En las últimas semanas se han producido tres eventos que delatan la disfuncionalidad del sistema político europeo. En cada encrucijada los políticos europeos parecen tomar la peor decisión posible por puro dogmatismo y adhesión a conceptos obsoletos. El pensamiento económico neoclásico es un paradigma en degeneración: es incapaz de hacer una lectura correcta de la situación y de proponer soluciones eficaces.
Segregación en las pensiones
En el Congreso de los Diputados se aprobó la Ley que había presentado el ministro Escrivá regulando los planes de pensiones de empleo. Este instrumento incluye la posibilidad de que el Estado promueva este tipo de fondos. En anteriores ocasiones hemos explicado por qué el análisis del pensamiento dominante sobre la existencia de una supuesta restricción financiera que impide el pago de las pensiones dignas es completamente erróneo. La restricción relevante es la existencia de un excedente productivo para atender a la población dependiente.
Sin embargo no esperábamos otra cosa de Escrivá cuya ideología está alejadísima, ya no del socialismo sino de una mínima noción de estado del bienestar. Sabíamos que esta reforma estaba incluida en el paquete de reformas comprometido con la UE en el Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia y advertimos de su llegada. Apenas encontramos eco entre la clase política a nuestra crítica de ese proyecto de Ley pese a habernos dirigido a varios representantes de la soberanía popular pidiendo el voto en contra.
Lamentamos las consecuencias de un desarrollo ulterior de esta ley. Implicará que se destinen recursos públicos a inversiones en los mercados financieros sin existir ninguna justificación económica para ello. Resultará en un sistema de pensiones públicas segregado con pensiones mayores para los funcionarios de mayor rango que disfrutarán de un plan de pensiones individual. Mientras quedan cientos de miles de perceptores de pensiones miserables. En lugar de mejorar el Gobierno opta por alimentar el negocio financiero. Al mismo tiempo contribuirá a la especulación financiera y al negocio de las entidades bancarias. Resulta un sarcasmo que Escrivá justifique esta ley como una medida para asegurar la sostenibilidad del sistema público de pensiones sobre todo cuando ya conocemos que en Chile y EEUU la anterior crisis financiera global dejó a muchos jubilados sin pensión cuando sus ahorros se desvanecieron.
Desaciertos monetarios
El Banco Central Europeo ha inaugurado un verdadero festival de desaciertos con la rueda de prensa que dio Christine Lagarde el pasado viernes 17 de junio en la que la presidente de la institución anunciaba medidas para hacer frente al episodio de inflación. Fundamentalmente se confirma la renuncia a hacer compras netas de títulos del Tesoro de los Estados miembros. También declaró que elevarían los tipos de interés oficiales del BCE en 25 puntos básicos en su reunión de política monetaria de julio. Mientras tanto, el Consejo de Gobierno decidió dejar sin cambios el tipo de interés de las operaciones principales de financiación y los tipos de interés de la facilidad marginal de crédito y la facilidad de depósito en el 0,00 %, el 0,25 % y el -0,50 %, respectivamente.
El efecto fue casi instantáneo. Como predijimos en diciembre que ocurriría cuando el BCE dejara de comprar la deuda de los estados periféricos más endeudados, la prima de riesgo, ha vuelto. El primer día laborable tras la desafortunada rueda de prensa el rendimiento del bono griego a 10 años llegó al 4,5%, el de Italia al 4% y el de España y Portugal al 3%.
La medida es innecesaria porque ¿cómo podría conseguir que baje el precio del gas natural o del petróleo? Desde la TMM hemos explicado reiteradas veces que el BCE solo tiene capacidad de determinar el tipo de interés. Existe abundante evidencia empírica de que no hay una correlación negativa robusta entre nivel de precios y tipos de interés. También sobra evidencia empírica de que los niveles de inversión y consumo dependen más de las expectativas de los agentes económicos que del tipo de interés. Como explica Warren Mosler, el tipo de interés funciona al revés de cómo lo supone el mainstream, es decir, lejos de reducir la inflación puede contribuir a empeorarla, por ejemplo a través del canal de renta o porque las empresas con poder de mercado tengan capacidad de repercutir el incremento de sus costes a sus clientes. Si no sabes qué efecto va a tener manipular el tipo de interés, entonces ¿para qué lo tocas?
La doctrina neokeynesiana (la variante bastardizada del keynesianismo) reniega de la política fiscal y confía fundamentalmente en la política monetaria salvo en el régimen excepcional del límite inferior cero, cuando los tipos de interés ya no se pueden reducir más. Por eso hasta el año pasado incluso antiguos popes del mainstream, como Olivier Blanchard, estaban dispuestos a admitir que había lugar para aceptar la dominancia de la política fiscal, pero solo temporalmente y bajo las condiciones extraordinarias de bajos tipos de interés (como si los bancos centrales no pudieran controlaros). Pero ante el actual episodio de la inflación los bancos centrales se sienten de nuevo reivindicados en su papel de guardianes no electos de gestión del ciclo económico. Los banqueros necesitan demostrar que son necesarios y que deben actuar ante un episodio de inflación. Es lo único que los legitima ante la opinión pública y no quieren perdir sus empleos. Nunca fue más evidente el argumento para disolver estas entidades e integrar sus funciones en el Tesoro, tal como propone Bill Mitchell.
