Publicado originalmente en el Blog Alternativas el 24 de mayo de 2017
Como economista adscrito a la escuela conocida como teoría monetaria moderna frecuentemente me preguntan lo que pienso acerca de las criptomonedas. Estudiar los sistemas monetarios modernos no te convierte en un experto en criptomonedas pero si permite entender cuál es su función en nuestro sistema económico. Aun reconociendo que mi grado de competencia tecnológica es bajo, confieso que me producen bastante prevención por motivos que detallaré más adelante.
Cualquier sistema monetario —ya sea el euro, el dólar o el del Bitcoin— es una especie de cuenta de mayor en la que queda registrada una posición acreedora y una deudora. Un billete de banco es una cuenta en el cual se registra el nombre del deudor (el banco central) con la particularidad de que el acreedor, el tenedor de este título, permanece en el anonimato. La mayor parte del dinero actualmente es digital, es decir, consiste en meros apuntes contables en una cuenta de mayor cuya única materialización son bytes en un ordenador. A diferencia del dinero físico el dinero digital no asegura el anonimato.
¿Qué son las criptomonedas? Aclaremos que estamos hablando de criptomonedas “descentralizadas”, es decir sistemas creados y mantenidos por comunidades de informáticos al margen de ninguna autoridad central. Es posible crear una criptomoneda estatal y también existen algunas gestionados por empresas privadas como el Ripple. Es un sistema distribuido donde existe un algoritmo que permite crear la criptomoneda a una tasa predefinida no determinada por una autoridad central. Es la comunidad de informáticos la que se ocupa de generar la moneda de forma colectiva.
La seguridad y la integridad de los registros contables que constituyen el balance de la criptomoneda se basa en la desconfianza mutua entre los participantes en el sistema. Estos son conocidos como mineros que realizan tareas de validación y fechado de las transacciones que quedan registradas en lo que se conoce como ‘cadena de bloques’. Estas validaciones se van a añadiendo a la cuenta de mayor de la moneda y requieren que una mayoría de los participantes muestren su acuerdo. Cuando alguien confirma un bloque éste se añade a la cadena y se comunica todos los demás participantes. Una vez que la transacción ha sido certificada por consenso queda inscrita en el registro de forma inmutable y permanente. La forma de asegurar de que los mineros trabajan en interés de la comunidad es que tengan un incentivo financiero recibiendo unidades de la criptomoneda cada vez que comprueban un bloque de la cadena.
La más conocida de las criptomonedas es el Bitcoin, la autoría de cuyo algoritmo es un tanto misteriosa y disputada, pero existen varias decenas de imitadoras. La capitalización actual en el mercado de criptomonedas es de unos nada desdeñables 52 mil millones de dólares. El algoritmo del Bitcoin es ingenioso pero tiene problemas de diseño. El sistema de verificación está basado en “cadenas de bloques” cuyo procesamiento requiere un masivo poder de computación con su correspondiente coste energético. La naturaleza distribuida de la información implica que todas las transacciones pueden ser examinadas por todos los participantes lo cual plantea dudas acerca de la garantía de privacidad y anonimato que alegan los defensores del Bitcoin. La producción está limitada a un máximo de 21 millones de unidades. Debido a su altísima cotización los mineros obtienen fracciones de Bitcoin cada vez menores por su trabajo. Al acercarse el momento en que no se emitirán más unidades nadie tendrá un incentivo de seguir haciendo tareas de minería y en ese momento supongo que esa actividad se abandonará completamente.
La tradición chartalista describe la moneda como una institución social originada desde el estado. En esencia la moneda es un crédito fiscal entregado por el estado a cambio de los recursos reales que obtiene del sector privado. Los agentes aceptan la moneda del estado porque previamente éste obliga a los ciudadanos a pagar impuestos con ella.
