Madre, yo al
oro me humillo,
Él es mi
amante y mi amado,
Pues de puro
enamorado
Anda continuo
amarillo.
Que pues
doblón o sencillo
Hace todo
cuanto quiero,
Poderoso
caballero
Es don
Dinero.
Nace en las
Indias honrado,
Donde el
mundo le acompaña;
Viene a morir
en España,
Y es en
Génova enterrado.
Y pues quien
le trae al lado
Es hermoso,
aunque sea fiero,
Poderoso
caballero
Es don
Dinero.
Son sus
padres principales,
Y es de
nobles descendiente,
Porque en las
venas de Oriente
Todas las
sangres son Reales.
Y pues es
quien hace iguales
Al rico y al
pordiosero,
Poderoso
caballero
Es don
Dinero.
¿A quién no
le maravilla
Ver en su
gloria, sin tasa,
Que es lo más
ruin de su casa
Doña Blanca
de Castilla?
Mas pues que
su fuerza humilla
Al cobarde y
al guerrero,
Poderoso
caballero
Es don
Dinero.
Es tanta su
majestad,
Aunque son
sus duelos hartos,
Que aun con
estar hecho cuartos
No pierde su
calidad.
Pero pues da
autoridad
Al gañán y al
jornalero,
Poderoso
caballero
Es don
Dinero.
Más valen en
cualquier tierra
(Mirad si es
harto sagaz)
Sus escudos
en la paz
Que rodelas
en la guerra.
Pues al
natural destierra
Y hace propio
al forastero,
Poderoso
caballero
Es don
Dinero.
(Francisco de Quevedo)
Quevedo escribió un famoso soneto que denigraba el dinero y
sin embargo me atrevería a decir que es una de las creaciones más sublimes del
ser humano. El dinero es unidad de cuenta que nos permite asignarle precio a
las cosas facilitando su intercambio. Sin dinero el comercio sería reducido a
un engorroso trueque. El dinero es una reserva de valor pues al contrario que
otros bienes, no se deteriora y en lugar de almacenar toneladas de grano u
otros productos perecederos, podemos guardar nuestras riquezas en forma líquida.
Nos permite saldar nuestras deudas pues la moneda de curso legal debe ser
aceptada como medio de pago. Pocas instituciones humanas cumplen tantas
funciones y son por tanto tan útiles.
Es un lugar común decir que en origen el dinero fue un metal precioso, plata u oro,
amonedado. La moneda no era más que una pieza metálica con un sello que garantizaba
la pureza y peso de la pieza. Sin embargo los reyes podían cobrarse un
señoreaje por acuñar moneda entregando monedas con un valor intrínseco inferior
al nominal. El sentido común parecía indicar por tanto que el valor de la moneda procedía de su contenido en plata u oro y que la moneda surgió de forma consuetudinaria como medio para facilitar el comercio y evitar el engorroso trueque.
Sin embargo la Aantropología y la Historia cuestionan esta visión convencional. Nuestra explicación acerca del origen del dinero parece deberse más bien a nuestra experiencia moderna. El antropólogo David Graeber piensa que el origen está en el intercambio de regalos en las primitivas sociedades agrarias. Según su punto de vista el dinero surge como una forma de reconocer una deuda y por tanto estaría más bien vinculado al desarrollo del crédito que a la función de intercambio. La primera moneda del hombre sería pues un reconocimiento de deuda, una promesa de pago en el futuro. En las sociedades primitivas no existía la moneda y todo el intercambio se basaba en promesas. Tú me das hoy una calabaza yo mañana te doy algo equivalente en grano, por ejemplo. Randall Wray describe los hallazgos de tablas con muescas encabezadas por el nombre del deudor. Estas muescas se perpendicularmente a lo largo de una línea que luego servía para partir la cuenta por la mitad de forma que cada parte, deudor y acreedor, conservaban un registro fidedigno. Al saldar su deuda el deudor aportaba su mitad que se podía cotejar con la que conservaba el acreedor.
En realidad hasta la edad moderna la moneda apenas se utilizaba para las transacciones diarias. Desde tiempos inmemoriales el comercio se ha basado en el crédito y en las obligaciones de reciprocidad. Durante el feudalismo el vasallo quedaba obligado a entregar a su señor una parte del producto de su trabajo, en realidad estaríamos hablando de un impuesto no monetario. El dinero parece que lo introdujeron los reyes como una especie de ficha o vale que reconocía una deuda. Antes que pagar a sus mercenarios o sus funcionarios con grano o aceite era más sencillo hacerlo con un título de deuda que el receptor podía utilizar en el mercado para comprar lo que necesitara. El valor de esos vales se derivaba simplemente de que el soberano los aceptaba como medio de pago de impuestos.
