Cita de Roosevelt

"Ningún país, sin importar su riqueza, puede permitirse el derroche de sus recursos humanos. La desmoralización causada por el desempleo masivo es nuestra mayor extravagancia. Moralmente es la mayor amenaza a nuestro orden social" (Franklin Delano Roosevelt)

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viernes, 17 de febrero de 2017

El dinero y el comercio internacional

En este post trataremos sobre la interacción entre economías ubicadas en zonas monetarias distintas que se conectan a través del comercio internacional. Concretamente examinaremos lo que ocurre cuando una economía incurre en un déficit comercial.

Supongamos que la empresa IMPORTASA, residente en la zona euro, desea importar vehículos fabricados por la empresa ACME ubicada en la zona monetaria del dólar de los EEUU. IMPORTASA quiere vender esos vehículos a otros residentes en la zona euro y por tanto a cambio recibirá depósitos denominados en esa moneda. Sin embargo ACME tiene como moneda funcional el dólar. IMPORTASA tiene un negocio que solo puede generar depósitos denominados en euros. ACME desea recibir dólares a cambio de la venta de los automóviles que fabrican. Esto plantea un dilema que puede ser resuelto de dos maneras.

  1. Alguien en el país exportador desea obtener a cambio un depósito denominado en la moneda del país deficitario.
  2. Un residente en el país exportador nos concede un préstamo denominado en la divisa del país exportador. 
Operativamente este dilema lo resuelve una entidad financiera que puede intermediar entre el exportador y el importador. Pero en esencia el intermediario financiero simplemente traslada el problema a otra entidad o a otra persona.

Si pasamos del caso particular de una empresa al de una economía agregada y suponemos que ésta incurre en un déficit comercial es decir, que las compras a extranjeros han superado en valor a las exportaciones al resto del mundo el dilema es el mismo. Una vez saldadas todas las transacciones comerciales entre residentes y extranjeros, quedará una posición neta deficitaria denominada en alguna moneda; puede ser en nuestra moneda o en divisas extranjeras. Veamos ambos escenarios a continuación.

El país exportador desea obtener a cambio de sus exportaciones un depósito denominado en la moneda del país deficitario


En el primer caso, cuando nuestra economía es deficitaria, los extranjeros aceptan cobrar mediante depósitos denominados en euros. En el futuro estos depositantes podrían decidir ejercer este poder de compra y de esta manera la balanza comercial se equilibraría. Un déficit comercial en euros hoy podría transformarse en un superávit comercial en el futuro.


La conclusión relevante es que un déficit comercial simplemente puede ser la imagen refleja del deseo los extranjeros de mantener depósitos denominados en nuestra moneda. Esto es lo que hacen los chinos, los alemanes o los coreanos. Producen bienes y servicios que exportan a otros países. Estas naciones exportadoras, presentadas como parangón de la competitividad y el éxito por el pensamiento económico dominante, mantienen un superávit comercial durante muchos años con el resto del mundo. ¿Qué reciben a cambio? Simplemente una anotación contable en una divisa extranjera


Un caso paradigmático es el de la relación entre China y los EEUU. Los chinos exportan mucho al país americano. A cambio reciben depósitos en dólares. Podrían utilizarlos para ir a Disneylandia, comprar coches fabricados en Detroit o fármacos sintetizados por una farmacéutica americana. Sin embargo, prefieren mantener los depósitos en dólares, al parecer por tiempo indefinido. El gráfico siguiente muestra la balanza comercial de los EEUU con China que ha sido permanentemente deficitaria hasta alcanzar los 350 mil millones de dólares. En la prensa leeremos a menudo que EEUU está cada vez más endeudado con el país asiático. Eso sería peligroso para la nación americana porque el día que China no desee financiar a EEUU podría suponer el hundimiento de su economía. ¿De verdad? Piénsenlo otra vez: ¿qué pueden hacer los chinos si ya no desean tener depósitos en dólares? Pueden utilizarlos para comprar bienes y servicios a la venta en dólares, es decir, producidos en EEUU. No parece un escenario muy amenazante.

