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domingo, 14 de julio de 2019

En respuesta a Roberts: defensa de la teoría monetaria moderna, la pieza que le faltaba al marxismo. Parte I.

Este artículo responde a una crítica del marxista Michael Roberts a la teoría monetaria moderna que se publicó en su blog y posteriormente Sin Permiso la publicó en castellano. Le he pedido a Sin Permiso que publique mi respuesta pero se han negado alegando que el artículo no se publicó originalmente en su medio lo cual me parece que contraviene las más elementales normas deontológicas.

Publicaré el artículo en tres partes debido a que son muchos los temas que aborda Roberts.


La crítica a la teoría monetaria moderna (TMM) se ha vuelto entre los economistas académicos lo que las monterías a la aristocracia española. Nosotros, las piezas a cobrar, asistimos, entre divertidos y aturdidos, a tantas muestras de atención después de más de tres décadas en las que los principales proponentes desarrollaron su trabajo ignorados y desdeñados por el mainstream económico. Gracias al reciente éxito electoral de Alexandria Ocasio-Cortez y la ilusión que ha despertado en gran parte de la población más machacada por las políticas de austeridad, el mainstream y la academia ya no se pueden permitir el lujo de seguir ignorándonos. Los bárbaros ya se encuentran a las puertas de la urbe.

Las críticas nos llueven desde todo el espectro ideológico de la profesión económica en un ataque que parecería concertado. Son diatribas que delatan el nerviosismo cuando no el pánico de las elites económicas, políticas y, no lo olvidemos, académicas. La mayoría de las críticas se basan en lecturas superficiales de la TMM, a menudo a partir de fuentes secundarias. Hay que reconocerles a los reaccionarios de la escuela austríaca el honor de haber abierto la primera salva. Economistas neokeynesianos centristas como Krugman o Larry Summers no han dudado en recurrir a verdaderas caricaturas para desinformar a la opinión pública desde sus privilegiados púlpitos. Los desdeñosos sarcasmos de los gestores de grandes fondos de inversión americanos no nos han sorprendido. Las críticas desinformadas e irreflexivas de Lagarde o de Bernanke eran esperables. Pero las que más perplejidad nos causan son las críticas de algunos teóricos marxistas. Da la impresión de que ven su posición como defensores de la clase obrera amenazada. Recientemente Sin Permiso ha publicado una crítica de Michael Roberts tan larga como farragosa. Para Roberts “El chartalismo es obvio y está en lo cierto o es interesante e incorrecto”. Parece que, en este silogismo con premisas excluyentes, Roberts se inclina por llegar al concluyente de que la TMM no es interesante y además es obvia a pesar de lo cual le parece provechoso dedicarnos 18 páginas de argumentos basados en aplicar la metodología del teléfono escacharrado. La longitud nos obliga a ser igualmente prolijos por la multitud de temas que cubre en un intento de desacreditar la TMM en su integridad.

No, la TMM no es solo chartalismo

Roberts manifiesta cierta confusión a la hora de definir los límites de nuestra escuela que parece reducir a un neochartalismo descendiente del alemán Georg Friedrich Knapp, quien desarrolló a principios del siglo XX una teoría de la moneda como criatura de la Ley. Si bien los teóricos de la TMM reconocen en este desconocido autor, así como en Mitchell-Innes, un antecedente chartalista de la TMM, lo cierto es que autores como Mosler desconocían sus trabajos por lo que el desarrollo de nuestra teoría ocurrió de forma independiente. Con posterioridad Randall Wray redescubrió un trabajo que había sido ignorado por el mainstream. Solo Keynes les había prestado atención movida por lo que él mismo denominó su locura babilónica. Pasmosamente Roberts incluye en el elenco de la TMM a Ann Pettifor que no pertenece a esta escuela.

Teoría y prescripciones

Roberts confunde constantemente a la TMM con un conjunto de prescripciones de política económica. Así leemos que “nada de esto ha sido probado en la vida real, porque la política de la TMM nunca se ha aplicado”. No atina a comprender que una teoría es un conjunto organizado de ideas que explican un fenómeno a partir de la observación, la experiencia o el razonamiento lógico. La TMM pretende explicar los sistemas monetarios actualmente vigentes por tanto no es algo que uno elige aplicar o no al igual que no se puede decidir si la teoría de la relatividad general aplica.
Por supuesto, en las ciencias sociales es imposible demostrar la veracidad de una teoría.
Solo se puede aspirar a testar su falsedad.

