Cita de Roosevelt

"Ningún país, sin importar su riqueza, puede permitirse el derroche de sus recursos humanos. La desmoralización causada por el desempleo masivo es nuestra mayor extravagancia. Moralmente es la mayor amenaza a nuestro orden social" (Franklin Delano Roosevelt)

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viernes, 5 de junio de 2015

Los lunes al Sol (IV)

Las uniones monetarias europeas: la contumacia en el error

Post conjunto de Stuart Medina y Miguel Navascués

6 de junio de 2015.

El reciente libro de Mitchell, “Eurozone Dystopia. Group Think and Denial on a Grand Scale” describe con gran erudición los sucesivos intentos de los países europeos de establecer regímenes cambiarios desde los años 70. Todos estos sistemas eran propensos a la inestabilidad porque no contemplaban mecanismos que compensaran los desequilibrios que acumulaban los países con balanzas comerciales deficitarias. Reiteradamente los países más débiles se encontraban con fuertes presiones devaluatorias de su moneda.

Como explicamos en el post anterior, para defender sus tipos de cambio, los bancos centrales debían contar con reservas de moneda extranjera. Pero al agotarse estas reservas, los bancos centrales se veían obligados a subir los tipos de interés para evitar la fuga de capitales y aplicar políticas de austeridad que limitaran las demandas y las importaciones. Estas políticas enfriaban la economía y provocaban aumentos de desempleo por lo que generaban inestabilidad política y conflictividad social. En cambio los países superavitarios (normalmente Alemania, Holanda) podían evitar la apreciación de su moneda vendiendo la propia y acumular reservas de moneda extranjera o bajando sus tipos de interés. Sin embargo los bancos centrales de estos países temían las consecuencias inflacionistas para sus economías de estas medidas. Para el BundesBank la prioridad absoluta fue siempre la estabilidad de precios. Por eso los países superavitarios frecuentemente dejaron que cada palo aguantara su vela y no intervinieron para mantener las cotizaciones de las monedas de sus socios.

Debido a las tensiones cambiarias, las devaluaciones fueron frecuentes en los sistemas monetarios europeos convirtiendo el compromiso de mantener el tipo de cambio fijo en papel mojado. Las tensiones produjeron también repetidas salidas y realineaciones de las paridades en los sucesivos sistemas monetarios. Los problemas de estos sistemas monetarios se derivaban en parte de la asimetría que suponía que los países deficitarios tenían que soportar la carga del ajuste (subidas de tipos de interés, políticas de rigor presupuestario). Alemania hizo lo posible por vaciar de contenido las instituciones y reglas que hubieran permitido el desarrollo de un sistema más simétrico. Por ejemplo se negó a la creación de fondos que hubieran podido prestar fondos a los países en dificultades. Alemania no estaba dispuesta a facilitar financiación a países “derrochones”.

El primer experimento fue la “serpiente monetaria dentro del túnel” que se instituyó por el Acuerdo de Basilea de 1972. Permitía una fluctuación máxima de las paridades del 2,25 % y una fluctuación máxima del 4,5% respecto del dólar USA. La serpiente no duró mucho y no tardó en desmontarse ante los reiterados ataques especulativos. El déficit comercial de EE.UU. y los superávit de Japón y Alemania provocaron reiterados ataques especulativos. Primero abandonó el la libra esterlina. En 1973 la Banca d’Italia tuvo que dejar flotar la lira italiana. Los esfuerzos de los bancos centrales de Japón y Alemania no resultaron efectivos y finalmente el dólar se devaluó un 10% y también se dejó que el yen japonés flotara libremente. Tras la Guerra árabe-israelí y el embargo petrolero, Francia trató de mantenerse dentro del sistema con varias entradas y salidas hasta que en 1976 se vio obligada a abandonarlo definitivamente.

No contentos con haber comprobado el fracaso de esta primera unión monetaria. A finales de los años 70, bajo los mandatos de Giscard d’Estaing en Francia y Schmidt en Alemania, se acordó crear el Sistema Monetario Europeo (SME) con el ECU como cesta de divisas de referencia. Además se creaba una línea de Financiación a Muy Corto Plazo (Very Short Term Financing o VSTF) gestinado por el Fondo Monetario de Cooperación Europeo.