Fuente: US Census

Fugas del circuito


¿Es preocupante que los residentes de un estado se endeuden respecto al resto del mundo en su propia moneda? Sí hay un pequeño problema. Debemos ser conscientes de que cuando los extranjeros desean materializar el ahorro generado por sus ventas a nuestro país en depósitos denominados en nuestra moneda se produce una fuga del sistema económico. Las importaciones son un destino de las rentas generadas en nuestro país por los factores productivos (capital o trabajo). Si estas rentas no se destinan a comprar bienes y servicios producidos en nuestro país se producirá una caída de la demanda interna que puede llevar a una caída de la producción y un aumento del desempleo. Recordemos que a nivel macroeconómico

INGRESO=GASTO=PRODUCCIÓN.

Si imaginamos la economía como un circuito podemos visualizar las importaciones como una fuga que detrae poder de compra de éste. Esto es lo que representa de forma estilizada el siguiente gráfico.


Por tanto, si no todo nuestro ingreso se destina a gasto dentro de nuestra economía entonces la producción caerá. ¿Cómo conseguimos que no caiga la producción y se genere desempleo?

Para evitarlo tiene que existir algún agente nacional dispuesto a consumir más de lo que ingresa por importe equivalente al déficit comercial. Es decir, tiene que haber un agente dispuesto a endeudarse. Una posibilidad es que se endeude el sector privado. (Veremos en un post posterior que esto fue lo que ocurrió en España cuando entramos en el euro).

Pero si el sector privado desea ahorrar solo queda otro agente que puede desahorrar: el sector público, el gobierno. Para que no caiga la producción en nuestra economía el estado debe incurrir en un gasto deficitario para compensar las fugas de poder de compra al exterior. El estado puede suplir el poder de compra no utilizado con mayores inyecciones de gasto público o reduciendo los impuestos. Este es el célebre "déficit gemelo" que preocupaba por ejemplo a los economistas de la escuela de Cambridge.

Este endeudamiento del estado puede revertirse en el momento en que el sector exterior decide comprar más de lo que nos vende. En el caso de que tuviéramos un superávit comercial permanente podría ser conveniente que el estado redujera su gasto o aumentara los impuestos para evitar que la presión exportadora genere tensiones inflacionistas. La obsesión alemana por mantener un superávit de sus cuentas públicas es un ejemplo de una política que compensa el excesivo superávit exterior de su sector privado.

Los extranjeros nos han dado un préstamo en moneda extranjera. 


Examinemos el segundo caso. Por ejemplo, un banco en la zona dólar concede un préstamo en dólares al importador ubicado en la zona euro. Al hacerlo constituye un nuevo depósito en esa divisa a favor del importador quien lo puede utilizar para pagar a su proveedor extranjero.

Esta operación  crea un problema diferido. Si los importadores no pueden generar dólares en su propio negocio tendrán que vender euros para comprar dólares, dicho de otra manera, tendrán que encontrar a alguien que necesita euros y esté dispuesto a entregar dólares a cambio. Por ejemplo, el comprador de esos depósitos denominados en euros podría ser un exportador que ha conseguido dólares pero realmente necesita su moneda funcional para pagar a sus acreedores o pagar sus impuestos. (Operativamente estas transacciones no se hacen directamente entre importadores y exportadores sino que normalmente intervendrá alguna institución financiera que puede casar esta oferta y demanda). Sin embargo en este caso trasladamos el problema a otro agente nacional que se queda endeudado en una moneda extranjera. Este agente tiene que ser capaz de generar flujos de caja denominados en esa divisa en el futuro para pagar el principal más los intereses.

Los riesgos del endeudamiento en moneda extranjera


En una economía que se endeuda en moneda extranjera y que no es capaz de generar divisas por importe suficiente para saldar la deuda habrá más compradores de divisas que vendedores. La consecuencia de la sobreoferta de moneda nacional y el exceso de demanda de divisas es que la primera se depreciará respecto a la segunda.