Pero lo mismo puede decirse acerca del marxismo. Esta teoría explica el modelo económico capitalista y no se puede decidir aplicarla o no a una sociedad capitalista. Del mismo modo, en una economía monetaria siempre regirá la TMM, sea capitalista, feudal, esclavista o socialista de plan central. Pese a todo, incluso en las ciencias sociales se puede contrastar la utilidad de una teoría si es capaz de realizar predicciones acertadas. Ciertamente la capacidad predictiva de la TMM supera a la de las teorías económicas neoclásicas. Por ejemplo, la TMM predijo que las políticas de flexibilización cuantitativa aplicadas por los bancos centrales en las últimas décadas en EEUU, Europa y Japón, lejos de producir una elevación de los tipos de interés como habrían previsto los economistas neoclásicos a partir de su teoría de los fondos prestables, llevarían las tasas de interés a cero y además no desencadenarían un proceso inflacionista. Este y otros aciertos deberían convencer a muchos acerca de la utilidad de la TMM.

No ignoramos el marco de producción capitalista

Roberts nos achaca no haber entendido el marco de relaciones de la economía capitalista en nuestro análisis, afirmación ciertamente asombrosa. Citamos a Roberts literalmente: “Pero la teoría marxista del dinero hace una distinción importante que no incluye la TMM. El capitalismo es una economía monetaria”. ¿Cómo habremos podido pasar por alto semejante detalle? Si no estamos hablando de una teoría monetaria, entonces ¿de qué hemos hablado todos estos años? Un sistema capitalista efectivamente solo puede darse en una economía monetaria. Es cierto que la crítica marxista es relevante para analizar el capitalismo. Pero igualmente la TMM es útil para el estudio de los sistemas monetarios bajo diversos regímenes económicos.

La TMM no ignora el marco de relaciones sociales capitalistas, pero efectivamente trata de desarrollar una teoría de la moneda que sirva tanto para analizar este tipo de sociedades como las preexistentes, las economías de plan central soviético o las socialistas y o cualquier otro tipo de economía en la que se den intercambios monetarios ahora o en el futuro. El capitalismo no solo es una economía monetaria, es que su desarrollo histórico no habría sido posible sin ella.

La moneda no surge del trueque

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Yendo a la esencia de las críticas de Roberts parecería que éstas parten de una incomprensión original del marxismo acerca de la naturaleza del dinero entendible por el contexto histórico del patrón oro decimonónico en el que Marx realizó sus investigaciones. Partió de los economistas clásicos, en especial de David Ricardo, para desarrollar una versión del dinero-mercancía anclada en el metal como condición última al valor del dinero. Así el origen del dinero está teñido por las ficciones de la escuela clásica sobre una mercancía seleccionada para facilitar el trueque.

Roberts se adhiere a esta hipótesis contradiciendo así el trabajo de antropólogos, asiriólogos y arqueólogos que no han encontrado ninguna evidencia de la primitiva sociedad del trueque descrita en las leyendas de Adam Smith. De hecho, Michael Hudson (Hudson, 2018), Mitchell-Innes (Mitchell-Innes, 2004), Graeber (Graeber, 2011) y otros han aportado pruebas de que el crédito, la escritura y la invención de los números preceden a la creación de dinero y que estos sistemas fueron organizados por las primeras estructuras estatales o paraestatales en lugares como Mesopotamia hace más de 6.000 años. Los primeros registros contables, instrumentos de crédito y monedas surgen, en el tránsito de las sociedades tribales hacia otras en las que se produce una división en clases sociales y una especialización del trabajo, para facilitar la distribución de los excedentes. Las primeras monedas son claramente una declaración de la autoridad de un soberano que ejerce su poder para desviar un excedente productivo hacia los fines públicos. Roberts manifiesta que no le convencen los trabajos de Graeber sobre el origen del dinero pero ni aporta una teoría alternativa, ni facilita una explicación más plausible. Dejamos al lector que juzgue por sí mismo consultando la bibliografía que facilitamos.

Una teoría del dinero que no es incompatible con la teoría del valor marxista.

