Cita de Roosevelt

"Ningún país, sin importar su riqueza, puede permitirse el derroche de sus recursos humanos. La desmoralización causada por el desempleo masivo es nuestra mayor extravagancia. Moralmente es la mayor amenaza a nuestro orden social" (Franklin Delano Roosevelt)

sábado, 14 de julio de 2018

No existe el dinero de los contribuyentes


14 de julio de 2018
Hay una célebre frase de Margaret Thatcher repetida hasta la saciedad por los neoliberales:

“No olvidemos nunca esta verdad fundamental: el Estado no tiene más dinero que el dinero que las personas ganan por sí mismas y para sí mimas. Si el Estado quiere gastar más dinero, solo puede hacerlo endeudando tus ahorros o aumentando tus impuestos. No es correcto pensar que alguien lo pagará. Ese “alguien” eres tú. No hay dinero púbico, solo hay dinero de los contribuyentes.”


Esta frase suele acompañarse de imágenes de la antigua primera ministra británica con su característico peinado y forma parte de la hagiografía de la promotora del neoliberalismo intransigente en el Reino Unido. La frase es rotundamente falsa pero, entretengámonos llevándola hasta sus últimas consecuencias.



La idea fundamental que subyace a la frase es que el Estado debe financiarse de algún modo sacándole los cuartos al sector privado, ese dinero que han ganado con su esfuerzo. No hay dinero público, solo dinero de los contribuyentes. ¿En serio?
Supongamos que solo haya dinero de los contribuyentes. ¿Cómo podría eso funcionar en la realidad? Supongamos que me tomara una consumición en el bar de usted y pudiera pagarle con mi propio dinero, es decir con un reconocimiento de deuda. Algo parecido a esto:

“Por la presente, yo D. Stuart Medina reconozco que debo el importe equivalente a dos cervezas D. Mengano de Cual.”