El compromiso por mantener las paridades convirtió a los países deficitarios de nuevo en pasto de los especuladores. Algunos lectores recordarán como en 1992 la libra esterlina fue objeto de un ataque orquestado por George Soros. Alemania echó leña al fuego subiendo sus tipos de interés para controlar los riesgos inflacionistas derivados de la absorción de la antigua RDA. Mitchell recoge un incidente narrado por Whitney, (1992) y Mallaby (2010) durante una cumbre de septiembre de 1992. Norman Lamont, el ministro de Hacienda británico, golpeaba con el puño la mesa y gritaba al presidente del Bundesbank, Helmut Schlesinger. «Aquí hay doce ministros sentados en esta mesa reclamándole que bajen sus tipos de interés. ¿Por qué no lo hace?».  Italia negoció una devaluación de la lira. El Banco de Inglaterra luchó desesperadamente por mantener el tipo de cambio de la libra esterlina. El 16 de septiembre de 1992, el célebre “miércoles negro”, tras comprar 1.000  millones de libras (esfuerzo fútil frente a los billones que simultáneamente vendía Soros), subió el  tipo de interés primero al 12% y al 15% al día siguiente.  Esa tarde el Reino Unido abandonó el SME y al día siguiente lo hacía Italia. España devaluó la peseta un 5% y de nuevo se vio forzada a hacerlo en 1993. 

El SME empezó a cuestionarse cuando Francia decidió hacer un referéndum sobre el tratado de Maastricht en 1992. El resultado fue positivo, pero tan apretado que los mercados pusieron en duda que todos los paises estuvieran calurosamente a favor. A su vez, el Tratado de Maastricht fue el intento de Francia de "sujetar" a una Alemania unificada, algo que Francia no deseaba de su enemigo histórico. El acuerdo pactado fue que a Alemania se le permitía unificarse si "se sometía" al euro...

Todas las monedas fueron atacadas y vencidas, salvo el franco francés. ¿Por qué? Como se descubrió después, el Bundesbank, por orden del Gobierno, había puesto a disposición del Banco de Francia una cantidad a sin limite de marcos alemanes. El fracaso del SME debió ser el aviso del seguro fracaso del euro que se avecinaba, pero las apuestas políticas eran ya irreversibles. Todas la teorías ad hoc que se lanzaron para que la gente aceptará el euro, eran pura ideología. Mientras, del otro lado del Atlántico venían serias advertencias del problema que se iba a crear.

El experimento le había costado al Reino Unido una crisis económica y un aumento innecesario del paro. Gran Bretaña aprendió la lección y nunca más volvió a entrar en una unión monetaria europea. Los políticos españoles e italianos, aquejados de un ingenuo “europapanatismo”, volvieron a caer en la trampa.  Finalmente los estados europeos decidieron crear la Unión Monetaria Europea con un Banco Central Europeo. El engendró se basó en el Informe Delors, que, con un marcado sesgo neoliberal y a diferencia de lo propuesto por el informe Werner, renunciaba a una unión fiscal. El Informe Werner fue redactado en 1970 y consideraba como condición ineludible para el éxito del proyecto que hubiera una unión fiscal con una centralización de la política económica bajo la responsabilidad de una Comunidad Europea responsable ante el Parlamento Europeo. Al parecer, Delors consideraba que esa unión fiscal era innecesaria en el diseño monetarista de su proyecto. Bastaría con los límites de deuda pública y déficit marcados de forma totalmente arbitraria por el Tratado de Maastricht y cuya inutilidad el tiempo se encargaría de demostrar.

Los franceses pensaron que al crear el BCE y el Euro arrebatarían a Alemania la moneda y el control sobre la política monetaria. El problema fue que el diseño neoliberal de las instituciones europeas en la práctica acentuó los problemas de los sistemas monetarios europeos anteriores porque privó definitivamente a los estados de su capacidad de devaluar en caso de entrar en problemas de balanza de pagos. Fue la ceguera ideológica de los dirigentes europeos de aquellos años, como Valery Giscard d’Estaing, Raymond Barrre, Scmidt, Schröeder, Chirac, Felipe González, etc. la que aparcó las recomendaciones del informe Werner y adoptó el neoliberal proyecto de Delors. La unión monetaria sin unión fiscal ha permitido que Alemania siguiera practicando su política mercantilista y de exportación de la deflación que ha llevado a las economías más débiles de la periferia al paroxismo actual de depresión y desempleo masivo.

Este empeño se ha cobrado un altísimo precio en la merma de las tasas de crecimiento económico y en un crecimiento de las tasas de paro. De facto, las países de Eurolandia acabaron convertidas en una "zona marco" donde el Bundesbank dictaba la política monetaria a sus socios europeos.

