Cita de Roosevelt

"Ningún país, sin importar su riqueza, puede permitirse el derroche de sus recursos humanos. La desmoralización causada por el desempleo masivo es nuestra mayor extravagancia. Moralmente es la mayor amenaza a nuestro orden social" (Franklin Delano Roosevelt)

domingo, 30 de abril de 2017

Porfiar en mantener el tipo de cambio socava la potencia del sistema monetario


La finalidad del sistema monetario e impositivo es abastecer de recursos reales al estado, es decir, orientarlos hacia el cumplimiento de fines que atienden el interés general. El sistema monetario basado en moneda fiduciaria es extraordinariamente eficiente para conseguir este propósito. Sin embargo su eficiencia se socava cuando tratamos de fijar su valor respecto a otros activos o monedas.

El patrón oro ilustra un sistema monetario en el que el estado emisor se autoimpone una limitación completamente innecesaria a su soberanía monetaria. Desde el momento en que el emisor se compromete a comprar y vender su moneda a un precio determinado por otro activo se impone una restricción que le impide aprovechar el potencial que tiene ser emisor en régimen de monopolio de su propia moneda. Si los agentes empiezan a vender la moneda de la nación para comprar oro el gobierno tendrá que subir los tipos de interés, bajar el gasto público o subir los impuestos para procurarse las reservas de oro que le permitirán atender esa demanda.

De la misma manera, vincular el valor de la moneda a otra moneda es equivalente a renunciar a una importante parcela en la soberanía monetaria. Si el gobierno decide que en adelante defenderá un tipo de cambio respecto a otras divisas se enfrenta a la pérdida de importantes grados de libertad tal como se ilustró el trilema descrito anteriormente. Si un estado decide que su moneda —pongamos el peso— va a valer en adelante ¼ de dólar de EEUU ±2,5%, en adelante todos los demás objetivos de política económica quedan supeditados a esa finalidad. Para empezar el gobierno tendrá que instruir a su banco central para que compre dólares de EEUU, una inversión de nula rentabilidad social. Si la cotización se va a la banda baja, es decir, se acerca a 4,1 pesos por dólar, el gobierno tendrá que intervenir vendiendo reservas de dólares para comprar su propia moneda. El absurdo de tal medida se revela en el hecho de que es el mismo banco central quien crea esa moneda. Es como si Vd. fuera pintor y decidiera comprar todas las obras que ha pintado para evitar que su precio caiga en el mercado. Además tendrá que subir los tipos de interés para atraer capitales extranjeros. El estado puede verse obligado a abandonar políticas sociales tales como el mantenimiento del pleno empleo.

El empeño de defender el tipo de cambio elevando los tipos de interés puede llevar a otro absurdo señalado por Warren Mosler (Mosler, Soft Currency Economics, 1996). Para mantener el tipo de cambio fijo, los empresarios piden prestado en dólares, donde el tipo de interés es menor, venden los dólares al banco central que está dispuesto a comprar cuantos les ofrezcan a cambio de la moneda local y además les ofrece un tipo de interés mayor. Endeudarse en dólares —pongamos al 4% anual— venderlos al banco central a 4 pesos por dólar y colocarlos al 8% y luego devolver el préstamo al cabo de un año llevándose un 4% limpio de polvo y paja. El negocio es redondo mientras el banco central no devalúe la moneda. Por supuesto tal estado de cosas se mantendrá mientras los agentes confíen en que el banco central será capaz de defender su moneda. El problema reside en que si el banco central no es capaz de defender la moneda el avispado especulador puede encontrarse con una deuda que ya no es capaz de devolver. Todo esto es absurdo pero desafortunadamente tales son las políticas que aplican numerosos estados.

Muchos estados de países poco desarrollados no son capaces de generar demanda por su propia moneda. Fallan fundamentalmente los sistemas tributarios y las tasas de evasión fiscal son altas. Dicho de otro modo, como la fiscalidad es ineficiente pero el estado trata de ejecutar políticas de gasto que demanda la población, tiende a poner demasiado dinero en manos del público sin crear demanda por ella por la vía de los impuestos. Además los niveles de monetización y bancarización son bajos y la oferta de bienes, sobre todo de productos suntuarios, que pueda comprarse con dinero es baja. Como los nacionales no desean mantener esos depósitos en la moneda nacional tratan de deshacerse de ella vendiéndola. Eso provoca la depreciación de la moneda, es decir, inflación. La pérdida de confianza en la moneda nacional provoca que muchas personas prefieran usar una moneda extranjera —frecuentemente el dólar—como medio de ahorro.

