Cita de Roosevelt

"Ningún país, sin importar su riqueza, puede permitirse el derroche de sus recursos humanos. La desmoralización causada por el desempleo masivo es nuestra mayor extravagancia. Moralmente es la mayor amenaza a nuestro orden social" (Franklin Delano Roosevelt)

miércoles, 29 de junio de 2016

El error Habermas

25 de junio de 2016

Publicado originalmente en el Blog Alternativas.

El economista austriaco Friedrich August von Hayek, uno de los padres del neoliberalismo, escribió en 1939, más de veinte años antes de la creación de las Comunidades Económicas Europeas, un ensayo en el que defendía una unión federal europea porque avanzaría el programa liberal. En una federación con un mercado único de bienes, sin barreras al libre movimiento de capitales y trabajadores, las diferencias de precios solo reflejarían los costes de transporte. La movilidad de los factores mermaría la capacidad de los estados para imponer impuestos ya que, si estos fueran más elevados que en países vecinos, provocarían la fuga de capitales y trabajadores. Esta presión competitiva limitaría la capacidad recaudatoria del estado y por tanto la de aplicar políticas proteccionistas y de bienestar social. Hayek se oponía al estado nación porque sabía que solo éste podría desarrollar políticas de bienestar social que requieren de consensos y sacrificios que los ciudadanos de una nación están dispuestos a hacer en beneficio de otros grupos de su propia colectividad pero no a favor de los individuos o colectivos de otra nación.
«En el estado nacional, las ideologías actuales hacen que sea comparativamente sencillo persuadir al resto de la comunidad de que le interesa proteger “su” industria o “su” producción de trigo… La consideración decisiva es que su sacrificio beneficia a compatriotas cuya posición les resulta familiar (Hayek 1948).»
En el caso de una federación interestatal Hayek pensaba que este tipo de lazos afectivos y sentimientos de pertenencia no existirían y por tanto sería más difícil avanzar una agenda de políticas proteccionistas y sociales.

En un interesante ensayo, Glyn Morgan, Profesor de la Harvard University[i], contrasta la visión de Hayek con la del filósofo y sociólogo alemán Jürgen Habermas, un pensador asociado a la socialdemocracia. Habermas reconoce los logros del estado-nación, siendo el más positivo la creación del estado de bienestar que garantiza a todos los ciudadanos unos derechos sociales y somete a la economía capitalista a los intereses generales. Pero Habermas busca una justificación para el proyecto europeo. El proceso de integración europea logró poner punto y final a una sangrienta historia bélica que culminó en la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, pretender que los ciudadanos sigan entusiasmándose con un proyecto europeo limitado a acabar con viejas rencillas nacionales resulta ilusorio. Por eso Habermas introduce un argumento que la izquierda ha asumido como un mantra: el proceso de globalización estaría dejando inerme y obsoleto al estado-nación, erosionando el estado social y la democracia. El estado se vería compelido a reducir sus impuestos sobre un capital cada vez más móvil debilitando su capacidad de ejecutar políticas sociales. Para atraer capital los estados se verían obligados a reducciones competitivas de sus tipos impositivos. El mantenimiento de la competitividad en mercados abiertos estaría obligando a imponer devaluaciones salariales.

«La globalización del comercio y la comunicación, de la producción económica y las finanzas, la difusión de la tecnología y las armas y, sobre todo, los riesgos ecológicos y militares, presentan problemas que ya no pueden ser resueltos dentro del marco de los estados nación o mediante los métodos tradicionales de acuerdos entre estados soberanos.[ii]»
Para enfrentarse a estas amenazas los distintos estados responden de forma descoordinada y poco cooperativa.  Por eso, Habermas cree encontrar una justificación del proyecto europeo en la conservación de los valores del estado social.