No hay otro modo de entender que las monedas hechas de metales de bajo valor como el hierro o el bronce hubiesen circulado en la antigüedad. De hecho el valor nominal solía ser bastante superior al del contenido en plata u oro de las monedas antiguas y por tanto su valor no podía derivarse del precio del metal sino de su uso como medio de librar el pago de impuestos. Parece ser que el uso de metales precios para acuñar moneda se debió más bien a que su escasez dificultaba la falsificación de la moneda.
La idea de que debía haber una correspondencia entre el valor nominal y el facial de la moneda es relativamente moderna y fue algo que tardó mucho en conseguir el estado moderna a costa de grandes dificultades, entre otras la obligación de acumular grandes reservas para poder estabilizar el precio del oro y de la plata y, por ende, el de la moneda. La naturaleza y la capacidad de extraer metales de la tierra limitan la cantidad disponible de plata y oro y por eso su precio podía experimentar oscilaciones salvajes. El problema de los patrones metálicos es que generan grandes problemas de escasez de moneda y así fue hasta que se pudo aumentar la producción sobre todo gracias al descubrimiento de las minas americanas de plata y oro.
Sin embargo la Aantropología y la Historia cuestionan esta visión convencional. Nuestra explicación acerca del origen del dinero parece deberse más bien a nuestra experiencia moderna. El antropólogo David Graeber piensa que el origen está en el intercambio de regalos en las primitivas sociedades agrarias. Según su punto de vista el dinero surge como una forma de reconocer una deuda y por tanto estaría más bien vinculado al desarrollo del crédito que a la función de intercambio. La primera moneda del hombre sería pues un reconocimiento de deuda, una promesa de pago en el futuro. En las sociedades primitivas no existía la moneda y todo el intercambio se basaba en promesas. Tú me das hoy una calabaza yo mañana te doy algo equivalente en grano, por ejemplo. Randall Wray describe los hallazgos de tablas con muescas encabezadas por el nombre del deudor. Estas muescas se perpendicularmente a lo largo de una línea que luego servía para partir la cuenta por la mitad de forma que cada parte, deudor y acreedor, conservaban un registro fidedigno. Al saldar su deuda el deudor aportaba su mitad que se podía cotejar con la que conservaba el acreedor.
En realidad hasta la edad moderna la moneda apenas se utilizaba para las transacciones diarias. Desde tiempos inmemoriales el comercio se ha basado en el crédito y en las obligaciones de reciprocidad. Durante el feudalismo el vasallo quedaba obligado a entregar a su señor una parte del producto de su trabajo, en realidad estaríamos hablando de un impuesto no monetario. El dinero parece que lo introdujeron los reyes como una especie de ficha o vale que reconocía una deuda. Antes que pagar a sus mercenarios o sus funcionarios con grano o aceite era más sencillo hacerlo con un título de deuda que el receptor podía utilizar en el mercado para comprar lo que necesitara. El valor de esos vales se derivaba simplemente de que el soberano los aceptaba como medio de pago de impuestos.
No hay otro modo de entender que las monedas hechas de metales de bajo valor como el hierro o el bronce hubiesen circulado en la antigüedad. De hecho el valor nominal solía ser bastante superior al del contenido en plata u oro de las monedas antiguas y por tanto su valor no podía derivarse del precio del metal sino de su uso como medio de librar el pago de impuestos. Parece ser que el uso de metales precios para acuñar moneda se debió más bien a que su escasez dificultaba la falsificación de la moneda.
La idea de que debía haber una correspondencia entre el valor nominal y el facial de la moneda es relativamente moderna y fue algo que tardó mucho en conseguir el estado moderna a costa de grandes dificultades, entre otras la obligación de acumular grandes reservas para poder estabilizar el precio del oro y de la plata y, por ende, el de la moneda. La naturaleza y la capacidad de extraer metales de la tierra limitan la cantidad disponible de plata y oro y por eso su precio podía experimentar oscilaciones salvajes. El problema de los patrones metálicos es que generan grandes problemas de escasez de moneda y así fue hasta que se pudo aumentar la producción sobre todo gracias al descubrimiento de las minas americanas de plata y oro.