Hyman Minsky decía que el problema no es crear una moneda —cualquiera puede hacerlo— sino que te la acepten. Existen monedas privadas y un ejemplo es el dinero bancario. Éste es universalmente aceptado porque el estado respalda sus emisiones y porque los bancos siempre estarán dispuestos a redimir su deuda entregando dinero del estado por su valor nominal. Las criptomonedas no disfrutan de estos privilegios. Pocos comerciantes aceptan en pago Bitcoins y ciertamente no se pueden utilizar para pagar impuestos.
El valor del dinero queda determinado por las decisiones de gasto del estado. El estado disfruta una posición de monopolio en la creación de la moneda y, como todo monopolista, puede decidir su precio. Lo hace decidiendo qué deben entregar a cambio los ciudadanos para conseguir una unidad monetaria. Si el estado decide que paga una hora de trabajo a 10 euros por hora de facto está vinculando el valor de una unidad su moneda a una décima de hora de trabajo. Es el acto de gastar el que define el valor de la moneda mientras que los impuestos generan la demanda por ella.
Nadie está obligado a pagar impuestos en Bitcoins u otras criptomonedas ni existe ningún deudor que respalde estas emisiones. Lo cierto es que no existe ningún sostén para el valor de las criptomonedas. Siendo honestos el justiprecio de las criptomonedas es exactamente cero. Sin embargo el siguiente gráfico muestra cómo la cotización del Bitcoin ha ido subiendo de forma exponencial.
La otra característica de los precios de las criptomonedas es que experimentan variaciones muy bruscas de un día para otro. El siguiente gráfico muestra cómo han variado diariamente en porcentaje los precios de algunas de ellas durante el mes de mayo. Bitcoin, la más líquida, experimentan menos volatilidad pero en mayo ha experimentado caídas de hasta un 7% en una sola jornada.
Esta volatilidad en los precios y la apreciación exponencial sugieren que las criptomonedas serían de dudosa utilidad como dinero. Como herramienta para conservar el ahorro tienen un elevado riesgo. Su uso como medio de pago está limitado a muy pocas transacciones y es mejor convertirlas a dinero real si se quiere comprar algo. Si una economía funcionara con Bitcoins la limitación al crecimiento de su oferta la llevaría a la deflación.
Como economista adscrito a la escuela conocida como teoría monetaria moderna frecuentemente me preguntan lo que pienso acerca de las criptomonedas. Estudiar los sistemas monetarios modernos no te convierte en un experto en criptomonedas pero si permite entender cuál es su función en nuestro sistema económico. Aun reconociendo que mi grado de competencia tecnológica es bajo, confieso que me producen bastante prevención por motivos que detallaré más adelante.
¿Qué son las criptomonedas?
¿Qué son las criptomonedas? Aclaremos que estamos hablando de criptomonedas “descentralizadas”, es decir sistemas creados y mantenidos por comunidades de informáticos al margen de ninguna autoridad central. Es posible crear una criptomoneda estatal y también existen algunas gestionados por empresas privadas como el Ripple. Es un sistema distribuido donde existe un algoritmo que permite crear la criptomoneda a una tasa predefinida no determinada por una autoridad central. Es la comunidad de informáticos la que se ocupa de generar la moneda de forma colectiva.
La seguridad y la integridad de los registros contables que constituyen el balance de la criptomoneda se basa en la desconfianza mutua entre los participantes en el sistema. Estos son conocidos como mineros que realizan tareas de validación y fechado de las transacciones que quedan registradas en lo que se conoce como ‘cadena de bloques’. Estas validaciones se van a añadiendo a la cuenta de mayor de la moneda y requieren que una mayoría de los participantes muestren su acuerdo. Cuando alguien confirma un bloque éste se añade a la cadena y se comunica todos los demás participantes. Una vez que la transacción ha sido certificada por consenso queda inscrita en el registro de forma inmutable y permanente. La forma de asegurar de que los mineros trabajan en interés de la comunidad es que tengan un incentivo financiero recibiendo unidades de la criptomoneda cada vez que comprueban un bloque de la cadena.