En tales estados la ineficacia del sistema fiscal redunda en un deterioro de su espacio fiscal y una gran parte de los recursos se pierden para el desarrollo de su economía. Estas situaciones no solo merman la credibilidad y utilidad del estado sino también obstaculizan el desarrollo económico. En cierto modo esos estados ponen sus recursos a disposición de potencias extranjeras quedando reducidos a la condición de países coloniales. En las situaciones extremas tales estados renuncian a emitir su propia moneda y reconocer el hecho consumado de que la población prefiere la utilización de una moneda extranjera.

La renuncia a la soberanía monetaria ilustra por qué sistema monetario moderno funcional es tan potente. Un estado que renuncia a emitir su propia moneda tiene que imponer tributos a los agentes que poseen esa moneda extranjera, ya sea directamente a los exportadores o a quienes los han conseguido prestando servicios o vendiendo bienes a los exportadores antes de abastecerse de bienes y servicios. Como solo las exportaciones permiten acceder a nueva moneda para que la oferta monetaria pueda crecer la economía nacional debe mantener un superávit comercial. Como vemos los estados que renuncian a su soberanía monetaria tienen grandes dificultades para aplicar políticas en pro del interés general. Lejos de estar los recursos nacionales a disposición de los habitantes del país, estos están prioritariamente reservados para los extranjeros. De esta forma toda la economía se pone al servicio de las empresas exportadoras, las cuales suelen ser grandes empresas cuando no oligopolios.

Ecuador renunció a su propia moneda tras experimentar un período de elevada inflación que había deteriorado la confianza de la población en ella. La dolarización fue adoptada por el gobierno del presidente Jamil Mahuad en 1999 al tipo de cambio de 25.000 sucres el dólar. Desde entonces Ecuador utiliza la moneda de un país extranjero, el dólar de los EEUU. La dolarización provocó un aumento de la emigración hacia países como España y el colapso de la clase media.
La existencia de grandes reservas de petróleo y las remesas de los emigrantes ha permitido a Ecuador acceder a un volumen de moneda extranjera suficiente para que el gobierno pudiera seguir desarrollando sus funciones. Sin embargo, una caída de las exportaciones obliga a un país usuario de una moneda extranjera a aplicar políticas de austeridad. Por ejemplo, en 2016 la caída de los precios del petróleo aumentó el déficit del gobierno ecuatoriano hasta el 6,3% del PIB lo cual obligó al gobierno a aplicar políticas de austeridad y elevó el desempleo hasta el 7,5%. La dolarización dificulta que el gobierno de Ecuador gestione el ciclo económico y pueda asegurar el pleno empleo.

Dejando cotizar nuestra moneda en los mercados de divisas el tipo de cambio actúa como un amortiguador. Si nuestra balanza comercial se torna deficitaria la demanda de nuestra divisa se debilitaría causando su depreciación. El efecto será un encarecimiento de las importaciones lo que desincentivará las compras al exterior. También fomentaría la compra de productos nacionales y un abaratamiento de nuestras exportaciones estimulando las ventas exteriores de nuestras empresas. Si el tipo de cambio fluctúa en función de la oferta y demanda del mercado estos pequeños movimientos no son excesivamente dolorosos porque serán graduales reflejando los caprichosos movimientos de los flujos comerciales. En cambio mantener un tipo de cambio artificial nos expone a agresiones de los especuladores que resultan muy costosas para la sociedad. Un especulador solo necesita conocer el tamaño de reservas de divisas en el banco central. Cuando éstas empiezan a escasear puede cobrarse su presa apostando en contra de nuestra moneda sabiendo que tarde o temprano al banco central se le agotará el stock de moneda extranjera.