La depreciación de la divisa encarece las importaciones y abarata las exportaciones. Esto puede equilibrar la balanza comercial. Pero también tiene el inconveniente de que las personas y empresas previamente endeudadas en divisas extranjeras tendrán que ofrecer más unidades de su moneda nacional en el futuro cuando compren la moneda extranjera que necesitan para pagar a sus acreedores. Si no son capaces de  afrontar ese encarecimiento de sus préstamos externos pueden entrar en situaciones de insolvencia. (Además el encarecimiento de las importaciones  puede transmitirse a los precios finales causando inflación, sobre todo si la economía es muy abierta tema que trataremos en un post posterior). Es poco recomendable endeudarse en moneda extranjera salvo que uno tenga probada capacidad de generar los flujos de caja en la misma moneda que le permitan atender el servicio de su deuda.

En los años de la burbuja inmobiliaria española algunas entidades financieras ofrecieron a sus clientes de forma torticera e imprudente préstamos hipotecarios denominados en yenes o francos suizos. Estos bancos engañaron a sus clientes arguyendo que así podrían beneficiarse de los tipos de interés más bajos vigentes en esas zonas monetarias. Cuando el franco suizo se apreció respecto al euro algunos de los que picaron se encontraron con un encarecimiento imprevisto de sus cuotas hipotecarias. Los hogares normalmente perciben ingresos en la moneda de su propio país. Para ellos endeudarse en una moneda extranjera implica asumir un riesgo cambiario que puede tener proporciones excesivas para una economía doméstica.

El riesgo de endeudarse en moneda extranjera también es relevante para los los estados. Muchos gobiernos de economías menos desarrolladas han recurrido a financiación en divisas para abastecerse de tecnología extranjera, bienes de capital o armamento. Estas compras se financian frecuentemente con deuda externa denominada en divisas extranjeras. Este tipo de operaciones son las que pueden originar una crisis de deuda externa.

Tal fue el caso de los países de América Latina en los años 70 cuyas economías llegaron a acumular un nivel de endeudamiento externo equivalente a casi el 50% de su renta nacional bruta. El proceso fue fomentado por bancos de inversiones que animaron a los gobiernos a entrar en unas operaciones de financiación que se revelarían muy imprudentes El problema de endeudamiento se vio acentuada por la depreciación de sus monedas que elevó el valor nominal de estas deudas expresadas en la divisa nacional. Estas economías llegaron a un punto en el que ya no fueron capaces de generar suficientes divisas procedentes de sus exportaciones como para atender el servicio de su deuda externa y además seguir importando bienes básicos del extranjero. La necesidad de destinar una gran parte de las exportaciones a pagar intereses y principal a los acreedores extranjeros implicó que una parte importante de sus recursos se desviaran a un uso socialmente inútil. Para atender esos pagos los estados tuvieron que aplicar políticas de austeridad que perjudicaron sobre todo el gasto social, deprimieron la economía y dejaron a muchas personas sin empleo y sumidas en la miseria. La crisis de la deuda causó una década pérdida en América Latina.

Por tanto, debemos ser conscientes de que la ventaja de ser un emisor en régimen de monopolio se limita a todos los bienes y servicios que se hallan a la venta en la moneda que emite el estado y no aplica a los bienes y servicios producidos en el extranjero.

Analicemos la balanza de capitales desagregada por divisas


Tradicionalmente los países publican una balanza comercial que muestra el saldo de las exportaciones y las importaciones de bienes y servicios. Si añadimos la balanza de rentas, que recoge los pagos al extranjero por intereses, dividendos, salarios pagados a trabajadores extranjeros menos los ingresos por los mismos conceptos, obtenemos la cuenta corriente.

El saldo de la balanza por cuenta corriente está compensado por la balanza de capitales que recoge la financiación neta recibida del extranjero si mantenemos un déficit o la financiación neta concedida a extranjeros si conseguimos un superávit en la balanza por cuenta corriente.

Cuando una economía incurre en un déficit comercial más o menos prolongado esto no representa un riesgo mientras los extranjeros están dispuestos a mantener saldos denominados en la moneda del país deficitario. En cambio, si los extranjeros prefieren que los pagos se hagan en su propia moneda o en la de un tercer país, imponen sobre los importadores la obligación de realizar una serie de pagos periódicos al acreedor en esa moneda con posterioridad. Además si estas empresas u hogares no los pudieran conseguir su estado no podrá rescatarlos —por ejemplo, nacionalizando sus negocios— para saldar su deuda con el acreedor extranjero.

