Villaviciosa de Odón, a 31 de agosto de 2015.
La economía real está inextricablemente unida a la economía financiera. Cuando un país exporta más bienes y servicios de los que importa del resto del mundo, la diferencia se tiene que financiar de alguna manera. Por eso, un superávit comercial siempre irá acompañado de un flujo financiero.
El ahorro macroeconómico alemán podía haberse destinado a inversiones dentro del país pero los bancos germanos encontraron más lucrativas las que ofrecía la periferia europea. Parte de la financiación de nuestra burbuja inmobiliaria de principios de siglo provino precisamente del Norte de Europa. Los superávit comerciales alemanes, siguiendo la senda marcada por el flujo de capitales, encontraron su acomodo en los déficits meridionales. De resultas, durante la última década, Alemania ha acumulado una posición financiera neta respecto al resto del mundo gigantesca y que alcanza ya 1,1 billones de euros. El epílogo, en forma de tragedia griega y tragicomedia ibérica, es sobradamente conocido.
Muchos economistas han observado que una de las soluciones a la crisis de la Eurozona pasa, bien por exigir un aumento de la demanda en Alemania que reduzca su dependencia de las exportaciones, bien por unas transferencias de rentas a los países deficitarios que permitan reducir la carga de su deuda. Tarde o temprano una solución de este tipo será necesario pero, por ahora, Merkel y Schäuble prefieren reprochar a sus socios que no hayan hecho “sus deberes”.
Comentando esta situación con un colega, éste me advirtió que la situación de Alemania respecto a la del resto de Europa tiene una cierta analogía con la de Cataluña respecto al resto de España. Cataluña, tiene un importante superávit comercial con el resto de España dentro de la misma zona monetaria. Sin embargo, hay una diferencia crítica: el déficit comercial de la periferia europea se ha financiado con préstamos procedentes del Norte, deudas que han crecido hasta la insostenibilidad; Cataluña financia su superávit comercial con transferencias de rentas. Por consiguiente, el superávit comercial catalán es sostenible. Esas transferencias netas no son otra cosa que la famosa balanza fiscal, motivo de acrimoniosos lamentos de los políticos catalanes.
La relación entre déficit fiscal y comercial se puede demostrar conceptual y empíricamente. Podemos segregar cualquier economía en sectores y construir un balance consolidado para cada uno de ellos. Por ejemplo, podemos distinguir entre un sector exterior; un sector gobierno; y un sector privado, que abarcaría a hogares y empresas. Entre estos sectores se producen unos flujos financieros de tal forma que, si uno consigue un ahorro neto positivo, otro u otros tienen que generar un ahorro neto negativo. Ésta es una identidad contable que fue advertida por economistas postkeynesianos como Wynne Godley. Por tanto, si un territorio mantiene un superávit comercial, otro sector institucional de ese mismo país, ora el privado, ora el público, forzosamente está aportando el ahorro que lo financia[1].
Tabla 1. PIB per cápita y balanzas fiscales del ejercicio
2012. Obsérvese que los signos están cambiados en la tabla de forma que un
superávit fiscal se muestra con un signo negativo y viceversa. Fuente: Informe
sobre la dimensión territorial de la actuación de las Administraciones
Públicas, Ejercicio 2012. Ministerio de Hacienda y Administraciones Públicas.
Julio de 2015.
Publicado en el blog Alternativas el 23 de septiembre de 2015
La eterna crisis de la Eurozona tiene una de sus causas en los desequilibrios comerciales que han generado dos Europas: la de los acreedores y la de los deudores. Éstos, menos competitivos, sostienen un déficit comercial frente a aquéllos que muestran robustos superávits a cuya cabeza se encuentra Alemania. Todos los años la economía germana produce bienes y servicios por un valor superior a lo que sus propios ciudadanos, empresas y gobiernos son capaces de consumir. Esa diferencia se valora en 220 mil millones de euros, el 7% de su PIB.
