Ni brotes
verdes, ni raíces vigorosas ni capullos en flor: la economía europea se hunde
en la deflación y con ella arrastra a la española. Recientemente hemos conocido
las estadísticas de exportaciones y éstas han vuelto a caer en agosto un 2,6%
respecto al año anterior. El dato es desalentador en sí pero también es un
serio toque de atención porque supone una impugnación de toda la política
económica propugnada por Bruselas fielmente aplicada por el Sr. Rajoy.
Cuando se
inició la crisis, allá por 2008, se fraguó un consenso internacional sobre la
necesidad de aplicar políticas expansivas de corte keynesiano para sacar a las
economías de las garras de una gran depresión como la del año 29. De hecho la
crisis fue profundísima y su impacto en el comercio exterior fue notable. Sin
embargo las medidas de estímulo implantadas por los gobiernos europeos y EE.UU.
de forma coordinada permitieron que en 2010 y 2011 las exportaciones españolas
crecieran a un buen ritmo incluso a tasas cercanas al 19% interanual.
Este ciclo se
agotó cuando Bruselas, Merkel y Sarkozy hicieron un diagnóstico erróneo de la
crisis de deuda soberana griega achacándola a problemas estructurales y a un
gasto público excesivo que, por extensión, (no en vano España se ubicaba entre
los países PIGS), debían acometerse en nuestro país. No quisieron ver que el
ataque contra nuestra deuda soberana no tenía nada que ver con nuestros niveles
de endeudamiento (muy bajos) ni con nuestro gasto público sino con un nefasto
diseño de las instituciones que gobiernan el euro. En 2011 esta visión de los
países acreedores se impuso así como su nefasta receta: grandes dosis de
austeridad sazonada de medidas de liberalización del mercado de trabajo, a
cuyas instituciones se achacaron las elevadas tasas de desempleo. Se postulaba
desde Bruselas en aquella época que la salida para la crisis española eran un
potaje con los ingredientes de la “consolidación fiscal” es decir, los recortes
de gasto público para reducir la deuda, y la “devaluación interna”, es decir,
bajar los salarios a la clase trabajadora para que la economía fuera más
competitiva y crecieran las exportaciones. Este brebaje tóxico fue literalmente
impuesto de forma chantajista por el Sr. Tritchet, a la sazón presidente del
Banco Central Europeo, cuya célebre carta ha sido recientemente publicada por
Zapatero en su libro El Dilema. 600 Días de Vértigo. Nadie en Bruselas quiso
ver que la nube tóxica que dejó el estallido de la burbuja inmobiliaria venía en parte por un exceso de ahorro alemán y no solo de nuestro vicio nacional por el ladrillo destructor de paisajes (ver mi artículo al respecto en
(http://chartalismo.blogspot.com.es/2014/09/hazle-un-favor-tu-vecino-monta-una.html
).
Pues bien,
tres años después somos testigos de las consecuencias de esta dieta: la demanda
se ha hundido en toda Europa hasta llevarnos a una depresión que ya es peor y
más duradera que la terrible Gran Depresión de los años 30. Al hundirse la
demanda en toda Europa nuestras exportaciones caen y por tanto aumenta nuestro
déficit en la balanza comercial. Esto no permite mejorar nuestra posición de
deuda externa. Además, pese, o mejor dicho, gracias a las medidas de
austeridad la deuda pública en nuestro país ha alcanzado ya casi el 100% del
PIB.
Somos muchos los que
advertimos de que esto era exactamente lo que ocurriría, no solo quien estas
líneas suscribe sino también grandes economistas como Paul Krugman, Richard
Koo, Stieglitz, José Carlos Díez, Paul De Grauwe, etc…. En vez de escucharnos
nos llamaron Casandras, cenizos, aguafiestas y agoreros. Richard Koo, quien ha
descrito muy bien la crisis de balance de Japón durante los años 90, explica
que cuando a una burbuja especulativa le sucede la crisis los agentes económicas
tratan de reducir su endeudamiento. Si en el sector privado todos, hogares y
empresas, tratan de hacerlo a la vez caen las rentas y nadie consigue reducir
su nivel de endeudamiento. Es necesario que otro sector, ora el exterior, ora
el público, asuma una parte de esa deuda para facilitarle su desapalancamiento.
En su terquedad Merkel
no quiso oír hablar de otras propuestas como las de estimular la inversión
pública en su país para reducir el obsceno superávit comercial alemán o
mutualizar parte de la deuda soberana europea. Hubiera sido más acertado ayudar a
España permitiendo que exportara más y que el sector público no recortara sus
gastos de forma drástica. Hoy las bolsas recompensan nuestra “virtud” con
fuertes caídas en todo el mundo y un repunte de nuestra prima de riesgo que delatan la preocupación por una balanza por
cuenta corriente que no deja de deteriorarse, elevadas tasas de desempleo y empobrecimiento de aquí a la eternidad.
En toda la prensa económica y en los bancos centrales de EE.UU. y Reino Unido
ya se señala a Europa como la causante de la tercera recesión. Sin embargo
Merkel hoy vuelve a insistir en que los países de la zona Euro deben mantenerse
en al senda de la austeridad… hasta caer por el abismo. Esta mujer recuerda a Nerón tocando
la lira mientras arde Roma.
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