Artículo de Juan Laborda y servidor publicado originalmente en Voz Populi
Transcurrido el fragor del combate electoral, el gobierno de Pedro Sánchez
ha presentado ante Bruselas su plan para conseguir el equilibrio de las
cuentas del Estado. Daría para otro artículo el análisis de cómo el
proceso de despolitización neoliberal ha conseguido que los Presupuestos
Generales del Estado se sometan a la censura previa de tecnócratas no
elegidos democráticamente, convirtiendo a las Cortes en un mero
ornamento para salvar las apariencias democráticas. El plan contempla un
incremento de los impuestos de 5.654 millones de euros,
fundamentalmente recaudados sobre los ricos y un nuevo impuesto sobre
las transacciones financieras. Pretenden conseguir el equilibrio en
2022.
Ciudadanos no ha perdido la ocasión de denunciar
la ocultación de una subida de impuestos durante la campaña electoral.
El Gobierno y sus partidarios no han tardado en reaccionar diciendo que
se pretende mejorar la calidad de los servicios públicos. Estos
argumentos resuenan entre el electorado de izquierda. El mensaje del
PSOE es: "Subimos los impuestos para que los ricos sufraguen un mejor
estado social".
Lamentamos disentir. Disfrazado con vestimentas progresistas, la obsesión de NadiaCalviño por
el equilibrio presupuestario, esconde un mensaje profundamente
neoliberal y antisocial, más alineado con los intereses que representa
Ciudadanos.
Inestabilidad financiera y desempleo
La propuesta de Calviño obvia algo tan básico como la identidad de balances sectoriales, un hallazgo del economista británico Wynne Godley.
Calviño parece no entender que el déficit del Estado es necesariamente
igual al ahorro del sector no público. Si ignoramos el sector exterior,
entonces el desahorro del Estado es idéntico —hasta el céntimo— al
ahorro de hogares y empresas. Si añadimos que nuestra balanza comercial
es deficitaria, entonces el efecto de un equilibrio presupuestario del
Gobierno sería endeudar aún más a unos hogares y empresas cuyas tasa de
ahorro están en mínimos históricos. Esto solo puede llevar a una nueva
crisis financiera como la que experimentamos en 2008.
Calviño parece no entender que el déficit del Estado es necesariamente igual al ahorro del sector no público
Con tasas de desempleo como las actuales lo
responsable sería promover políticas de pleno empleo dejando que el
saldo presupuestario se cuidara por sí mismo. El guarismo que refleja el
saldo de las cuentas públicas no debe ser más que el residuo del
conjunto de políticas que aseguren el pleno empleo con estabilidad de
precios.
Sin embargo, España cuando suscribió los Tratados de la Unión Europea cedió la gestión de la política monetaria
a un organismo supuestamente independiente, pero muy activo
políticamente, llamado Banco Central Europeo. Este emisor es el
cancerbero de las políticas neoliberales europeas. Si un Estado pretende
abandonar el sesgo pro austeridad impuesto por los tratados,
intervendrá inmediatamente renunciando a comprar la deuda de ese Estado,
frecuentemente invocando argumentos pseudotécnicos.
Si
inquirimos por qué los Estados europeos han abandonado la
responsabilidad presupuestaria bien entendida, sustituyéndola por la
consolidación fiscal, solo cabe explicárselo por la necesidad de crear
una falsa sensación de escasez. Se trata de alegar que el Estado es
básicamente impotente al carecer de los recursos necesarios para
desarrollar las políticas sociales y de inversión que exige la mayoría
democrática. La consecuencia es la deflación permanente en el continente
europeo, el estancamiento económico y el auge de los fascismos.
