Cita de Roosevelt

"Ningún país, sin importar su riqueza, puede permitirse el derroche de sus recursos humanos. La desmoralización causada por el desempleo masivo es nuestra mayor extravagancia. Moralmente es la mayor amenaza a nuestro orden social" (Franklin Delano Roosevelt)

domingo, 28 de junio de 2015

Rebajemos las cuotas de la Seguridad Social

Como empresario y antiguo empleador (lamentablemente ya no empleo a nadie, cosas de la crisis) siempre me mostré escéptico acerca del sistema de cotizaciones a la seguridad social. Me molestaban tres cosas de éste:

  1. Las cuotas me parecían excesivas, sobre todo, para salarios bajos. Teniendo en cuenta las cotizaciones a la seguridad social más las retenciones sobre el IRPF el sueldo de un trabajador  con un salario se ve bastante mermado. Esto crea una asimetría perversa en la que el trabajador, puede apreciar que está mal retribuido mientras el empresario piensa que paga sobradamente.
  2. Me parecían un enorme desincentivo a la contratación. Las cuotas son un coste que grava la contratación de personal. Además había oído historias de terror de empresarios cuyos proyectos empresariales habían quebrado dejando cuotas a deber a la Seguridad Social a los que les habían embargado sus casas y se habían quedado en la calle.
  3. Nunca entendí la naturaleza regresiva del sistema de cotización. A partir de un salario no demasiado alto la base de cotización está limitada a un tope. ¡Qué injusto para los salarios más bajos! Además ¿por qué razón son los trabajadores los encargados de pagar las pensiones? ¿Por qué no contribuyen al sistema de pensiones por ejemplo las grandes fortunas que viven de las rentas?
El hecho es que, según el nivel salarial, la razón entre lo que paga un empresario a sus trabajadores y lo que estos perciben en neto, para una situación típica de un casado con dos hijo es de al menos 1,4 veces. Para salarios altos, esta razón alcanza una proporción de 1,8 veces pues en esos tramos, aunque las cuotas de cotización están limitadas, las retenciones a cuenta del IRPF son más elevadas.

Claramente los impuestos son un desincentivo a la contratación de empleados por cuenta ajena. En un país donde la tasa de desempleo es tan elevada, ¿no sería aconsejable reducir radicalmente el importe de las cuotas de cotización y las retenciones?

La tributación elevada sobre las rentas de trabajo ha sido un principio en el que históricamente han coincidido partidos y sindicatos. Por ejemplo, en un documento que resume el Pacto de Toledo, se afirmaba lo siguiente:

El acuerdo alcanzado por CC.OO., UGT y el Gobierno del PP, recoge las distintas propuestas sindicales en sus puntos más fundamentales. Entre ellas la regulación por Ley del incremento anual de las pensiones con cláusula de garantía hasta el año 2000. Además no acepta la reducción de las cotizaciones sociales, que hubieran puesto en quiebra el sistema de la Seguridad Social, aspiración que pretendía conseguir la CEOE. Se retiran las medidas penalizadoras a la jubilación anticipada y las que endurecían el acceso a la pensión de invalidez. En definitiva, estamos ante un acuerdo positivo reflejo de los criterios establecidos por CC.OO. que impide el retroceso que suponían las medidas que planteaba el Gobierno. Este consenso impide la aplicación de medidas unilaterales, como ocurrió en la primera reforma del sistema de pensiones de 1985. (los subrayados son míos).
De la lectura de este texto se concluye que los sindicatos temían que una reducción de las cotizaciones sociales pondrían en peligro las pensiones de jubilación. Quizás los sindicatos se estén autoengañando y en realidad estén prestando un pobre servicio a sus afiliados.

Desde el punto de vista de la Teoría Moderna del Dinero, un estado emisor de moneda no puede quebrar ni ser insolvente. De hecho el estado no necesita financiarse mediante impuestos. El estado, como expliqué en otros posts anteriores, exige el cobro de impuestos para darle valor al dinero que emite. Cuando el estado gasta, pone dinero en manos del público. Los ciudadanos quieren ese dinero porque solo con él pueden satisfacer sus obligaciones tributarias. Son los impuestos del estado los que obligan a los ciudadanos a buscar con avidez el dinero que les liberará de su obligación. Obviamente, antes el estado tiene que poner el dinero en manos del público, pues si no, sería imposible que los ciudadanos pagaran los impuestos. Por tanto el gasto público precede al cobro de impuestos; no es al revés como dicta el "sentido común".

Si España hubiera retenido su soberanía monetaria, no debería preocuparnos la sostenibilidad de las pensiones. De hecho las cotizaciones sociales serían absolutamente innecesarias y el estado podría prescindir de ellas, si quisiera. Las únicas limitaciones al pago de pensiones residen en las limitaciones de recursos reales de la economía. Es decir, mientras haya alimentos, moradas para los jubilados, cuidadores para ancianos frágiles, habrá recursos para atender a los pensionistas.

Si nos preocupa la sostenibilidad de las pensiones, lo que debemos procurar es que haya recursos reales para atender a los jubilados. Cuanto mayor sea el número de personas que trabajan mayores recursos existirán para atender a los mayores. Por tanto, lo que nos interesará es poner al máximo número de personas a trabajar y asegurar que tengan unas condiciones de vida dignas que les permitan formar hogares y tener hijos.