La eterna crisis de la Eurozona tiene una de sus causas en los desequilibrios comerciales que han generado dos Europas: la de los acreedores y la de los deudores. Éstos, menos competitivos, sostienen un déficit comercial frente a aquéllos que muestran robustos superávits a cuya cabeza se encuentra Alemania. Todos los años la economía germana produce bienes y servicios por un valor superior a lo que sus propios ciudadanos, empresas y gobiernos son capaces de consumir. Esa diferencia se valora en 220 mil millones de euros, el 7% de su PIB.
Las reformas introducidas por
el gobierno de Gerhard Schröder, que perseguían convertir a Alemania en un país
übercompetitivo, consiguieron
congelar el crecimiento de los salarios del alemán medio durante cerca de dos
décadas. La represión del consumo privado también desincentivó la inversión
privada, situación agravada porque el país tiene una de las tasas de inversión pública
más bajas entre los de la OCDE. Sólo gracias a un modelo de crecimiento basado
en la exportación la economía alemana consiguió mantener el empleo.
Ilustración 1. Evolución
de los costes laborales unitarios desde 1999 para varios países seleccionados.
Elaboración propia a partir de datos publicados por la OCDE.
La economía real está inextricablemente unida a la economía financiera. Cuando un país exporta más bienes y servicios de los que importa del resto del mundo, la diferencia se tiene que financiar de alguna manera. Por eso, un superávit comercial siempre irá acompañado de un flujo financiero.
El ahorro macroeconómico alemán podía haberse destinado a inversiones dentro del país pero los bancos germanos encontraron más lucrativas las que ofrecía la periferia europea. Parte de la financiación de nuestra burbuja inmobiliaria de principios de siglo provino precisamente del Norte de Europa. Los superávit comerciales alemanes, siguiendo la senda marcada por el flujo de capitales, encontraron su acomodo en los déficits meridionales. De resultas, durante la última década, Alemania ha acumulado una posición financiera neta respecto al resto del mundo gigantesca y que alcanza ya 1,1 billones de euros. El epílogo, en forma de tragedia griega y tragicomedia ibérica, es sobradamente conocido.
Muchos economistas han observado que una de las soluciones a la crisis de la Eurozona pasa, bien por exigir un aumento de la demanda en Alemania que reduzca su dependencia de las exportaciones, bien por unas transferencias de rentas a los países deficitarios que permitan reducir la carga de su deuda. Tarde o temprano una solución de este tipo será necesario pero, por ahora, Merkel y Schäuble prefieren reprochar a sus socios que no hayan hecho “sus deberes”.
Comentando esta situación con un colega, éste me advirtió que la situación de Alemania respecto a la del resto de Europa tiene una cierta analogía con la de Cataluña respecto al resto de España. Cataluña, tiene un importante superávit comercial con el resto de España dentro de la misma zona monetaria. Sin embargo, hay una diferencia crítica: el déficit comercial de la periferia europea se ha financiado con préstamos procedentes del Norte, deudas que han crecido hasta la insostenibilidad; Cataluña financia su superávit comercial con transferencias de rentas. Por consiguiente, el superávit comercial catalán es sostenible. Esas transferencias netas no son otra cosa que la famosa balanza fiscal, motivo de acrimoniosos lamentos de los políticos catalanes.
La relación entre déficit fiscal y comercial se puede demostrar conceptual y empíricamente. Podemos segregar cualquier economía en sectores y construir un balance consolidado para cada uno de ellos. Por ejemplo, podemos distinguir entre un sector exterior; un sector gobierno; y un sector privado, que abarcaría a hogares y empresas. Entre estos sectores se producen unos flujos financieros de tal forma que, si uno consigue un ahorro neto positivo, otro u otros tienen que generar un ahorro neto negativo. Ésta es una identidad contable que fue advertida por economistas postkeynesianos como Wynne Godley. Por tanto, si un territorio mantiene un superávit comercial, otro sector institucional de ese mismo país, ora el privado, ora el público, forzosamente está aportando el ahorro que lo financia[1].
