentan con el respaldo del estado a través del banco central para hacerlo.

La falacia Robin Hood

Fijémonos en esta paradoja: al recaudar impuestos el estado destruye el dinero que ha creado previamente. Si recauda tantos impuestos como ha gastado previamente el estado conseguirá un equilibrio presupuestario pero a la vez estará retirando dinero del bolsillo de los ciudadanos. Los impuestos no generan nuevos ingresos con los que el estado puede gastar y además reducen los ingresos de los hogares y, por consiguiente, su consumo. Los impuestos destruyen una cantidad equivalente de dinero. Los impuestos, por tanto, retiran renta del sector privado sin generar rentas para el estado que se podrían reciclar en gasto. La insistencia de los socialdemócratas en que primero hay que recaudar, preferentemente de los ricos, para luego realizar el gasto social en favor de los pobres está basada en una ficción, una ilusión. Es lo que Parguez llama la paradoja “Robin Hood” pero yo considero más apropiado llamarla la “falacia Robin Hood”: la idea de que es necesario sacar impuestos de los ricos para transferirlos a los pobres. No hay ninguna razón por la que el estado no pueda previamente hacer transferencias a los pobres y luego decidir si necesita retirar poder de compra de los ricos para deflacionar la economía.

El déficit público como fuente de beneficios empresariales

La elevación de la presión fiscal simplemente estruja los presupuestos familiares, reduce el consumo y solo puede llevar a una reducción de los beneficios empresariales. Recuerden que según Kalecki un superávit fiscal reducía los beneficios y en cambio un déficit contribuía a su formación.

Para entender por qué el déficit público genera beneficios empresariales recordemos la contabilidad de reservas que hemos descrito en posts anteriores. Supongamos que el estado ha gastado más de lo que ha recaudado, a esa diferencia la llamamos déficit. Ese déficit público se refleja contablemente en el activo de los balances de los bancos como un aumento de sus cuentas de reservas, cuya contrapartida, euro a euro, en el pasivo son los depósitos bancarios que mantienen las empresas y los hogares. Si el déficit ha generado un incremento de la demanda agregada, la suma de las compras de lo mercancías del estado y el incremento neto del consumo de los hogares tiene que ser equivalente a las ganancias monetarias retenidas acumuladas por las empresas. Las ganancias monetarias retenidas son iguales a la discrepancia entre los beneficios agregados y la deuda, en la que el empresario incurrió para financiar las inversiones, que ha sido devuelta utilizando los beneficios brutos. El incremento total en el stock de pasivos bancarios lo detentan las empresas en forma de beneficios monetarios retenidos (Parguez, 2002, pág. 91).

La búsqueda de beneficios en el exterior

Desde el punto de vista de Parguez por tanto la fobia al déficit pública encierra en sí las semillas de su propia derrota porque un superávit solo puede socavar los beneficios monetarios retenidos … salvo que los capitalistas sean capaces de encontrar otra fuente. Ya vimos en la ecuación general de beneficios de Kalecki que éstos podían proceder del superávit obtenido en el comercio exterior. Esta estrategia explica la obsesión de los economistas mainstream por incrementar la competitividad de las naciones y ganar cuotas de mercado internacional para las oligarquías capitalistas para las que trabajan. También explica por qué para Alemania la unión monetaria europea ha sido tan útil para mantener los beneficios de su clase capitalista cuando en su propio país el gobierno se empeñaba en mantener un superávit mientras sus hogares, tras una década de represión salarial, disuadida de mantener su propia reproducción, se convertían en asustadizos consumidores con una fuerte preferencia por el ahorro. Ayuda a entender por último por qué el capitalista español, ante la pérdida de su propio mercado en favor de productores de otras economías más competitivas, optó por convertirse en el agente del capitalismo franco-alemán en América Latina como único medio de conseguir beneficios que se le negaban en su propio país donde también la ortodoxia vigente nos llevaba a buscar un superávit deflacionista.