Si esto es así, en las circunstancias actuales, la tributación sobre el trabajo debería reducirse al mínimo. No sería descabellado suprimir las cotizaciones a la Seguridad Social. Se puede mantener una tributación a las rentas del trabajo más elevadas con el ánimo de amortiguar las desigualdades sociales. Pero en realidad lo que interesaría es buscar otras figuras impositivas que remplazaran al sistema de cotizaciones sociales.

Hace pocos días, Matt Forstater dio una charla en el Seminario Anual de Verano Hyman P. Minsky que organiza el Levy Economics Institute. Abogaba por gravar los "males", no los "bienes". Los impuestos, en un sistema de circulación fiduciaria tienen que existir, pero lo aconsejable es crear una estructura que favorezca las actividades deseables, como el trabajo, y desincentive las indeseables. Podríamos renunciar a gravar el trabajo tan pesadamente y gravar otras cosas como las actividades contaminantes, la especulación inmobiliaria, el tamaño de las viviendas o la circulación rodada en las ciudades.

lunes, 8 de junio de 2015

Un nuevo plan E del PSOE

Villaviciosa de Odón a 8 de junio de 2015.

Se ha publicado esta noticia hoy en el diario El Mundo:

¿Un nuevo Plan E del PSOE?


Analicemos las palabras de la CEOE publicadas en este artículo con un poco de calma:
"Esto es volver a una variante del Plan E de Zapatero, al dogma olvidado de que se puede crear empleo artificialmente. Es como extender el PER"
1. "Volver a una variante del Plan E". Sí, para los neoliberales ese plan es un escándalo, pero da la casualidad que, de haber continuado España habría salido de la recesión en 2011.
2. "El dogma olvidado". Sí, los políticos europeos se han olvidado hace ya mucho tiempo de que los estados pueden y deben asegurar el pleno empleo. Concretamente la última vez que hubo pleno empleo en España estaba vivo Franco, lo cual es un baldón sobre esta democracia. Desde los años 70 el dogma es luchar contra la inflación y mantener el tipo de cambio fijo para entrar en el euro creando desempleo. Un dogma miserable y ciego.
3. "Se puede crear empleo artificialmente." Sí, señores de la CEOE. Incluso el puesto de trabajo del Sr. Rosell es una creación artificial, no el resultado de un fenómeno natural como la aurora boreal o el granizo. Los empleos los crean los hombres para procurar su bienestar y su felicidad. La economía al servicio del hombre y no el hombre al servicio de la economía. Todos los puestos de trabajo son artificiales. Si esperáramos a que la fertilidad del terreno y las lluvias abundantes fueran a crear el puesto de trabajo del Sr. Rosell éste estaría en el desempleo (lo cual no sería ninguna pérdida para la humanidad).
4. "Es como extender el PER". Si no hay nada mejor, se crea el PER, que por cierto tiene un coste ridículo para la economía española, unos 200 millones de euros (el 0,02% del PIB español, una gota de agua ante la enormidad de la catástrofe que se ha cernido sobre la población rural de esta país). No hace falta un PER, sino un plan de empleo garantizado por el estado para todo aquél capaz y dispuesto a trabajar por un salario. Hay que poner a todo el mundo a trabajar. El desempleo es un lujo que una sociedad no se puede permitir. El valor de los bienes y servicios que se han dejado de producir en estos últimos 7 años de crisis al menos habrá ascendido a 800 mil millones de euros, fácilmente equivalente al 80% del PIB español. Si pusiéramos a toda esta gente a trabajar el impacto sobre la economía sería brutal.
Las asociaciones de empresarios se han convertido en una clase miserable. Así les va: cuanto más desempleados haya menos venderán las empresas y más quiebras habrá. Deberían estar Vd. proponiendo un plan para la contratación inmediata de 2,5 millones de desempleados si les preocupara ya no el bien de España, que no les preocupa nada, sino la buena marcha de sus negocios. Pero es que, además de ser malas personas, Vds. son tontos del bote.
Y, Sr. Pedro Sánchez, si 200.000 empleos públicos en un país con más de 5 millones de parados es lo máximo que puede hacer Vd. para resolver el desempleo, demuestra una vez más que su partido no merece nuestra confianza para resolver los problemas de desempleo de este país. No tengo ninguna duda de que, una vez en el poder, Vd. nos hará un Hollande. Mejor deje paso a otro más valiente.

viernes, 5 de junio de 2015

Los lunes al Sol (IV)

Las uniones monetarias europeas: la contumacia en el error

Post conjunto de Stuart Medina y Miguel Navascués

6 de junio de 2015.

El reciente libro de Mitchell, “Eurozone Dystopia. Group Think and Denial on a Grand Scale” describe con gran erudición los sucesivos intentos de los países europeos de establecer regímenes cambiarios desde los años 70. Todos estos sistemas eran propensos a la inestabilidad porque no contemplaban mecanismos que compensaran los desequilibrios que acumulaban los países con balanzas comerciales deficitarias. Reiteradamente los países más débiles se encontraban con fuertes presiones devaluatorias de su moneda.

Como explicamos en el post anterior, para defender sus tipos de cambio, los bancos centrales debían contar con reservas de moneda extranjera. Pero al agotarse estas reservas, los bancos centrales se veían obligados a subir los tipos de interés para evitar la fuga de capitales y aplicar políticas de austeridad que limitaran las demandas y las importaciones. Estas políticas enfriaban la economía y provocaban aumentos de desempleo por lo que generaban inestabilidad política y conflictividad social. En cambio los países superavitarios (normalmente Alemania, Holanda) podían evitar la apreciación de su moneda vendiendo la propia y acumular reservas de moneda extranjera o bajando sus tipos de interés. Sin embargo los bancos centrales de estos países temían las consecuencias inflacionistas para sus economías de estas medidas. Para el BundesBank la prioridad absoluta fue siempre la estabilidad de precios. Por eso los países superavitarios frecuentemente dejaron que cada palo aguantara su vela y no intervinieron para mantener las cotizaciones de las monedas de sus socios.