España en el sistema monetario europeo

Así pues, la combinación del cambio de foco de la política macroeconómica hacia la estabilidad de precios frente a las políticas de pleno empleo y el empeño en fijar los tipos de cambio probablemente sean explicaciones mucho más convincentes de la pertinazmente elevada tasa de desempleo en España que las narrativas sobre competitividad de la economía española. ¿Quién iba a invertir en un negocio y crear empleo en una nación sometida permanente al ajuste presupuestario y el rigor?

Para la joven democracia española, recién salida de la larga noche de la dictadura franquista, la entrada en la CEE era una prioridad política. Antes de la entrada en la CEE ya ensayaba con tipos de cambio fijo y políticas de ajuste acordadas por los Pactos de la Moncloa en 1978 para hacer frente al shock del petróleo.
«A partir de 1978, las políticas de ajuste derivadas de los Pactos de la Moncloa son contrarrestadas negativamente por la presencia del segundo shock energético, que provoca otra fuerte crisis del sector exterior y una nueva devaluación en 1982. La segunda mitad de los ochenta se caracteriza por una peseta que tiene como punto de referencia la integración en la C.E.E., y finalmente en el S.M.E., lo que conduce a políticas antiinflacionistas que producen altos tipos de interés y una apreciación nominal y real de la moneda española[1].»
España entró en las CEE en 1986. En los años anteriores los técnicos del Banco de España se habían resistido a renunciar al margen de maniobra que habría implicado entre en el mecanismo de tipos de cambio del SME. Pese a no estar obligada…

«…ya desde 1986, los márgenes de maniobra de la política monetaria se habían reducido sensiblemente como consecuencia de una política de tipo de cambio combinada con una incipiente liberalización de los movimientos de capital. Durante el período 1986-1987, las autoridades monetarias españolas siguieron de cerca la evolución de la peseta con respecto al marco alemán y de febrero de 1988 a junio de 1989 el Banco de España practicó una política de shadowing del MTC interviniendo en los mercados de cambios según la lógica interna del SME. [2]»

Finalmente será a

«finales de 1986 cuando el Presidente Felipe González se pronuncie, por primera vez y total claridad, a favor de una «entrada rápida, o incluso muy rápida, en el SME».[3]
El fenómeno de las devaluaciones se repitió años más tarde con España ya integrada en la CEE y en el SME.
«Así, en los primeros noventa, el ya mencionado alto valor de nuestra divisa, unido a un deterioro de los fundamentos de nuestra economía que erosionaban la credibilidad exterior en la gestión de la política económica española, llevó a la necesidad de devaluar hasta en cuatro ocasiones desde 1992 hasta 1995, ante las presiones que nuestra moneda estaba soportando en los mercados de divisas en un contexto de crisis del S.M.E. Estas devaluaciones condujeron a una depreciación nominal y real de la peseta para iniciar, una vez superada la crisis del S.M.E. a partir de la segunda mitad de los noventa, la senda de la convergencia nominal derivada de los criterios de Maastricht, que culminaría, primero, con la fijación irrevocable de los tipos de cambio y, finalmente, con la desaparición de las monedas nacionales en las primeras semanas del año 2002[4].
En definitiva, España lleva aplicando políticas de rigor presupuestario, control de la inflación y de tipos de cambio fijo desde hace décadas. No olvidemos que durante todo este tiempo el Banco de España lleva recomendando la moderación salarial (y de los beneficios)[5]. Pero si el PIB de una nación es igual a su renta, es decir, la suma de los salarios, los beneficios, las rentas mixtas y los impuestos sobre la producción y las importaciones está claro que pedir moderación en el aumento de las rentas, como hacen los sucesivos gobernadores, no puede implicar otras cosa que deprimir la economía permanentemente.

El siguiente gráfico, muestra el tipo de cambio peseta marco alemán (que lógicamente se fija a partir del momento en que se fijaron irrevocablemente los tipos de cambio en la zona euro. Se aprecian claramente los picos correspondientes a las sucesivas devaluaciones. El empeño de las autoridades por impedir lo inevitable tuvo su impacto en el aumento inexorable del desempleo a lo largo de los años 80 y primeros 90.



Durante un breve interludio, en el que los agentes llegaron a creerse que el euro eliminaba los riesgos-país dentro de Eurolandia, la entrada de capitales del Norte de Europa permitió financiar la burbuja inmobiliaria. Cuando se acabó la fiesta la imposibilidad de ajustar el tipo de cambio forzó todo el brutal peso del ajuste sobre nuestra economía y el factor trabajo.

