Hace 100 años nacía Hyman Minsky un economista poskeynesiano que destacó por su estudio de la banca. Hyman Minsky desarrolló
en su obra, Estabilizando una economía
inestable, su tesis de la inestabilidad financiera (Minsky, 2008). Este economista
pensaba que en la estabilidad se sembraban las semillas de la futura
inestabilidad. Las instituciones creadas en la posguerra que habían limitado el
desarrollo del negocio bancario generaron un período de gran estabilidad
financiera. Paradójicamente, lejos de reforzar la creencia en la utilidad de
este entramado institucional, la estabilidad financiera generó una falsa
sensación de seguridad que cuestionaba la necesidad de una reglamentación tan
prolija. La tesis de la inestabilidad financiera de Minsky plantea que,
paradójicamente, estas instituciones destinadas a crear una mayor seguridad en
el negocio bancario, han contribuido a validar los comportamientos
irresponsables en los que los bancos incurrieron en el pasado. Si un banco
actúa de forma imprudente pero tiene la garantía de que, finalmente el estado,
le sacará las castañas del fuego, entonces sus gestores tienen incentivos en
probar estrategias de crecimiento de su rentabilidad más arriesgadas. Las
intervenciones de los gobiernos rescatando a las entidades financieras tienen
el peligro de fomentar el riesgo moral que se deriva del hecho de que las
decisiones temerarias de los gestores resultaban en una privatización de los
beneficios cuando las jugadas salían bien pero las pérdidas se socializaban
gracias a las intervenciones del banco central y los fondos de garantía de
depósitos cada vez que el sector financiero generaba una crisis. De esta forma
se promovieron comportamientos cada vez más irresponsables entre los gestores
bancarios.
El banco central paga los
platos rotos en cada crisis bancaria. Una vez saneado el sistema bancario,
normalmente con abundantes aportaciones de dinero público, los gerentes de los
bancos suelen actuar con alguna prudencia al principio pero, en cuanto el
mercado se calienta, vuelven a incurrir en comportamientos arriesgados y no
tardan en aparecen nuevos productos financieros innovadores difíciles de entender
para los propios banqueros, ya no digamos el supervisor bancario. Sin embargo,
cuanto más aparentemente estable es un sistema financiero más fácil es que los
responsables de la gobernanza económica caigan en la autocomplacencia. Si el
banco central y el FGD consiguen que las crisis bancarias sean menos graves
gracias a sus actuaciones y a la reglamentación, después de un tiempo entre los
gobernantes y banqueros quedará la sensación de que el sistema es intrínsecamente
estable y no necesita tanta normativa. Entre los años 70 y 90 el consenso entre
los responsables de la gobernanza económica fue con el apoyo de las actuaciones
de los bancos centrales el sistema tenía capacidad de autorregularse. La
confianza en la autorregulación hacía que la legislación y la reglamentación de
los supervisores se hubiesen vuelto aparentemente innecesarias. Los
legisladores acabarían por aceptar la liberalización del sector financiero ya
que la ausencia de crisis financieras les induciría a pensar que la normativa
es excesivamente estricta. En la doctrina económica neoliberal dominante a
partir de los años 70 la liberalización se vendía como un mecanismo de
asignación más eficiente de recursos que favorecería el crecimiento económico.
La utilidad de las
instituciones y la reglamentación conservadoras que había limitado el
crecimiento del negocio bancario y otorgado una cierta estabilidad a los
sistemas financieros en la mayoría de los países occidentales durante los años
posteriores a la Segunda Guerra Mundial empezó a ser cuestionada. Como dijo
Reagan en su discurso inaugural como presidente de los EEUU «el
Gobierno no es la solución de nuestro problema; el Gobierno es el problema». EEUU, que había introducido una normativa muy
restrictiva gracias a las lecciones aprendidas durante la Gran Depresión,
inició el desmoronamiento de las murallas impuestas al negocio bancario. La ley
Glass-Steagall —que había restringido el crecimiento del tamaño de los bancos
limitando el ámbito de muchos de ellos al ámbito local o estatal, había
introducido una separación entre banca de depósitos y banca de inversión y
había impedido la colusión de intereses entre grupos industriales y banca al
prohibir a los bancos la participación en los consejos de administración de
empresas industriales, comerciales y de servicios— fue gradualmente
desmantelada hasta ser abolida durante la presidencia de Clinton en los años
90. Muchos atribuyen a esta reforma del sector financiero los comportamientos
temerarios que llevaron a la CFG.