Debido a las tensiones cambiarias, las devaluaciones fueron frecuentes en los sistemas monetarios europeos convirtiendo el compromiso de mantener el tipo de cambio fijo en papel mojado. Las tensiones produjeron también repetidas salidas y realineaciones de las paridades en los sucesivos sistemas monetarios. Los problemas de estos sistemas monetarios se derivaban en parte de la asimetría que suponía que los países deficitarios tenían que soportar la carga del ajuste (subidas de tipos de interés, políticas de rigor presupuestario). Alemania hizo lo posible por vaciar de contenido las instituciones y reglas que hubieran permitido el desarrollo de un sistema más simétrico. Por ejemplo se negó a la creación de fondos que hubieran podido prestar fondos a los países en dificultades. Alemania no estaba dispuesta a facilitar financiación a países “derrochones”.

El primer experimento fue la “serpiente monetaria dentro del túnel” que se instituyó por el Acuerdo de Basilea de 1972. Permitía una fluctuación máxima de las paridades del 2,25 % y una fluctuación máxima del 4,5% respecto del dólar USA. La serpiente no duró mucho y no tardó en desmontarse ante los reiterados ataques especulativos. El déficit comercial de EE.UU. y los superávit de Japón y Alemania provocaron reiterados ataques especulativos. Primero abandonó el la libra esterlina. En 1973 la Banca d’Italia tuvo que dejar flotar la lira italiana. Los esfuerzos de los bancos centrales de Japón y Alemania no resultaron efectivos y finalmente el dólar se devaluó un 10% y también se dejó que el yen japonés flotara libremente. Tras la Guerra árabe-israelí y el embargo petrolero, Francia trató de mantenerse dentro del sistema con varias entradas y salidas hasta que en 1976 se vio obligada a abandonarlo definitivamente.

No contentos con haber comprobado el fracaso de esta primera unión monetaria. A finales de los años 70, bajo los mandatos de Giscard d’Estaing en Francia y Schmidt en Alemania, se acordó crear el Sistema Monetario Europeo (SME) con el ECU como cesta de divisas de referencia. Además se creaba una línea de Financiación a Muy Corto Plazo (Very Short Term Financing o VSTF) gestinado por el Fondo Monetario de Cooperación Europeo.

El compromiso por mantener las paridades convirtió a los países deficitarios de nuevo en pasto de los especuladores. Algunos lectores recordarán como en 1992 la libra esterlina fue objeto de un ataque orquestado por George Soros. Alemania echó leña al fuego subiendo sus tipos de interés para controlar los riesgos inflacionistas derivados de la absorción de la antigua RDA. Mitchell recoge un incidente narrado por Whitney, (1992) y Mallaby (2010) durante una cumbre de septiembre de 1992. Norman Lamont, el ministro de Hacienda británico, golpeaba con el puño la mesa y gritaba al presidente del Bundesbank, Helmut Schlesinger. «Aquí hay doce ministros sentados en esta mesa reclamándole que bajen sus tipos de interés. ¿Por qué no lo hace?».  Italia negoció una devaluación de la lira. El Banco de Inglaterra luchó desesperadamente por mantener el tipo de cambio de la libra esterlina. El 16 de septiembre de 1992, el célebre “miércoles negro”, tras comprar 1.000  millones de libras (esfuerzo fútil frente a los billones que simultáneamente vendía Soros), subió el  tipo de interés primero al 12% y al 15% al día siguiente.  Esa tarde el Reino Unido abandonó el SME y al día siguiente lo hacía Italia. España devaluó la peseta un 5% y de nuevo se vio forzada a hacerlo en 1993. 

El SME empezó a cuestionarse cuando Francia decidió hacer un referéndum sobre el tratado de Maastricht en 1992. El resultado fue positivo, pero tan apretado que los mercados pusieron en duda que todos los paises estuvieran calurosamente a favor. A su vez, el Tratado de Maastricht fue el intento de Francia de "sujetar" a una Alemania unificada, algo que Francia no deseaba de su enemigo histórico. El acuerdo pactado fue que a Alemania se le permitía unificarse si "se sometía" al euro...

Todas las monedas fueron atacadas y vencidas, salvo el franco francés. ¿Por qué? Como se descubrió después, el Bundesbank, por orden del Gobierno, había puesto a disposición del Banco de Francia una cantidad a sin limite de marcos alemanes. El fracaso del SME debió ser el aviso del seguro fracaso del euro que se avecinaba, pero las apuestas políticas eran ya irreversibles. Todas la teorías ad hoc que se lanzaron para que la gente aceptará el euro, eran pura ideología. Mientras, del otro lado del Atlántico venían serias advertencias del problema que se iba a crear.