Hayek y Habermas llegan a conclusiones diametralmente opuestas sobre las consecuencias de un proceso de integración europea. El primero cree que la federación acabará con el estado social, el segundo cree que lo salvará. Pese a Habermas, el estado nación sigue vigente y ha mostrado mayor capacidad de ofrecer prosperidad, crecimiento económico y equidad social que el fallido proyecto europeo. Si Habermas tuviese razón la crisis del estado nación sería un fenómeno global pero extrañamente parece solo circunscribirse a Europa. En los demás continentes esta vieja institución parece estar viviendo sus mejores momentos. Países como Corea del Sur, Chile, Canadá, Nueva Zelanda, Australia o Uruguay ofrecen niveles de prosperidad crecientes a sus ciudadanos. Las grandes naciones como China o EEUU no parecen estar en riesgo de integrarse en federaciones mayores. Dentro de la propia Europa, los países que más rápidamente se recuperaron de la crisis financiera global y que mantienen mayores niveles de felicidad entre la población, encuesta tras encuesta, son los que no se integraron en el proyecto europeo: Suiza, Islandia, Noruega. Dentro de la UE los países que no participan en la unión monetaria como Suecia, Dinamarca, el Reino Unido o Polonia también han tenido un rendimiento económico superior tras el inicio de la crisis financiera global.

La evidencia apunta a que la Unión Europea es una federación ‘hayekiana’. El proyecto europeo es elitista y sus tratados tienen una inspiración neoliberal al servicio del gran capital. La Unión Europea, lejos de consolidar un estado social avanzado, ha estado minándolo, sistemáticamente. Blandiendo la amenaza de la globalización prometió a la clase media y trabajadora un mundo mejor para el que nos prepararían con formación e inversiones en I+D haciéndonos supercompetitivos. La utopía prometida se ha convertido en una distopía para la clase trabajadora y la juventud, sobre todo la del sur de Europa.

Por eso desconcierta la entrega de los tradicionales partidos socialdemócratas que han caído en lo que podríamos llamar el “error Habermas”: mantener ilusoriamente que Europa fortalecería el estado social pese a que los hechos indican tercamente lo contrario. Esta miopía de los socialdemócratas quizás se explique porque estos viejos partidos fueron cooptados por el neoliberalismo –desde luego éste parece ser el caso de políticos como Felipe González que renegaron tempranamente del marxismo—; o quizás porque confundieron la federación hayekiana con un proyecto internacionalista. En este caso los socialdemócratas quizás tengan una definición demasiado imprecisa de internacionalista porque el capitalismo también lo es, probablemente con mayor entusiasmo y convicción.

El descontento de las clases populares, sin un referente progresista que supiera explicarlo y encauzarlo, traicionadas por unos partidos entregados, de forma incoherente con los postulados que dicen defender, al proyecto europeísta, se ha canalizado en algunos países hacia formaciones de extrema derecha. Con mensajes más simples y enarbolando las banderas identitarias estos han sabido captar al votante iracundo.

Esta semana una mayoría del pueblo británico ha votado por salir de la UE. Los medios del establishment han destacado que el voto por el Brexit fue mayoritario entre los mayores y minoritario entre los jóvenes. Parecen haber prestado menos atención al hecho de que el apoyo al Brexit fue mayoritario entre personas de renta baja. Para la élite biempensante votar Brexit sería cosa de viejos reaccionarios e indocumentados. Uno de los mayores defensores del proyecto europeo, Xavier Vidal Folch escribía ayer que “sin acritud, consideramos que la decisión de los votantes igual no era la más lógica, racional ni conveniente,” —para sus intereses de clase, añadiría yo— “pero quizás sí la más obvia, tras cuadro decenios de infatigable propaganda contra Europa”. Se olvida al parecer del sistemático bombardeo desde los medios, el mundo empresarial y los políticos “respetables” con campañas tremebundas acerca de los infinitos males que acaecerán si Gran Bretaña decidiere salir de la UE.


A los partidos que desde la izquierda o la derecha osan cuestionar el proyecto europeo despectivamente se los tilda con el remoquete de “nacionalistas”, “retrógrados”, “xenófobos” o, peor aún, “populistas”. Sus humildes votantes podrán expresarlo mejor o peor, acompañados o no de los acobardados partidos socialdemócratas, pero, en realidad, solo quieren recuperar su estado nación para que les devuelvan unas condiciones de vida dignas. Los británicos de clase trabajadora, “esos paletos”, no votaron el pasado jueves con el corazón; votaron con la razón.


