Villaviciosa de Odón a 15 de abril de 2015
Después de la 2ª Guerra Mundial los gobiernos aplicaron
políticas de inspiración keynesiana, que combinaban estímulos fiscales y bajos
tipos de interés, para acercarse al pleno empleo. Las décadas que van desde
1950 a 1970 fueron una época dorada de crecimiento e igualación de rentas. Pero
los críticos al keynesianismo no perdieron comba. Si bien las tasas de
inflación fueron moderadas hasta los años 70, la experiencia demostraba que los
estímulos fiscales prolongados podían provocar un exceso de la demanda sobre la
oferta, cuellos de botella y tensiones inflacionistas. Ya en 1958 el economista
neozelandés, William Phillips, describió
una teórica relación inversa entre tasa de inflación y tasa de desempleo de
forma que, si queríamos pleno empleo, habría que aceptar un aumento de precios
y, si queríamos moderar los precios habría que aumentar el desempleo. Para
evitar el “sobrecalentamiento” de la economía, una vez alcanzado el pleno
empleo, los gobiernos se creían obligados a retirar los estímulos. Estas
oscilaciones en las políticas generaban ciclos de “boom and bust”, expansiones seguidas de recesiones y caídas en el
nivel de empleo.
Ilustración 1. Curva de
Phillips
Actualmente la curva de Phillips es un concepto desacreditado.
Si la dibujamos para la economía española de los últimos años obtenemos la
figura que aparece en la ilustración 2. Si son Vds. capaces de llegar a alguna
observación concluyente, más allá de que en España el desempleo es brutalmente
elevado desde hace algunos años, les felicito. El concepto que ahora emplean
los técnicos es el de “Non-Accelerating Inflation Rate of
Unemployment (NAIRU)” o tasa de desempleo no aceleradora de la inflación. La
idea subyacente sigue siendo tan miserable como la de la curva de Phillips: hay
que combatir la inflación sacrificando vidas de personas. Salvo la pereza
intelectual, no puede haber otra justificación para una idea tan absurda: arreglar un problema destruyendo capacidad productiva. En cualquier caso la realidad es que nuestros
gobiernos, sobre todo a partir del período inflacionista iniciado con la crisis
petrolera del año 1973, no han dudado en generar lo que Marx llamaría un “ejército industrial de reserva” para domar
la inflación.
Ilustración 2. Curva de
Phillips de la economía española.
La fobia a la inflación, desde mi punto de vista, responde
más a unos intereses de clase vergonzantes que a una verdadera utilidad
económica. Los episodios de hiperinflación en las democracias avanzadas han
sido rarísimos y, aun así, se ha empleado como espantajo para atajar veleidades
keynesianas. El episodio de los años 70 se debió más a la subida del petróleo
que al pleno empleo, pero fue aprovechado para enterrar al keynesianismo. La
obsesión antiinflacionista responde más bien a una oportunista argucia para
erosionar el poder negociador de la clase trabajadora. Cuanto más real sea la
amenaza de que los trabajadores podrían perder su empleo más fácil será rebajar
sus condiciones laborales. Pero queda más elegante decir que el estado necesita
sacrificar algo de empleo para controlar los precios. Son esos sacrificios pagados por la población para salir de la crisis que dicen reconocer los políticos pero que siempre son en cabeza
ajena. La victoria ideológica de los neoliberales en Europa y EE.UU. a partir
de los años 80 quizás explique que el problema del desempleo se haya
cronificado en muchos países como el nuestro. España es una nación muy sacrificada.
A la lucha contra la inflación se añaden los compromisos de
mantener un tipo de cambio artificial asumidos por muchos gobiernos. El patrón
oro provocó crisis económicas que conducían a la deflación y altas tasas de
desempleo en el período de entreguerras. La experiencia demuestra que, bajo
regímenes de tipo de cambio fijo, el margen para aplicar políticas de pleno
empleo se ve reducido por la necesidad de mantener un alto nivel de reservas;
sobre para economías con déficit en la balanza de pagos. Este el caso de España
que, además de responder a la inflación de los años 70 con políticas de ajuste,
se empeñó en fijar su tipo de cambio respecto a las restantes monedas europeas.
La unión monetaria europea es un ejemplo extremo de tipo de cambio fijo que ya
ni siquiera deja el recurso de devaluar a nuestros gobiernos. Por ello, su
diseño es fuertemente deflacionista. Desde la crisis del petróleo el pleno
empleo se ha convertido en un lejano recuerdo que muchos de nosotros ni
siquiera hemos vivido. Pareció que nos aproximábamos durante la burbuja a ese
escenario más feliz. Sin embargo, su estallido y las fallidas políticas de
austeridad causaron una hemorragia de empleo que no habría detenido ni la más
ambiciosa reforma estructural neoliberal.
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