El experimento le había costado al Reino Unido una crisis económica y un aumento innecesario del paro. Gran Bretaña aprendió la lección y nunca más volvió a entrar en una unión monetaria europea. Los políticos españoles e italianos, aquejados de un ingenuo “europapanatismo”, volvieron a caer en la trampa.  Finalmente los estados europeos decidieron crear la Unión Monetaria Europea con un Banco Central Europeo. El engendró se basó en el Informe Delors, que, con un marcado sesgo neoliberal y a diferencia de lo propuesto por el informe Werner, renunciaba a una unión fiscal. El Informe Werner fue redactado en 1970 y consideraba como condición ineludible para el éxito del proyecto que hubiera una unión fiscal con una centralización de la política económica bajo la responsabilidad de una Comunidad Europea responsable ante el Parlamento Europeo. Al parecer, Delors consideraba que esa unión fiscal era innecesaria en el diseño monetarista de su proyecto. Bastaría con los límites de deuda pública y déficit marcados de forma totalmente arbitraria por el Tratado de Maastricht y cuya inutilidad el tiempo se encargaría de demostrar.

Los franceses pensaron que al crear el BCE y el Euro arrebatarían a Alemania la moneda y el control sobre la política monetaria. El problema fue que el diseño neoliberal de las instituciones europeas en la práctica acentuó los problemas de los sistemas monetarios europeos anteriores porque privó definitivamente a los estados de su capacidad de devaluar en caso de entrar en problemas de balanza de pagos. Fue la ceguera ideológica de los dirigentes europeos de aquellos años, como Valery Giscard d’Estaing, Raymond Barrre, Scmidt, Schröeder, Chirac, Felipe González, etc. la que aparcó las recomendaciones del informe Werner y adoptó el neoliberal proyecto de Delors. La unión monetaria sin unión fiscal ha permitido que Alemania siguiera practicando su política mercantilista y de exportación de la deflación que ha llevado a las economías más débiles de la periferia al paroxismo actual de depresión y desempleo masivo.

Este empeño se ha cobrado un altísimo precio en la merma de las tasas de crecimiento económico y en un crecimiento de las tasas de paro. De facto, las países de Eurolandia acabaron convertidas en una "zona marco" donde el Bundesbank dictaba la política monetaria a sus socios europeos.

España en el sistema monetario europeo

Así pues, la combinación del cambio de foco de la política macroeconómica hacia la estabilidad de precios frente a las políticas de pleno empleo y el empeño en fijar los tipos de cambio probablemente sean explicaciones mucho más convincentes de la pertinazmente elevada tasa de desempleo en España que las narrativas sobre competitividad de la economía española. ¿Quién iba a invertir en un negocio y crear empleo en una nación sometida permanente al ajuste presupuestario y el rigor?

Para la joven democracia española, recién salida de la larga noche de la dictadura franquista, la entrada en la CEE era una prioridad política. Antes de la entrada en la CEE ya ensayaba con tipos de cambio fijo y políticas de ajuste acordadas por los Pactos de la Moncloa en 1978 para hacer frente al shock del petróleo.
«A partir de 1978, las políticas de ajuste derivadas de los Pactos de la Moncloa son contrarrestadas negativamente por la presencia del segundo shock energético, que provoca otra fuerte crisis del sector exterior y una nueva devaluación en 1982. La segunda mitad de los ochenta se caracteriza por una peseta que tiene como punto de referencia la integración en la C.E.E., y finalmente en el S.M.E., lo que conduce a políticas antiinflacionistas que producen altos tipos de interés y una apreciación nominal y real de la moneda española[1].»
España entró en las CEE en 1986. En los años anteriores los técnicos del Banco de España se habían resistido a renunciar al margen de maniobra que habría implicado entre en el mecanismo de tipos de cambio del SME. Pese a no estar obligada…

«…ya desde 1986, los márgenes de maniobra de la política monetaria se habían reducido sensiblemente como consecuencia de una política de tipo de cambio combinada con una incipiente liberalización de los movimientos de capital. Durante el período 1986-1987, las autoridades monetarias españolas siguieron de cerca la evolución de la peseta con respecto al marco alemán y de febrero de 1988 a junio de 1989 el Banco de España practicó una política de shadowing del MTC interviniendo en los mercados de cambios según la lógica interna del SME. [2]»

Finalmente será a

«finales de 1986 cuando el Presidente Felipe González se pronuncie, por primera vez y total claridad, a favor de una «entrada rápida, o incluso muy rápida, en el SME».[3]
El fenómeno de las devaluaciones se repitió años más tarde con España ya integrada en la CEE y en el SME.
«Así, en los primeros noventa, el ya mencionado alto valor de nuestra divisa, unido a un deterioro de los fundamentos de nuestra economía que erosionaban la credibilidad exterior en la gestión de la política económica española, llevó a la necesidad de devaluar hasta en cuatro ocasiones desde 1992 hasta 1995, ante las presiones que nuestra moneda estaba soportando en los mercados de divisas en un contexto de crisis del S.M.E. Estas devaluaciones condujeron a una depreciación nominal y real de la peseta para iniciar, una vez superada la crisis del S.M.E. a partir de la segunda mitad de los noventa, la senda de la convergencia nominal derivada de los criterios de Maastricht, que culminaría, primero, con la fijación irrevocable de los tipos de cambio y, finalmente, con la desaparición de las monedas nacionales en las primeras semanas del año 2002[4].
En definitiva, España lleva aplicando políticas de rigor presupuestario, control de la inflación y de tipos de cambio fijo desde hace décadas. No olvidemos que durante todo este tiempo el Banco de España lleva recomendando la moderación salarial (y de los beneficios)[5]. Pero si el PIB de una nación es igual a su renta, es decir, la suma de los salarios, los beneficios, las rentas mixtas y los impuestos sobre la producción y las importaciones está claro que pedir moderación en el aumento de las rentas, como hacen los sucesivos gobernadores, no puede implicar otras cosa que deprimir la economía permanentemente.