El BCE sabe que no hay necesidad de elevar tipos de interés. De hecho, aunque han revisado sus proyecciones de inflación al alza para este año, los estudios del banco central reconocen que las circunstancias son transitorias y que los precios volverán a su cauce el año que viene.
«Las nuevas proyecciones de los expertos prevén una inflación anual del 6,8% en 2022, antes de que se proyecte que disminuya al 3,5% en 2023 y al 2,1% en 2024, más alta que en las proyecciones de marzo. Esto significa que se prevé que la inflación general al final del horizonte de proyección esté ligeramente por encima del objetivo del Consejo de Gobierno. Se proyecta que la inflación, excluyendo la energía y los alimentos promedie, 3.3% en 2022, 2.8% en 2023 y 2.3% en 2024, también por encima de las proyecciones de marzo.»
Un escenario que difícilmente puede considerarse alarmante y que solo resulta llamativo porque han establecido un objetivo de inflación inferior pero cercano al 2%. Dejando al margen la racionalidad de fijar un objetivo de inflación rígido, algo que por otra parte carece de soporte teórico salvo el de asegurar un nivel de desempleo acorde a los intereses de las oligarquías, cabe preguntarse: ¿habrían sobreactuado de esta manera si, por ejemplo, el BCE hubiese establecido su objetivo de inflación en el 5% o el 6% este año?
El BCE, como el alacrán de la fábula, no puede ir en contra de su naturaleza. A diferencia del Banco de Japón, que cada vez entiende mejor su papel, el BCE —como el Banco de Inglaterra o la Reserva Federal— ha anunciado subidas de tipos. Eso tendrá un efecto redistributivo —de carácter regresivo— como mucho pero no arreglará el problema de inflación. Lo que sí va a ser dañino es lo de la prima de riesgo. Si se deja que se escape, como en 2010, lo único que se conseguirá es que los Estados periféricos del Sur se vean obligados a implementar medias de austeridad en cuanto vean que tienen problemas para colocar su deuda a tipos de interés razonables y se restablezcan las reglas de equilibrio presupuestario.
La escalada de la prima de riesgo ha alarmado al BCE. Aunque su misión explícita sea asegurar la estabilidad de precios, todos sabemos que, a la postre, toda institución se preocupa por su propia supervivencia. Por eso esta semana la entidad ha empezado a hablar de un instrumento para evitar una “fragmentación” que entorpecería la “transmisión de la política monetaria”. Tras su reunión “ad hoc” del pasado 15 de junio el BCE comunicó que
«Sobre la base de esta evaluación, el Consejo de Gobierno decidió que aplicará flexibilidad en la reinversión de los reembolsos adeudados en la cartera de PEPP, con vistas a preservar el funcionamiento del mecanismo de transmisión de la política monetaria, condición previa para que el BCE pueda cumplir su mandato de estabilidad de precios. Además, el Consejo de Gobierno decidió encomendar a los comités pertinentes del Eurosistema, junto con los servicios del BCE, que aceleren la finalización del diseño de un nuevo instrumento de lucha contra la fragmentación para su examen por el Consejo de Gobierno.»
Neolengua con la que se trata de reconocer que, si la prima de riesgo se dispara como en 2010 estaría en riesgo la supervivencia del euro, es decir, se le podría caer el tinglado al BCE.
No sabemos qué forma tendrá ese instrumento “antifragmentación” aunque es probable que venga condicionado pero no sabemos muy bien a qué. La presión es grande y debe haber una intensa lucha política dentro del BCE y otras instituciones europeas entre representantes de la ortodoxia “austérica” y los partidarios de la supervivencia.
El ministro de Hacienda alemán, Lindner, un conocido halcón de la austeridad y otros colegas suyos ya están exigiendo que se reduzcan los déficits y han menospreciado el riesgo de “fragmentación”. No cuesta demasiado imaginar al sumiso Gobierno de España y a sus dogmáticos ministros neoliberales, Calviño, Escrivá y Montero, plegarse a estas exigencias.
Quedamos a la espera de conocer los detalles del instrumento antifragmentación y su condicionalidad. Pero no resulta sorprendente que el Banco de España haya revisado su previsión de crecimiento para este año al 4,1% y no nos extrañaría ver más correcciones a la baja. Nos arriesgamos a salir de la crisis pandémica en falso y los fondos Next no serán suficientes para evitar la recesión.
La renta disponible de familias españolas está siendo sofocada por una soga de cuatro nudos: recaudación tributaria disparada gracias al efecto de la inflación sobre la base imponible del IVA, encarecimiento de la vivienda gracias a la subida de los tipos de interés, encarecimiento del precio de la energía y una previsible reducción de gasto público. Esto huele a recesión inminente si no se corrige el rumbo.
Estas elites europeas, presas de su propio dogmatismo doctrinal, no dejan de patinar en sus decisiones.
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