Las consecuencias de tratar al trabajador como una mercancía.


Los neoliberales ven al trabajo como una mercancía más que debe intercambiarse en el mercado. Si se quiere que haya más demanda de esa mercancía no hay más que rebajar su precio y mejorar su calidad para que resulte más atractiva. Es lo mismo que pasa con los pepinos, los rábanos o los barriles de petróleo. Siempre habrá un precio que iguale oferta y demanda.

El problema es que los trabajadores no son una mercancía sino que son personas y además resulta que son consumidores, inversores y ahorradores. Si seguimos imponiendo la carga de las recuperaciones década tras década, recesión tras recesión, sobre sus espaldas, laminando sus derechos, generando incertidumbre y ansiedad, cercenando sus proyectos vitales, lo único que conseguiremos es lo que tenemos: desaliento del consumo, caída de la natalidad (en un suicidio gradual y colectivo de la clase trabajadora), caída de la inversión e imposibilidad de renovar el tejido empresarial (porque ¿quién va a apostar en un mercado deprimido con una tasa de desempleo insultantemente elevada?)

Y he aquí la inconsistencia de los neoliberales. Todo su empeño en conseguir una fuerza de trabajo flexible y barata solo puede resultar en una caída permanente de la demanda. De tal forma que el empresario, quejoso de los elevados salarios puede, por un lado observar con entusiasmo la caída de sus costes laborales unitarios, para luego lamentarse de una caída en ventas que devorará sus márgenes empresariales. Finalmente el empresario se dará cuenta de que, para mantener su cuota de mercado, tiene que bajar los precios. Por tanto resultará que sus costes unitarios medidos en términos reales (descontado el efecto de las caídas de precios) no se han reducido. En estas condiciones, por mucha reforma estructural que se haga ¿quién es el inversor que se atreve en invertir en empresas tecnológicas para cambiar el modelo productivo?



[1] : Aixalá Pastó, José (2002): "Una historia del tipo de cambio de la peseta (1868-2002)", [en línea] 5campus.com, Economía Aplicada <http://www.5campus.com/leccion/peseta> [y añadir fecha consulta]
[2] Manuel Sanchis i Marco* DE LAS MONEDAS NACIONALES AL SISTEMA MONETARIO EUROPEO: LA APORTACIÓN DE LOS SERVICIOS DE LA COMISIÓN
[3] Ibidem
[4] : Aixalá Pastó, José (2002): "Una historia del tipo de cambio de la peseta (1868-2002)", [en línea] 5campus.com, Economía Aplicada <http://www.5campus.com/leccion/peseta> [y añadir fecha consulta]

jueves, 4 de junio de 2015

Los lunes al Sol (III)

En el anterior post Los Lunes al Sol II planteé que existía una correlación entre la victoria ideológica del neoliberalismo y el aumento del desempleo en todos los países europeos. Sin embargo hay un segundo factor que explica las elevadas tasas de desempleo observadas en Europa, sobre todo en las economías menos competitivas, que además es específico del escenario europeo: el empeño en fijar los tipos de cambio entre los miembros de las Comunidades Económicas Europeas. Este tiene su origen en el colapso del sistema de Bretton Woods que fijaba los tipos de cambio de todas las monedas con el dólar USA y garantizaba la convertibilidad del dólar a un tipo de cambio fijo de $35/oz.

Como todo sistema empeñado en mantener los tipos de cambio inalterables de forma artificial, el de Bretton Woods estaba condenado al fracaso, sobre todo porque llevaba a los EEUU a un permanente déficit comercial que tendía a devaluar el dólar frente a las divisas de las naciones con balanza comercial positiva.

Sin embargo los líderes europeos se empeñaron en repetir los fracasos con sistemas de cambio fijos en su continente. Razones para establecer un sistema de tipos de cambio fijos había varias. El colapso del sistema de Bretton Woods y la volatilidad en los tipos de cambio complicaba el comercio entre los miembros de la Comunidades Europeas porque los exportadores tenían que enfrentarse a las incertidumbres sobre los ingresos de sus ventas al exterior. Francia quería asegurar que sus agricultores tuvieran unas ayudas de la Política Agrícola Común estables a resguardo de las variaciones de los tipos cambiarios. Alemania, Holanda y Austria han basado su modelo de crecimiento en políticas mercantilistas que hacían depender su crecimiento de un permanente superávit. Por eso les interesaba que sus exportadores no estuvieran expuestos a las tribulaciones del tipo de cambio.

