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martes, 16 de julio de 2019

En respuesta a Roberts: defensa de la teoría monetaria moderna, la pieza que le faltaba al marxismo. Parte III


Ésta es la tercera parte de una serie de tres artículos. Las dos partes anteriores se pueden encontrar en estos vínculos:

El valor de la moneda

Una cuestión central en la crítica de Roberts es si el estado puede determinar el valor del dinero o no. Inclusive asimila nuestra teoría del valor del dinero a la propuesta del socialista utópico John Gray consistente en la emisión de títulos con un precio que representaría el valor de las aportaciones al stock nacional. El argumento no se sostiene porque la TMM se limita a describir la operativa de nuestro sistema monetario actual, no trata de hacer una propuesta utópica.
El valor de la mercancía queda determinado por el trabajo socialmente necesario para obtenerla. Pero, en términos monetarios ¿cuánto vale una hora de trabajo? Para Roberts el precio del dinero se decide en el tiempo mediante el movimiento del capital fijo así como por el tiempo de trabajo socialmente necesario. Pero lo que no queda claro es mediante qué mecanismos se produce tal proceso. Ya hemos visto que este razonamiento es circular. Además, en un sistema capitalista, con crisis periódicas de sobreproducción y burbujas financieras, un sistema descentralizado como el que postula daría lugar a constantes inflaciones y deflaciones de una intensidad mayor a la que vivimos habitualmente. En sus propias palabras el dinero “perdería [su valor] si no guardase relación con el valor creado por los sectores productivos de la economía capitalista que determina el trabajo socialmente necesario. El resultado será pues la inflación o la caída de los beneficios empresariales”.

El problema tiene solución más sencilla si introducimos al Estado en la ecuación. Si éste exige una cierta unidad de tiempo de trabajo a cambio de entregar una unidad de su moneda entonces el sistema de ecuaciones queda determinado. Tal solución resulta inconcebible si no se comprende el poder de monopolio del emisor que va más allá de definir cuál es la unidad de cuenta y la forma del dinero. Todo monopolista puede fijar el precio de aquello que produce dejando que el mercado decida qué cantidad adquiere a ese precio. En su descripción de la TMM Roberts nos atribuye la afirmación de que son los impuestos los que dan valor al dinero. Pero para la TMM la función de los impuestos es otra: crear demanda para asegurar que el dinero del Estado sea aceptado y por tanto reservar recursos reales que se canalizarán hacia los fines públicos. La explicación del precio del dinero está en la cita de Tcherneva que él mismo recoge en su texto pero cuya comprensión se le escapa: el precio del dinero queda fijado por lo que exige el Estado a cambio de entregar una unidad monetaria. Luego en el sector privado surge el vector de precios relativos de todas las demás mercancías que permitiría una equivalencia de unas mercancías con otras. Por ejemplo, si el estado paga la construcción de un hospital o el sueldo de un médico seguramente estará fijando una referencia para los precios de construcción y los sueldos de personal sanitarios formados en el mercado privado.


Esto obviamente es una simplificación pues en una economía capitalista se da una estratificación o filtro monetario lo cual quiere decir que para algunos agentes el acceso al dinero es menos costoso que para otros y además se dan situaciones de dominio de mercado dentro del sector privado lo cual implica que el precio de la moneda no puede ser igual para todos los agentes.


La propuesta de plan de trabajo garantizado (TG) es una herramienta que pretende introducir dinero a cambio de entregar una hora de trabajo. Es un programa completamente endógeno pues su tamaño crecería en coyunturas negativas estabilizando el ciclo. Es una potente herramienta de estabilización del ciclo económico y de los precios. El sueldo mínimo quedaría determinado de facto por el salario pagado por el TG. La forma de introducir el dinero en la economía importa y por tanto el TG está muy lejos de la renta básica universal (RBU) que lo introduce a cambio de nada. Sorprende que un marxista, tan obsesionado por vincular el precio del dinero a su representación de transacciones económicas reales, no se haya percatado de esta diferencia crucial.

El coco de la hiperinflación

El desconocimiento de las implicaciones de la soberanía monetaria lleva a que su gestión sea caótica en muchos países. Por ejemplo muchos países transigen con la inflación tolerando la indexación de precios y salarios o no entendiendo su papel central en la determinación del dinero. Esa comprensión escapa a Roberts y por eso su artículo incluye una admonición sobre los efectos inflacionistas de las políticas de gasto deficitario. Es un argumento de hombre de paja. Resultan irritantes, por aburridas y reiterativas, las constantes alusiones tanto de los críticos mainstream como de los marxistas a Zimbabue, Venezuela, Argentina o Turquía.