El SME experimentó una profunda crisis en 1992 poco tiempo después de la reunificación alemana. Helmut Kohl había decidido cambiar todos los marcos de la antigua República Democrática Alemana por marcos de la República Federal aplicando un tipo de cambio de uno a uno, muy alejado de la cotización de mercado donde el precio del marco oriental valía una cuarta parte —lo cual por cierto destruyó el tejido productivo de Alemania Oriental. El Bundesbank decidió subir los tipos de interés para contener los efectos potencialmente inflacionistas de tal medida. Esta decisión generó una crisis monetaria en toda Europa pues los demás países se vieron obligados a aumentar sus tipos de interés para evitar la salida de depósitos hacia Alemania. En Suecia el banco central tuvo que fijar el tipo de intervención para operaciones a un día en el 500%. Este escritor, a la sazón empleado de una empresa sueca recuerda llamadas de pánico desde la casa matriz reclamando todos los saldos en cuentas bancarias de la filial española. En ese año España ya era miembro de la CEE y había asumido el compromiso de anclar el tipo de cambio de la peseta. Para contener las presiones especulativas, en agosto de 1993 los países europeos decidieron ampliar estas bandas de fluctuación hasta el 15%.

Sin embargo las tensiones cambiarias no habían terminado. En una reunión de los ministros de hacienda y bancos centrales celebrada entre el 4 y el 5 de septiembre en Bath, en el Reino Unido, que presidía el ministro británico Norman Lamont en calidad de presidente del Consejo de Asuntos Económicos y Financieros (ECOFIN), éste exigió a Alemania que recortara sus tipos de interés. Uno de los participantes alemanes narró como Lamont, «aporreando en un momento dado la mesa con el puño, le gritaba al presidente del Bundesbank, Helmut Schlesinger, “doce ministros de hacienda están sentados en esta mesa para exigirle que baje los tipos de interés. ¿Por qué no lo hace?”» (Mitchell, La distopía del euro: pensamiento gregario y negación de la realidad, 2016, pág. 380). La ira de Lamont era comprensible porque la más afectada por la crisis del año 1992 fue Gran Bretaña que se vio obligada a abandonar el sistema europeo de tipos de cambio fijos. Especuladores como el fondo de George Soros, el Quantum Fund, no desaprovecharon la oportunidad y apostaron contra la permanencia de la libra esterlina en el SME. En septiembre de 1992 los tipos de interés subieron al 10% en el Reino Unido. El Tesoro Británico y el Banco de Inglaterra compraron 600 millones de libras en dos intervenciones realizados por la mañana. Sin embargo los especuladores decidieron apostar por la devaluación de la libra y siguieron el ejemplo de Soros. Un poco más tarde el Banco de Inglaterra compró otros 400 millones de libras pese a lo cual su cotización siguió oscilando por encima del límite inferior comprometido con los socios europeos. Estas escaramuzas continuaron toda la mañana hasta las 11:00, hora a la que el Banco de Inglaterra elevó el interés al 12% en un esfuerzo de contener la salida de capitales. Al día siguiente subió el tipo de interés al 15% pese a lo cual continuaron las fuertes ventas de libras esterlinas. Todas estas transacciones arrojaron pérdidas para el Banco de Inglaterra pero el esfuerzo fue baldío. Mientras el Banco de Inglaterra invertía comprando cientos de miles de libras esterlinas para defender el tipo de cambio, los especuladores vendían millones de libras esterlinas. Tras desprenderse del equivalente a más de 1.000 millones en libras esterlinas a las 19:40 el canciller Lamont anunciaba ante la sede londinense del Tesoro que Gran Bretaña suspendía su pertenencia al Mecanismo Europeo de Tipos de Cambio (Mitchell, La distopía del euro: pensamiento gregario y negación de la realidad, 2016). Gran Bretaña aprendió la lección: desde entonces la libra esterlina ha flotado libremente en el mercado y el país se ha negado a participar en una unión monetaria con Alemania negociando una cláusula de autoexclusión en los TTUE. Ese año España se vio obligada a realizar hasta cinco devaluaciones pese a lo cual aguantó el tirón y continuó en el MTC. Las medidas de ajuste requeridas para defender la permanencia de España en el SME llevaron la tasa de desempleo hasta cerca del 23% y provocaron la definitiva derrota electoral de los socialistas de Felipe González en 1996 al que sucedió José María Aznar. A diferencia del Reino Unido, España, Portugal e Italia —los futuros PIGS— no escarmentaron y siguieron con testarudez el camino de la unión monetaria.

