Cita de Roosevelt

"Ningún país, sin importar su riqueza, puede permitirse el derroche de sus recursos humanos. La desmoralización causada por el desempleo masivo es nuestra mayor extravagancia. Moralmente es la mayor amenaza a nuestro orden social" (Franklin Delano Roosevelt)

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miércoles, 6 de diciembre de 2017

Unemployment and Money de M.Polanyi


Este vídeo diseñado por Karl Polanyi es una maravilla. Explica gráficamente la teoría general del empleo, el interés y el dinero de John Maynard Keynes. Le falta la aportación fundamental de la teoría monetaria moderna. Pero es impagable. Dura 40 minutos pero merecen la pena.

Por cierto¡qué envidia de esos magníficos economistas de los años 30 y 40! Los economistas de hoy en su mayoría son unos pseudocientíficos y farsantes al servicio de la oligarquía.

miércoles, 14 de diciembre de 2016

El ataque robótico: ¿destruirá la tecnología los empleos retribuidos?

Una versión abreviada de este post se publicó el 13 de diciembre de 2016 en la sección Luces Rojas de Infolibre

El efecto de Brunel: nada nuevo en el capitalismo

George Gardiner narra como el ingeniero Marc Brunel introdujo en la armada británica a principios del siglo XIX una máquina que permitía fabricar automáticamente bloques de aparejo empleando tan solo a 10 personas donde el proceso manual tradicional requería el empleo de 110 personas expertas. Al parecer esta fue la primera vez que maquinas-herramientas completamente metálicas se empleaban para producción en masa. El ahorro en costes fue el equivalente al de un año de producción aunque el coste de producir las máquinas le supuso a Brunel tres veces ese mismo ahorro. Si bien se habían perdido 110 empleos se habían empleado 410 personas en fabricar esta máquina. Temporalmente el empleo había crecido pero, una vez fabricadas las máquinas, el empleo en fabricación de bloques de aparejo había caído. En definitiva la inversión en bienes de equipamiento había tenido un efecto deflacionista al reducir las rentas totales de los factores de producción. Esa caída en las rentas se traduciría, por la identidad macroeconómica entre ingresos y gastos, en una reducción de la demanda agregada y por tanto del PIB. Gardiner bautiza este fenómeno ‘el efecto Brunel’ (Gardiner, 2004, págs. 160-61).

El impacto final del ahorro de trabajo causado por la tecnología depende de si se crea nuevo poder adquisitivo para reorientar los recursos liberados a nuevas actividades. En el ejemplo anterior, si el gobierno británico hubiese pagado la compra de las máquinas de Brunel elevando los impuestos, habría retirado poder adquisitivo del público desviándolo hacia el gobierno por importe equivalente. Si hubiese pedido un préstamo para pagar la inversión, el efecto habría sido parecido pues habría retirado ahorros, es decir rentas no gastadas, del sector privado. En cambio, si hubiese financiado la inversión con nuevo dinero, es decir con un aumento del gasto deficitario, habría habido un incremento de la demanda equivalente al empleo luego destruido por la inversión tecnológica, y se habrían mantenido los niveles de producción y ocupación.

Esta vez es diferente: La amenaza robótica

El temor a la destrucción del empleo causado por el cambio tecnológico es un tema recurrente. Ya a principios del siglo XIX el movimiento ludita llevó a los trabajadores textiles ingleses a destruir la maquinaria utilizada en el incipiente proceso de industrialización. Sin embargo el trascurso del tiempo demostraría que las nuevas tecnologías también demandarían nuevos puestos de trabajo y la humanidad seguiría avanzando creando niveles de bienestar más elevados. Es cierto que la industrialización se hizo a lomos de un proletariado brutalmente explotado. Sin embargo, los movimientos sindicales y la protección del estado consiguieron corregir los peores aspectos de un capitalismo despiadado haciendo que los niveles de bienestar aumentasen para toda la sociedad. Recientemente Louis Anslow ha publicado un post que repasa todas las ocasiones en las que se ha anunciado que las maquinas acabarían con el trabajo humano. 

