2 de diciembre de 2015.
El FMI parece desconcertar a la opinión pública al emitir consejos
contradictorios sobre moderación salarial, pidiéndola insistentemente a
determinados países para después desmarcarse recientemente de tal propuesta a
nivel agregado en un reciente informe titulado “Moderación
Salarial en las Crisis”. Esta revelación esconde una lógica macroeconómica
correcta que es corroborada por la realidad tras muchos años de sufrimiento
individual y colectivo inútil e irreparable, y que intentaremos esbozar a lo
largo de las siguientes líneas.
Desde las instituciones dominadas por la ortodoxia económica llevan
años denunciando la rigidez de nuestro mercado laboral, a la cual culpan de mantener
artificialmente elevado el coste del trabajo. (Estas instituciones nunca
aclaran por qué la tasa de desempleo es el doble en Andalucía que en Euskadi
con la misma legislación laboral). La teoría neoclásica, tal y como se enseña
en las facultades de economía, considera al trabajo igual que cualquier otro
recurso que contribuye al proceso productivo. Si la oferta supera la demanda, para
restaurar el equilibrio del mercado bastaría con bajar su precio —el salario—
para que aumentara esta y cayera aquélla. Un salario más bajo también
contribuiría a reducir la oferta pues algunos trabajadores la retirarían.
Muchos economistas, siguiendo esta lógica, afirman que todo el
desempleo es voluntario, ya que lo único que habría que hacer para “vaciar” este mercado sería ofertar nuestros
esfuerzos y habilidades a aquel precio por el que las empresas, como
demandantes, estén dispuestas a comprar todo el trabajo disponible en el
mercado. Por tanto, si no bajan los salarios es porque los trabajadores aplicarían
prácticas de colusión para impedirlo o porque las normas no son flexibles,
impidiendo que el mercado se ajuste.
Es en este punto donde aparecen en el análisis las rigideces y la
habitual cantinela de “flexibilizar”
el mercado de trabajo con la que los medios de comunicación y creadores de
opinión nos aturden. Los trabajadores que ya tienen un empleo difícilmente
aceptarán una bajada de salario para unas mismas condiciones laborales
particulares, lo cual crea – dicen – un
conflicto en el mercado laboral entre individuos con trabajo e individuos
desempleados. La conclusión derivada del análisis convencional lleva
inevitablemente a culpabilizar a los sindicatos y a la regulación que protege
los derechos de los trabajadores por mantener unos “privilegios” que distorsionan el equilibrio en el mercado laboral. Dentro
de este planteamiento surgen las reformas laborales del PSOE en 2010 y del PP
en 2011, que han permitido precarizar el empleo y destruir puestos de trabajo,
sustituyendo uno bien pagado por uno o más con menores costes para la empresa.
Las prescripciones económicas de Ciudadanos proponiendo la reducción del coste
del despido, —sustituyendo las indemnizaciones por la llamada mochila
austríaca— y la eliminación de la distinción entre contratos temporales y fijos
responden a esta forma de pensar.
Es intuitivo pensar que una persona que está dispuesta a trabajar a un
salario más bajo, quizás encuentre empleo. Sin embargo, la idea de que la
reducción de los salarios eliminará el desempleo es incorrecta, pues se basa en
una clásica falacia de composición. Al reducir la fuerza de trabajo a la
condición de una mercancía cualquiera, se incurre en la falsa deducción de que
lo que es cierto para una persona que está buscando empleo, también lo es para
todos los trabajadores considerados en su conjunto. El gran economista John
Maynard Keynes ya advirtió en los años 30 que el empeño en aplicar políticas de
reducción salarial para acabar con el desempleo estaba condenado al fracaso. Veamos
por qué.
Uno de los hechos más difíciles de entender de nuestro sistema
económico es que se considere normal que haya fábricas ociosas y personas en
busca de trabajo y que, al mismo tiempo, siga habiendo necesidades humanas
insatisfechas. Ello se debe a que nuestro sistema económico está organizado de
forma que el objetivo de producir mercancías no sea la satisfacción de
necesidades mediante el intercambio, como estudiamos en las universidades, sino
la obtención de beneficios privados. En una economía capitalista, si los que
dirigen el proceso de producción no creen que vayan a obtener beneficios, no lo
iniciarán, dejando los recursos ociosos.
La razón por la cual las empresas invierten es la tasa de beneficios
esperada, que determina la cantidad de bienes y servicios producidos, el número
de trabajadores contratados, y el número de personas que quedan sin empleo. Estas
expectativas dependen de dos factores muy diferentes pero que se influyen
mutuamente:
- Las condiciones de costes relacionadas con la compra de factores de
producción y la obtención del producto.
- Las condiciones de demanda relacionadas con la tasa esperada de
utilización de la capacidad productiva instalada.
Si las condiciones de demanda son buenas, es probable que las
condiciones de costes sean malas. ¿Por qué? Algunas de las cosas que mejorarían
las condiciones de costes producirán el efecto contrario en las condiciones de
demanda. Por ejemplo, si todas o muchas empresas consiguen reducir sus
salarios, sus condiciones de costes mejorarán (a menos que disminuya también la
productividad), pero probablemente sus condiciones de demanda empeorarán.