El Reino Unido, España e Italia tuvieron ocasión de experimentar cómo los grandes fondos podían movilizar suficientes recursos como para tumbar las cotizaciones de sus divisas en el mercado en 1992. En aquella ocasión la divisa española se depreció hasta tres veces y el “jueves negro” de mayo de 1993 la peseta cayó un 8% acumulando una pérdida de valor del 21,7% en ocho meses. La crisis económica iniciada un año antes había dejado la deshonrosa marca de 3,3 millones de parados (El País, 1993). Los británicos aprendieron la lección; pero los gobernantes españoles no comprendieron nada de lo que había ocurrido y decidieron llevarnos a la unión monetaria europea.


El problema de gestionar el tipo de cambio es que sus costes son superiores a los de las ventajas que pudiera tener mantenerlo anclado a la moneda de otra nación. El hecho de que un país tenga una industria poco desarrollada no se puede remediar mediante políticas que pretenden controlar el tipo de cambio. Porfiar en mantener el tipo de cambio fijo es como tratar de contener la respiración para embutirnos una prenda que se nos ha quedado estrecha. A corto plazo funciona pero enseguida se vuelve muy incómodo. Luchar por defender el tipo de cambio vendiendo reservas —hasta que se agotan— y subiendo los tipos de interés no solo exige hacer una una inversión socialmente poco rentable en reservas sino que además tiende a crear desempleo. Es posible que a corto plazo la nación consiga luchar contra la inflación reduciendo su gasto doméstico condenando al paro a una parte de la población. Pero esto no resuelve el problema de fondo que es la falta de desarrollo de la industria doméstica. Es más razonable expandir las capacidades productivas de la nación ocupando los recursos ociosos y sustituyendo importaciones con el desarrollo de las capacidades productivas.

viernes, 28 de abril de 2017

Los regímenes monetarios: tipo de cambio de la divisa

El comercio exterior obliga a establecer un tipo de cambio entre las monedas que emplean agentes ubicados en distintas zonas monetarias. Este tipo de cambio puede variar libremente en función de la oferta y la demanda o las autoridades pueden intervenir para controlarlo. Existen varios regímenes monetarios que ordenamos a continuación en función del mayor o menor control que le permiten al estado sobre los recursos de la nación.
  • Tipo de cambio fluctuante: la divisa cotiza en relación a otras en el mercado sin intervenciones del banco central. El dólar de EEUU, la corona islándica, el yen japonés o el euro son ejemplos de países que dejar fluctuar libremente sus divisas.
  • Tope de tipo de cambio: Se determina un tope a la apreciación de la propia divisa frente a otra de referencia. Normalmente esta estrategia la emplean países mercantilistas que suelen mantener una balanza comercial favorable. Estos países pueden defender un tope de tipo de cambio porque implica comprar la divisa extranjera y vender la propia. Como el banco central tiene capacidad ilimitada de crear su propia moneda y el país está succionando divisas extranjeras gracias a su superávit comercial esta estrategia no plantea muchas dificultades. Lo que pretende el banco central es no perder su ventaja competitiva por una apreciación del tipo de cambio que encarezca sus exportaciones y abarate las importaciones. Otra razón puede ser evitar la importación de niveles de precios de otros países tal como hicieron Dinamarca, Suiza y la República Checa para protegerse del episodio deflacionista que afectó a la zona Euro entre 2013 y 2016. La caída de los tipos de interés en la zona euro hasta territorio negativo provocó la entrada de depósitos en estos países que también se vieron obligados a llevar sus tipos de interés a 0% y poner un tope a la apreciación de sus monedas. Dejar que su moneda se apreciase habría acelerado la deflación al abaratar aun más las mercancías procedentes de la zona monetaria vecina.