Sospechosamente estas profecías coincidieron siempre con períodos de elevado desempleo. En 1930 el mismo Albert Einstein culpó a las máquinas del desempleo. Ganaría el premio Nobel de Física pero sin duda no el de Economía. John Maynard Keynes también cayó en este error y culpó a la tecnología del desempleo llegando a acuñar el término “desempleo tecnológico”. Anslow explica que el uso del término “desempleo tecnológico” reaparecía y se popularizaba cada vez que aumentaba el desempleo en un ciclo recesivo. Keynes escribió en los años 30 del siglo XX un célebre ensayo en el que profetizaba que «el desempleo causado por nuestro descubrimiento de medios para economizar el uso de trabajo correrá a un ritmo más veloz que al que podemos encontrar nuevos usos para el trabajo» (Keynes, Economic possibilities for our grandchildren, 1930).

El artículo de Anslow nos da más ejemplos de cómo el temor a la tecnología resurgía década tras década. En 1940 el presidente de MIT, Karl Compton, rebatió al presidente Roosevelt quien veía un problema en la mecanización. Un senador de los EEUU ya propuso un impuesto sobre las máquinas. En los años 50 se propuso una investigación del congreso sobre la cuestión de la pérdida masiva de empleos causada por los robots. El presidente Eisenhower desmintió esas amenazas y dijo que “esos mismos temores habían atemorizado a la gente durante 150 años y siempre se habían demostrado sin fundamento”.



La década siguiente vio cómo el temor a la automatización y la robotización arreciaban. Un economista rogaba al presidente Kennedy que convocara una conferencia sobre el desempleo que causaban la tecnología y la automatización. Los medios anunciaban el fin de todo el empleo de baja cualificación en 10 años y Time sacaba un artículo en el que decía que “el alza en el desempleo ha despertado nuevas alarmas sobre una antigua palabra amenazadora: la automatización. ¿Cuánto ha contribuido la rápida expansión del cambio tecnológico al pico actual de 5.400.000 parados?”. El secretario del trabajo W. Willard Wirtz advirtió de un "tropel de empleo sobrante" incluso en épocas de bonanza.

En la década de los 70 el primer ministro británico James Callaghan recurría a un think tank para que se investigase la pérdida de empleo causada por la informática. En 1980 el New York Times sacaba un artículo titulado “un robot persigue tu empleo (Anslow, 2016). En 1995 el economista, sociólogo y pensador estadounidense, Jeremy Rifkin, publicó un libro titulado El Fin del Trabajo. En esta obra profetizaba que, a diferencia de otras épocas en las que el cambio tecnológico había desplazado a trabajadores de actividades manuales creando sin embargo nuevas oportunidades profesionales, la nueva revolución industrial basada en la automatización, la robótica, la inteligencia artificial y la informática estaba desplazando a millones de trabajadores sin crear nuevas oportunidades profesionales en contrapartida. En las conclusiones a su libro Rifkin advierte ominosamente que

Esto es lo que sabemos con certeza: entramos en un nuevo período de la historia en el que las máquinas sustituirán cada vez más trabajo humano en la producción de bienes y servicios. Aunque los calendarios son difíciles de predecir, nos encontramos en un camino irreversible a un futuro automatizado y probablemente nos acercaremos a una era sin trabajadores, al menos en la producción de bienes y servicios, hacia principios del próximo siglo. (…) El fin del trabajo podría pronunciar una sentencia de muerte de la civilización tal como la hemos llegado a conocer. El fin del trabajo podría también señalar el comienzo de una gran transformación social, un renacimiento del espíritu humano. El futuro está al alcance de nuestras manos (Rifkin, J. 1995).