Hogares endeudados y financiarización

Si seguimos examinado la ecuación de beneficios de Kalecki vemos que el ahorro de los consumidores reduce los beneficios. Pero lo contrario también es válido. ¿Y si los capitalistas, a través de sus entidades de crédito, consiguen convencer a las familias para que, en lugar de ahorrar, se endeuden? El desahorro de los hogares se convierte entonces en una fuente de beneficios. El préstamo hipotecario explica el beneficio del promotor inmobiliario y del rentista propietario de tierras urbanizables. El préstamo de la entidad financiadora ayuda a crear los beneficios de los grandes grupos del automóvil. La tarjeta de crédito ha mantenido las ganancias de las empresas gracias a que permite el milagro de que los trabajadores gasten en su propia reproducción más de lo que permiten sus reprimidas rentas salariales. Recuerden el excedente que obtenía el capitalista en el Departamento 3 que describía Kalecki: ¡ahora los capitalistas dan un paso más y consiguen sacar excedentes anticipados! Éste es el mecanismo de la financiarización observada en los países adscritos al capitalismo atlántico cuando los superávits comerciales no eran posibles y a la vez se pretendía el imposible de alcanzar un superávit fiscal.

Beneficios no retenidos en forma monetaria

Pero ¿qué hay de las otras dos fuentes de beneficios que describía Kalecki en su ecuación más sencilla? Recordemos que en la formulación más esquelética de Kalecki:

Beneficios brutos=inversión + consumo de los capitalistas

Aquí es donde la teoría moderna de la moneda y el circuitismo completan el análisis de Kalecki. Si no consideramos una economía monetaria la ecuación de Kalecki es impecablemente correcta. Pero el consumo de los capitalistas y la inversión son el resultado de sus propias decisiones de gasto. Una vez que las han ejecutado el dinero que habían conseguido mediante los beneficios ya no existe, se ha transferido a otros bolsillos o cuentas bancarias. Solo queda ese coche de lujo en el garaje o esa inversión en una máquina en el taller. Fíjense que en los párrafos anteriores recalco que Parguez hablaba de ganancias monetarias retenidas. La inversión y el consumo no pueden ser ganancias retenidas sino gastadas.

Esta diferencia entre beneficios retenidos en forma monetaria y decisiones de gasto de los capitalistas es crucial. El capitalista pretende invertir una cantidad de dinero en la compra o producción de mercancías para volver a recuperarlo a ser posible aumentado cuando venda las mercancías. En forma sintética Marx hablaba de la circulación M-C-M’, donde el circuito parte con dinero M (Money), que se convierte en mercancías C (Commodities) para obtener más dinero M’, a ser posible siendo M’>M, es decir aumentado con la plusvalía extraída de los trabajadores. El capitalista lógicamente desea que el resultado de su actividad sea obtener M’, no más C. En la fase de flujo, la financiación de la inversión puede proceder de los beneficios retendios, o financiarse con nuevo crédito como veíamos al principio. Es cierto que dentro de la propia clase capitalista puede haber algunos que se hayan endeudado para realizar la inversión y por tanto su posición financiera neta sea negativa, al menos temporalmente. Sin embargo a estos capitalistas que se han endeudado para acometer una inversión los llamaría Schumpeter emprendedores en su Teoría del Desarrollo Económico (Schumpeter, 1934). Los emprendedores son capitalistas en potencia ya que aspiran a incorporarse a sus filas pero aún no lo han conseguido. Obviamente no podemos confundir este personaje con la figura contemporánea del autónomo glorificado también llamada “emprendedor” en el sistema propagandístico que intenta ocultar lo que no es más que autoexplotación de cortos vuelos. El emprendedor procura no arriesgar su capital y, si es avispado, dejará quebrar su empresa si comprueba que no va a conseguir que M’>M.

Los capitalistas pueden también destinar sus beneficios a la compra de bienes de lujo en la fase de reflujo pero, si realmente pertenecen a esa clase, no es creíble que se endeuden para pagar esos gastos. Puede haber quienes se endeuden para comprar bienes de lujo pero esos no serán capitalistas sino personas que quieren vivir por encima de sus posibilidades o personas que están abandonando la clase capitalista por mala fortuna o desidia.

