En su libro El Dilema.
600 días de vértigo el presidente José Luis Rodríguez Zapatero narra como
en una de las cumbres europeas convocadas para discutir la crisis griega, «el
texto se fraguaba en reuniones reducidas, en las que estaban habitualmente
representadas Alemania, Grecia, Francia, la Comisión Europea, el Presidente del
Consejo y, en algunos casos, el presidente del BCE. El grueso de los gobiernos
esperábamos pacientemente los resultados de este singular método de trabajo,
que era el habitual (…) antes de las reuniones formales del Consejo (…).»
Sorprende que Zapatero no pudiera extraer más conclusiones
de esta experiencia. ¿Por qué un gobernante español que descubre sorprendido que
su poder en Europa es escaso se resigna a ello? Siempre que se habla del eje
franco-alemán como motor de Europa da la impresión de que muchos comentaristas
ven en él un virtuoso duunvirato capaz de tomar desinteresadamente las mejores
decisiones por el bien común de nuestra cada vez más perfecta unión. Pero al
contemplar el marasmo económico en el que está sumida la Europa actual uno empieza
a preguntarse si la gobernanza económica de la Zona Euro no habría sido más acertada si los demás dirigentes
nacionales hubiesen mostrado más coraje en la defensa de sus intereses. En El Príncipe Nicolás Maquiavelo lanza la
siguiente admonición: «aquellos príncipes nuestros que, después de haber
ocupado algunos Estados por muchos años los perdieron, acusen de ello a su
cobardía y no a la fortuna».
Siempre se puede encontrar en Maquiavelo una cita feliz para
comentar cuestiones políticas. Antonio Estella, Catedrático Jean Monnet “ad personam” de Gobernanza
Económica Global y Europea de la Universidad Carlos III, recurre al pensador florentino iniciando su
nuevo libro España y Europa hacia una
nueva relación con un bello recordatorio
al primero que trató la política como una ciencia despojándola de prejuicios
morales.
Estella nos invita en su ensayo a indagar precisamente sobre
los problemas de gobernanza de Europa y de la zona euro que encerraron a
Zapatero en su “dilema” desde un prisma más “maquiavélico”. Las élites
españolas han visto nuestro ingreso en
el club europeo como un valor en sí mismo, garantía de democracia y modernidad para un país con una
historia trágica. Quizás nos convendría corregir esta visión ingenua partiendo de un
mejor entendimiento de cómo se reparte realmente el poder en Europa.
Estella describe una línea imaginaria trazada desde Londres
hasta Atenas que divide Europa en dos mitades: al Norte los países acreedores;
al sur los deudores. A éstos aquéllos les han impuesto una política de ajuste
basada en la “consolidación fiscal” y la “devaluación interna”. El reparto de
las cargas de la crisis dentro de la zona Euro ha sido asimétrico en detrimento
de los países a este lado de la línea.
Para Estella éste es el desenlace ineluctable de un
“triángulo institucional de la muerte” que gobierna la moneda única y cuyos
vértices son el Pacto de Estabilidad y Crecimiento (PEC), el mandato del Banco
Central Europeo (BCE) y la regla “no
bail-out”. El primero obliga a los estados a un rigor presupuestario que ha
demostrado potentes efectos procíclicos en esta crisis económica. El segundo
impide al BCE actuar como prestamista de última instancia e introduce un sesgo
antiinflacionista en la política monetaria. El tercero, implantado para evitar
el “riesgo moral” que incentive que un país se endeude excesivamente, ha
dificultado la estructuración de mecanismos de rescate.
¿Cómo es posible que nuestra UE, cuyos textos fundacionales
proclaman en sus proemios altos ideales democráticos y de solidaridad haya
podido imponer una solución para la crisis tan asimétrica y, a la postre,
nefasta para Europa?
Estella se cuestiona el carácter realmente democrático de la
UE. Un principio clásico de la democracia es “un hombre, un voto” pero el autor plantea que el rector de Europa es
el de “un euro, un voto”. Formalmente
la representación de los estados en las instituciones de la Unión Europea (UE)
guarda una proporcionalidad con su población. Pero también se puede establecer
una cierta relación entre la aportación económica de los estados y su peso en
las instituciones que distorsionan ese principio de “un euro, un voto”. Determinadas
decisiones requieren de unanimidad o mayorías reforzadas, sobre todo cuando se
trata de decidir sobre asignaciones de recursos. Estella cita los casos de la
morosa aprobación del Mecanismo de Estabilidad Europeo o el opaco método de designación del presidente
del Banco Central Europeo. Creemos que esta hipótesis merecería más
investigación para dotar de mayores evidencias a un argumento central del ensayo
de Estella, pero las confesiones de Zapatero la avalarían.
Si el problema es que la perversión de la regla democrática ha
conducido a ajustes asimétricos ¿podría evitarlo en el futuro un
fortalecimiento de los mecanismos representativos? Estella lo duda pues el
problema no es de democracia sino de reparto de poder. Llama la atención el
hecho de que la contribución por habitante al presupuesto de la UE es más
elevada precisamente para aquellos países que han propugnado la consolidación
fiscal, las reformas estructurales y la “devaluación” interna para los países
periféricos. Las poblaciones de esos estados se han mostrado hostiles a que sus
gobiernos paguen las consecuencias de la crisis con mayores aportaciones a la
UE y a los estados rescatados.
Estella nos provoca en este punto con la propuesta de que todos
los países hagan la misma aportación per cápita a la UE. En un campo de juego
igualado los estados que ahora son contribuyentes netos no se resistirían a la supresión
de
las reglas de unanimidad y mayorías reforzadas
que han jugado en contra de nuestros intereses.
Antonio Estella invita a repensar la relación entre España y
la UE. Es verdad que en sus inicios la integración de España en las Comunidades
Europeas fue una historia de éxito. Sin embargo la entrada en la moneda común
pavimentó el camino hacia el endeudamiento excesivo del sector privado y
culminó con la imposición de las políticas de rigor presupuestario. El autor
propone un modelo alternativo de relación entre España y la UE menos “ingenuo”
y más pragmático, seleccionando “a la carta” las cooperaciones reforzadas y que
se ajusten mejor a nuestros intereses, potenciando por ejemplo nuestra relación
con América Latina, o aplicando una política industrial que ha brillado por su
ausencia en las dos últimas décadas. Plantea incluso el escenario de una salida
del euro para evitar los problemas de su sobrevaloración que nos restan competitividad.
Para uno de los padres fundadores de las Comunidades
Europeas, Jean Monnet, cada decisión debería crear un problema que obligará a
tomar una nueva decisión hacia adelante. Este criterio funcionalista hacia el
federalismo ya no parece eficaz; quizás se haya agotado el recorrido hacia una
unión cada vez más perfecta o quizás haya que buscar otro método. España y Europa hacia una nueva relación es una obra oportuna y necesaria que nos
abstrae de la vorágine en la que nos ha sumergido la búsqueda de respuestas a
la crisis social, política y económica de nuestro país y nos obliga a pensar en
sus causas jurídicas e institucionales.
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