La percepción negativa de la automatización se debe en parte a que no se entienden completamente las causas de su introducción en los entornos industriales y no necesariamente se explican por la necesidad de ahorrar costes laborales. La robótica genera directamente nuevos puestos de trabajo relacionados con el diseño, la fabricación, la operación y el mantenimiento de estos equipos. Además, algunas industrias no serían viables porque requieren unos niveles de precisión y calidad que no son factibles sin el uso de robots. Podemos citar la electrónica —ordenadores, teléfonos móviles— o las energías renovables —células fotovoltaicas— como ejemplos paradigmáticos.
Por otra parte, la mecanización y la robótica suprimen trabajos pesados, repetitivos o que generan estrés y lesiones en los trabajadores. En ocasiones las condiciones de trabajo pueden ser tan penosas o peligrosas que sería ilegal que las hiciera una persona. La industria más robotizada sin duda es la del automóvil. En ella las tareas de soldadura y pintado las realizan máquinas robotizadas. En contrapartida, el aumento de la productividad obliga a generar empleos para dar salida a los nuevos productos creando oportunidades en los sectores de los servicios, la logística y la distribución. Por supuesto, uno de los factores que impulsan la entrada de los robots son los costes laborales relativos. Si los salarios chinos son mucho más baratos que los de Alemania o Japón, la robotización es una forma de mantener abiertas plantas que de otra manera se cerrarían.Es importante entender que la robótica no tiene por qué tener un efecto neto negativo sobre el empleo. Pese a que debe tomarse con cautela, porque responde a unos intereses de parte, un informe elaborado para la International Federation of Robotics (IFR) estimaba que en seis países estudiados (EEUU, Alemania, Japón, Corea, Brasil y China) se crearon 9 a 12 millones de nuevos empleos gracias a la robótica entre 2000 y 2016 (Gorle & Clive, 2013).

Sin embargo, las altas tasas de desempleo experimentadas en Europa parecerían confirmar el fin del empleo pronosticado por Rifkin. En España las tasas de desempleo han alcanzado niveles espeluznantes y en toda la zona euro las tasas son históricamente elevadas. ¿Esta vez es verdad que viene el lobo robótico? Me parece una hipótesis demasiado fácil de rebatir. Si fuese cierto que la inversión en robots estuviese destruyendo puestos de trabajo observaríamos este fenómeno con mayor intensidad en países con mayor inversión en este tipo de bienes de equipo. Sin embargo, es precisamente en los países más robotizados donde las tasas de desempleo son más bajas.

El siguiente gráfico pone en relación la tasa de desempleo con la densidad robótica (robots instalados por cada 10.000 empleados en la industria) y en él se observa una relación más bien inversa entre robotización y desempleo. Países altamente robotizados como Japón, Corea del Sur y Alemania mantienen tasas de desempleo relativamente bajas. En España, en cambio, menos robotizada, la tasa de paro es obscenamente alta.


Ilustración 1. Fuentes: IFR para la densidad robótica; Eurostat para desempleo en países europeos y Trading Economics para desempleo en los restantes países.

No es la tecnología, es el gobierno

La Crisis Financiera Global provocó una subida del desempleo intensa en todos los países de la OCDE. Sin embargo la mayoría de las economías de ese club han recuperado niveles parecidos o inferiores a los del inicio de la crisis. En Japón la tasa de desempleo actualmente es del 3,38%, en Corea del Sur del 3,64% y en EEUU del 5,29% tras alcanzar un pico de 9.62% en 2010. Solo los países de la Eurozona mantienen tasas de desempleo superiores al 10% y dentro de ella se encuentran campeones mundiales del desempleo como España, Grecia o Italia. Si naciones altamente industrializadas y densamente robotizadas han conseguido recuperar los niveles de empleo anteriores a la crisis entonces claramente la causa del desempleo debe buscarse en causas coyunturales y no en la tecnología.

La automatización permite liberar mano de obra de tareas rutinarias o pesadas que puede ser reubicada en tareas incluso más gratas. Pero liberar trabajadores puede ser un problema en un país donde no se crean nuevas oportunidades laborales. La condición necesaria, como en el ejemplo de Gardiner, es que exista financiación para poner en marcha estas nuevas actividades. Éste no es el caso de los países pertenecientes a la zona euro en donde la creación de moneda por los estados está restringida por los tratados de la Unión Europea y la creación de crédito depende solo de las expectativas del negocio bancario.