Obviamente dentro de la clase capitalista los hay que toman préstamos de otros pero, en agregado, la clase capitalista no puede crear activos financieros netos. Los créditos de unos capitalistas son las deudas de otros pero si consolidamos todas las deudas se cancelan con los préstamos y el saldo tiene que ser forzosamente cero. Para que la clase capitalista pueda acumular beneficios retenidos en forma monetaria otro sector de la sociedad tiene que estar dispuesto a crear los activos financieros, es decir, a endeudarse. Esos solo pueden ser las familias no capitalistas, el estado o los extranjeros. El estado suministra nuevo dinero o bonos del Tesoro gracias al déficit público. Las familias se dejan atrapar en el crédito bancario para comprar los productos que les venden los capitalistas. Los extranjeros aportan depósitos en moneda extranjera o se embarcan en operaciones de crédito internacional para financiar importaciones en el comercio deficitario con las grandes potencias exportadoras.

Los capitalistas necesitan hacerse con esos activos financieros para asegurarse la acumulación de capital. Para ello es fundamental obtener un poder de mercado con un elevado grado de monopolio o situarse muy cerca del monopolista de la creación del dinero, el estado.

Referencias


Parguez, A. (2002). A Monetary Theory of Public Finance : The New Fiscal Orthodoxy: From Plummeting Deficits to Planned Fiscal Surpluses. International Journal of Political Economy, 32:3, 80-97.

Schumpeter, J. A. (1934). The Theory of Economic Development. Boston: Harvard University.


jueves, 3 de agosto de 2017

¿De dónde vienen los beneficios?

Michał Kalecki

En este post vamos a repasar una de las principales aportaciones del polaco Michal Kalecki a la Economía, la ecuación de beneficios. Si uno consulta la contabilidad nacional apreciará que la renta nacional se reparte en tres grandes magnitudes:

  • La remuneración de los asalariados
  • El excedente bruto de explotación
  • Los impuestos sobre la producción y las importaciones netos de subvenciones

El excedente bruto de explotación (EBE) es un concepto que podría asimilarse a los beneficios contables de la empresas pero es en realidad un poco más amplio porque incluye todas las rentas procedentes de la propiedad y de la empresa. A diferencia de los beneficios empresariales el EBE no excluye el consumo de capital. Si deducimos el consumo de capital fijo obtenemos el excedente neto de explotación. El consumo de capital fijo representa el montante de los activos fijos consumidos durante el período considerado como resultado del desgaste normal y la obsolescencia previsible, incluida una provisión para las pérdidas de activos fijos como consecuencia de daños accidentales asegurables. De forma aproximada podríamos decir que el EBE recoge la parte de la renta que se asigna al factor capital.

En la contabilidad nacional de España observamos la siguiente distribución de la renta nacional bruta:
Fuente: INE, cifras en millones de euros.

Al examinar la tabla podemos comprobar cómo, pese a la estabilidad relativa en el tiempo de estas grandes magnitudes, durante la crisis económica los componentes de la renta interior bruta cayeron pero no hicieron de forma uniforme. La siguiente tabla muestra que la participación de los salarios en la renta cayó más que el EBE y los impuestos sobre la producción netos de subvenciones. Por tanto los asalariados perdieron participación en el reparto de la renta en favor del capital y probablemente también absorbieron el crecimiento de los mayores impuestos aplicados como consecuencia de las políticas de austeridad fiscal. Tengamos en cuenta que en realidad las retribuciones de algunos altos ejecutivos, aunque formalmente se incluyan en la magnitud de los asalariados, podrían más propiamente incluirse en un concepto amplio de beneficios.


La evolución del EBE y de las rentas de la propiedad nos hace plantearnos la siguiente pregunta: ¿qué determina los beneficios del factor capital entendido en su forma más amplia?

Esta cuestión ocupó a Michal Kalecki quien la abordó de una forma muy elegante y sencilla (Kalecki, 1969). Kalecki partió inicialmente de un modelo económico esquelético en el que solo habría dos clases de personas, trabajadores y capitalistas, ignorando por el momento el sector exterior y asumiendo que los impuestos son de poca importancia. Los trabajadores solo cobran salarios mientras que los capitalistas cobran los beneficios.

Recordemos además que

PRODUCTO=GASTO=RENTA

Esto nos permite describir esquemáticamente el producto interior bruto de esta forma.

