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jueves, 20 de junio de 2019

Centenario del nacimiento de Hyman Minsky

Hace 100 años nacía Hyman Minsky un economista poskeynesiano que destacó por su estudio de la banca. Hyman Minsky desarrolló en su obra, Estabilizando una economía inestable, su tesis de la inestabilidad financiera (Minsky, 2008). Este economista pensaba que en la estabilidad se sembraban las semillas de la futura inestabilidad. Las instituciones creadas en la posguerra que habían limitado el desarrollo del negocio bancario generaron un período de gran estabilidad financiera. Paradójicamente, lejos de reforzar la creencia en la utilidad de este entramado institucional, la estabilidad financiera generó una falsa sensación de seguridad que cuestionaba la necesidad de una reglamentación tan prolija. La tesis de la inestabilidad financiera de Minsky plantea que, paradójicamente, estas instituciones destinadas a crear una mayor seguridad en el negocio bancario, han contribuido a validar los comportamientos irresponsables en los que los bancos incurrieron en el pasado. Si un banco actúa de forma imprudente pero tiene la garantía de que, finalmente el estado, le sacará las castañas del fuego, entonces sus gestores tienen incentivos en probar estrategias de crecimiento de su rentabilidad más arriesgadas. Las intervenciones de los gobiernos rescatando a las entidades financieras tienen el peligro de fomentar el riesgo moral que se deriva del hecho de que las decisiones temerarias de los gestores resultaban en una privatización de los beneficios cuando las jugadas salían bien pero las pérdidas se socializaban gracias a las intervenciones del banco central y los fondos de garantía de depósitos cada vez que el sector financiero generaba una crisis. De esta forma se promovieron comportamientos cada vez más irresponsables entre los gestores bancarios. 


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El banco central paga los platos rotos en cada crisis bancaria. Una vez saneado el sistema bancario, normalmente con abundantes aportaciones de dinero público, los gerentes de los bancos suelen actuar con alguna prudencia al principio pero, en cuanto el mercado se calienta, vuelven a incurrir en comportamientos arriesgados y no tardan en aparecen nuevos productos financieros innovadores difíciles de entender para los propios banqueros, ya no digamos el supervisor bancario. Sin embargo, cuanto más aparentemente estable es un sistema financiero más fácil es que los responsables de la gobernanza económica caigan en la autocomplacencia. Si el banco central y el FGD consiguen que las crisis bancarias sean menos graves gracias a sus actuaciones y a la reglamentación, después de un tiempo entre los gobernantes y banqueros quedará la sensación de que el sistema es intrínsecamente estable y no necesita tanta normativa. Entre los años 70 y 90 el consenso entre los responsables de la gobernanza económica fue con el apoyo de las actuaciones de los bancos centrales el sistema tenía capacidad de autorregularse. La confianza en la autorregulación hacía que la legislación y la reglamentación de los supervisores se hubiesen vuelto aparentemente innecesarias. Los legisladores acabarían por aceptar la liberalización del sector financiero ya que la ausencia de crisis financieras les induciría a pensar que la normativa es excesivamente estricta. En la doctrina económica neoliberal dominante a partir de los años 70 la liberalización se vendía como un mecanismo de asignación más eficiente de recursos que favorecería el crecimiento económico.

La utilidad de las instituciones y la reglamentación conservadoras que había limitado el crecimiento del negocio bancario y otorgado una cierta estabilidad a los sistemas financieros en la mayoría de los países occidentales durante los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial empezó a ser cuestionada. Como dijo Reagan en su discurso inaugural como presidente de los EEUU «el Gobierno no es la solución de nuestro problema; el Gobierno es el problema». EEUU, que había introducido una normativa muy restrictiva gracias a las lecciones aprendidas durante la Gran Depresión, inició el desmoronamiento de las murallas impuestas al negocio bancario. La ley Glass-Steagall —que había restringido el crecimiento del tamaño de los bancos limitando el ámbito de muchos de ellos al ámbito local o estatal, había introducido una separación entre banca de depósitos y banca de inversión y había impedido la colusión de intereses entre grupos industriales y banca al prohibir a los bancos la participación en los consejos de administración de empresas industriales, comerciales y de servicios— fue gradualmente desmantelada hasta ser abolida durante la presidencia de Clinton en los años 90. Muchos atribuyen a esta reforma del sector financiero los comportamientos temerarios que llevaron a la CFG.

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