Sin embargo, mantener un tipo de cambio fijo de la moneda implica un enorme sacrificio, sobre todo si se trata de un país menos competitivo que aquellos con los que tiene que sostener la paridad de su divisa. Un célebre ”trilema” en macroeconomía dice que una nación solo puede elegir combinaciones de dos políticas de entre las siguientes opciones:
  • Un tipo de cambio fijo
  • Libre movimiento de capitales
  • Política monetaria autónoma
De forma que si una nación elige fijar su tipo de cambio y permite el libre movimiento de capitales, no podría llevar una política monetaria autónoma, por ejemplo para aplicar una política monetaria expansiva.



La razón no es muy difícil de entender. Supongamos que España y Alemania deciden mantener fijo el tipo de cambio de sus respectivas divisas a razón de 60 pesetas por marco dentro de un margen de fluctuación de ±2,5%. Sin embargo la industria española es menos competitiva y por tanto España es probable que importe más bienes y servicios de Alemania de los que le exporta; es decir, su balanza comercial será deficitaria. Como el exportador alemán querrá cobrar en marcos, lo lógico es que al final haya más demanda para comprar marcos que pesetas. 

Es decir, si se saldan todas las transacciones financieras asociadas a cada flujo de importación y exportación, al final nos encontraremos que queda una posición financiera neta a favor de Alemania. Los españoles estarán endeudados con Alemania y para saldar esa deuda tendrá que producirse un flujo de capitales de España hacia Alemania. Por tanto, los bancos, que  suelen ser los que gestionan las transacciones financieras asociadas a las operaciones comerciales, se verán obligados a vender pesetas y comprar marcos.

Si se permitiera que el tipo de cambio fluctuara libremente en el mercado, sería casi inevitable que la peseta se depreciara frente al marco. Sin embargo, recordemos que el Banco de España se ha comprometido a defender ese tipo de cambio. Inicialmente la peseta se depreciará dentro de la banda de fluctuación permitida. Es decir, la peseta podría depreciarse hasta un límite de 61,5 pesetas/marco. A partir de allí el Banco de España tendrá que intervenir.

Dado que, como consecuencia de los compromisos que España  ha asumido dentro de la Comunidad Económica Europea, el Estado Español no puede poner barreras al comercio internacional, una cosa que puede hacer es impedir que los nacionales saquen capitales de España para no acentuar más la depreciación de la peseta. La dificultad de mover capitales acabaría dificultando las importaciones. Por ejemplo se pueden poner limitaciones a los pagos al exterior o al acceso a financiación extranjera.

Pero pongámonos en el escenario de libre movimiento de capitales dentro de la Unión Europea, sobre todo a raíz de la firma del Acta Única Europea, que consagró esa libertad. Ya hemos agotado dos de las políticas que podíamos elegir de ese "triángulo de la imposibilidad" y por tanto nos hemos quedado sin margen para aplicar políticas monetarias expansivas.

En este escenario, al Banco de España no le queda más remedio que intervenir en el mercado para defender el valor de la peseta. Es decir, comprará pesetas y venderá marcos. Sin embargo, para conseguirlo, el banco central tiene que contar con reservas suficientes, es decir, tiene que haber comprado anteriormente marcos alemanes u otras divisas. Si la debilidad de la peseta persiste, y lo hará porque la balanza comercial no se corregirá sola, el Banco de España tendrá que seguir comprando su moneda e inevitablemente estas reservas se agotarán.

Dentro de los compromisos asumidos por las dos partes, España podría exigir al BundesBank que contribuyera a la estabilidad cambiaria comprando pesetas y vendiendo marcos. La experiencia durante los años 70, 80 y 90 fue, sin embargo, que Alemania se mostró reticente a colaborar con los socios europeos que experimentaban problemas en sus balanzas comerciales. El motivo fundamental fue el temor a que este tipo de operaciones generarían inflación en su país; algo que el BundesBank aborrecía. El BundesBank podría comprar pesetas de forma casi ilimitada, si quisiera, pero hacerlo implicaría aumentar la oferta monetaria en su país. Según la visión monetarista, predominante en el banco central alemán, poner en manos del público una mayor cantidad de dinero podría llevar a un aumento del gasto por encima de la capacidad productiva de la economía y a un aumento de precios.  Así, pues, Alemania con frecuencia no cumplió con su parte del trato.