  • Tipo de cambio fluctuante dentro de una banda: la moneda cotiza libremente dentro de una banda más o menos estrecha respecto a otra moneda de referencia (normalmente el dólar de los EE.UU. o una cesta de monedas). Cuando el tipo de cambio se acerca a un límite inferior o superior de la banda el banco central debe intervenir para defender el tipo de cambio; en el primer caso comprando su moneda y vendiendo sus reservas de divisas; en el segundo vendiendo su moneda y comprando divisas. Ejemplo de este sistema fue el sistema monetario europeo antes de la creación del euro que permitía una banda de oscilación de ±2,25% (±6% para países como España o Italia).
  • Tipo de cambio fijo o peg: la moneda cotiza a un tipo de cambio fijo e irrevocable respecto a otra moneda o una cesta de monedas. Esto quiere decir que el banco central debe intervenir diariamente comprando y vendiendo su moneda en los mercados para mantener el tipo de cambio. Es extraordinariamente difícil mantener un tipo de cambio fijo y lo normal es que los países opten por una banda estrecha de oscilación. Un ejemplo de peg es el patrón oro como el que fijo EEUU durante el régimen de Bretton Woods de $35 por onza.
  • Convertibilidad o currency board: el banco central asegura la plena convertibilidad entre su moneda y la de un país extranjero. Por tanto comprará toda la divisa del país extranjero que se le ofrezca y venderá toda la divisa extranjera que se le demande a ese precio. No podrá emitir moneda nacional por mayor importe que las reservas que posea el banco central que a su vez solo podrá obtener mediante exportaciones y entradas de capitales. Los ejemplos más conocidos son la Argentina que acabó en la crisis del Corralito de 2001 y algunos microestados. En África varios estados están integrados en  la zona del Franco de la comunidad financiera africana donde el tesoro francés garantiza su convertibilidad al euro.  Este es también el régimen que predomina en Bulgaria que mantiene una convertibilidad de su moneda, la leva, con el euro cada vez más criticado por muchos economistas que defienden el retorno al tipo de cambio flotante.
  • Zona monetaria: varios países comparten una moneda común pero no un estado común. El ejemplo más conocido es la zona euro pero otro antecedente es la zona rublo que sucedió durante unos años a la disolución de la URSS.
  • Usuarios de moneda extranjera: algunos países renuncian a emitir su propia moneda y utilizan la de un tercer país. En este caso la única forma de conseguir moneda es a través de las exportaciones. Algunos países que han renunciado a su propia moneda son Ecuador, que usa el dólar de los EEUU y Bosnia-Herzegovina que es usuario del euro. En cierto sentido los países de la zona euro también pueden considerarse usuarios de una moneda extranjera.
Desde la teoría monetaria moderna defendemos que el mejor sistema es la libre fluctuación de las monedas en los mercados de divisas como explicaré en una entrada posterior.

martes, 11 de abril de 2017

Cómo crear una sociedad feudal

Publicado originalmente en el Blog Alternativas.

Si es Vd. millonario pero no le llega la fortuna para todos sus caprichos este manual de autoayuda le conseguirá una sociedad feudal en menos de 50 años que se pondrá a su servicio para que Vd. sea cada vez más rico.

Para crear una sociedad feudal basta con un poco de paciencia y una parte —no muy grande— de su fortuna para comprar conciencias. Empiece tempranamente identificando a dos o tres economistas, preferentemente procedentes de la aristocracia austríaca. No importa que las acreditaciones académicas de éstos no sean muy sólidas pues sobra con financiar su trabajo generosamente: ya engendrarán un enjambre de pupilos para propagar las ideas que interesan a nuestro propósito.

Recuerde: estos académicos trabajan para Vd., el capital, no para los trabajadores —la masa informe a la que hay que reducir a vasallaje. Por eso no tardarán en culpar a los trabajadores y al estado de todos los males. Por ejemplo culparán a los trabajadores de la inflación, sobre todo a los más humildes. Convencerán a todos los políticos de que la solución a la inflación es expulsar trabajadores al paro y crear miseria. También es útil culpar al estado de la inflación. El estado siempre es culpable salvo cuando trabaja a nuestro favor.

Recuerde que su objetivo final es el camino de la servidumbre pero aparente que pretende lo contrario. Consiga que la mayor parte del pueblo crea que ese camino que lo llevará a la servidumbre es el de la libertad —lo es, pero solo para los de su clase. Si insiste mucho cada vez más gente lo creerá. Esto allana mucho el camino hacia la sociedad feudal.