El gobierno debe evitar o minimizar el endeudamiento en moneda extranjera. Si nos endeudamos en nuestra moneda el gobierno siempre podrá garantizar que los extranjeros cobrarán su deuda. Incluso, si hubiese alguna entidad financiera o empresa del sector privado excesivamente endeudada en euros el estado siempre podría nacionalizarla si considera que su quiebra o liquidación dañaría la economía nacional.

En cambio si nos endeudamos en otra divisa para comprar bienes y servicios al extranjero podemos encontrarnos con problemas para atender los pagos en el futuro porque tenemos que asegurarnos de que podremos hacernos con esas divisas en el futuro.

Esto es especialmente válido para economías menos desarrolladas.

¿Quiere esto decir que un país pobre no debe importar bienes del extranjero? La realidad es si un país es pobre y carece de tejido industrial para producir bienes y servicios que realmente interesen a los nacionales de otros países ninguna política de tipos de cambio puede resolver ese problema. En este caso un gobierno responsable tratará de encauzar las entradas de divisas extranjeras hacia la compra de bienes extranjeros que sean realmente de primera necesidad como fármacos o material sanitario o bienes de capital que pueden mejorar la capacidad productiva del país en el futuro.

Lo que debe minimizar o desincentivar es la entrada de bienes suntuarios que son socialmente poco útiles. Lamentablemente, en muchos estados subdesarrollados, muchos de ellos con débiles mecanismos democráticos de control y elevadas desigualdades sociales, las élites suelen poner la economía a su servicio y podemos ver cómo una parte de los ingresos por exportaciones, normalmente de materias primas producidas gracias al duro trabajo de campesinos y mineros, se destina a la importación de vehículos de lujo y otros bienes suntuarios. Esto no solo expone el país a crisis de deuda futuras sino que supone un ejemplo de cómo las élites explotan a las clases populares.

Una política que fomente la sustitución de importaciones o las restricciones al libre movimiento de capitales pueden ser aconsejables para las economías menos desarrolladas o para las que no cuentan con una divisa utilizada como moneda de reserva. El gobernante prudente permitiría la constitución de préstamos a favor de empresas y ciudadanos de esa economía denominados en moneda extranjera condicionada a la comprobación de que los depósitos se destinen a la compra de equipamiento que aumenten el potencial productivo de la economía en el futuro. También puede ser útil limitar los depósitos constituidos a favor de extranjeros para especular en los mercados financieros. Este tipo de operaciones suele generar movimientos de grandes capitales que pueden causar una gran volatilidad en la cotización de la divisa.

Es desafortunado que los servicios estadísticos nacionales no suelen publicar la balanza de capitales desagregada por divisas. Un incremento del endeudamiento externo denominado en divisas extranjeras sería un motivo de alerta mientras que un endeudamiento en la propia moneda plantea menos problemas. Una balanza de capitales que no desagrega por divisas hace que perdamos de vista esa información crítica.

En un post posterior hablaremos de los regímenes cambiarios y defenderemos la necesidad de que el tipo de cambio sea flotante para asegurar una verdadera soberanía monetaria. También hablaremos de qué determina las posiciones ahorradoras o deficitarias de los sectores de una economía.

domingo, 12 de julio de 2015

Puerto Rico debe crear su propia moneda

Villaviciosa de Odón a 12 de julio de 2015

Mientras los europeos andamos entretenidos con el culebrón griego poca atención hemos prestado a lo que está ocurriendo en Puerto Rico, el estado libre asociado a los Estados Unidos de América. Esa nación permanece en un limbo jurídico pues, aunque sus habitantes disfrutan de ciudadanía estadounidense, no eligen representantes al Congreso y Senado de EEUU con derecho voto. Si bien pagan algunos impuestos federales y contribuyen a la Seguridad Social, lo que les da derecho a una pensión de jubilación, están exentos del impuesto sobre la renta. Más importante es saber que Puerto Rico es usuario del dólar de los EE.UU. En esto se parece mucho a los estados del Sur de Europa: usuarios de otra moneda que no emiten, el euro.