El Imperio colonial
español permitió a la corona acceder a las mayores minas de plata del mundo. Entre
1500 y 1750 de México y Perú provino más del 80% de la producción mundial de
plata que osciló entre las 40.000 y las 70.000 toneladas. Durante un par de
siglos la moneda española, o más precisamente la acuñada en América, circuló
por todo el mundo en un circuito que llegaba a los centros financieros de
Flandes y Génova o a los puertos comerciales de China de donde procedían
valiosas manufacturas. Merced a la plata americana el Rey de España mantenía el
ejército más potente de Europa. Adam Smith en La Riqueza de las Naciones, explica cómo el descubrimiento de las minas del Potosí inundó Europa y el mundo de plata y describe su efecto inflacionista con un minucioso análisis de la evolución del precio de del trigo expresado en libras, chelines y peniques desde la edad media hasta el siglo XVIII. La plata del Potosí alimentó una expansión del comercio internacional sin precedentes y provocó un aumento espectacular de la demanda de manufacturas europeas. Sin esa expansión de la oferta monetaria durante los siglos XVI a XVIII quizás no se habría producido la acumulación de capital en Europa que despertó la Revolución Industrial del siglo XIX. La plata del Potosí alimentó una expansión del comercio internacional sin precedentes y provocó un aumento espectacular de la demanda de manufacturas europeas. Sin esa expansión de la oferta monetaria durante los siglos XVI a XVIII quizás no se habría producido la acumulación de capital en Europa que despertó la Revolución Industrial del siglo XIX.
Quizás haya sido el comercio internacional el causante de la convergencia entre valor intrínseco y facial de la moneda. Un extranjero no estaba obligado a pagar impuestos al soberano de otro país y por tanto no habría aceptado el valor facial impuesto por el soberano a sus súbditos. Pero la necesidad de disponer de moneda de plata u oro creaba un problema para aquellos países que carecen de minas de oro o plata. La
única forma de conseguir moneda era a través de la exportación de bienes. Un
superávit en la balanza de pagos permite a un país acumular reservas de oro y
plata. Un país que experimenta déficits prolongados agota sus reservas de oro y
plata. La carencia de moneda equivale a una contracción de la oferta monetaria
que tiene efectos depresivos severos sobre la economía. Hasta el siglo XIX no
eran infrecuentes las crisis de falta de liquidez que sumían a los países
afectados en prolongadas depresiones y deflaciones. No sorprende que el
mercantilismo fuera una política tan popular en los siglos XVIII y XIX.
Para resolver los problemas generados por la escasez de plata y oro los bancos privados y luego los bancos centrales en régimen de monopolio crearon los billetes de banco cuyo respaldo eran depósitos de plata u oro. Ese respaldo no era del 100% pues los bancos solo conservaban en sus cofres una fracción el oro o plata que respaldaba sus emisiones. Teóricamente se podían redimir los billetes de banco por monedas de plata u oro presentándolos en ventanilla pero esa convertibilidad se fue abandonando gradualmente. En el siglo XIX la escasez de moneda era acuciante y obligó a autorizar emisiones de papel moneda. Una real orden de 3 de junio de 1833 por ejemplo autorizó al Banco Español de San Fernando a duplicar el importe de billetes en circulación, limitándolo a 12 millones de reales. El bimetalismo imperante en muchos sistemas monetarios a principios del siglo y que consistía en una tasa de cambio fijada por ley para cambiar moneda de plata por moneda de oro agravaba los problemas de escasez. Si la tasa de cambio del oro por la plata fijada por ley era de 15,5 a 1 pero en el mercado internacional la tasa era de 16 a 1 era un buen negocio comprar oro a la tasa oficial y venderlo fuera. La moneda de oro se acaparaba y solo circulaba la de plata, un ejemplo del funcionamiento de la Ley de Gresham. El bimetalismo se abandonó a finales del siglo XIX y se impuso el patrón oro.
A finales del siglo XIX el Reino Unido utilizaba un patrón oro pero las necesidades de financiar la primera Guerra Mundial obligaron a ese país a abandonarlo. La guerra provocó problemas de fugas de capitales y de balanza de pagos que debieron resolverse emitiendo papel moneda. Los demás países europeos no tardaron en seguir su ejemplo. Los intentos de reintroducirlo en el período de entreguerras duraron poco pues la Gran Depresión lo hizo insostenible. Muchos culpan al patrón oro de haber agravado las consecuencias de esa crisis económica.