La estadística sugiere más bien que el caso español es una aberración dentro de una zona geográfica que se comporta como una anomalía. Los datos estadísticos de nuestra economía muestran una correlación elevadísima entre la caída de la inversión y de la ocupación entre 2007 y 2013 (Ilustración 2). La caída en la confianza en diversos sectores privados también correlaciona con un incremento de la tasa de desempleo, sobre todo el sector de la construcción (Ilustración 3). Finalmente el crecimiento del crédito a hogares y empresas muestra una desaceleración en el primer trimestre de 2007 —momento que coincide con el inicio de la crisis y las primeras pérdidas de empleo— e incluso se vuelve negativo a finales de 2013 —momento álgido del desempleo– (Ilustración 4).


Ilustración 2. Variación interanual de la tasa de ocupación y de la formación bruta de capital fijo. Elaboración propia a partir de datos publicados por el INE.

Ilustración 3. Evolución de la tasa de paro y de los índices de confianza de los sectores de la construcción, industrial y minorista. Fuente de los datos: INE. Se han invertido las escalas de los índices de confianza.


Ilustración 4. Evolución interanual del crédito a hogares y empresas. Fuente de los datos: Banco de España


Así pues, la causa del desempleo no fue la tecnología sino una insuficiente demanda agregada motivada por el fin de la burbuja inmobiliaria que habían financiado los bancos. Una actuación oportuna del estado que hubiese creado nuevo dinero en el inicio de la crisis con gasto deficitario habría detenido la hemorragia de los empleos remunerados. Las políticas de la UE han creado un problema de gran gravedad, pero se despista a la población con explicaciones oportunistas.

Ofuscadas, las izquierdas han caído en la trampa de atribuir el desempleo a la globalización y a la tecnología. Ante un problema que el diseño institucional del euro ha creado, en lugar de buscar la respuesta adecuada exigiendo la abolición de los criterios irracionales de Maastricht y oponiéndose a los planes de consolidación fiscal, gran parte de la izquierda se resigna ante un problema cuya solución no acierta a ver. Es entonces cuando se postula el reparto del trabajo –como si fuese un bien escaso que debe ser racionado— o se propone una magra renta básica para que los excluidos no protesten.

Incluso, si aceptáramos que la tecnología estuviera generando desempleo de forma tan rápida que no diese tiempo para reubicar a trabajadores desplazados por la tecnología  ¿por qué no podríamos implantar reglamentación que la frenara para permitir una adaptación de la sociedad más gradual o directamente impida la robotización en ámbitos que consideremos inadecuados? Debemos convencernos de que no es el hombre el que está al servicio de la Economía sino que es ella la que debe servirnos. Poner al hombre en el centro puede significar, por ejemplo, que decidamos prohibir los vehículos sin conductor o cerrar la plataforma Uber porque compite de forma desleal con el colectivo de transporte reglado de pasajeros. En la industria del automóvil las zonas robotizadas de las no robotizadas están separadas porque las máquinas podrían crear peligro para los seres humanos ya que no pueden tener conciencia de su entorno. Este es uno solo de los ejemplos de limitación reglamentaria a la expansión de los robots en la fábrica. Luchar contra el desempleo es una responsabilidad del estado, nuestro agente para resolver los problemas que el sector privado no puede o no quiere.

Referencias

Anslow, L. (26 de noviembre de 2016). www.timeline.com. Obtenido de Robots have been about to take all the jobs for more than 200 years: https://timeline.com/robotshavebeenabouttotakeallthejobsformorethan200years5c9c08a2f41d#.
Gardiner, G. (2004). The Primacy of Trade Debts in the Development of Money. En L. Wray, Credit and State Theories of Money (págs. 160-161). Northampton, MA: Edward Elgar.
Gorle, P., & Clive, A. (2013). Positive Impact of Industrial Robots on Employement. Londres: Metra Martech.
Keynes, J. M. (1930). Economic possibilities for our grandchildren. En J. M. Keynes, Essays in Persuassion.



domingo, 31 de mayo de 2015

Los lunes al Sol (II)