Recientemente el gobernador de la isla, Alejandro García Padilla, ha anunciado que la deuda de la isla es impagable y que el gobierno es insolvente. Al parecer la isla ha acumulado una deuda de 70 mil millones de dólares USA, equivalente al 68% de su producto interior bruto.  Las agencias de calificación ya la han rebajado a la categoría de bono basura, como en el caso de la griega.



No he investigado las causas que han llevado a una administración sin soberanía monetaria a emitir tanta cantidad de deuda. Lo que sí puedo afirmar, desde la perspectiva de la Teoría Moderna del Dinero, es que un país que se endeuda en una moneda de la que no es emisor, puede caer en una situación de insolvencia. La razón es que para atender al servicio de la deuda el gobierno debe hacerse antes conseguir la moneda en la que se ha endeudado. Si por cualquier causa - una caída de la recaudación, un déficit comercial sostenido, una crisis económica- ese país no consigue acceder a la cantidad de dinero extranjero que necesita para servir su deuda puede caer en la insolvencia. Esto no le puede ocurrir a un estado dotado de soberanía monetaria que se endeude en su propia moneda. Al vencimiento de sus obligaciones siempre podrá pagar con su propia moneda puesto que puede crearla a partir de la nada.

Un factor adicional que podría explicar las tribulaciones de Puerto Rico residiría en que no participa en la misma medida que otros estados en los programas federales, muchos de los cuales implican transferencias de rentas desde el Gobierno Federal. Recientemente un artículo de Pedro Pierluisi publicado en el New York Times, Statehood Is the Only Antidote for What Ails Puerto Rico  explicaba que, comparado con otros estados de la Unión, Puerto Rico no disfruta del mismo nivel de financiación del programa Medicaid que ofrece seguros médicos a los más pobres. Además resulta que la isla boricua ha quedado excluida del programa Obamacare. También lo está de otros programas de transferencia de rentas que aquí no detallo. Por tanto, Puerto Rico se beneficia en menor medida que otros estados de los programas federales de transferencias de rentas que pueden compensar un shock asimétrico.

El asunto se complica al parecer porque al parecer, a diferencia de otras administraciones locales de la metrópoli, el gobierno de Puerto Rico no puede declararse en bancarrota.

El problema de Puerto Rico recuerda al de otros países que están integrados en uniones monetarias en las que no existen mecanismos que permitan compensar shocks asimétricos dentro la misma. Son países usuarios de una moneda extranjera a todos los efectos que no pueden devaluar para recuperar competitividad. Sus estados además pueden llegar a situaciones de insolvencia.

Aunque pueda sorprender, Puerto Rico mantiene un superávit en su balanza comercial. Ahora bien, parece que los rendimientos de capitales foráneos provocan que la balanza por cuenta corriente se vuelva negativa. Las transferencias del Gobierno Federal consiguen compensar ese déficit y, en este sentido, la situación de Puerto Rico es más halagüeña que la de Grecia que no disfruta de transferencias de rentas tan elevadas de la Unión Europea.

¿Cabría concluir que el problema del Gobierno portorriqueño se debe a una mala gestión de su gobierno? La exención del pago de impuestos sobre los intereses de su deuda pública estimularon la inversión en estos títulos y quizás dieron un incentivo al gobierno para emitir deuda por un importe superior a lo que hubiera dictado la prudencia para una administración pública que no disfruta de soberanía monetaria.

Pero a las dificultades financieras del estado pueden añadirse una serie de factores que han jugado en contra de la economía de la isla. Durante años la isla resultó atractiva para los capitales foráneos debido a sus exenciones fiscales, el menor coste de la mano de obra, la percepción de seguridad jurídica y la posibilidad de acceder al mercado estadounidense. Parece ser que el tratado NAFTA ha desplazado parte de esa inversión a México y otros países centroamericanos eliminando las ventajas competitivas de Puerto Rico. Otros factores que explican la ruina económica de la isla que he encontrado citados en diversas fuentes incluyen el vencimiento de los incentivos fiscales a la industria farmacéutica, inversiones desacertadas en la industria de refino de petróleo o la pérdida de población cualificada que marcha a la metrópoli en busca de oportunidades profesionales más atractivas.