Para Roberts la función macroeconómica del déficit descrita por la TMM contraría el postulado de que el dinero solo tendría valor porque hay un valor en la producción que lo respalda. Si las expectativas de la producción financiada por los bancos no son validadas por el mercado, la moneda se devalúa al no corresponderse el dinero que circula en la economía con la producción real de bienes y servicios, aumentando el precio de éstos. Curiosamente a Roberts parece escapársele que los fracasos de las apuestas hechas por los bancos privados sobre la organización de la producción efectuada por los capitalistas también afectarían al valor de la moneda. Inconscientemente va de la mano de los neoliberales que solo ven riesgo de inflación en el gasto público pero nunca en los procesos de creación de dinero bancario.

Un lector atento de los trabajos de los teóricos de la TMM ya se habría percatado de que reiteradamente advierten de que si se pretenden ejercer políticas de gasto que superen la producción o recursos reales disponibles puede haber inflación, sea el origen del dinero estatal o bancario. Efectivamente en situaciones de caída dramática de la capacidad productiva, como la que siguió a la guerra de liberación del pueblo de Zimbabue y una desafortunada política de reparto de fincas entre antiguos combatientes o como cuando las potencias arrebataron a la República de Weimar tras la firma del Tratado de Versalles gran parte de su tejido productivo a la vez que se le exigían indemnizaciones exorbitantes, la pretensión de mantener el nivel de gasto nominal anterior puede desencadenar una hiperinflación.

Sin embargo, reconociendo que los gobiernos que disfrutan de soberanía monetaria no tienen una restricción financiera, en ningún momento los autores de la TMM han afirmado que puedan gastar sin límite. Decimos que tales gobiernos se enfrentan a límites en los recursos reales que están a la venta en su propia moneda. Puede ampliar su espacio fiscal elevando los impuestos pero su gasto tendrá que tener en cuenta esos límites.

La realidad es que, en el escenario actual en el que abundan los recursos ociosos y experimentamos una preocupante atonía de la demanda privada, es improbable que se produjere un proceso inflacionista si los gobiernos aplicaran una política fiscal expansionista. El contexto es importante para decidir qué políticas fiscales, de gasto y estructurales aplica el gobierno. En este sentido recomendamos la excelente revisión de Nathan Tankus, Rohan Gray y Scott Fulwiller sobre las causas de la inflación y cómo estabilizar los precios desde la perspectiva de la TMM (Tankus, Gray, & Fulwiller, 2019).

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El hombre de paja del trabajo garantizado

Ante la reciente crisis Roberts nos reprocha proponer simplemente un aumento del gasto público anticíclico en línea con otros neokeynesianos como Krugman. Estos autores defienden una estabilidad presupuestaria a lo largo del ciclo postura de la que estamos alejadísimos. Los teóricos de la TMM proponemos que el déficit público se convierta en una variable residual expandiéndose cuanto sea necesario para restaurar el pleno empleo, preferentemente mediante un plan de empleo garantizado.

Para Roberts nuestra propuesta de TG sería una mera política keynesiana para sostén del capitalismo. A partir de allí el artículo da patinazos más serios al aseverar que “al parecer no pagaría un salario digno”. Pero las últimas propuestas de TG en EEUU hablan de un salario de US$15,00 por hora, lo que se traduce a un salario anual de $27.000 que desafortunadamente muchos no ganan actualmente en el sector privado. De hecho pretendemos fijar unos estándares de contratación digna y salario mínimo que ninguna norma legal es capaz de garantizar actualmente. A Roberts le enoja también que el TG plantee fundamentalmente puestos no cualificados. ¡Evidentemente! Los ingenieros aeronáuticos y los técnicos informáticos no suelen estar en paro. Lo que pretendemos es buscar soluciones para los que son excluidos por un mercado del que, incluso en las recuperaciones económicas, se quedan fuera.

A Roberts el TG le recuerda a la Renta Básica Universal (RBU). No habrá seguido los debates entre los partidarios del TG y la RBU. Invito a los lectores a consultar la crítica a la RBU como operación de remate del neoliberalismo de este autor y de Andrés Villena (Villena Oliver & Medina Miltimore, 2017) o el artículo de Esteban Cruz que contrasta la función macroeconómica del TG frente al análisis meramente ético dentro de un marco neoclásico de los proponentes de la RBU (Cruz Hidalgo E. , 2017). La diferencie entre la RBU y el TG reside en que el primero pretende mantener el statu quo neoliberal con unidades de consumo mínimo aisladas en una sociedad desintegrada. En cambio el TG refuerza el poder negociador de los trabajadores y trastorna el marco de relaciones laborales para que la decisión sobre las tareas a realizar ya no dependa de una organización capitalista en exclusiva.

El hombre de paja de la restricción externa

Otro favorito de los críticos de la TMM es presentarla como una teoría solo apta para naciones que gozan de una moneda de reserva y no aplicable para otras en desarrollo. Reiteramos que no se puede elegir si la TMM se aplica o no. En todos los países los teoremas acerca del sistema monetario son los mismos.