[i] Morgan G., Hayek, Habermas, and European Integration. (2003)
[ii] Habermas, J. La Inclusión del Otro: Estudios de Teoría Política (1999). Paidos Ibérica.

martes, 21 de junio de 2016

El Tributo de los Incas

Un texto extraído del libro Quinto de Comentarios Reales que tratan del Origen de los Incas, escrito por Garcilaso Inca de la Vega y publicado en 1609. Describe un sistema de tributación en una economía no monetaria.

El principal tributo era el labrar y beneficiar las tierras del Sol y del Inca, y coger los frutos, qualesquiera que fuesen y encerrarlos en sus Orones y ponerlos en los Pósitos Reales, que avía en cada Pueblo, para recoger los frutos y uno de los principales frutos era el Uchu, que los Españoles llaman Axi y por otro nombre Pimiento.

(…) 

La cosecha del Sol y la del Inca se encerraba cada una de por sí, a parte, aunque en unos mismos Pósitos: la semilla para sembrar, la dava el dueño de la tierra, que es el Sol o el Rey; y lo mismo era el sustento de los Indios que trabajavan, porque los mantenían de la Hacienda de cada uno dellos, quando labraban y beneficiaban sus tierras: de manera que los Indios no ponían mas del trabajo personal. De la cosecha de sus tierras particulares, no pagavan los Vasallos cosa alguna al Inca.

(…)

La tercera parte de las tierras dava el Inca para la Comunidad. Desta tercera parte ningún Particular poseía cosa propia ni jamás poseieron los Indios cosa propia, si no era por Merced especial del Inca y aquello no se podía enagenar ni aun dividir entre los herederos. Estas tierras de Comunidad, se repartían cada año y a cada uno se le señalava el pedaço que avía menester para sustentar su persona y la de su Muger, e hijos, y assí era unos años más y otros menos, según era la Familia; para lo qual avía ya sus medidas determinadas. Desto, que a cada uno se le repartía, no dava jamás Tributo, porque todo su Tributo era labrar y beneficiar las tierras del Inga y de las Guacas y ponerles en sus Depósitos los frutos etc.

(…) 

Si el tributo principal, que era sembrar las tierras, coger y beneficiar los frutos del Sol y del Inca daban otro segundo tributo, que era hacer de vestir y calçar y armas para el gasto de la Guerra y para la Gente pobre, que eran los que no podían trabajar por vejez o por enfermedad. En repartir y dar este segundo tributo, avía el misma orden y concierto que en todas las demás cosas.

En suma, cada Provincia y Nación dava de lo que tenía de su cosecha sin ir a buscar a Tierra agena lo que en la suia no avía, que no le obligaban a más: en fin pagavan su tributo, sin salir de sus casas, que era Ley universal para todo el Imperio que ningún Indio saliese fuera de su Tierra a buscar lo que hubiese de dar en tributo, porque decían los Incas que no era justo pedir a los Vasallos lo que no tenían de cosecha y que era abriles la puerta para que, en achaque de tributo, anduviesen vagando de tierra en tierra, hechos holgaçanes. De manera que eran quatro las cosas que, de obligación, daban al Inca, que eran bastimentos de las proprias tierras del Rey, Ropa de Lana de su Ganado Real, Armas y Calçado de lo que avía en cada Provincia. Repartían estas cosas por gran orden y concierto. Las Provincias, que en el Repartimiento cargavan de Ropa, por el buen aliño que en ellas avía para hacerla, descargaban de las Armas y del Calçado; y por el semejante a las que daban más de una cosa, descargavan de otras y en todas cosa de contribución avía el mismo respecto. De manera que ni en común ni en particular, nadie se diese por agraviado.