Consiga que los pupilos de sus académicos favoritos lleguen las más altas instancias del poder. Primero las organizaciones multilaterales, luego los bancos centrales, luego los partidos conservadores y finalmente — ¿por qué no?— las cúpulas de los partidos socialdemócratas. Si es necesario financie un golpe de estado en algún país latinoamericano que sirva de conejillo de Indias para avanzar su programa de refeudalización.

Procure que nunca haya pleno empleo pues eso fortalece a los trabajadores y debilita el poder del gran capital. Atáquese a todas las instituciones que protegen a los trabajadores. ¿Los sindicatos?: ¡unos vagos que crean rigideces en el mercado de trabajo! ¿El estatuto de los Trabajadores?: ¡una legislación obsoleta que impide la modernización y la contratación de trabajadores! ¿Inspectores de trabajo?: ¡mejor pocos y mal pagados! Incluso consiga que los sindicatos también estén controlados por cúpulas afines a sus intereses. Al principio los trabajadores se resistirán. Pero no se preocupe; si persevera conseguirá que pronto la gente se acostumbre a tasas de paro del 20%. Incluso algún agradecido académico la llamará tasa de desempleo natural o no aceleradora de la inflación.

Cúlpese a los trabajadores de ser poco productivos y de estar mal preparados. Avergüéncelos por no querer dejar su pueblo para conseguir un trabajo en una lejana ciudad. Créese una tasa de desempleo juvenil obscena para asegurarse un amplio y perpetuo suministro de jóvenes dispuestos a trabajar en los empleos de mierda que van a sustituir los empleos de calidad. Devalúese el trabajo de jóvenes con talento sometiéndolos a precariedad laboral permanente para que los servicios de valor añadido que aún se realizan en la nación se puedan retribuir con salarios de becario.

Recuerde: el fin social de una empresa es maximizar el valor para el accionista, no crear empleo.

Ponga a los chinos de ejemplo de pueblo laborioso y adviértase a la población que va a trasladar toda la industria allí porque aquí no se puede con los costes laborales. Foméntese la ideología del emprendimiento que glorifica a los empresarios y denuesta el trabajo por cuenta ajena. Quienes tengan éxito empresarial merecerán la adulación y el encomio de los medios de comunicación que Vd. controla, por supuesto. Quienes fracasen solo podrán culparse a sí mismos, odiarse a sí mismos y caer en la depresión o el suicidio. De esta forma los trabajadores nunca podrán identificar al verdadero culpable. Hay que pasar desapercibido.

Consiga beneficios cada vez mayores congelando el crecimiento de los salarios. Pero no conviene que caiga el consumo porque entonces no venderá sus productos. Así que convenza a los bancos de que concedan préstamos a la población trabajadora para financiar el consumo en productos de mierda que les venderá. Poco importa que algunos de los beneficiarios de los préstamos no sean suficientemente solventes. Cuando llegue la crisis financiera el estado se encargará de rescatar los bancos. Para que todo funcione mejor siga ganando dinero con la venta a los trabajadores precarizados de productos de mierda, mal hechos, poco duraderos y a precios aparentemente baratos pero con márgenes elevados. Convenza a la población de que un traje de sastre, además de inalcanzable para el bolsillo del precariado, es un capricho obsoleto. Convenza al precariado de que es mucho más cool una camiseta con un logo infantil que ha vendido por 20 euros aunque le haya costado 50 céntimos en fábrica. De paso se carga al sastre, un competidor molesto.

Recuerde que sus beneficios dependen de que Vd. consiga acceder a cuantos más mercados mejor. Consiga que los gobiernos firmen tratados de libre comercio, incluso con naciones donde se tolera la explotación más atroz del ser humano y se permitan salarios de miseria y los derechos sindicales sean inexistentes. Convenza a la opinión pública de que eso es bueno porque el PIB aumentará al menos un 1% en una década. Pero cerciórese de que tiene una posición de monopolio en el acceso al mercado exportación para asegurarse de que todas las demás empresas tengan que trabajar para Vd. si quieren acceder a esas golosas oportunidades. Ese crecimiento del 1% del PIB acabará en sus bolsillos.

Tolérese la importación de mercancías a precio de derribo obtenidas ut supra y destruya toda la industria nacional que no le interese mantener o trasladar al extranjero.