Los Treinta Gloriosos

En el post anterior planteé la preocupación ante la evidencia de que desde finales de los 70  (son más de cuatro de décadas) hasta el presente la tasa de paro ha sido singularmente elevada en España. Asimismo planteé mi escepticismo sobre la explicación convencional procedente de las instituciones europeas y nacionales y de los economistas convencionales. Si rechazamos los argumentos neoliberales, qué explicaciones alternativas podemos encontrar. Me atrevo a postular dos: 1) el abandono de las políticas keynesianas de pleno empleo a partir del triunfo ideológico del neoliberalismo entre finales de los 70 y principios de los 80, que prioriza la estabilidad de precios; y 2) el empeño de los países europeos en fijar los tipos de cambio que culmina en la implantación de la moneda única.

Ambos fenómenos han sido magistralmente explicados por el Profesor Bill Mitchell en su libro recientemente publicado Eurozone Dystopia. Group Think and Denial in a Grand Scale. Estas políticas explican el inicio de un ciclo histórico de paro elevado en toda Europa con un impacto fue devastador en los países menos industrializados y competitivos de la periferia europea. En especial, en nuestro país, coincidió con un período de aumento de la población laboral por la incorporación del baby boom al mercado de trabajo y con la crisis industrial que desmanteló una gran parte del tejido español en ausencia casi total de políticas industriales.

Examinemos la cuestión de la derrota del keynesianismo en primer lugar

Después de la Segunda Guerra Mundial, prácticamente todos los países occidentales aplicaron políticas keynesianas cuyo objetivo era asegurar el pleno empleo.  Los estados trataban de regular el ciclo económico, cebando la demanda en períodos recesivos, ya con reducciones de impuestos, ya con aumentos de gasto público para impedir caídas bruscas en la demanda agregada y mantener el pleno empleo.Cuando echamos la vista atrás a los “treinta gloriosos”, esas tres décadas que van desde 1945 hasta 1975 comprobamos que en la mayoría de los países europeos y Estados Unidos los niveles de desempleo fueron bajísimos. Thomas Piketty ha demostrado que esa época coincide además con una de las más igualitarias de los países occidentales.

En Gran Bretaña, “durante la ‘edad dorada’ de los 50 y 60, el desempleo promedió en el 2 por ciento”[1]. Entre 1950 y 1973, la tasa de desempleo en Japón se situó en el 1,3%, la de Francia en el 1,8%, la de la República Federal Alemana será incluso inferior al 1%[2]. En España, la primera tasa de paro que estimó la Encuesta de Población Activa (EPA) corresponde a 1964. A finales de ese año el desempleo afectaba al 2,1% de la población activa[3]. El período se caracterizó por un crecimiento elevado, continuado y homogéneo y es testimonio del éxito de las políticas keynesianas.

Solo Alemania no se convirtió al keynesianismo. Allí se impusó el llamado “ordoliberalismo”, que no es más que el mismo perro neoliberal con distinto collar adornado de beatería conservadora católica que se pretende pasar por sensibilidad social. Ya durante los treinta gloriosos el país germano empezó a aplicar políticas mercantilistas. Fueron eficaces en un entorno en el que los demás países estaban dispuestos a aplicar políticas de crecimiento. Francia y otros países europeos, así como los EEUU, se mostraron dispuestos a soportar déficit comerciales con Alemania. El permanente desequilibrio comercial con Alemania generó tensiones cambiarias que ya discutiremos más abajo y que están en la génesis de los intentos de establecer un sistema monetario europeo. Esta disponibilidad de los demás países europeos a acomodar el déficit de demanda agregada allende el Rin permitió a Alemania desarrollar con éxito su Modell Deutschland, un crecimiento basado en las exportaciones.Sin un mercado dispuesto a absorber los excedentes de producción alemanes su economía habría quedado condenada a la deflación y al desempleo.