Agotadas las reservas, el último recurso que le quedaría al Banco de España sería subir los tipos de interés respecto a los de Alemania, de forma que, por la mayor retribución que reciben en España, queden retenidos capitales que, de otra forma, marcharían a Alemania. 

En definitiva las acciones necesarias para mantener el tipo de cambio fijo en un entorno de libre circulación de mercancías y capitales para un país con una balanza comercial deficitaria llevaba, de forma casi ineluctable, a una subida de tipos de interés. En los años 70, 80 y 90 en ocasiones las subidas eran tan drásticas que desincentivaban la inversión y el consumo. Por tanto los altos tipos de interés deprimían la demanda agregada y producían alzas en el desempleo. De hecho, durante esas décadas los tipos de interés en España fueron siempre mucho más elevados que en Alemania.



Finalmente, si el desempleo se vuelve insoportablemente alto, los gobiernos tirarán la toalla y darán instrucciones a su banco central para que deje de defender el tipo de cambio. Se producirá entonces una devaluación que llevará el tipo de cambio al lugar donde habría estado si se hubiese dejado a la divisa flotar libremente. La única diferencia será que se habrá creado un sufrimiento innecesario a la población en forma de destrucción de puestos de trabajo.

Si el tipo de cambio se devalúa, por ejemplo un 15%, quedando establecido en 70,7 ptas./marco, los productores nacionales habrán ganado una ventaja de precio que puede estimular sus exportaciones. Asimismo los productos extranjeros se habrán encarecido en el mismo porcentaje, lo cual desanimará su importación. De esta forma la balanza de pagos se reequilibrará y se recuperará la demanda para los productos que venden los empresarios. Al observar una mejora de sus ventas y de sus negocios empezarán a contratar personal de nuevo y el paro caerá.

Pero si el estado renuncia a su soberanía monetaria, pierde su potestad de devaluar la moneda. Por tanto la nación, en el caso de que se produzca una crisis asimétrica, deberá soportar niveles muy elevados de desempleo, emigración y pobreza hasta que los trabajadores,  llevados por la desesperación, estén dispuestos a aceptar salarios de miseria o decidan abandonar el mercado.

Por hoy basta. En el siguiente post haré un breve repaso a los sistemas cambiarios por los que pasaron los países de la CEE hasta desembocar en la creación del euro y su impacto en el desempleo en España

sábado, 30 de mayo de 2015

Los lunes al Sol (I)


Villaviciosa de Odón a 27 de mayo de 2015

Si hay una nación que parece tener un serio problema estructural con el empleo ésa es España. Salvo los nacidos antes de los años 60, prácticamente nadie en este país ha conocido una situación de pleno empleo. Quien más quien menos ha experimentado dificultades para incorporarse al mercado de trabajo, episodios más o menos duraderos de desempleo y condiciones laborales cada vez más degradadas; salvo que haya conseguido aprobar unas oposiciones, esté muy bien conectado o tenga unas habilidades y competencias muy demandadas por el mercado.

El registro histórico de desempleo es simplemente desolador. Solo durante un breve interludio, asociado a la burbuja inmobiliaria que siguió a nuestra entrada en la moneda común, conseguimos que la tasa de desempleo llegara a tener menos de dos dígitos. Más inquietante es reconocer que la democracia española ha sido incapaz de generar el pleno empleo. Si tenemos en cuenta que, además, la población activa es de las más bajas de los países de la OCDE la magnitud de la tragedia resulta aún mayor. Más desolador es constatar que las élites empresariales y políticas de este país no tienen ningún interés en resolver el problema. He conocido políticos socialistas que afirman seriamente que “el pleno empleo es inalcanzable”. Pero si lo es ¿qué pasa en Corea del Sur donde la tasa de desempleo es del 3,9% actualmente?


Elaboración propia a partir de datos de la población activa del INE (desde 2000) y fuentes diversas para años anteriores. Nota: hay cambios metodológicos a lo largo de la serie histórica que no he tratado de resolver.

¿Qué explica nuestra incapacidad histórica para resolver el problema del desempleo? La narrativa convencional, fuertemente influida por el pensamiento neoliberal, vendría a contar la siguiente historia. Por otra parte una legislación laboral con unos elevados costes de despido y enormes rigideces salariales desincentivaría la contratación de trabajadores. Añádase una economía escasamente competitiva, constituida mayormente por microempresas, incapaz de exportar, y centrada en los monocultivos del ladrillo y del turismo, que genera un empleo de baja calidad y muy sometido a los vaivenes de los ciclos de la economía.