Según el informe Interreg[i] Cataluña exportó en el año 2012 bienes por valor de 43.930 millones de euros al resto de España. A cambió, sus compras del resto de España ascendieron a 25.091 millones, es decir, obtuvo un saldo positivo de 18.839 millones. ¿Quién financia ese saldo comercial? Forzosamente ha de ser el ahorro del sector privado o el del sector público.
El análisis de las balanzas fiscales autonómicas es complejo y genera animadas discusiones metodológicas entre Madrid y Barcelona. Es difícil saber si un determinado gasto del estado corresponde a una región u otra. Por ejemplo, la construcción de una autovía desde Madrid a Barcelona beneficia a Madrid, Castilla y León, Aragón y Cataluña, pero ¿cómo se distribuiría el gasto entre estas cuatro comunidades? Sin entrar en esta interesante discusión metodológica he optado por seleccionar uno de los cálculos que facilita el Ministerio de Hacienda, el llamado saldo fiscal “no neutralizado”.
El Ministerio de Hacienda publica cada cierto tiempo unas estimaciones de estos saldos fiscales por comunidades autónomas. He incluido en la columna (3) de la tabla siguiente el cálculo realizado para el ejercicio 2012. En ese año las administraciones públicas generaron un déficit fiscal por valor de 38,8 mil millones de euros. Sin embargo, en algunas comunidades autónomas, el gasto total del estado fue menor de lo que recaudó, es decir, en ellas las administraciones públicas experimentaron un superávit fiscal. Ésos
fueron los casos de Madrid, Cataluña y Baleares.
Podemos imaginar varios mecanismos por los que una reducción
de un superávit fiscal resultaría en un menor superávit comercial. Supongamos que una región consiguiera menguar
el saldo fiscal mediante una reducción de los tipos impositivos en ese
territorio sin una reducción equivalente del gasto público. En este caso, la
renta disponible de los habitantes de esa región aumentaría y, por
consiguiente, también podría hacerlo su consumo. Una mayor parte de la
producción de la región no sería destinada a la exportación sino que se
quedaría en casa. Pero no podemos asumir necesariamente que la causalidad vaya
del saldo fiscal al saldo comercial. Puede ocurrir a la inversa. Una reducción
de las exportaciones puede producir una caída de las ventas de las empresas y
por tanto un aumento del desempleo. No es difícil entender que estos fenómenos
provocarían caídas en la recaudación de impuestos y un aumento del gasto
público en concepto de ayudas al desempleo. Lo que es seguro es que, si la
brecha fiscal de las regiones superavitarias con el resto de España se cierra,
también lo hará la comercial; a no ser que el sector privado estuviera
dispuesto a aumentar su ahorro.
Una reducción del superávit fiscal podría ser negativo si se
asocia con una caída de las exportaciones que no se viera compensada con un aumento
equivalente de la demanda dentro de la región. Los políticos nacionalistas
catalanes podrían llevarse un chasco si, prometiendo el fin del superávit
fiscal, consiguieran un aumento del desempleo en Cataluña en lugar de una
mejora en los niveles de vida. No sería raro que así ocurriera pues los
aumentos de renta disponible no se trasladan en su integridad al consumo y los
políticos podrían decidir no aumentar el gasto público en la medida suficiente
como para compensar la caída en la demanda efectiva. Podría ocurrir que un
aumento de la renta disponible de los catalanes llevara a un aumento inicial
del ahorro y que, por tanto, la caída de las exportaciones fuera mayor que el aumento
del consumo de los hogares y el gasto público. La consecuencia podría ser que
los empresarios decidieran reducir la inversión, la producción y el empleo al
año siguiente.