Es posible que D. Mengano aceptase tal dinero. Pero difícilmente lo considerará un pago definitivo. Efectivamente podría pasarme al día siguiente y ofrecerle al dueño de bar unos servicios de valor equivalente —digamos unas horas ayudándolo a organizar su contabilidad—pero lo más probable es que preferiría que le pagase en efectivo, con monedas y billetes, para saldar la deuda de forma definitiva. ¿Por qué?
Supongamos que D. Mengano tiene que pagar a sus proveedores de botellas de cerveza y tiene la osadía de intentar pagar con el pagaré que yo le he entregado. Lo más probable es que el proveedor reaccione indignado y lo rechace. Probablemente le dirá algo así como “¡a mí me pagas en dinero y no con papelitos de tus clientes! ¿Quién ese Stuart Medina?”. No cuesta entender la causa: ese proveedor no me conoce y no se fiaría de mi capacidad de honrar mi deuda en el futuro.
El dinero es deuda pero no todas las deudas son dinero. Para que lo sea el deudor tiene que disfrutar del crédito generalizado de toda la población. Yo y probablemente usted, querido lector, no lo tenemos. Así pues es altamente improbable que usted y yo creemos dinero salvo que seamos falsificadores de moneda. Por mucho que Thatcher loase la iniciativa privada eso es un delito y no creo que Thatcher considerara que el dinero de los contribuyentes fuese moneda falsificada.
Descartadas las personas físicas, consideremos otra alternativa. ¿Y si las empresas pudiesen crear dinero? Examinemos esta posibilidad. Supongamos que una empresa deseara iniciar un proceso productivo y para ello necesitase contratar trabajadores. Para pagarles podría emitir unos vales que el trabajador podría utilizar para comprar productos de la propia empresa pero reconozcamos que, si ésta se dedica a la fabricación de tornillos, difícilmente podrá alimentarse con ellos y tendrá que venderlos en el mercado a cambio de los productos que necesita para su reproducción. En este caso el empresario astutamente habrá convertido a sus empleados en vendedores no retribuidos redoblando su capacidad de extraer valor de ellos pero sin duda se trataría de un grave abuso. Alternativamente el empresario podría montar un economato en el que los trabajadores podrían abastecerse. Existen muchos precedentes de iniciativas semejantes a lo largo de la historia pero suelen conducir a precios elevados que dejan generosos márgenes al empresario y limitan la capacidad de elección del trabajador. Además esta solución no explica cómo se haría la empresa con los suministros del economato en primer lugar. Salvo que los vales de este emisor fueran aceptados en un circuito económico más amplio es evidente que los vales de la empresa no funcionarían como dinero. Ni siquiera servirían para que los trabajadores pagaran sus impuestos.
¿Hay empresas cuyo crédito les permita emitir dinero privado? Algunos Grandes Almacenes han intentado crear sus propias monedas pero reconozcamos que en general la aceptación de estas monedas ha sido relativamente baja porque permitían a su tenedor abastecerse en un único proveedor lo que reduce las opciones del consumidor. Así pues, la señora Thatcher no podría haberse referido a estas iniciativas cuando hablaba del “dinero de los contribuyentes”.
¿A qué podría estar refiriéndose Maggie Thatcher entonces? Quizás al dinero bancario. Los bancos tienen la capacidad de crear dinero pero no estoy convencido de que esto lo supiera la premier británica pues es sabido que en la doctrina económica dominante está extendida la creencia de que los bancos toman depósitos de los ahorradores y los prestan a los inversores. En todo caso exploremos esta alternativa. Efectivamente los bancos conceden préstamos a los clientes que consideren dignos de crédito, es decir, que tengan capacidad de devolver ese dinero consiguiendo dinero de otra parte en el futuro, incrementado por las comisiones e intereses de donde saldrán los beneficios de los bancos. Lo hacen con un simple apunte contable en el que el banco reconoce en su activo un préstamo a un cliente y en el pasivo una cuenta corriente que el deudor puede usar para sus compras o inversiones simplemente transfiriendo saldos de ésta a las de sus proveedores. ¡Presto! Así es cómo los bancos crean dinero, con un simple apunte contable.
¿Pueden usar los contribuyentes ese dinero para pagar los impuestos? El Estado moderno acepta que los contribuyentes paguen sus obligaciones tributarias con un cargo en su cuenta. Lo que hará la entidad bancaria entonces es minorar la cuenta de su cliente y reconocer un abono en una cuenta que mantiene en el banco central. Éste a su vez adeudará la cuenta que mantiene el banco privado y reconocerá un abono a favor de la cuenta que mantiene el Tesoro en el banco central. La consecuencia de esta serie de apuntes contables es que el banco experimentará un descenso del saldo de su cuenta en el banco central. Si hubiese sido honesta Thatcher tendría que reconocer que el Estado nos hacía un favor al aceptar en pago de impuestos un mero apunte contable en el balance de una entidad bancaria. También habría tenido que reconocer que, en puridad, no estamos hablando del dinero de los contribuyentes sino del dinero de los bancos.
Es posible que cuando Thatcher se refería al “dinero de los contribuyentes” estuviese hablando de este dinero bancario. Pero esto nos crea un pequeño problema: si todos los contribuyentes utilizaran préstamos bancarios para pagar sus impuestos ¿cómo devolverán los préstamos en el futuro? Hemos visto que el dinero bancario hay que devolverlo en el futuro, incrementado por los intereses. ¿No sería esta forma de pagar los impuestos un poco peligrosa ya que nos llevaría a todos al riesgo de insolvencia o suspensión de pagos?
Quizá el Estado está dispuesto a reintegrar ese dinero al circuito económico pagando a sus acreedores (funcionarios, licitadores y proveedores) con una transferencia desde la cuenta del Tesoro a la cuenta de reservas de un banco privado en el cual éstos que mantengan sus cuentas corrientes. De esta manera los ciudadanos pueden conseguir dinero para devolver sus préstamos.
Parece que los bancos no tienen ningún remilgo a la hora de aceptar estos nuevos fondos creados por el estado. De hecho prácticamente nadie parece tener ningún inconveniente en utilizar este dinero creado por el estado. Incluso podríamos añadir que, para que los contribuyentes puedan pagar sus impuestos les resulta ventajoso conseguir dinero del estado. Si además permitimos que el estado cree un poco más de dinero del que destruye mediante los impuestos los ciudadanos además de devolver el principal podrán pagar los intereses y, quien sabe, quizás incluso ahorrar un poco para no estar siempre endeudados con algún banco.
Esta posibilidad merece una reflexión: en este caso quienes cobren directamente del Estado posiblemente disfruten de mayor y mejor crédito de los bancos porque tendrán mayores posibilidades de reintegrar sus préstamos.
El mito del dinero de los contribuyentes es tan falso como el del Ratoncito Pérez o el de los Reyes Magos con la diferencia de que es mucho más dañino porque lleva a postular políticas económicas erróneas que crean desempleo, pobreza y malestar. La señora Thatcher mentía: no existe el dinero de los contribuyentes, solo el dinero del estado y el de los bancos.
Hace tres años Jeb Bush, hermano de un expresidente de losEstados Unidos, proponía que en el billete de diez dólares figurara la efigiede Margaret Thatcher. Me parece que no es digna de tal distinción quien negara que tal cosa fuera posible. Porque, si un billete fabricado por la US Bureau of Engraiving and Printing, una institución homóloga a nuestra Fábrica Nacional de Moneda y Timbre, puesto en circulación por la Reserva Federal siguiendo una instrucción del Tesoro de los Estados Unidos, no es dinero del estado ¿entonces qué es?