El siguiente gráfico, muestra el tipo de cambio peseta marco alemán (que lógicamente se fija a partir del momento en que se fijaron irrevocablemente los tipos de cambio en la zona euro. Se aprecian claramente los picos correspondientes a las sucesivas devaluaciones. El empeño de las autoridades por impedir lo inevitable tuvo su impacto en el aumento inexorable del desempleo a lo largo de los años 80 y primeros 90.



Durante un breve interludio, en el que los agentes llegaron a creerse que el euro eliminaba los riesgos-país dentro de Eurolandia, la entrada de capitales del Norte de Europa permitió financiar la burbuja inmobiliaria. Cuando se acabó la fiesta la imposibilidad de ajustar el tipo de cambio forzó todo el brutal peso del ajuste sobre nuestra economía y el factor trabajo.

Las consecuencias de tratar al trabajador como una mercancía.


Los neoliberales ven al trabajo como una mercancía más que debe intercambiarse en el mercado. Si se quiere que haya más demanda de esa mercancía no hay más que rebajar su precio y mejorar su calidad para que resulte más atractiva. Es lo mismo que pasa con los pepinos, los rábanos o los barriles de petróleo. Siempre habrá un precio que iguale oferta y demanda.

El problema es que los trabajadores no son una mercancía sino que son personas y además resulta que son consumidores, inversores y ahorradores. Si seguimos imponiendo la carga de las recuperaciones década tras década, recesión tras recesión, sobre sus espaldas, laminando sus derechos, generando incertidumbre y ansiedad, cercenando sus proyectos vitales, lo único que conseguiremos es lo que tenemos: desaliento del consumo, caída de la natalidad (en un suicidio gradual y colectivo de la clase trabajadora), caída de la inversión e imposibilidad de renovar el tejido empresarial (porque ¿quién va a apostar en un mercado deprimido con una tasa de desempleo insultantemente elevada?)

Y he aquí la inconsistencia de los neoliberales. Todo su empeño en conseguir una fuerza de trabajo flexible y barata solo puede resultar en una caída permanente de la demanda. De tal forma que el empresario, quejoso de los elevados salarios puede, por un lado observar con entusiasmo la caída de sus costes laborales unitarios, para luego lamentarse de una caída en ventas que devorará sus márgenes empresariales. Finalmente el empresario se dará cuenta de que, para mantener su cuota de mercado, tiene que bajar los precios. Por tanto resultará que sus costes unitarios medidos en términos reales (descontado el efecto de las caídas de precios) no se han reducido. En estas condiciones, por mucha reforma estructural que se haga ¿quién es el inversor que se atreve en invertir en empresas tecnológicas para cambiar el modelo productivo?



[1] : Aixalá Pastó, José (2002): "Una historia del tipo de cambio de la peseta (1868-2002)", [en línea] 5campus.com, Economía Aplicada <http://www.5campus.com/leccion/peseta> [y añadir fecha consulta]
[2] Manuel Sanchis i Marco* DE LAS MONEDAS NACIONALES AL SISTEMA MONETARIO EUROPEO: LA APORTACIÓN DE LOS SERVICIOS DE LA COMISIÓN
[3] Ibidem
[4] : Aixalá Pastó, José (2002): "Una historia del tipo de cambio de la peseta (1868-2002)", [en línea] 5campus.com, Economía Aplicada <http://www.5campus.com/leccion/peseta> [y añadir fecha consulta]

jueves, 4 de junio de 2015

Los lunes al Sol (III)

En el anterior post Los Lunes al Sol II planteé que existía una correlación entre la victoria ideológica del neoliberalismo y el aumento del desempleo en todos los países europeos. Sin embargo hay un segundo factor que explica las elevadas tasas de desempleo observadas en Europa, sobre todo en las economías menos competitivas, que además es específico del escenario europeo: el empeño en fijar los tipos de cambio entre los miembros de las Comunidades Económicas Europeas. Este tiene su origen en el colapso del sistema de Bretton Woods que fijaba los tipos de cambio de todas las monedas con el dólar USA y garantizaba la convertibilidad del dólar a un tipo de cambio fijo de $35/oz.

Como todo sistema empeñado en mantener los tipos de cambio inalterables de forma artificial, el de Bretton Woods estaba condenado al fracaso, sobre todo porque llevaba a los EEUU a un permanente déficit comercial que tendía a devaluar el dólar frente a las divisas de las naciones con balanza comercial positiva.

Sin embargo los líderes europeos se empeñaron en repetir los fracasos con sistemas de cambio fijos en su continente. Razones para establecer un sistema de tipos de cambio fijos había varias. El colapso del sistema de Bretton Woods y la volatilidad en los tipos de cambio complicaba el comercio entre los miembros de la Comunidades Europeas porque los exportadores tenían que enfrentarse a las incertidumbres sobre los ingresos de sus ventas al exterior. Francia quería asegurar que sus agricultores tuvieran unas ayudas de la Política Agrícola Común estables a resguardo de las variaciones de los tipos cambiarios. Alemania, Holanda y Austria han basado su modelo de crecimiento en políticas mercantilistas que hacían depender su crecimiento de un permanente superávit. Por eso les interesaba que sus exportadores no estuvieran expuestos a las tribulaciones del tipo de cambio.