La historia no ha variado en exceso en el tiempo. A finales de los 70 y principios de los 80, recién salidos del Franquismo y ante la obligación de integrar nuestra economía en la europea, hubo que reestructurar un sector industrial poco competitivo, cerrándose las empresas más obsoletas. Unos sindicatos combativos, amparados por una legislación restrictiva heredada del corporativismo franquista y convalidada en el Estatuto de los Trabajadores, se habrían mostrado reticentes a colaborar aceptando ajustes salariales para rebajar el desempleo. El ajuste durante las recesiones por tanto habría de producirse a costa del empleo.

Una idea repetida una y otra vez es que los incrementos salariales deberían adecuarse a las ganancias de productividad (esta idea, por ejemplo, la ha repetido múltiples veces ese político neoliberal llamado Felipe González). Idea absurda donde las haya pues se viene observando que la productividad del factor trabajo crece cuando aumenta el desempleo y viceversa, por tanto los salarios deberían subir en períodos de crisis y bajarían en períodos de auge económico ¿no es cierto?


En este gráfico, que he construido a partir de datos obtenidos de Eurostat y del INE, comparo la evolución del índice de productividad real tomando 2002 como base 100 y el coste laboral por hora efectiva en términos reales igualmente comando 2020 como base 100 (es un período amplio que cubre la burbuja y la crisis). Es cierto que los salarios crecieron más rápidamente durante la burbuja inmobiliaria pero ciertamente durante la crisis los costes laborales han caído de tal forma que todas las ganancias que consiguieron los trabajadores han sido laminadas. ¿No sería hora de plantear una subida salarial? Según el criterio de los neoliberales tocaría 

En los años 80 se añade al ramillete de explicaciones la incorporación al mercado de trabajo de las cohortes más numerosas que haya habido jamás en la historia de este país, la generación nacida en el baby boom. Encontrar acomodo laboral, al igual que ya fue complicado adaptar el sistema educativo a tal avalancha y luego lo fue en el mercado de la vivienda (lo cual en parte explicó el boom inmobiliario), fue un reto para la economía pero reconozcamos que también amplió espectacularmente el mercado de consumidores. Sin embargo, el baby boom ya peina canas y hoy más del 50% de los jóvenes están desempleados. Esa excusa ya no vale.

La narrativa no ha experimentado demasiados cambios. Para los economistas del mainstream el problema sigue siendo el desajuste de la oferta laboral a las necesidades del mercado, los salarios reales elevados, la falta de movilidad laboral, etc. Una y otra vez se aducen factores estructurales para explicar las altas tasas de desempleo de nuestra economía. Esta narrativa es la que justifica la necesidad de introducir las llamadas reformas estructurales. Todavía hace unos meses un informe de la CE sobre los desequilibrios macroeconómicos de España se señalan los siguientes objetivos para el mercado de trabajo.