(…) 

Otra manera de tributo daban los impedidos, que llamamos pobres, y era que, de tantos a tantos días, eran obligados a dar a los Governadores de sus Pueblos, ciertos cañutos de piojos. Dicen que los Incas pedían aquel tributo porque nadie (fuera de los libres de tributo) se esentase de pagar pecho, por pobre que fuese y que a esto se lo pedían de piojos porque, como pobres impedidos, no podían hacer servicio personal que era el tributo que todos pagavan. Pero también decían que la principal intención era Celo amoroso de los pobres Impedidos por obligarles a que se despiojasen y limpiasen, porque como gente desastrada no perecieren comidos por piojos.

(…)



El Oro y Plata y las Piedras preciosos, que los Reyes Incas tuvieron en tanta cantidad, como es notorio, no era de tributo obligatorio que fuesen los Indios obligados a darlo, ni los Reyes lo pedían porque no lo tuvieron por cosa necesaria para la Guerra ni para la Paz y todo esto no estimaron por Hacienda ni Tesoro, porque como se sabe, no vendían ni compravan cosa alguna por Plata ni por Oro ni con ello pagavan la Gente de Guerra ni lo gastaban en socorro de alguna necesidad que se les ofreciese; y por tanto lo tenían por cosa superflua, porque ni era de comer, ni para comprar de comer: Solamente lo estimavan por su hermosura y resplandor para ornato y servicio de las Casas Reales y Templos del Sol.

Presentación del libro "Librarse del Euro"


lunes, 6 de junio de 2016

Abandonar la histeria por el déficit público para cambiar Europa

Artículo publicado por el compañero Esteban Cruz en la sección Luces Rojas de Infolibre el pasado 6 de junio de 2016.

El irreversible proceso de globalización conducido por el progreso tecnológico y la desregulación de los mercados ha provocado una creciente interdependencia entre las economías nacionales y, sin embargo, las instituciones no están acompañando a semejante fenómeno de integración económica. El ejemplo más claro lo tenemos en la zona euro, donde la existencia de un mercado común no ha llevado consigo la creación de una autoridad fiscal federal que coordine las políticas fiscal y monetaria, compensando las dinámicas asimétricas surgidas de la interrelación de participantes con diferentes estructuras productivas y culturas. Tampoco la evolución del sistema monetario ha ido conforme a la de un régimen de acumulación capitalista basado en dinero fiduciario-crédito, una convención social no respaldada por mercancía alguna y que no debería ser susceptible de concentración en manos privadas ni marcar los límites a la circulación de bienes y servicios por su escasez. La captura de los bancos centrales por el pensamiento gregario que caracteriza a estas instituciones, y que ha mantenido las restricciones ligadas a un sistema patrón-oro anacrónico, ha impedido a los Gobiernos disponer del espacio fiscal adecuado para alcanzar sus objetivos económicos y sociales.

Ante el estricto impedimento del Banco Central Europeo de financiar a los Estados miembro, éstos tienen la obligación de ceñirse a una restricción presupuestaria delimitada por su capacidad de recaudación, debiendo ir a los mercados a pedir todo lo que la sobrepase y quedando con ello rehenes de las condiciones que les sean impuestas, despojándolos de su soberanía. Esta camisa de fuerza impide desarrollar políticas progresistas en el actual marco de la Unión Monetaria o, cuanto menos, hacerlo con un margen de maniobra muy reducido. La posición de dependencia de los Estados con respecto a los mercados es insalvable en esta Europa de los mercaderes cuyo pilar fundamental es la libertad de movimientos de capitales.