La TMM ha defendido la libre flotación de las divisas para evitar que la soberanía fiscal se vea comprometida por compromisos que anclan su valor al de otro país. Estos obligan a supeditar la política económica de un estado al mantenimiento de un tipo de cambio mediante la inversión improductiva en reservas del banco central, la elevación de los tipos de interés y las políticas de depresión de la demanda interna que a corto plazo crean desempleo y a largo plazo perpetúan las situaciones de subdesarrollo porque deprimen la inversión de forma permanente.
Parecería que los tipos de cambio fijo son trucos de circulación que sí agradan a Roberts. Nuestra posición es que esas políticas cambiarias obligan a las naciones a practicar un mercantilismo que es deflacionista para la economía mundial ya que las obliga a mantener posiciones en reservas de divisas que suponen la retirada de activos financieros netos del circuito económico mundial. La política de acumulación de reservas de divisas en los bancos centrales, prescrita por los organismos multilaterales y los economistas mainstream, se han convertido en los agujeros negros de la Economía mundial al ejercer un efecto deflacionista y depresor del comercio mundial.

Roberts también nos atribuye que no defendamos el control de capitales y al parecer prescribimos que la República Bolivariana de Venezuela “imprima billetes” sin límites. Esto es completamente falso como se deduce de una lectura seria de las propuestas de Bill Mitchell, Randall Wray o Fadhel Kaboub que abogan por la introducción de controles de capitales, sobre todo de dinero caliente, que causan las violentas oscilaciones en el tipo de cambio que padecen muchos países en desarrollo. Fadhel Kaboub ha analizado con profundidad los conceptos de soberanía monetaria y las restricciones a las que se enfrentan los países en vías de desarrollo proponiendo políticas de sustitución de importaciones que desarrollen los tejidos productivos domésticos.

Falta de fervor revolucionario

Somos plenamente conscientes de que describimos una institución monetaria dentro de un sistema económico capitalista. Eso nos ubicaría en la despreciable categoría de reformistas porque pretenderíamos sostener el capitalismo en vez de superarlo. Efectivamente, proponemos políticas que ayudan a gestionar un sistema caótico propenso a las crisis financieras, períodos de desempleo elevado, crisis de sobreproducción y elevada desigualdad. Parece que Roberts atribuye a nuestros “trucos de circulación” más eficacia de la que concede en otros lugares de su texto.

El cuerpo de los teóricos de la TMM no es un bloque monolítico, al igual que tampoco lo es el de los teóricos marxistas. Afortunadamente algunos de éstos, como Bellofiore, Reuten o Terzi, se han mostrado abiertos a la TMM mientras que otros, como Astarita, Harvey o el propio Roberts han mostrado una hostilidad que los acerca a nuestros críticos neoliberales. Dentro de la TMM hay economistas que efectivamente solo aspiran a reformar el capitalismo y otros que simpatizan con la idea de superar el marco capitalista. Podemos destacar el marxismo de un Bill Mitchell o la propuesta de socialismo fiduciario de Carlos García (García, 2017) que describe como un gobierno conocedor de la potencia del sistema monetario puede facilitar el tránsito a un sistema socialista o comunista.
En la Historia varios sistemas han precedido al capitalismo como el comunismo primitivo, la economía esclavista o el feudalismo. Cada uno de estos ha durado cientos si no miles de años. De hecho el capitalismo es un recién llegado que no ha cumplido más de 300 años. Hay que reconocerle éxito en su capacidad de elevar la producción hasta niveles nunca antes conseguidos. Podría durar otros 500 años o caer el año que viene. No lo sabemos ni nos consideramos dotados para la futurología. Tampoco los marxistas pueden predecir cómo ni cuándo el capitalismo será superado ni mucho menos Marx dejó claro qué tipo de sistema sucedería al capitalismo. Mientras algunos marxistas renuncian a postular políticas que ayuden a mitigar las consecuencias del capitalismo esperando a que llegue esa Revolución, no sabemos si mañana o dentro de 2.000 años, nuestros objetivos son más modestos: describir cómo funcionan los sistemas económicos reales y hacer propuestas que ayuden a limitar los daños sociales que causa el capitalismo. Nuestro compromiso actual como economistas es proponer medidas que maximicen el bienestar de la población.
También estaremos encantados de explicarles a los marxistas que nos quieran escuchar cómo podrían gestionar eficazmente un sistema monetario sin caer en las trampas en las que se han dejado atrapar el chavismo o la URSS de los años 80. Nosotros leemos a Marx y escuchamos a los marxistas. ¿Nos escuchan ellos a nosotros?

Referencias


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Villena Oliver, A., & Medina Miltimore, S. (30 de 08 de 2017). El señuelo de la RBU: cómplice necesario para el remate del neoliberalismo. CTXT. Obtenido de https://ctxt.es/es/20170830/Firmas/14631/RBU-neoliberalismo-trabajo-garantizado-ctxt-empleo.htm
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