CSR 3:Pursue new measures to reduce labour market segmentation to favour sustainable, quality jobs, for instance through reducing the number of contract types and ensuring a balanced access to severance rights.
Continue regular monitoring of the labour market reforms.
Promote real wage developments consistent with the objective of creating jobs.
Strengthen the job-search requirement in unemployment benefits.
Enhance the effectiveness and targeting of active labour market policies, including hiring subsidies, particularly for those facing more difficulties in accessing employment.
Reinforce the coordination between labour market and education and training policies.
Accelerate the modernisation of public employment services to ensure effective personalised counselling, adequate training and job-matching, with special focus on the long-term unemployed.
Ensure the effective application of public-private cooperation in placement services before the end of 2014, and monitor the quality of services provided. Ensure the effective functioning of the Single Job Portal and combine it with further measures to support labour mobility.[1]
Para los técnicos de la Comisión Europea los culpables del elevado desempleo serían:
  1. La falta de formación de los trabajadores y la falta de acoplamiento entre las habilidades ofertas y demandas,
  2. Unos salarios reales que se resisten a bajar.
  3. Las rigideces del mercado de trabajo: esos trabajadores que no quieren moverse de su pueblo.
  4. Unos servicios públicos de empleo ineficaces.
  5. Los tipos de contratos laborales que generan un mercado dual donde unos tienen protección frente al despido y otros no. Con la expresión “acceso equilibrado a derechos de indemnización por despido” yo leo bajárselos a los que todavía conservan esos derechos.
Planteemos algunas objeciones a estos argumentos para fastidiar un poco la narrativa neoliberal de Bruselas.
  • Si el problema es que los trabajadores no están bien formados ¿por qué será que los jóvenes mejor formados —científicos, ingenieros, médicos, enfermeros— se están marchando a vivir en otros países donde les pagan mejores sueldos y les dan contratos estables? 
  • Los técnicos de la CE y otros neoliberales quieren que los sueldos bajen aún más. ¿Qué pretenden, hundir otra vez el consumo para acentuar la espiral deflacionista? Porque seamos honestos: resulta fatigoso seguir oyendo a sucesivos gobernadores del Banco de España pedir la moderación salarial y de rentas. Es posible que renunciando a cualquier aspiración de un salario digno consiguiéramos que todos tuvieran empleo. Pero entonces ¿qué nos quedaría sino una economía devastada con un consumo anémico? Una observación más: si el PIB es igual a la suma de rentas del trabajo, excedente bruto de explotación (el valor añadido creado por los empresarios y otras rentas como alquielerses e intereses) e impuestos sobre la producción netos de subvenciones a la producción, ¿no están pidiendo los gobernadores del Banco de España y demás prebostes neoliberales una moderación permanente en el crecimiento del PIB? ¿Sorprende que hayamos llegado pues a lo que algunos llaman el estancamiento secular? 
  • Solo un ciego podría pensar que, en medio de una profunda depresión que ha dejado a la cuarta parte de la fuerza laboral en el paro, una simplificación de los tipos de contratos va a reducir la tasa de paro en más de unas pocas décimas. Reconozcamos que después de la enésima reforma laboral el paro sigue siendo insultantemente alto. Llevamos haciendo reformas laborales ya desde la presidencia de Felipe González. ¿Qué más tenemos que hacer? Quizás el famoso contrato único consiguiera acabar con la dualidad del mercado de trabajo (igualando por abajo a todos). Pero solo los políticos siguen creyendo que se puede resolver el problema del desempleo recurriendo al BOE. 
  • Una agilización de los servicios de colocación estaría bien para reducir el paro friccional (aquél que se produce por pequeños desajustes en el mercado de trabajo) pero no acierto a comprender cómo una avalancha incontenible de parados en las oficinas de empleo puede ser eficazmente atendida por unos pocos funcionarios si resulta que no hay demanda para emplear trabajadores. No estaría mal que el estado colaborara a reducir el desempleo doblando o incluso triplicando el número de personas ocupadas en estas oficinas de empleo pero dudo que realmente consiguieran mejorar una situación de devastación como la actual.
Sorprende la ceguera de unos técnicos que solo puede justificarse por su infatuación con la economía de la oferta, ésa que nunca presta atención a las debilidades de la demanda como explicación a los problemas laborales; ésa que se cree la Ley de Say: toda oferta crea su demanda. Tércamente insisten en que el culpable sigue siendo el trabajador que no se forma, que no se mueve y que no quiere bajarse más el sueldo.

Veamos la otra parte del análisis convencional: el ya manido problema del modelo económico. Sin negar que la economía española tiene un problema de competitividad, llevamos hablando de la necesidad de un cambio de modelo económico que nunca se produce. ¿Será porque hay alguna barrera que lo impide? Sí, ya sabemos que hay que apostar por la economía del conocimiento y que hay que invertir en I+D. Pero ¿alguien se ha parado a pensar por qué los empresarios no invierten más en tecnología? ¿Es que son tontos y no son capaces de ver lo que resulta evidente para los arbitristas? Se nota que nunca han tratado de crear una empresa tecnológica en este país.

Modelo económico y mercado laboral: las dos reformas pendientes que siempre se abordan y nunca consiguen su objetivo. Una cosa sí han conseguido los neoliberales: que en el reparto de rentas las salariales cada vez pesen menos y también que tengamos la distribución de la renta más injusta de Europa Occidental.

¿Y si resultara que todo el énfasis en la flexibilización del mercado de trabajo estuviera completamente errado? Cuando llevamos 30 años planteando las mismas quejas y proponiendo las mismas recetas y resulta que el desempleo sigue siendo insultántemente alto ¿no será porque nos estamos haciendo las preguntas equivocadas?

En el siguiente post trataré de dar una visión alternativa al problema del desempleo.



[1] Country Report Spain 2015 Including an In-Depth Review on the prevention and correction of macroeconomic imbalances