Sin embargo, mantener un tipo de cambio fijo de la moneda implica un enorme sacrificio, sobre todo si se trata de un país menos competitivo que aquellos con los que tiene que sostener la paridad de su divisa. Un célebre ”trilema” en macroeconomía dice que una nación solo puede elegir combinaciones de dos políticas de entre las siguientes opciones:
  • Un tipo de cambio fijo
  • Libre movimiento de capitales
  • Política monetaria autónoma
De forma que si una nación elige fijar su tipo de cambio y permite el libre movimiento de capitales, no podría llevar una política monetaria autónoma, por ejemplo para aplicar una política monetaria expansiva.



La razón no es muy difícil de entender. Supongamos que España y Alemania deciden mantener fijo el tipo de cambio de sus respectivas divisas a razón de 60 pesetas por marco dentro de un margen de fluctuación de ±2,5%. Sin embargo la industria española es menos competitiva y por tanto España es probable que importe más bienes y servicios de Alemania de los que le exporta; es decir, su balanza comercial será deficitaria. Como el exportador alemán querrá cobrar en marcos, lo lógico es que al final haya más demanda para comprar marcos que pesetas. 

Es decir, si se saldan todas las transacciones financieras asociadas a cada flujo de importación y exportación, al final nos encontraremos que queda una posición financiera neta a favor de Alemania. Los españoles estarán endeudados con Alemania y para saldar esa deuda tendrá que producirse un flujo de capitales de España hacia Alemania. Por tanto, los bancos, que  suelen ser los que gestionan las transacciones financieras asociadas a las operaciones comerciales, se verán obligados a vender pesetas y comprar marcos.

Si se permitiera que el tipo de cambio fluctuara libremente en el mercado, sería casi inevitable que la peseta se depreciara frente al marco. Sin embargo, recordemos que el Banco de España se ha comprometido a defender ese tipo de cambio. Inicialmente la peseta se depreciará dentro de la banda de fluctuación permitida. Es decir, la peseta podría depreciarse hasta un límite de 61,5 pesetas/marco. A partir de allí el Banco de España tendrá que intervenir.

Dado que, como consecuencia de los compromisos que España  ha asumido dentro de la Comunidad Económica Europea, el Estado Español no puede poner barreras al comercio internacional, una cosa que puede hacer es impedir que los nacionales saquen capitales de España para no acentuar más la depreciación de la peseta. La dificultad de mover capitales acabaría dificultando las importaciones. Por ejemplo se pueden poner limitaciones a los pagos al exterior o al acceso a financiación extranjera.

Pero pongámonos en el escenario de libre movimiento de capitales dentro de la Unión Europea, sobre todo a raíz de la firma del Acta Única Europea, que consagró esa libertad. Ya hemos agotado dos de las políticas que podíamos elegir de ese "triángulo de la imposibilidad" y por tanto nos hemos quedado sin margen para aplicar políticas monetarias expansivas.

En este escenario, al Banco de España no le queda más remedio que intervenir en el mercado para defender el valor de la peseta. Es decir, comprará pesetas y venderá marcos. Sin embargo, para conseguirlo, el banco central tiene que contar con reservas suficientes, es decir, tiene que haber comprado anteriormente marcos alemanes u otras divisas. Si la debilidad de la peseta persiste, y lo hará porque la balanza comercial no se corregirá sola, el Banco de España tendrá que seguir comprando su moneda e inevitablemente estas reservas se agotarán.

Dentro de los compromisos asumidos por las dos partes, España podría exigir al BundesBank que contribuyera a la estabilidad cambiaria comprando pesetas y vendiendo marcos. La experiencia durante los años 70, 80 y 90 fue, sin embargo, que Alemania se mostró reticente a colaborar con los socios europeos que experimentaban problemas en sus balanzas comerciales. El motivo fundamental fue el temor a que este tipo de operaciones generarían inflación en su país; algo que el BundesBank aborrecía. El BundesBank podría comprar pesetas de forma casi ilimitada, si quisiera, pero hacerlo implicaría aumentar la oferta monetaria en su país. Según la visión monetarista, predominante en el banco central alemán, poner en manos del público una mayor cantidad de dinero podría llevar a un aumento del gasto por encima de la capacidad productiva de la economía y a un aumento de precios.  Así, pues, Alemania con frecuencia no cumplió con su parte del trato.

Agotadas las reservas, el último recurso que le quedaría al Banco de España sería subir los tipos de interés respecto a los de Alemania, de forma que, por la mayor retribución que reciben en España, queden retenidos capitales que, de otra forma, marcharían a Alemania. 

En definitiva las acciones necesarias para mantener el tipo de cambio fijo en un entorno de libre circulación de mercancías y capitales para un país con una balanza comercial deficitaria llevaba, de forma casi ineluctable, a una subida de tipos de interés. En los años 70, 80 y 90 en ocasiones las subidas eran tan drásticas que desincentivaban la inversión y el consumo. Por tanto los altos tipos de interés deprimían la demanda agregada y producían alzas en el desempleo. De hecho, durante esas décadas los tipos de interés en España fueron siempre mucho más elevados que en Alemania.



Finalmente, si el desempleo se vuelve insoportablemente alto, los gobiernos tirarán la toalla y darán instrucciones a su banco central para que deje de defender el tipo de cambio. Se producirá entonces una devaluación que llevará el tipo de cambio al lugar donde habría estado si se hubiese dejado a la divisa flotar libremente. La única diferencia será que se habrá creado un sufrimiento innecesario a la población en forma de destrucción de puestos de trabajo.