La más conocida de las criptomonedas es el Bitcoin, la autoría de cuyo algoritmo es un tanto misteriosa y disputada, pero existen varias decenas de imitadoras. La capitalización actual en el mercado de criptomonedas es de unos nada desdeñables 52 mil millones de dólares. El algoritmo del Bitcoin es ingenioso pero tiene problemas de diseño. El sistema de verificación está basado en “cadenas de bloques” cuyo procesamiento requiere un masivo poder de computación con su correspondiente coste energético. La naturaleza distribuida de la información implica que todas las transacciones pueden ser examinadas por todos los participantes lo cual plantea dudas acerca de la garantía de privacidad y anonimato que alegan los defensores del Bitcoin. La producción está limitada a un máximo de 21 millones de unidades. Debido a su altísima cotización los mineros obtienen fracciones de Bitcoin cada vez menores por su trabajo. Al acercarse el momento en que no se emitirán más unidades nadie tendrá un incentivo de seguir haciendo tareas de minería y en ese momento supongo que esa actividad se abandonará completamente.
Las criptomonedas no son moneda
Hyman Minsky decía que el problema no es crear una moneda —cualquiera puede hacerlo— sino que te la acepten. Existen monedas privadas y un ejemplo es el dinero bancario. Éste es universalmente aceptado porque el estado respalda sus emisiones y porque los bancos siempre estarán dispuestos a redimir su deuda entregando dinero del estado por su valor nominal. Las criptomonedas no disfrutan de estos privilegios. Pocos comerciantes aceptan en pago Bitcoins y ciertamente no se pueden utilizar para pagar impuestos.
El valor de las criptomonedas
Nadie está obligado a pagar impuestos en Bitcoins u otras criptomonedas ni existe ningún deudor que respalde estas emisiones. Lo cierto es que no existe ningún sostén para el valor de las criptomonedas. Siendo honestos el justiprecio de las criptomonedas es exactamente cero. Sin embargo el siguiente gráfico muestra cómo la cotización del Bitcoin ha ido subiendo de forma exponencial.
Cotización y capitalización del Bitcoin |
La otra característica de los precios de las criptomonedas es que experimentan variaciones muy bruscas de un día para otro. El siguiente gráfico muestra cómo han variado diariamente en porcentaje los precios de algunas de ellas durante el mes de mayo. Bitcoin, la más líquida, experimentan menos volatilidad pero en mayo ha experimentado caídas de hasta un 7% en una sola jornada.
Esta volatilidad en los precios y la apreciación exponencial sugieren que las criptomonedas serían de dudosa utilidad como dinero. Como herramienta para conservar el ahorro tienen un elevado riesgo. Su uso como medio de pago está limitado a muy pocas transacciones y es mejor convertirlas a dinero real si se quiere comprar algo. Si una economía funcionara con Bitcoins la limitación al crecimiento de su oferta la llevaría a la deflación.
Variación en precio diario de las criptomonedas |
El comportamiento de las cotizaciones de las criptomonedas recuerda al de determinados activos de oferta inelástica como algunas obras de arte o el oro. En 1961 el artista italiano Piero Manzoni produjo una obra conocida como Merda d’Artista, una serie de latas numeradas que contenían heces del autor. En la subasta más reciente una de estas latas alcanzó una cotización superior a los 275.000 euros.
Nos queda la duda de saber qué ocurrirá con el precio de los Bitcoins en dos o tres años. ¿Seguirá apreciándose como la obra de Manzoni o se acabará deshinchando como un globo. Mi apuesta es que tarde o temprano, cuando el modelo haya agotado su vida útil, algunos de los inversores con posiciones fuertes se desembarazarán de ellas convirtiéndolas en dinero real, tumbando el mercado de paso y dejando a algún inocente con su monedero electrónico repleto de monedas virtuales sin valor. La locura de las criptomonedas recuerda demasiado a la de los tulipanes en la Holanda del siglo XVII.