Victoria del Monetarismo

A partir de los años 70 se produce el abandono del consenso keynesiano y se produce la victoria ideológica del Neoliberalismo monetarista. La reacción venía fraguándose en ámbitos académicos. El monetarismo hundía sus raíces en el pensamiento clásico pero resucitó gracias al aporte del pensamiento conservador austríaco de Von Hayek y Von Mises. Ambos procedían de un entorno aristocrático y se formaron en el fértil entorno intelectual de la Viena de entreguerras.  Los austriacos profesaban un obstinado desdén por la intervención del estado en la economía y pensaban que su papel debía limitarse a establecer las condiciones para un óptimo desarrollo del mercado. Von Mises, debido a que era judío, debió establecerse en EE.UU. huyendo del Nazismo. Su discípulo, Friedrich August Von Hayek se instaló a partir de 1931 en la London School of Economics del Reino Unido donde se distinguió por su oposición al socialismo y su defensa del liberalismo. Para Hayek el excesivo intervencionismo del estado sería responsable del auge de las ideologías totalitarias, en detrimento de la libertad individual. Hayek igualaba en este sentido al socialismo con el fascismo.

Otra obsesión de Hayek, sobre todo a raíz de la publicación de la Teoría General de John Maynard Keynes, fue rebatir las ideas innovadoras del economista británico con quien mantuvo una célebre controversia durante el período de entreguerras.

Keynes observó que no fue el excesivo intervencionismo del estado el que produjo el auge del nazismo sino el fracaso del sistema capitalista en asegurar el pleno empleo, precisamente debido a esa falta de intervención eficaz. Además, Keynes consideraba que las políticas de austeridad aplicadas por los gobiernos en respuesta a la Gran Depresión solo podían fracasar porque al responder a la caída de la demanda privada con recortes de gasto público consiguieron deprimir aún más la demanda agregada. La respuesta clásica al problema del desempleo consistente en forzar caídas en los salarios reales estaba condenada al fracaso, no solo porque los trabajadores se resistían a aceptar caídas de sus salarios nominales, sino también porque era contraproducente. Los trabajadores también son consumidores y la pérdida de poder adquisitivo solo podía resultar en una caída del consumo lo cual produciría caídas en las ventas de los empresarios y redundaría en en la profundización de la depresión y la deflación. Un célebre libro de Nicholas Wapshott, Keynes vs. Hayek describe el choque colosal entre ambos economistas. Hayek no respondió adecuadamente a una aportación capital de Keynes la de los agregados macroeconómicos. Un exceso de austeridad de familias y empresas, causante de una caída del consumo, acompañada de más austeridad del gobierno como respuesta a la caída de los ingresos tributarios, solo podía producir una caída de la demanda agregada y profundizar la depresión.

Tras la Segunda Guerra Mundial, las ideas de Keynes se impusieron mietras que las de Hayek cayeron en el olvido. Hayek se trasladó a la Universidad de Chicago. En Chicago, Hayek fue mentor de Milton Friedman, el formulador de la teoría monetarista. El monetarismo rehabilita la teoría cuantitativa del dinero que establece una relación de causa efecto entre la oferta monetaria y la inflación. Para Friedman el estado sería el causante de la inflación al poner en manos del público una cantidad de dinero que supera la oferta de bienes y servicios de la economía. Por esta razón el estado debía ocuparse en controlar la oferta monetaria, regulándola en función del ciclo, reduciendo la oferta monetaria cuando se acerca la economía al pleno empleo. Otro corolario del monetarismo era que el estado debía abstenerse de regular el ciclo económico mediante las palancas fiscales (impuestos y gasto público). En esencia el monetarismo aduce que el exceso de gasto público y la concomitante laxitud monetaria son causantes de inflación.Además Friedman introduce el concepto de tasa de desempleo natural, aquella que, si se intenta superar, solo podría generar inflación.

El problema del monetarismo es su escaso soporte empírico. Los bancos centrales han podido comprobar que les resulta imposible controlar la oferta monetaria. El concepto de tasa de desempleo natural resulta difícil de estimar y es probable que no exista. No es cierto además que el gasto público conduzca inexorablemente a aumentos de precios, tal como pudo comprobarse durante los "30 gloriosos" en los que la intervención del estado fue decidida, el crecimiento acelerado y la inflación muy baja.