Si el tipo de cambio se devalúa, por ejemplo un 15%, quedando establecido en 70,7 ptas./marco, los productores nacionales habrán ganado una ventaja de precio que puede estimular sus exportaciones. Asimismo los productos extranjeros se habrán encarecido en el mismo porcentaje, lo cual desanimará su importación. De esta forma la balanza de pagos se reequilibrará y se recuperará la demanda para los productos que venden los empresarios. Al observar una mejora de sus ventas y de sus negocios empezarán a contratar personal de nuevo y el paro caerá.

Pero si el estado renuncia a su soberanía monetaria, pierde su potestad de devaluar la moneda. Por tanto la nación, en el caso de que se produzca una crisis asimétrica, deberá soportar niveles muy elevados de desempleo, emigración y pobreza hasta que los trabajadores,  llevados por la desesperación, estén dispuestos a aceptar salarios de miseria o decidan abandonar el mercado.

Por hoy basta. En el siguiente post haré un breve repaso a los sistemas cambiarios por los que pasaron los países de la CEE hasta desembocar en la creación del euro y su impacto en el desempleo en España

martes, 2 de junio de 2015

El señuelo de la mutualización de la deuda

Artículo escrito conjuntamente por Stuart Medina y Jorge Amar. Este artículo fue anteriormente publicado en InfoLibre el 31 de mayo de 2015.

Hace unos días Guillermo de la Dehesa, economista, presidente de honor del CEPR (Centre for Economic Policy Research) de Londres  y antiguo secretario general de Comercio, y luego Secretario de Estado de Economía bajo los gobiernos de Felipe González publicó, en El País un artículo titulado "¿Tiene realmente futuro la zona euro?". Suponemos que el artículo habrá pasado relativamente desapercibido pero es interesante leer una opinión que se aleja del predominante "europapanatismo[1]". Recomendamos la lectura de este artículo porque contiene un análisis certero de los fallos de la moneda común europea. Obviamente su perspectiva es neokeynesiana aunque también se inspira en el análisis sobre Áreas Monetarias Óptimas de Mundell, un neoliberal que, curiosamente, apoyó la creación del Euro porque representaba una oportunidad de privar a los estados de las herramientas macroeconómicas clásicas. Aunque parte de postulados ajenos a la Teoría Moderna del Dinero, podemos estar de acuerdo en su conclusiones. Resulta evidente que la carencia de un gobierno federal europeo ha privado a la Unión Europea de su capacidad de hacer frente de forma eficaz a un shock asimétrico. Coincidimos con de la Dehesa en que
"Prueba de la falta de una política fiscal común es que hoy las tasas de crecimiento del A(rea) E(uro), cinco años después de la Gran Recesión, son menos de la mitad que las de EE.UU. y Reino Unido, que pueden utilizar ambas políticas macroeconómicas. Más aún, ningún estado importante de la Eurozona cumple hoy su objetivo del 60% de deuda sobre el PIB, salvo los más pequeños como Estonia, Eslovaquia, Letonia, Lituania y Luxemburgo. Crear ahora una política fiscal única para enfrentar dichos choques asimétricos necesitaría un deseo compartido por todos los estados miembros y un cambio de los tratados. Modificarlos y ratificarlos llevaría hasta diez años, al haber estados miembros que necesitan aprobarlo por referéndum. Demasiado tiempo para una decisión tan urgente y necesaria."
Sin embargo, lejos de proponer una devolución de la soberanía monetaria a los estados, que sería el corolario lógico de su análisis, de la Dehesa propone una solución que él y otros economistas propusieron desde el Instituto para el Nuevo Pensamiento Económica y que.ya fue descartada por los estados acreedores. Ésta consiste en una mutualización temporal del exceso de deuda de todos los estados miembros, definiendo como tal la que supere ese 60% del PIB estipulada por el Tratado de Maastricht y que habría tenido su origen en la crisis financiera global y los fallos de diseño del euro. Este exceso se depositaría en un Fondo de Redención de Deuda (FRD) que se financiaría en los mercados emitiendo "euroletras" con la garantía conjunta y solidaria de los 19 estados miembros.

Sin embargo dudamos mucho de la eficacia de la propuesta. Pensamos que la iniciativa llega tarde. Resultó novedosa en 2012 pero, si entonces no convenció, no vemos por qué razón ahora los impulsores de los FRD tendrían éxito. Además ha dejado de tener sentido pues pretende un objetivo que ya se  ha conseguido por otras vías: reducir el tipo de interés que pagan los estados más endeudados y evitar que caigan presa de los pánicos del mercado. En la fecha en la que escribimos estas líneas el tipo de interés de las letras del Tesoro del Reino de España a 12 meses es de 0,02% ¡y el de plazo de 1 a 3 meses es negativo!

Este descenso de los tipos de interés de la deuda pública  no se debe a ninguna gestión virtuosa del Gobierno de Mariano Rajoy. Simplemente se ha comprobado que los tipos de interés son una variable exógena que marca el banco central y no una endógena que determinan los mercados. Bastó que Draghi anunciara que haría todo lo que estuviera en su mano para salvar al Euro y que el BCE iniciara las operaciones de compra masiva de deuda pública en los mercados secundarios (OMT) para conseguir este efecto.