Contra una política social avanzada
Entre
los partidos socialdemócratas el equilibrio presupuestario se asocia
con una medida deseable de equidad social. Los ricos deben contribuir
solidariamente al mantenimiento del bienestar social y equilibrar las
cuentas públicas sería la consecuencia virtuosa de una política fiscal
más equitativa. ¿Cómo no podría ser algo deseable para una sensibilidad
progresista? Lamentablemente, lo que suele ocurrir, debido a una
actitud de complacencia de la UE respecto a los paraísos fiscales, es
que las grandes fortunas encontrarán nuevos recovecos para escabullirse,
dejando la factura en manos de las clases medias y bajas. Lo curioso es
que el equilibrio presupuestario es un evento históricamente
extraordinario que suele anteceder a las recesiones económicas. Pero los
intereses de clase predominan sobre el bien común.
Alegar que subidas en tipos impositivos del 0,5% van a mejorar el reparto de la renta no es realista; es una declaración de que no se quiere trastocar el orden social vigente
Michal Kalecki ya lo explicaba sucintamente allá por 1943 en Political Aspects of Full Employment. El
enorme economista post-keynesiano exponía tres razones por las que a
las élites no les gustaba, y sigue sin gustarles, la idea de utilizar la
política fiscal como instrumento de política económica. Un sistema sin
una política fiscal activa significativa supone colocar en el asiento
del conductor a los hombres de negocios. “Esto le da a los capitalistas
un poderoso control indirecto sobre la política del gobierno”. Además,
en segundo lugar, el gasto público pone en tela de juicio un principio
moral de la mayor importancia para la élite: “Los fundamentos de la
ética capitalista requieren que te ganarás el pan con el sudor -a menos
que tengas los medios privados suficientes-”. Pero sin duda alguna la
razón más importante es que a las élites no les gustan las consecuencias
del mantenimiento del pleno empleo a largo plazo. “Bajo un régimen de
pleno empleo permanente, el miedo dejaría de desempeñar su papel como
medida disciplinaria… La disciplina en las fábricas y la estabilidad
política son más apreciadas que los beneficios por los líderes
empresariales. Su instinto de clase les dice que el pleno empleo
duradero es poco sólido... y que el desempleo es una parte integral del
sistema capitalista normal".
El rechazo a las
políticas de pleno empleo keynesianas de posguerra fue el resultado de
la reacción neoliberal, a través de sus think-tanks, y que acabó
atrapando a las élites políticas, incluyendo a las de los partidos
socialdemócratas. Alegar que subidas en tipos impositivos del 0,5% van a
mejorar el reparto de la renta no es realista; es una declaración de
que no se quiere trastocar el orden social vigente. Estamos de acuerdo
en que es preocupante que las grandes fortunas acumulen tanto renta y
riqueza. Pero la solución no está en quitársela cuando ya lo han
conseguido, algo que resulta harto complicado, sino en evitar, en
realidad, que les entre tantísima pasta. Para ello debemos frenar el
desarrollo de clases rentistas beneficiarias de monopolios otorgados por
el estado, establecer una política permanente de tipos de interés cero,
reforzar el poder negociador de las clases trabajadores mediante una
política de pleno empleo permanente; y, a largo plazo, asegurar que los
medios de producción no queden en manos de una minoría exigua.
El declive de Europa
La
Unión Europea intenta el férreo cumplimento de dos mandamientos
sacro-sagrados para los hooligans ordo-liberales: amarás la
sostenibilidad presupuestaria sobre todas las cosas; y a la actual
arquitectura de la zona Euro como a ti mismo. Pero este ordo-liberalismo
genera un efecto colateral todavía más demoledor. Supone la decadencia y
declive de Europa.
Mientras que las dos
grandes superpotencias, Estados Unidos y China, invierten cantidades
ingentes de dinero en inteligencia artificial, big data, biotecnología,
ordenador quanto, coche eléctrico, energías renovables… Con un papel
destacadísimo en todo momento del Estado, en Europa el equilibrio
presupuestario hace que los proyectos de inversión pública pan-europeos
sean ridículos. Aquí, en Europa, se fía todo a un sector privado que es
incapaz de asumir los riesgos inherentes a esos procesos de inversión.
Digámoslo claramente; un New Deal verde es imposible sin la
participación del Estado.
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