Al otro lado del Atlántico, el mercantilismo alemán generaba tensiones comerciales y cambiarias con sus socios europeos. Su idiosincrático “ordoliberalismo”, cuya máxima realización es la independencia del banco central mutilado en sus funciones más elementales, y el éxito de su industria exportadora resultaba en una baja tasa de inflación y una constante apreciación del marco. Esa hegemonía germánica empezó a dar respetabilidad a las ideas neoliberales.

En esencia neoliberalismo, monetarismo y ordoliberalismo coinciden en la creencia en que la economía alcanza el equilibrio por sí mismo. Los intentos del gobierno por resolver los problemas de empleo no son solo innecesarios sino que también serían perjudiciales porque generarán efectos indeseables como la inflación. Por tanto el papel del estado debe reducirse al máximo y debe procurarse el mínimo nivel de regulación que asegure el correcto funcionamiento del mercado. Para ellos el empleo no debe exceder de su tasa natural (el NAIRU o Non-Accelerating Inflation Rate of Unemployment, una cifra de desempleo que solo se puede estimar, en una tarea que se me antoja futil). Si hay desempleo solo puede ser culpa de unos trabajadores que no están dispuestos a ajustar sus salarios reales a la baja.

Bill Mitchell describe en su libro como el pensamiento de la Escuela de Chicago se apoderó de las mentes de las élites y de los políticos europeos a partir de los años 70. El invento surgió inicialmente del ámbito académico, se difundió por think-tanks, se apoderó de los partidos de centro derecha y acabó por abducir a los partidos socialdemócratas (tercera vía de Blair, los ministros de Economía y Hacienda de Felipe González, los Gobiernos de Mitterand en Francia, etc..). Entre las élites empiezan a adoptar el discurso neoliberal y el consenso keynesiano se resquebrajó. Las revistas de Economía empezaron a seleccionar sesgadamente sus publicaciones en favor de economistas monetaristas. Las universidades promocionaron las carreras de aquéllos que se adherían al consenso neoliberal. Postkeynesianos como Wynne Godley, se vieron obligados a abandonar sus cátedras en el Reino Unido y marchar a EEUU cuando llegó Margaret Thatcher al poder y su gobierno recortó su presupuesto de investigación. Aquéllos que siguieron defendiendo postulados keynesianos fueron objeto de burla y desacreditados, apartados de los centros de influencia y silenciados. Los centros de estudios macroeconómicos, financiados mayoritariamente por entidades financieras interesadas en la aplicación de programas de desregulación financiera, solo aplicaban modelos de corte neoliberal como los de equilibrio general dinámico estocástico donde se ignora el papel que puede jugar el gasto público en el ciclo económico.

Mitchell ha definido acertadamente este predominio neoliberal en las élites europeas como un ejemplo de pensamiento grupal o pensamiento único, un patrón de pensamiento caracterizado por el autoengaño, la forzada fabricación del consentimiento y la conformidad a los valores y la ética grupal. La evidencia que podía refutar los postulados neoliberales era simplemente ignorada mientras que la soportaba era aportada como prueba irrefutable en un clásico ejemplo de sesgo de confirmación.

Los shocks petroleros de los años 70 dieron el impulso definitivo al monetarismo. En 1973 los países árabes productores de petróleo impusieron un embargo en respuesta a la Guerra del Yom Kipur. El precio del barril se cuadruplicó. En 1979 la crisis iraní generó un segundo shock petrolero.

El incremento generalizado de precios observado en todo el mundo en respuesta al chantaje del cártel petrolero era ineludible pues habría sido una estupidez no responder subiendo los precios de nuestros productos industriales. El petróleo era un insumo crítico para muchos procesos industriales y una referencia que marcaba los precios de la energía. Si se quería mantener los términos de intercambio era necesario elevar los precios de nuestros productos. ¿Acaso habría sido acertado vender a los productores de petróleo coches a precios de los años 60? El siguiente gráfico muestra claramente cómo fue esta crisis provocada por los países productores la que detonó los procesos inflacionistas de la segunda mitad de los 70.