Llegados a este punto ¿qué soluciones tiene Puerto Rico? El citado Pierluisi abogaba por la integración de la isla en los EE.UU. como estado miembro de pleno derecho. Esto le permitiría acceder a mayores transferencias de rentas del Gobierno Federal.

Pero existe otra solución: que Puerto Rico cree su propia moneda, que podríamos denominar peso portorriqueño, respaldada por su propio banco central. Basta con que el gobierno de Puerto Rico anuncie que, a partir de determinada fecha, todos los impuestos debidos al estado se deberán saldar en pesos y que todos los pagos de partidas de gasto público se realizarán en la moneda local. El gobierno portorriqueño, bajo el principio de Lex Monetae, obligaría a redenominar su deuda en la nueva moneda. La deuda portorriqueña es emitida por una entidad del gobierno llamado Banco Gubernamental de Fomento para Puerto Rico en virtud de legislación de la propia isla. Por tanto no creo que hubiera demasiados impedimentos legales para la redenominación de la deuda de dólares de EEUU a pesos portorriqueños.

Lo que es seguro es que el Gobierno de Puerto Rico, convertido en emisor de moneda, ya siempre sería solvente. Aunque el "sentido común" indica que, al menos en los primeros meses, esa nueva divisa se depreciaría causando un perjuicio a los tenedores, si aplican las recomendaciones de Mosler y Pilkington y no obligan a los residentes a convertir sus depósitos a la nueva moneda, puede que la nueva moneda no se deprecie tanto porque los ciudadanos tendrán más dificultades para hacerse con pesos para atender el pago de sus tributos. Inicialmente habrá poca oferta de la nueva moneda y, siempre que el estado sea capaz de mantener un sistema tributario eficaz, es posible que la demanda por ella sea elevada. Por tanto podrían los inversores encontrarse con la grata sorpresa de que la nueva moneda no se depreciara tanto como sugeriría "el sentido común". En su propio interés los tenedores de deuda portorriqueña deberían exigir la creación de la nueva moneda, tienen menos que perder que con la alternativa que propondrá el FMI. En cualquier caso se enfrentan al riesgo de impago o la reestructuración. Es decir, esos acreedores van a tener que soportar pérdidas.

También es cierto que habrá que considerar el impacto negativo de los litigios que surgirían con los acreedores. Asimismo, la nueva moneda podría interrumpir algunos flujos comerciales entre la isla y la metrópoli. La desconexión con el dólar podría restarle atractivo a Puerto Rico ante algunos inversores que la ven como una puerta de entrada en los EE.UU. Pero estos serían efectos a corto plazo y, por contra, el gobierno podría acometer inversiones públicas y programas gasto social que aceleraran el desarrollo de su economía, redujera los niveles de pobreza y retuvieran a la población en la isla. Puerto Rico podría beneficiarse de una ganancia de competitividad si deja que su peso cotice libremente en los mercados de divisas.

Lamentablemente en Puerto Rico existe un situación política diabólica que impide alcanzar un acuerdo sobre su futuro. Existe un equilibrio entre los partidarios de la "estatidad" y los del mantenimiento del status quo mientras que los independentistas son minoría.

Esa indefinición y ausencia de claridad tendrá un elevado coste. Los habitantes pueden ir preparándose para lo peor. El llamado Informe Krueger, preparado por tres economistas del FMI, -Krueger, Teja y Wolfe- propone el clásico recetario neoliberal de esa institución. Consiste en la clásica combinación de reducciones de salarios, deterioro de condiciones laborales, políticas de austeridad del gasto público con las consabidas consecuencias deflacionistas que actualmente afligen a los países de la periferia europea. El plan seguramente se aplicará con el cebo de la restructuración de la deuda pública pero no resolverá ningún problema y contribuirá a una mayor devastación de la economía isleña.

Ha llegado la hora de que los habitantes de Borinquen elijan cuál debe ser su destino: la plena integración en EE.UU. o la plena independencia. Grecia, Puerto Rico y Ecuador atestiguan cómo las uniones monetarias sin una unión fiscal completa, tarde o temprano, llevan a los estados a caer en trampas financieras de difícil remedio y que causan un sufrimiento innecesario a la población.