Bill Mitchell, Profesor de Economía y Director del Centro de Plemo Empleo y Equidad (CofFEE), en la University of Newcastle (Australia), se ha mostrado muy crítico con este tipo de soluciones. En las galeradas de su libro Eurozone Dystopia, que se puede encontrar en internet (http://bilbo.economicoutlook.net/blog/?p=27666), comenta con sarcasmo:
" La pregunta evidente es ¿Para que molestarse? Varufaquis et al. (2013) reconocen esta cuestión. El BCE ya demostró con su Programa de Mercado de Valores, que se inició en mayo de 2010 y que consistió en compras ilimitadas por el banco central de bonos en el mercado secundario (es decir, en manos de inversores privados después de haber sido emitidos por el gobierno), que se podía despejar a los inversores privados en bonos de la ecuación en lo referente al establecimiento de tipos de interés (rendimiento de los bonos del gobierno). En septiembre de 2012, el BCE sustituyó el PMV con el programa de transacciones monetarias ilimitadas (OMT), y con fanfarria, declaró que "no se ponían límites cuantitativos ex ante sobre el tamaño de las transacciones monetarias ilimitadas” (BCE, 2012). La decisión del BCE de mostrarse dispuesta a comprar cantidades ilimitadas de deuda gubernamental implica que cualquier operador privado en bonos que intentara tomar una posición  contraria contra cualquier gobierno de la Eurozona perdería. Esencialmente, cualquier corredor de bonos sabrá que pueden fácilmente endilgarle al BCE cualquier compra de bonos en el mercado secundario. La lógica de la acción es que, al comprar grandes volúmenes de bonos con vencimiento a corto plazo (1 a 3 años) en el mercado secundario, el precio subirá reduciendo los rendimientos. Los operadores en bonos se ven obligados a comprar bonos del estado con vencimientos a más largo plazo si quieren rendimientos superiores lo cual eleva los precios y baja los rendimientos. La iniciativa implica que de hecho el BCE puede fijar los rendimientos al nivel deseado, incluso en cero. Implica que los economistas convencionales están equivocados si aducen que los déficit elevarían los tipos de interés hasta el punto en que los gobiernos llegarían a la insolvencia porque los mercados privados de bonos se negarán a comprar su deuda. Esa insolvencia solo puede ocurrir si el banco central de referencia se niega a comprar su deuda. Esa insolvencia solo puede darse si el banco central relevantes desiste de sus funciones de emisor de moneda. Una vez que entiendes lo relevante que es esto no tardas en darte cuenta de que el plan de rescate del BCE no es suficiente para restablecer el crecimiento porque se propone imponer la condicionalidad (austeridad) como requisito para la participar. El programa OMT por tanto no acierta a resolver el núcleo del problema cual es que el Sur de Europa está en una depresión y la única salida es una expansión del déficit público. El BCE está dispuesto a comprar bonos del Estado ilimitadamente – pero solo si sucumben a un paquete de austeridad fiscal que asegurará que sus perspectivas de crecimiento se deterioren aún más." (traducido del inglés por Stuart Medina)
El anterior programa del BCE, las llamadas OMT, resultó ineficaz para restablecer el crecimiento de los estados deprimidos del Sur de Europa, porque obligaban a los estados a someterse a un programa de austeridad. Por tanto las OMT estaban condenados al fracaso aunque se consiguiera que los tipos de interés cayeran a 0.

Las operaciones de QE que actualmente está realizando el BCE, tienen algunos límites, el más importante de los cuales es que son los bancos centrales de cada país los responsables de asumir hasta el 80% de estas operaciones. Esto evita que se mutualice la deuda de los estados, algo a lo que Alemania se niega. Por tanto, el único efecto adicional, supuestamente benéfico, al conseguido por la QE, que tendría la propuesta de de la Dehesa es que parte de la deuda de los estados se mutualizaría. Pero argüimos que es absolutamente innecesario que la deuda se mutualice para que el rendimiento de la deuda pública no lo determinen los mercados. Basta con que el banco central actúe como tal. Actualmente, solo la deuda pública griega no se beneficia de este efecto balsámico porque, digámoslo sin tapujos, los estados europeos han decidido chantajear al gobierno democráticamente elegido de Grecia para que retorne al dogma neoliberal de la austeridad como camino para salir de la crisis (y que, dicho sea de paso, tan espectacularmente está fallando pues el país está de nuevo en recesión).

Tres años después de la primera propuesta de de la Dehesa y sus colegas los daños a la economía de la periferia europea son irreversibles pues seguramente nos habremos apartado de la senda potencial del PIB para siempre.


La balbuceante, endeble e inicua recuperación económica de España se debe a que el Gobierno Rajoy se olvidó de la austeridad en un desesperado intento por ganar las elecciones de 2015. La Comisión Europea ha colaborado haciendo la vista gorda y no exigiendo el cumplimiento de los objetivos de déficit. Este pacto faustiano se volverá en contra del siguiente gobierno de España pues el ajuste se exigirá en 2016 lo cual provocará una recaída en la recesión. Pero este breve alivio de la depresión demuestra que lo que urge en Europa no es una mutualización de la deuda sino levantar de una vez los inútiles e innecesarios (salvo en la mente de los neoliberales obsesionados con el fantasma inexistente de la inflación) límites de déficit público, iniciar una política expansiva y eliminar la dogmática prohibición de que el BCE financie a los estados. 


[1] Europapanatismo. (de Euro y papanatismo) m. Actitud que consiste en admirar la Unión Monetaria Europea de manera excesiva, simple y poco crítica."