Variación del IPC en varios países entre 1970 y 1995. Fuente: elaboración propia a partir de estadísticas de la OCDE.

El alza de los precios fue pues un ajuste inevitable y las tasas de inflación alcanzaron en los países occidentales los dos dígitos. Pese a que la causa fue ese shock externo esta fue la prueba que necesitaban los neoliberales para señalar acusadoramente a las políticas fiscales como causantes de la inflación. La creciente conformidad de las élites europeas con el dominante pensamiento grupal hizo el resto. Empezando por la Francia de Raymond Barre, siguiendo luego por el Reino Unido de Margaret Thatcher y ya en los 80 los ministros neoliberales de Felipe González las políticas de rigor y ajuste presupuestario se impusieron como receta para domeñar la inflación, a costa, claro está, del pleno empleo. A partir de los años 80 todos los países aplican recortes de gasto público, medidas para cercenar el poder negociador de los sindicatos, cierre o venta de empresas públicas, congelación de contratación de plantillas de funcionarios, los pactos de rentas para controlar los incrementos salariales, etc.

Los que vivieron en aquéllos años recordarán el cierre de empresas públicas en España, la reconversión industrial que dejó antiguas comarcas industriales arrasadas sin ninguna actividad que sustituyera a las empresas cerradas, las magras convocatorias de empleo público o los famosos Pactos de La Moncloa, por ejemplo, que liberalizaron el despido e impusieron un programa de recortes de gasto público entre otras medidas,

El impacto en el empleo ha sido devastador. El siguiente gráfico, tomado del libro de Mitchell, muestra cómo evolucionaron las tasas de desempleo en varios países europeos.



Fuente: Bill Mitchell. Eurozone Dystopia.


Solo aquéllos países como Alemania y los Países Bajos, cuyo modelo se basaba en exportar desempleo y deflación a los demás, observaron tasas de desempleo más bajas. Aún así, el aumento del paro fue generalizado en Europa. El siguiente gráfico muestra de forma dramática como el trabajador alemán lleva décadas sin apenas ver incrementos salariales en términos reales, sobre todo visto en términos netos por hora. El modelo mercantilista alemán le ha salido muy caro a toda Europa, sobre todo para los trabajadores de Alemania que no han sido recompensados ni siquiera en función de sus ganancias de productividad, y para los de la periferia, que se han quedado en el paro.



La coincidencia temporal inusitada entre inflación y desempleo elevado dio pie a que se acuñara el término “estanflación”. Los neoliberales trataron de explicarlo como una consecuencia del exceso de gasto público combinado con rigideces en el mercado de trabajo. Sin embargo, fue un fenómeno autoinfligido por unos gobiernos que se negaron a explorar otras vías para asegurar la estabilidad de precios. Para el año 1983 la inflación había sido ya derrotada en casi todos los países e incluso Alemania había conseguido entrar en deflación a causa de su excesivo rigor. Los políticos siempre utilizaron la analogía de la amarga medicina que era necesario tomar para volver al crecimiento y el empleo. Medidas impopulares se imponían a una población escasamente formada en temas económicas con la promesa de que redundarían en un futuro mejor. Sin embargo los niveles de paro nunca volverían a sus niveles previos a la crisis del petróleo. El pleno empleo se ha convertido en un lejano recuerdo.

Por hoy basta. Otro día exploraremos el segundo fenómeno que contribuyó al alza de desempleo en nuestro continente: el empeño por mantener tipos de cambio fijo entre los países europeos.

Los lunes al Sol (III)



[1] Hatton, T. J. & Boyer, G. R. (2005). Unemployment and the UK labour market before, during and after the Golden Age [Electronic version]. European Review of Economic History 9(1), 35-60.
[2] http://fr.wikipedia.org/wiki/Trente_Glorieuses
[3] http://www.eldiario.es/zonacritica/Franco-Medio-Encuesta-Poblacion-Activa_6_221237903.html