Las ventas de las empresas dependen de que los trabajadores y
trabajadoras tengan renta suficiente para adquirir los bienes y servicios que
éstas ofertan, y los salarios constituyen, con gran diferencia, la principal
fuente de renta de las personas. Al reducir los costes salariales los
empresarios no encontrarán demanda para sus productos. Así, una reducción de
los salarios puede empeorar la tasa de beneficios y dar lugar a una reducción
de la inversión y el agravamiento del desempleo. Los economistas no ortodoxos
denominan a este fenómeno “la paradoja de
los costes”.
Cabe preguntarse por qué los empresarios en su conjunto tendrían
interés en mantener a una parte de la población desempleada y reducir los
salarios de los que emplean en el mercado de trabajo. Como al FMI, a las asociaciones
de empresarios no debería costarles entender la paradoja de los costes.
Podríamos encontrar una explicación en la conducta egoísta de unos
empresarios que buscan maximizar sus beneficios sin darse cuenta de que el
empeño de todos en el mismo fin les lleva a una trampa de demanda deprimida. Pero
no podemos subestimar ni la competencia entre empresarios como fuente de
incertidumbre para cada empresa a nivel individual, ni los intereses de clase
para mantener a la clase trabajadora disciplinada
El economista polaco Michal Kalecki demostró cómo los empresarios, como
propietarios de los medios de producción, deciden el nivel de inversión de la
economía, y por extensión de la producción y empleo. Puesto que la participación
de los salarios en la economía es una función del grado de monopolio, a mayor
grado de monopolio menor es la cuota en el reparto de la renta para los
trabajadores, por lo cual las empresas perseguirían la concentración de la
actividad para asegurarse mayores beneficios, estableciendo acuerdos con otras
empresas que diesen lugar a una estructura de mercado oligopólica. De otra
forma, la obligación de invertir continuamente en la búsqueda de ventajas
tecnológicas para sobrevivir a la competencia, llevaría a un nivel en el cual
el desempleo escasease y se hiciesen fuertes los trabajadores en la negociación
salarial, reduciendo la tasa de beneficios del conjunto de los empresarios.
Puede que los empresarios tomen decisiones que vayan en detrimento de
la sociedad, pero no necesariamente de sus intereses. La amenaza creíble del
paro fortalece su poder de negociación y reduce el de los sindicatos. Es fácil
ver cómo el poder de los sindicatos es residual en aquellos sectores donde las
empresas pueden amenazar con deslocalizar su producción o externalizar los
servicios hacia otros países con menores salarios y también en situaciones con
un desempleo elevado.
Muchos países han aplicado políticas de contención salarial con la
intención de ganar competitividad y cuota de mercado. La política de
crecimiento basada en exportaciones no beneficia a los trabajadores pero si
permite que los capitalistas de los países netamente exportadores arrebaten
beneficios a los capitalistas de los países con déficit comercial. Pero aquí
caemos en otra paradoja: si todos los países implantan políticas de moderación
salarial simultáneamente, cae la demanda efectiva en su conjunto y, por tanto, se
exacerba la caída en las expectativas de beneficios. La lógica capitalista que
busca la rentabilidad a toda costa es claramente ineficiente. Esta carrera
hacia el mínimo común denominador salarial conduce la economía global a una
demanda agregada anémica. Es esta situación la que ha advertido el FMI. La
victoria ideológica del capitalismo ha tomado una deriva suicida.
No hay motivo para tolerar los
costes que el desempleo impone a la sociedad. La incertidumbre a la que se ven
abocadas las personas desempleadas o atormentadas por tal posibilidad no solo
deprime sus decisiones de gasto, también afecta a sus capacidades y relaciones
personales. Como dijo el presidente Roosevelt, « ningún país, sin importar su
riqueza, puede permitirse el derroche de sus recursos humanos. La
desmoralización causada por el desempleo masivo es nuestra mayor extravagancia.
Moralmente es la mayor amenaza a nuestro orden social.» Este despilfarro de
recursos es una lacra que solo una ideología fundamentalista impide resolver. Debemos
acabar con esta permisividad exigiendo que el Estado asuma su responsabilidad y
resuelva esta ineficiente dinámica intrínseca al funcionamiento del sistema
capitalista, dándole una utilidad social a todos los recursos que están parados. Ante la limitada posibilidad de que otras
economías extranjeras absorban la producción nacional y la anemia de la demanda
interna, necesitamos un Estado emprendedor que no se vea atado de pies y manos
presupuestariamente, libre de la perniciosa disciplina que pretende neutralizar
el ejercicio de la democracia misma. Solo el Leviatán puede evitar que el
capitalismo se destruya a sí mismo y a la sociedad.
Sobre los
autores:
Esteban Cruz Hidalgo es Licenciado en Economía
y Máster en Investigación en Ciencias Sociales y Jurídicas, especialidad
Economía, Empresa y Trabajo. Miembro da ATTAC Extremadura, del Instituto de
Economía Política y Humana y de La Asociación por el Pleno Empleo y la
Estabilidad de Precios.
Stuart
Medina Miltimore es
vicepresidente de la Asociación por el Pleno Empleo y la Estabilidad de
Precios. Además es economista y MBA por la Darden School de la Unversidad de
Virginia. Acumula más de 30 años de experiencia profesional en los sectores de
material eléctrico, TIC y biotecnología. Fundó en 2003 la consultora MetasBio
desde la que ha asesorado a numerosas empresas de diversos sectores.
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