Desde el punto de vista de la demanda el PIB es igual al consumo de trabajadores y capitalistas y a la inversión en capital fijo. Desde el punto de vista de las rentas el PIB=beneficios brutos+sueldos y salarios. Además suponemos que los trabajadores no ahorran y destinan toda su renta a consumo mientras que los capitalistas pueden destinar su renta a inversión o a consumo.

Dado que consumo de los trabajadores=sueldos y salarios de los trabajadores, aritméticamente se deduce que:

Beneficios brutos=consumo de los capitalistas +  inversión en capital fijo.

La ecuación es muy sencilla pero tiene una gran significación. La pregunta que se hizo Kalecki fue cuál era la variable determinada, los beneficios brutos o el consumo y la inversión. Kalecki responde

es evidente que los capitalistas pueden decidir consumir e invertir más en un determinado período que en el anterior, pero no pueden decidir ganar más. Por consiguiente son sus decisiones de inversión y consumo las que determinan sus beneficios y no vice versa.
Además Kalecki observa que

si consideramos un plazo corto podríamos decir que las inversiones y el consumo de los capitalistas están determinados por decisiones adoptadas en el pasado porque la ejecución de una inversión requiere un cierto tiempo y el consumo de los capitalistas responde a cambios en los factores que lo influyen con cierto retraso.
Estas decisiones no son estacionarias ya que los capitalistas no deciden consumir e invertir exactamente lo mismo que en el período anterior. Por ejemplo, determinados acontecimientos como la acumulación de existencias también pueden alterar las decisiones de inversión.

Kalecki ilustra el problema de los beneficios empleando una analogía marxista. Imaginemos que en la economía hay tres departamentos:


  1. Departamento de producción de bienes de inversión.
  2. Departamento de producción de bienes de consumo para capitalistas.
  3. Departamento de producción de bienes de consumo para trabajadores.
Los capitalistas del Departamento 3, después de vender una cantidad de bienes de consumo equivalente a los sueldos de sus trabajadores, todavía retendrán un excedente de bienes de consumo. Este excedente es su beneficio y esta producción se destinará al consumo de los trabajadores empleados en los otros dos Departamentos. Como los trabajadores no ahorran su consumo es igual a sus salarios. Por tanto:

Los beneficios totales serán equivalentes a la suma de los beneficios en el Departamento 1 y el Departamento 2 y los salarios pagados en ambos. O dicho de otro modo, los beneficios serán idénticos al valor de la producción en estos departamentos, es decir, el valor de la producción de bienes de inversión y el valor de la producción de bienes de consumo para capitalistas.

Además la producción de los Departamentos 1 y 2 también determinará la producción del departamento 3 si la distribución entre salarios y beneficios en todos los departamentos viene dada. La producción del Departamento 3 se verá estimulada hasta el punto en que los beneficios extraídos de la producción igualarán la producción de los salarios en los Departamentos 1 y 2. Recordemos que la producción de bienes de consumo y el empleo en el Departamento 3 tiene que alcanzar el punto en el que, una vez satisfechos las necesidades de consumo de estos trabajadores, queda un excedente que iguala los salarios de los departamentos 1 y 2.

Para alcanzar este resultado son claves los factores de distribución que determinan la distribución del ingreso, por ejemplo el grado de monopolio. Dado que los beneficios quedan determinados por decisiones de los capitalistas sobre su consumo e inversión, son los factores de distribución los que determinan finalmente el consumo de los trabajadores y, por consiguiente, el producto nacional bruto y el empleo. Es decir, una vez que los capitalistas han tomado sus decisiones el producto nacional se verá impulsado hasta el punto en que los beneficios, extraídos en función de los factores de distribución, igualen el consumo de los capitalistas y la inversión.

El planteamiento anterior es demasiado esquemático. Kalecki generaliza la ecuación de beneficios incorporando los dos sectores que ignoramos hasta ahora: el gobierno y el exterior. El gobierno recauda impuestos, compra bienes y servicios y paga transferencias. Con el sector exterior comerciamos lo cual genera unas exportaciones netas de importaciones.