La soberanía popular debe ser canalizada a través de un marco institucional que custodie un espacio operativo adecuado mediante la coordinación de las políticas monetaria y fiscal. En base a ello, rechazamos las imposiciones en materia de déficit. Existiendo recursos humanos no movilizados por la iniciativa privada y disponibles para contribuir al proceso de aprovisionamiento social, creando riqueza y satisfaciendo así una serie de necesidades que no son cubiertas, el uso del déficit no debe comprenderse más que como la herramienta que permite ponerlos en marcha, no una restricción. Desde este planteamiento la existencia de desempleo significa que el déficit no es el suficiente, apoyándose tal aseveración en un principio contable básico: que el gasto de un agente económico es el ingreso de otro. Por tanto, las políticas de austeridad que recortan el gasto inevitablemente deben tener de forma automática el mismo efecto en los superávits privados, es decir, reducen los fondos de empresas y familias, los ahorros y beneficios que determinan su consumo e inversión y por tanto, la producción y el empleo, agravando la depresión económica. De hecho, el déficit es lo que ha permitido al Partido Popular llegar a esta doble sesión de comicios maquillando los datos macroeconómicos de su pésima gestión.

La soberanía monetaria, esto es, la posibilidad de financiarnos directamente del Banco Central, nos proveería de los fondos necesarios para llevar a cabo una serie de objetivos económicos y sociales elegidos democráticamente a todos los niveles, desde lo local a lo regional y estatal, y que a día de hoy quedan como metas secundarias ante la histeria que acarrea el incumplimiento de los compromisos de déficit en el actual marco institucional, donde los Estados operan con una moneda extranjera que es el euro. Además de limitar los efectos perjudiciales del ciclo económico estabilizando las expectativas privadas, disponer de soberanía monetaria nos posibilitaría buscar objetivos sociales diferentes al lucro capitalista. Entre estos fines se incluyen la inversión necesaria para el cambio de modelo productivo y el avance hacia las energías renovables, la visibilización y dignificación del trabajo de cuidados, o el apuntalamiento de los servicios públicos.

La arquitectura del euro ata de pies y manos a los Estados estableciendo mecanismos perversos y eficaces para hacer a Gobiernos electos retroceder en sus demandas conforme los empujan a la posibilidad de suspensión de pagos, siendo así obligados a ajustarse a un nuevo equilibrio presupuestario en una peor situación. Es por ello que desde la Asociación por el Pleno Empleo y la Estabilidad de Precios (APEEP) rechazamos las demandas hechas en el actual marco institucional que se ciñen a la restricción presupuestaria, ya sea por el lado de los gastos como por el de los ingresos, mareando la perdiz con plazos y velocidades de reducción del déficit y quitas o mutualizaciones de la deuda.

Necesitamos un Plan B para Europa, el cual pasa por el cuestionamiento directo del diseño del euro y la puesta en marcha de un conjunto de decisiones emprendidas de manera unilateral por los Estados, a poder ser, en coordinación con otros Gobiernos desobedientes. La unanimidad exigida para reformar los Tratados hace exiguas las posibilidades de afrontar una modificación de las políticas económicas dentro de la eurozona. Una re-edición del Plan A con la aspiración de conseguir ciertas concesiones, confiando en el mayor tamaño de nuestro país para obtener unos resultados diferentes a Grecia en unas hipotéticas negociaciones con las autoridades europeas, tal y como se desprende de los 50 puntos del acuerdo programático de Unidos Podemos para las elecciones del próximo 26 de junio, acabaría disciplinando las exigencias de un potencial gobierno de cambio conforme progresivamente se debilita su posición financiera, con lo cual la rebeldía mostrada sería efímera.

Las instituciones importan y en su papel está tanto el restringir como el liberar la capacidad de actuación de la acción colectiva. Es esencial cambiar las reglas de juego para devolver a manos de la soberanía popular herramientas que le han sido quitadas y sin las cuales está a merced de los vaivenes de los mercados, equilibrando con ello las articulaciones de poder que hoy están claramente desbalanceadas en favor de agentes trasnacionales. El primer paso para hacer políticas progresistas es abandonar el discurso del equilibrio presupuestario y la reducción del déficit, y centrarse en objetivos reales como son acabar con la lacra individual y social que es el desempleo y avanzar en la justicia social en diversos aspectos, con los que transformar esta Europa en la Europa de los pueblos. Una Europa solidaria, verde, feminista y ante todo, democrática.
_____________________Esteban Cruz Hidalgo es economista y vicepresidente de la Asociación por el Pleno Empleo y la Estabilidad de Precios