Unas notas históricas
Este post forma parte de una serie sobre el dinero:
En este post abordo algunas notas históricas sobre el dinero.
Henry explica que en una sociedad igualitaria sin jerarquías no hay necesidad de utilizar dinero. La transformación en sociedades jerarquizadas y estratificadas lleva naturalmente a la emanación del dinero porque tiene que desarrollarse algún método para determinar, extraer y distribuir los excedentes agrícolas, desde el campo hasta los palacios y los tempos. Es la autoridad suprema (el rey, los sacerdotes) quien somete la población a tributos, determina la unidad de cuenta y el medio en que se pueden saldar (Henry, 2004) .
Cuando los españoles conquistaron el Perú aprovecharon la institución preexistente de la mita para explotar la mano de obra indígena aunque obviamente despojada de su antiguo sentido religioso y comunal del período incaico. El sistema de la mita colonial dio lugar a todo tipo de abusos y repetidas quejas sobre la explotación a la que se sometía a los indios. Lo que convertía la mita en un impuesto odioso era su carácter racial dentro de un régimen colonial. Esta infame institución podría haber sido suprimida imponiendo a la población conquistada un tributo monetario. En una economía monetaria la población sojuzgada por el colonialismo se habría visto forzada a buscar empleo en las minas y empresas que pagarían con la moneda necesaria para redimir los impuestos. El efecto habría sido el mismo: la administración virreinal habría conseguido los mineros que necesita empleando asalariados en lugar de trabajo forzado.
Sin embargo que fue el estado el que promovió y creó la normativa legal necesaria para que funcionasen los mercados. Esto incluye por supuesto la definición de una unidad de cuenta.En las antiguas civilizaciones de Egipto y Mesopotamia el volumen de los excedentes empezó a ser tan elevado y las obligaciones de redistribución tan complejas que los funcionarios necesitaron desarrollar un sistema para registrar las cuentas de la producción agrícola, los excedentes acumulados, los tributos de pueblos sometidos y las obligaciones tribales de reyes y sacerdotes. Estos cálculos se realizaban con mayor sencillez empleando una unidad de cuenta que permite asignar un valor a cada tributo en especie y permite calcular la relación de intercambio para que un vasallo pueda saldar su deuda con una mercancía u otra. En el antiguo Egipto, por ejemplo, el ‘deben’ fue una antigua medida de peso que empezó a utilizarse como unidad de cuenta. Un ejemplo de utilización de una unidad de cuenta en una sociedad no monetaria quedó registrado en una cita egipcia del año 1275 A.C. que narra cómo un mercader ofreció a la señora Erenofre una niña esclava cuyo precio se fijó en 4 deben 1 kite
En excavaciones arqueológicas de Babilonia se han encontrado tabletas de cerámica del tamaño de una pastilla de jabón que documentan contratos llamadas "tabletas shubati". Las más antiguas datan de hace 2000 a 3000 años. La plabra shubati presente en todas ellos significa "recibido". Son registros de transacciones en términos de she, probablemente un tipo de grano. Estos registros anotan la cantidad de grano, la palabra shubati, el nombre de la persona que ha hecho la entrega, el nombre de la persona que ha recibido, la fecha y el sello del receptor o del escriba del rey. Estas tabletas se conservaban en los templos y pueden considerarse un reconocimiento de una deuda. Algunas de ellas se han encontrado en cajas que hay que romper antes de inspeccionar la tabletas. En estas cajas se inscribe el mismo contenido de la tableta pero se omiten el nombre y sello del receptor. Es evidente que ésta era una medida de protección que impedía su uso fraudulento. Solo podía conocerse el nombre del receptor manipulando la caja de cerámica, lo cual habría causado daños reconocibles e invalidaría la tableta. Resulta evidente que estas cajas servían como medio de cambio que podía transferirse de mano en mano. Nuestros ancestros estaban tan familiarizados con el crédito como nosotros. Sin embargo, los babilonios aun no conocían el dinero en metálico (Mitchell-Innes, 1913).