Recordemos de nuevo que 

PRODUCTO=GASTO=RENTA

Representado esquemáticamente la producción se desglosa en dos columnas, donde la izquierda acumula las rentas y la derecha el gasto al que se destinan las rentas, como sigue:


La recaudación de impuestos se destinará en parte a adquisición de bienes y servicios del gobierno y en parte a transferencias (por ejemplo pensiones, ayudas de desempleo, etc.). Si restamos los impuestos menos las transferencias de ambos lados en el lado de las rentas desaparecen los impuestos pero aparecen las transferencias que añadiremos a los salarios. En el lado del gasto aparece el déficit público.


Si ahora pasamos las rentas de los trabajadores a la columna de la derecha restando en ambos lados obtenemos la siguiente ecuación de beneficios:

Beneficios netos de impuestos directos=Inversión en capital fijo+consumo de los capitalistas+déficit público+consumo de los trabajadores+saldo de la balanza comercial+déficit público-salarios netos de impuestos directos y transferencias+consumo de los trabajadores

Pero los salarios de los trabajadores netos de impuestos directos y transferencias menos su consumo no es más que el ahorro de los trabajadores. Por tanto la anterior ecuación se puede simplificar: 


Beneficios netos=Inversión en capital fijo+consumo de los capitalistas+déficit público+consumo de los trabajadores-ahorro de los trabajadores+saldo de la balanza comercial

El ahorro es igual a la inversión


Los economistas clásicos consideraban que la inversión venía limitada por los fondos disponibles generados por el ahorro y que ambas magnitudes se igualaban gracias al tipo de interés. La ecuación de Kalecki desmonta todo el andamiaje clásico sobre la inversión y el ahorro. (Por cierto, recuerden que el trato fiscalmente favorable que nuestro actual IRPF da a las rentas del ahorro se deriva de la creen falaz de que el ahorro se dirige a la inversión y que por tanto, para favorecer el crecimiento económico, habría que fomentar el ahorro).

Para examinar esta cuestión Kalecki nos invita a imaginar que el déficit público y también el saldo comercial con el exterior son cero. Además sabemos que el ahorro de los capitalistas debe ser igual a sus beneficios netos menos su consumo y el ahorro de los trabajadores es su renta salarial neta de impuestos y transferencias menos su consumo. De esta manera se cumple la identidad

Ahorro bruto=inversión bruta en capital fijo

Si de nuevo suponemos que los trabajadores no ahorran (lo cual no es una desviación muy seria de la realidad) obtenemos la anterior ecuación esquelética de beneficios:

Ahorro bruto de los capitalistas=inversión bruta en capital fijo

La identidad entre ahorro e inversión se da por definición, pero a diferencia de los economistas clásicos Kalecki entiende que son los capitalistas los que determinan su propia suerte. No son los ahorros los que determinan la inversión sino las decisiones de inversión y consumo las que determinan los beneficios.

Dentro de la clase capitalista puede haber aquéllos que deseen realizar inversiones que superen su propia capacidad de ahorro y por ello recurrirán al crédito bancario. Pero recuerden como hemos explicado en un post anterior que los bancos no necesitan obtener fondos de terceros para conceder préstamos. Es el acto de crear el préstamo el que genera automáticamente los fondos de ahorro que los financian. De esta manera el inversor generará una deuda con un banco pero, al transferir los fondos a los capitalistas que fabrican los bienes de inversión cuando compra los bienes de capital fijo, estos se encontrarán con instrumentos de ahorro que pueden consumir o retener. En definitiva ante cada decisión de inversión financiado con deuda de un capitalista otro capitalista se encontrará con los fondos en los que materializará su ahorro. Por eso no es el ahorro el que determina la inversión, como se cree vulgarmente, ¡es al revés! En este proceso Kalecki observa que el tipo de interés no tiene nada que ver. De esta forma Kalecki desmonta de un plumazo varias falacias que aun hoy están muy aceptadas por los economistas mainstream: la teoría de los fondos prestables, la tasa natural de tipo de interés y la determinación endógena de los tipos de interés.