Tras la Segunda Guerra Mundial el acuerdo de Bretton Woods introdujo una limitada convertibilidad del oro del dólar y de las demás monedas respecto al dólar. Los bancos centrales podían intercambiar sus reservas de dólares por oro a razón de $35 la onza. En los años 60 Francia decidió cambiar sus reservas de dólares generando tensiones con EE.UU. Finalmente Nixon decidió abandonar la convertibilidad internacional del dólar en 1971 en gran parte debido a los problemas derivados de financiar la Guerra de Vietnam y de hacer frente a un creciente déficit en la balanza comercial.
El abandono del patrón oro fue saludado por Keynes quien
afirmó “nos hemos quitado un enorme peso de encima” pues “el comercio británico
recibiría un estímulo mucho más importante de lo imaginable. Es una gran
noticia para nuestros empresarios, fabricantes y desempleados que puedan
saborear la esperanza de nuevo”. Debemos sin duda celebrar que en nuestros
tiempos se ha renunciado a esa bárbara reliquia del pasado. Hoy en día solo
algunos sedicentes economistas liberales, profundamente reaccionarios, como el
economista que asesora a Mariló Montero en TVE1, Juan Ramón Rallo, defienden la vuelta al patrón oro. Mariló Montero defiende el Toro
de la Vega así que no debería sorprendernos su afición por difundir tradiciones
bárbaras.
Circulación fiduciaria
Pero si la moneda no es convertible ¿por qué confía la gente
en la moneda “de papel” creada por el estado? La respuesta tradicional es que
los agentes “se fían” del estado, de allí procede el término “moneda fiduciaria”.
Algunos recordarán que en los antiguos billetes de banco españoles aparecía la
leyenda “El Banco de España pagará al portador… X pesetas”. Era un vestigio de
cuando los billetes de banco eran convertibles en moneda metálica. Obviamente
eso era una ficción desde hacía ya muchas décadas. Hoy en día un billete de 20
euros vale lo que dice el Banco Central Europeo que vale. Pero intrínsecamente
nuestro dinero no vale nada. El dinero es simplemente un título que nos reconoce
un derecho sobre futuros flujos de ingresos.
Si el dinero no vale nada ¿por qué no se deprecia hasta
disolverse triturado en un proceso inflacionista? De hecho se han dado períodos
de inflación muy elevada tras el abandono del patrón oro. La hiperinflación
alemana del año 23 o la de algunos países latinoamericanos de los años 80 son
célebres. Sin embargo los bancos centrales cuando están bien gestionados regulan
el crecimiento de la oferta monetaria de forma moderada para asegurar el
cumplimiento de un objetivo de inflación moderada.
Teoría monetaria moderna
Entender que el estado no solo regula la oferta monetaria
sino que además crea el dinero tiene consecuencias potencialmente
revolucionarias. Si el estado quisiera, podría acabar con el desempleo. ¿Cómo?
Comprando los servicios y contratando los trabajadores que el sector privado no
quiere adquirir. ¿Y cómo lo podría pagar? Con dinero que crea el estado. Las
únicas restricciones a las que se enfrenta el estado son la inflación y los
arreglos institucionales. Por ejemplo, el estado español no puede hacerlo pues
hace más de 10 años renunció a su soberanía monetaria.
La teoría monetaria moderna o neochartalismo postula que, puesto
que el estado crea el dinero, su capacidad de compra es ilimitada y además el
estado nunca puede ser insolvente. Además los neochartalistas describen y
explican los flujos y relaciones entre los balances de los distintos agentes económicos.
He creado este blog para dar un repaso a la teoría monetaria moderna y
divulgarla.
En España y Europa padecemos una tasa innecesariamente
elevada de desempleo y sufrimiento para la población. Opino que las causas se
derivan en gran parte de nuestras instituciones y políticas monetarias. La
teoría monetaria moderna puede ayudar a quitarnos las legañas de los ojos y
entender que otra política es posible. En las próximas entradas de este blog
iré describiendo mis reflexiones sobre el neochartalismo y dando a conocer el
trabajo de algunos de sus precursores y proponentes como Georg Friedrich Knapp, Alfred Mitchell-Innes, Hyman
Minsky, Randall Wray o Wynne Godley.
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