Lo que nos resulta más prodigioso es que Roberts considere que ignoramos el análisis marxista. Marx describe la apropiación del plusvalor creado por el trabajador como fuente de los beneficios buscados por el capitalista en un sistema donde los medios de producción son detentados por éstos y el proletariado solo puede ofrecer al mercado su fuerza de trabajo. Son varios los proponentes de la TMM que reconocemos en Marx una aportación genial a la comprensión del sistema capitalista. En múltiples ocasiones los autores de la TMM se han ocupado de su pensamiento. Uno de los fundadores de la escuela, el australiano Bill Mitchell, ha manifestado en repetidas ocasiones su admiración por el trabajo de Marx. También lo atestigua la lectura del trabajo de Randall Wray, Theories of Value and the Monetary Theory of Production (Wray, 1999), donde se contrastan la teoría marxista del valor con la teoría de la preferencia por la liquidez keynesiana. Podemos citar el trabajo de Cruz Hidalgo, Parejo Moruno y Rángel Preciado que abordan una síntesis entre la teoría del valor marxista y la teoría monetaria (Cruz Hidalgo, Parejo Moruno, & Rángel Preciado, 2019). Lejos de partir de una incomprensión del sistema capitalista actual la TMM completa la teoría marxista. Sin una teoría estatal de la moneda es imposible comprender el capitalismo.

Teoría del valor sin teoría del dinero

Esto nos permite enlazar con la crítica de Roberts con mayor enjundia y, a nuestro juicio, más desacertada: la supuesta incompatibilidad entre la teoría del valor marxista y la TMM, la cual según Roberts, carecería de una teoría del valor alternativa.

La teoría del valor marxista parte de la teoría del valor ricardiana pero introduce un hallazgo fundamental al considerar que el trabajo productor de mercancías es trabajo prácticamente abstracto, valor en proceso que requiere ser realizado. Sin embargo este trabajo debe ser validado en el intercambio para pasar a ser trabajo socialmente necesario. Ése es el propósito del intercambio y el trabajo que no se incorpora al circuito monetario no crea valor para el capitalista. En este proceso dinámico de incorporación del valor del trabajo a la mercancía solo el intercambio permite realizar el plusvalor que posibilita la acumulación capitalista.

Marx comprendió que esta validación del trabajo prácticamente abstracto en trabajo socialmente necesario requiere de un equivalente universal, es decir el dinero, sin el cual no es posible hacer los cálculos que mentalmente realiza el capitalista ni establecer una equivalencia entre los flujos que se van incorporando al proceso productivo y se realizan en dinero en la fase de intercambio.
Roberts parece compartir con la TMM, a regañadientes, que el dinero surge de la nada. Es imposible negar esta realidad cuando actualmente el dinero toma la forma de apuntes contables registrados informáticamente en los balances de los bancos o en el banco central. Su incomodidad procede obviamente de una tradición que contempla el dinero como mercancía partiendo del uso del oro amonedado. Para Marx el valor del oro estaría determinado por la cantidad de trabajo necesario para obtenerlo. Al mismo tiempo, la fuente del valor es el trabajo socialmente necesario para obtener unas mercancías. Partir de una teoría del dinero-mercancía cuyo valor está determinado por la cantidad de trabajo necesario para obtenerlo, nos mete en un bucle infinito a la hora de determinar el precio de las mercancías.

Es cierto que gradualmente Marx fue madurando su teoría del dinero que abandonaría su naturaleza de mercancía surgida por el consenso de los individuos que participan en el intercambio para convertirse en representación del trabajo socialmente necesario o la representación monetaria del valor de intercambio. En la versión más desarrollada de la teoría marxista el poder adquisitivo del dinero es calculado a partir del conjunto de mercancías. Pero éstas necesitan del valor del dinero para compararse y poder establecer una conmensurabilidad entre sí. La teoría marxista del dinero cae en la circularidad de exponer la unidad de cuenta aludiendo a los precios mismos de las mercancías.
En esta versión más desarrollada de la teoría del dinero por fin se reconoce un papel para el estado, pero éste se limitaría a validar la forma del dinero acordada en el sector privado. Para Roberts tal estado podría crear dinero aunque no determinar su valor. Lamentablemente, la teoría marxista del dinero mantiene en una cierta nebulosa el proceso de creación del dinero y sobre los mecanismos que aseguran esa correspondencia entre su valor y el del trabajo socialmente necesario al que representa.
Se requiere una explicación alternativa del surgimiento del dinero que debe partir de su reconocimiento como categoría abstracta. El dinero es en primer lugar una unidad de medida incorpórea como pueden ser el gramo, el litro o el julio. Nadie puede aprehender un dólar o un peso de la misma manera que tampoco se puede tocar un grado centígrado o un watio. La definición de una unidad de cuenta permite entonces asignar un valor a los créditos y a las transacciones y establecer una conmensurabilidad a los cálculos de los empresarios.