Reflexiones sobre el superávit comercial y el déficit presupuestario

Quizás las reflexiones finales de Kalecki en su capítulo sobre la determinación de los beneficios son las que resultan más reveladoras. Los beneficios de los capitalistas dependen positivamente de la existencia de un superávit comercial y de un déficit público. Si aumenta el superávit comercial por un crecimiento de las exportaciones los beneficios empresariales crecerían en ese importante. Obviamente esto exige un aumento de la producción, el empleo y los costes salariales en el sector exportador pero los sueldos adicionales pagados en él también expandirán la producción y los beneficios de la industria de producción de bienes de consumo para los trabajadores. De esto se deduce una explicación por la cual los capitalistas tienen tanto interés en aumentar su cuota de mercado internacional. El superávit en el comercio internacional permite aumentar sus beneficios por encima de lo que permiten su propio consumo y la inversión en el mercado doméstico. El modelo de crecimiento basado en exportaciones ha sido loado por los economistas convencionales que suelen tener un interés económico en avanzar los intereses de la clase capitalista (no muerden la mano que les da de comer). Pero hemos de recordar que un superávit exportador no mejora el nivel de vida de los trabajadores. Las exportaciones son un coste, no un beneficio: es lo que tenemos que entregar a cambio de poder comprar productos de importación. Adviertan como eso no es lo que nos cuentan los diarios de color salmón, la prensa generalista, los economistas tertulianos o el gobierno. Lo que nos venden es que exportar mucho es muy bueno para el país. Ya sabemos que solo es bueno para una parte (pequeña) de la población pero muy influyente.

Un déficit en las cuentas públicas tiene un efecto similar al de las exportaciones. También permite que los beneficios aumenten más allá de lo que permiten las decisiones de inversión y de consumo de los capitalistas. Un aumento del déficit público genera activos financieros en los que los capitalistas pueden materializar el ahorro obtenido por los beneficios empresariales.

En principio los empresarios deberían ser partidarios de un déficit público ya que les beneficia de la misma manera que un superávit comercial. Sin embargo el propio Kalecki aclara las razones de la repugnancia de los empresarios (y de los economistas a su servicio) por el déficit público (Kalecki, 1943). Kalecki cita tres razones:

1. Repugnancia por la interferencia gubernamental en la solución del problema del desempleo.

En un sistema de laisser faire son los empresarios los que determinan el nivel de empleo y ocupación en función de sus expectativas y su confianza. Si la confianza de los empresarios se deteriora la inversión privada decae lo cual resulta en caídas de empleo y producción. Esto le da un enorme poder a los empresarios sobre el gobierno ya que cualquier pérdida de su confianza debe ser evitada para que no se genere una crisis. Sin embargo, cuando los gobiernos aprendieron que podían actuar directamente sobre la creación del empleo mediante un aumento del déficit este mecanismo de control pierde su eficacia. La búsqueda de un superávit público tiene que ver más bien con conseguir que el nivel de empleo dependa exclusivamente del estado de confianza de los empresarios.

2. Repugnancia por la dirección del gasto público (inversión pública y subvención del consumo)

Los empresarios desean que el gasto público se oriente hacia objetos que no compitan con su actividad: carreteras, hospitales, escuelas, defensa. Si el estado destinara el gasto público a suministrar bienes que fabrica el sector privado caería la tasa de beneficios del sector privado. La oposición a que el estado subvencione el consumo es de naturaleza moral, "ganarás el pan con el sudor de tu frente", que es fundamental para conseguir una fuerza de trabajo disciplinada. Este principio obviamente no aplica a quienes ya disponen de un patrimonio cuantioso.

3.Repugnancia por los cambios sociales y políticos que resultan del mantenimiento del pleno empleo.


Suponiendo que la sociedad superara la oposición de los capitalistas a la acción del estado, en un régimen de pleno empleo se producirían cambios sociales desfavorables a los empresarios. Los trabajadores ya no estarían sometidos a la función disciplinaria del desempleo. Esto resultaría en mejoras salariales a través de huelgas y negociación colectiva lo cual llevaría a una caída en la tasa de beneficios y aumentos de precios que perjudican los intereses de los rentistas. Al final la disciplina en el taller y la "estabilidad política", como la entienden los empresarios, merecen pagar el precio de renunciar a esos mayores beneficios que aportaría el aumento del déficit. Kalecki concluye: 

Su interés de clase les dice que el pleno empleo duradero no es sensato desde su punto de vista y que el desempleo es una parte integral del sistema capitalista "normal".

Referencias:


Michal Kalecki. (1969) Theory of Economic Dynamics. Augustus M. Kelly Publishers. Nueva York.