Una vez definida una unidad de cuenta el siguiente salto lógico es la acuñación de moneda por el estado, inicialmente como un vale que el soberano entrega a personas que han trabajado a su servicio, como los mercenarios o escribas, que pueden canjear en los pósitos reales por bienes reales o incluso entregar a un comerciante o agricultor para comprar bienes. Graeber explica que la creación de mercados organizados fue estimulada por los reyes y gobernantes precisamente para facilitar el suministro a sus ejércitos (Graeber, 2011) . Es más fácil abastecer a un mercenario si se le paga una pieza metálica con un sello real que éste puede luego utilizar en el mercado para comprar lo que necesita. Tal tipo de moneda no es muy diferente de un cupón o vale. La condición para que funcione el sistema es que el comerciante o agricultor puede entonces entregar ese vale en lugar de la mercancía que le corresponde aportar como tributo.
La historia, la arqueología y la antropología aportan evidencias de que el crédito era conocido en sociedades premonetarias, que los soberanos fueron los creadores de los mercados organizados y además definían la unidad de cuenta empleada en el registro de las operaciones de crédito. Esta evidencia desmiente que el dinero fuera una creación del sector privado y que hubiera surgido naturalmente para facilitar el trueque de mercancías como suponía Adam Smith.
Una prueba definitiva de que el dinero es una creación del estado puede encontrarse en la historia numismática. Mitchell-Innes, en su ensayo sobre el dinero, comenta que
La situación se va complicando con el paso del tiempo. El sestercio fue originalmente como una moneda de plata con el mismo valor que el antiguo As Aeris Gravis o Libral (As de plomo). También se introdujo un nuevo As que valía dos quintos del antiguo y un denario que vale diez nuevos ases o cuatro ases librales. La acuñación del sestercio se abandonó aunque reapareció como moneda de bronce, es decir, era un mero cupón o vale. Sin embargo siguió utilizándose como unidad de cuenta hasta la era de Diocleciano durante centenares de años. El denario se acuñaba en plata pero su aleación fue empobreciéndose con el paso del tiempo. Llegó a ser una moneda de cobre inserta entre dos láminas de plata. Es improbable que el valor del denario se basara en el contenido en plata. Según Mommsen el valor legal de la moneda era un tercio superior a su valor real y se introdujo una moneda de oro por un valor muy superior al intrínseco (Mitchell-Innes, 1913). Mitchell-Innes documenta hallazgos parecidos se hallan en la moneda de la Edad Media. Es decir, durante la mayor parte de la historia, el valor de la moneda ha sido el que declarara el soberano. Un as o un sestercio valían lo que decía el soberano que valía y no quedaba determinado por su contenido en metales preciosos. Es decir, su valor quedaba determinado por lo que el soberano estaba dispuesto a aceptar a cambio de su moneda (cuántas unidades pagaba por jornal, por ejemplo) y qué impuesto cobraba a sus súbditos.
Mitchell-Innes también cuenta como Alexander Hamilton estudió la cuestión de qué unidad monetaria emplear en un informe sobre el establecimiento una ceca en las antiguas colonias inglesas que se convertirían en los Estados Unidos de América. Su problema era que la libra no valía lo mismo en todas partes. En 1782 una libra valía cinco chelines en Georgia, ocho chelines en Nueva York y seis chelines en Nueva Inglaterra. Hamilton consideraba que era más útil emplear el dólar español, el real de a ocho. Sin embargo esta unidad tenía un inconveniente:
En otro post posterior discutiremos por qué los estados se empeñaron en introducir una moneda cuyo valor coincidiese con el intrínseco, logro que se consiguió brevemente en el siglo XIX. También veremos como en realidad es probable que fuera el estado quien fijaba el precio del oro y la plata con sus operaciones de compra y atesoramiento de metales preciosos y emisión de moneda.