Como unidad de cuenta tiene que ser definida arbitrariamente por una autoridad central. Esa unidad de dinero es la que permite asignar un valor comparable a los créditos emitidos por los agentes participantes en el sistema económico. Además, un sistema monetario establece una jerarquía de dineros, en cuya cúspide se encuentra el dinero del banco central, y en rangos inferiores el dinero bancario, el de las empresas y el de los hogares.

En transacciones sin contrapartida la deuda de un agente solo puede ser saldada definitivamente con la entrega de dinero emitido por un agente de jerarquía superior que merece mayor crédito y por tanto puede ser transferido y circular con facilidad. El sistema bancario está constituido por intermediarios de crédito especializados en evaluar la capacidad de pago futuro de los agentes —función alejada de la visión popular del banquero prestamista que intermedia en la circulación de unos fondos prestables limitados. Este sistema a su vez requiere de un banco central que asegura el correcto funcionamiento del sistema de pagos y aporta liquidez al sistema bancario.

Este sistema posibilita transferir y hacer circular el valor mediante promesas emitidas a partir de relaciones bilaterales entre personas. Este sistema formado por una cadena de promesas requiere la promesa de un tercer agente que sea capaz de tener una aceptación generalizada entre todos los individuos (Cruz Hidalgo, Parejo Moruno, & Rángel Preciado, 2019). La deuda del Estado ocupa el vértice de la pirámide gracias a que el pago de impuestos la dota de transferibilidad para el resto de agentes. Debido a que el banco central actúa como prestamista de último recurso de los bancos privados su liquidez es garantizada y, por lo tanto, estas deudas disponen también de aceptabilidad generalizada.

En definitiva el sistema bancario, regulado por el estado, posibilita que los agentes del sector privado apalanquen los activos financieros netos creados por el estado facilitando su circulación y, por tanto, la validación de las apuestas hechas por los capitalistas. Es éste mecanismo el que permite que el trabajo universalmente abstracto se convierta en trabajo socialmente necesario.

Marx tiene éxito en explicar por qué el capitalismo requiere de la forma de valor y por qué esta forma requiere a su vez de un equivalente universal, el dinero, pero fracasa al deducir el surgimiento de éste del intercambio. Esa brecha en cambio la rellena la TMM de forma muy eficaz. En contraposición a autores marxistas que han incorporado la TMM a su análisis, otros no han sabido superar la reducción del análisis a las relaciones entre capital y trabajo ignorando completamente el papel crucial del Estado en el desarrollo y sostenimiento de una economía capitalista.

La teoría del valor-trabajo marxista puede servirnos para establecer unos valores relativos de unas mercancías a otras pero no es capaz de decirnos cómo se determinan el precio en términos de la unidad monetaria declarada por el Estado. “La teoría del valor solo se entiende cuando, a su vez, permiten la comprensión de los conceptos fundamentales de la teoría del dinero (Backhaus, 1980). De esta forma la teoría del valor se transforma en una teoría monetaria del valor-trabajo.

De hecho, podríamos afirmar que el Estado constituye la infraestructura del modelo capitalista de producción. Es el estado el que define los modelos de relación social, crea y regula los mercados —como, por ejemplo, cuando la monarquía española decide abolir el régimen de encomienda en la América hispánica en el siglo XVII sustituyendo una servidumbre personal por un impuesto monetario creando así una masa de proletarios que necesitan buscar un empleo asalariado— y es el estado el que define la unidad de cuenta y emite en régimen de monopolio la divisa haciendo surgir de esta forma el equivalente universal.

Continuará.

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