La queja nacionalista sobre las balanzas fiscales no está
exenta de justificación. Frente a la visión mercantilista que hoy impera, hay
que reconocer que las exportaciones son un coste y las importaciones un
beneficio. Imaginemos a unos trabajadores que han pasado horas montando un
coche en su planta de Badalona para destinarlo a la exportación a Sevilla. ¿Qué
ha recibido a cambio Cataluña? En términos reales nada; ese automóvil exportado
es la contrapartida a una transferencia fiscal. En cambio, la región importadora
está disfrutando de un excelente vehículo sin haber dedicado recursos a su
producción. Desde ese punto de vista
cabe concluir que lo deseable es que ese doble superávit interregional —fiscal
y comercial— se cerrara con el tiempo. El reto está en conseguirlo sin dejar a
los trabajadores catalanes y madrileños en el paro.
En un país con un elevado grado de integración económica la
peor manera de cerrarlo es reduciendo las exportaciones de bienes y servicios
catalanes. Parece más inteligente aumentar el nivel de vida de los catalanes
por otra vía que no sea una mera reducción de sus transferencias netas al resto
de España vía impuestos. Para este propósito habría que conseguir una
convergencia real de los niveles de vida en todo el estado recurriendo a un
instrumento de política económica abandonado desde que el neoliberalismo impuso
su dominio ideológico: me refiero a la política industrial. Una política de
desarrollo industrial de las regiones más atrasadas aumentaría sus niveles de
rentas, una reducción de su déficit fiscal y un aumento de sus exportaciones a
Cataluña y Madrid. Entonces los ciudadanos de estas comunidades autónomas
experimentarían una mejoría de sus niveles de vida gracias al consumo de bienes
y servicios producidos en otras partes de España.
Las economías que basan su crecimiento en un superávit comercial
están introduciendo un sesgo deflacionista en la economía mundial. La razón es
que sus socios, que padecen prolongados déficits comerciales, acaban acumulando
fuertes niveles de endeudamiento. Cuando estos se tornan insostenibles deben
soportar el coste de la corrección ya sea reduciendo sus déficits fiscales, ya
sea devaluando sus monedas. Cuando un país no puede devaluar su moneda el peso
del ajuste recae aún más pesadamente sobre los presupuestos públicos. Una
política más solidaria llevaría a las naciones superavitarias a compartir el
coste del ajuste aumentando su gasto público o incentivando la demanda privada.
Esto facilitaría a los países con problemas de balanza de pagos afrontar el
ajuste y, de paso, mejoraría el nivel de vida de los ciudadanos de todos los
países. La economía no es un juego suma cero.
[1]. Una de las ecuaciones más
hermosas de la economía es
(S-I)+(T-G)+(M-X)=0.
La
ecuación es muy sencilla de comprender. Primero entendamos lo que significan
los símbolos usados en la ecuación. “S” (inicial del inglés “Savings”), es el
ahorro del sector privado, es decir, lo que le queda al sector privado de su
renta después de emplear pare de ella en consumo. “I” significa inversión de
los empresarios —compras de maquinaria y otro equipamiento y aumentos de las existencias
en sus almacenes. “T” (inicial del inglés “Taxes”) representa los ingresos
fiscales del gobierno y “G” el gasto público. “M” representa las importaciones
y “X” las exportaciones.
La
expresión (S-I) dice que el ahorro neto del sector privado, una vez deducidas
las inversiones, deja un residuo que es la capacidad o necesidad de
financiación que tienen hogares y empresas respecto a otros sectores. Si el
ahorro es mayor que la inversión, el sector privado estará dando préstamos al
gobierno o al resto del mundo. La expresión (T-G), los impuestos menos los
gastos, no es más que el déficit o el superávit del estado. Si el gobierno
tiene déficit estará emitiendo deuda pública que los otros sectores habrán
aceptado como un instrumento de colocación de su ahorro positivo neto.
Finalmente (M-X) es el saldo comercial con el resto del mundo. Si el resto del
mundo nos vende más mercancías de las que le compramos, es decir, si M>X,
entonces estaremos recibiendo préstamos del extranjero; y viceversa. Por
identidad contable los saldos netos de cada sector tienen que sumar cero.
[i]
Informe trimestral sobre el comercio interregional de España. Intereg. http://www.c-intereg.es/informe_trimestral_cintereg_12_2013.pdf