El nombre “criptomoneda” es pues un tanto engañoso. Sería más útil llamarlas “criptoactivos”, “criptotesoros” e incluso “criptofraudes” en algunos casos.
Las redes sociales están llenas de entusiastas de las criptomonedas. Podemos encontrar entre ellos naturalmente a los minarquistas y otros anarcocapitalistas para los que la idea de una moneda creada al margen del estado encaja con su ideología. También a los “tecnoutópicos” fascinados con las posibilidades que ofrecen las nuevas tecnologías y los modelos colaborativos. Hay también una cierta izquierda con raíces ácratas que idealiza las iniciativas comunitarias desarrolladas al margen del control estatal.
Pero creo que la principal utilidad de Bitcoin y otras monedas virtuales reside en el anonimato que supuestamente permiten en transacciones de pago. La semana pasada numerosas empresas de países occidentales sufrieron el ataque de hackers que pidieron un rescate en Bitcoins para liberar los servidores que habían secuestrado. Creo que veremos cada vez más episodios de este tipo y que iremos entendiendo para qué sirven las criptomonedas.
El episodio de hackeo de la semana pasada sugiere un escenario distópico con “ciberestados” pirata con la capacidad de extraer tributos de empresas en criptomonedas. Quizás los entusiastas de la utopía “criptomonetaría” deberían dejar de hacerse ilusiones libertarias. Pueden ser los tontos útiles sobre los que se construye un estado criminal.
Quien escribe estas líneas es partidario del estado nacional dotado de plena soberanía, una de cuyas manifestaciones es la moneda fiduciaria. Los grandes logros democráticos, los avances en los derechos sociales o la creación de un cuerpo de derecho son victorias de una institución que es hija de la ilustración y de las grandes revoluciones emancipadoras: el estado de derecho democrático y social. En mi opinión actualmente los estados necesitan más que nunca utilizar el poder que les otorgan los sistemas monetarios para afrontar los graves problemas que acucian a nuestras sociedades: el desempleo, la amenaza del cambio climático, los retos migratorios, etc…Todos estos retos deben ser abordados por instituciones democráticas sometidas a controles y a procesos de deliberación. Las criptomonedas solo pretenden socavar este poder entregándoselo a especuladores, delincuentes, mafiosos y narcotraficantes.
Nos queda la duda de saber qué ocurrirá con el precio de los Bitcoins en dos o tres años. ¿Seguirá apreciándose como la obra de Manzoni o se acabará deshinchando como un globo. Mi apuesta es que tarde o temprano, cuando el modelo haya agotado su vida útil, algunos de los inversores con posiciones fuertes se desembarazarán de ellas convirtiéndolas en dinero real, tumbando el mercado de paso y dejando a algún inocente con su monedero electrónico repleto de monedas virtuales sin valor. La locura de las criptomonedas recuerda demasiado a la de los tulipanes en la Holanda del siglo XVII.
El nombre “criptomoneda” es pues un tanto engañoso. Sería más útil llamarlas “criptoactivos”, “criptotesoros” e incluso “criptofraudes” en algunos casos.
Para qué sirven las criptomonedas
Pero creo que la principal utilidad de Bitcoin y otras monedas virtuales reside en el anonimato que supuestamente permiten en transacciones de pago. La semana pasada numerosas empresas de países occidentales sufrieron el ataque de hackers que pidieron un rescate en Bitcoins para liberar los servidores que habían secuestrado. Creo que veremos cada vez más episodios de este tipo y que iremos entendiendo para qué sirven las criptomonedas.
El episodio de hackeo de la semana pasada sugiere un escenario distópico con “ciberestados” pirata con la capacidad de extraer tributos de empresas en criptomonedas. Quizás los entusiastas de la utopía “criptomonetaría” deberían dejar de hacerse ilusiones libertarias. Pueden ser los tontos útiles sobre los que se construye un estado criminal.
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