La historia, la arqueología y la antropología aportan evidencias de que el crédito era conocido en sociedades premonetarias, que los soberanos fueron los creadores de los mercados organizados y además definían la unidad de cuenta empleada en el registro de las operaciones de crédito. Esta evidencia desmiente que el dinero fuera una creación del sector privado y que hubiera surgido naturalmente para facilitar el trueque de mercancías como suponía Adam Smith.
Una prueba definitiva de que el dinero es una creación del estado puede encontrarse en la historia numismática. Mitchell-Innes, en su ensayo sobre el dinero, comenta que
"Las antiguas monedas de Roma, a diferencia de las de Grecia, tenían sus marcas distintivas de valor, y lo más llamativo de ellas es la extrema irregularidad de su peso. Las monedas son el As y sus fracciones y siempre ha existido la tradición de que el As, que se dividía en 12 onzas, fue originalmente una moneda de cobre que pesaba una libra. Pero la moneda romana pesaba unos 327,5 gramos y Mommsen, el gran historiador de la acuñación romana, señaló que ninguna de las monedas conservadas (y había muchísimas) se acercaban a este peso, y además estaban amalgamadas con plomo así que incluso las más pesadas no contenían más de dos tercios de cobre" (Mitchell-Innes, 1913).
La situación se va complicando con el paso del tiempo. El sestercio fue originalmente como una moneda de plata con el mismo valor que el antiguo As Aeris Gravis o Libral (As de plomo). También se introdujo un nuevo As que valía dos quintos del antiguo y un denario que vale diez nuevos ases o cuatro ases librales. La acuñación del sestercio se abandonó aunque reapareció como moneda de bronce, es decir, era un mero cupón o vale. Sin embargo siguió utilizándose como unidad de cuenta hasta la era de Diocleciano durante centenares de años. El denario se acuñaba en plata pero su aleación fue empobreciéndose con el paso del tiempo. Llegó a ser una moneda de cobre inserta entre dos láminas de plata. Es improbable que el valor del denario se basara en el contenido en plata. Según Mommsen el valor legal de la moneda era un tercio superior a su valor real y se introdujo una moneda de oro por un valor muy superior al intrínseco (Mitchell-Innes, 1913). Mitchell-Innes documenta hallazgos parecidos se hallan en la moneda de la Edad Media. Es decir, durante la mayor parte de la historia, el valor de la moneda ha sido el que declarara el soberano. Un as o un sestercio valían lo que decía el soberano que valía y no quedaba determinado por su contenido en metales preciosos. Es decir, su valor quedaba determinado por lo que el soberano estaba dispuesto a aceptar a cambio de su moneda (cuántas unidades pagaba por jornal, por ejemplo) y qué impuesto cobraba a sus súbditos.
Mitchell-Innes también cuenta como Alexander Hamilton estudió la cuestión de qué unidad monetaria emplear en un informe sobre el establecimiento una ceca en las antiguas colonias inglesas que se convertirían en los Estados Unidos de América. Su problema era que la libra no valía lo mismo en todas partes. En 1782 una libra valía cinco chelines en Georgia, ocho chelines en Nueva York y seis chelines en Nueva Inglaterra. Hamilton consideraba que era más útil emplear el dólar español, el real de a ocho. Sin embargo esta unidad tenía un inconveniente:
"Esa especie de moneda nunca ha tenido un patrón de valor de acuerdo a su peso o ley; pero se le ha permitido circular por su cuenta sin consideración de uno u otro."
En otro post posterior discutiremos por qué los estados se empeñaron en introducir una moneda cuyo valor coincidiese con el intrínseco, logro que se consiguió brevemente en el siglo XIX. También veremos como en realidad es probable que fuera el estado quien fijaba el precio del oro y la plata con sus operaciones de compra y atesoramiento de metales preciosos y emisión de moneda.
Referencias
Graeber, D. (2011).
DEBT. The First 5,000 Years. Brooklyn,. New York:: Melville House
Publishing.
Mitchell-Innes, A.
(2004). What Is Money? En L. R. Wray, Credit and State Theory of Money Southhampton, Massachusetts: Edward Elgar Publishing Inc.
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