Procure que el estado se pliegue a sus intereses. Denuncie el exceso de burocracia y reglamentación pero a la vez consiga que el estado apruebe leyes que impiden a los pequeños empresarios competir con Vd. Haga increíblemente complicados los negocios para todos salvo para aquellos que pueden contratar a los chupatintas que le permitan sortear los obstáculos burocráticos. Impida que el estado gaste en exceso o utilice sus recursos para contratar más funcionarios de los exclusivamente útiles para sus intereses.

Si el estado incurre en un déficit fiscal gima, proteste, lloriquee, alerte, deplore la insostenibilidad de las cuentas públicas. Consiga que un banco central “independiente” corte la “hemorragia” subiendo los tipos de interés o prohibiendo que conceda anticipos al gobierno. Si pese a sus advertencias la deuda pública aumenta recuerde que toda ella está en sus manos. Procure que el estado suba los tipos de interés siempre con la excusa de que hay que luchar contra la inflación. Es mentira, pero a cambio conseguirá un generoso flujo de rentas hacia su patrimonio sin mover un dedo.

Procure que el estado no pueda hacer nada por sí mismo y que todo se lo tenga que contratar a su empresa de usted. Privatice todas las empresas públicas y gane hermosas comisiones por su colocación en bolsa.

Recuerde que es Vd. el titular de una gran fortuna que le produce rentas cada vez mayores. Gracias a la magia del interés compuesto ésta se incrementará exponencialmente. Pero solo a condición de que no se lleve el estado las ganancias. Con la excusa de que el capital debe estar sometido a mínima tributación para favorecer la inversión—que de todas formas no piensa realizar— consiga que los impuestos sobre las rentas del ahorro sean inferiores al 23%. Por si acaso el estado no se pliega vuelva a gimotear y lamentarse por la fiscalidad predatoria de su país, denuncie los desincentivos a esas inversiones —que no pensaba realizar de todas formas— y convenza a sus académicos favoritos y a los serviciales organismos multilaterales para que publiquen informes que demuestren que la imposición sobre el ahorro desincentiva la inversión. Por si acaso consiga que su gobierno apruebe el libre movimiento de capitales en aras a una mayor eficiencia. Eso le permitirá declarar sus ingresos en algún paraíso fiscal como Irlanda o Luxemburgo tributando menos del 15%. Asegúrese de que las clases medias y populares en cambio paguen hasta el 50% de su renta en impuestos directos e indirectos. Súbale el IVA cultural si hace falta.

Evite que la gente tenga acceso al dinero. El monopolio del dinero debe acercarse más a Vd. y alejarse de los demás. Mejor todavía: consiga que el estado renuncie a su soberanía monetaria y se la ceda a una institución monetaria multilateral ideológicamente afín a sus intereses. Prívese a la nación de su soberanía monetaria para asegurarse de que no pueda financiar adecuadamente los servicios públicos.

Hágase todo lo anterior y verá cómo crece su fortuna. Observará atónito cómo llegan cientos de millones de euros a sus depósitos bancarios todos los años, tantos que no sabrá qué hacer con ellos. Será envidiado y adulado por todos. En la prensa y la tele sus logros serán exhibidos como los del empresario de éxito, esos verdaderos creadores de la “marca España”. La gente acudirá arrodillada a rendirle pleitesía.

Y ahora, como nuevo señor feudal podrá permitirse todos los caprichos. Comprobará que no es el dinero el que da la felicidad sino ver la cara que se le quedará a lo demás cuando uno se lo gasta en lo que a uno de le venga en gana. Por ejemplo, podrá permitirse el lujo de donar 350 millones de euros a la sanidad pública. Verá, verá: cantarán las alabanzas a su nombre y loarán al gentil hombre, al virtuoso magnate, al feliz señor que acude caritativamente en auxilio de sus vasallos. Verá cuánta satisfacción. No se preocupe, nadie preguntará cómo es que un estado privado de su soberanía monetaria haya quedado reducido a la condición de pedigüeño que necesita de la caridad de los señores feudales para seguir prestando sus servicios. Tampoco se preguntarán cómo es que le llega a Vd. tantísimo dinero todos los años cuando el creador del dinero es el estado. Vd. será marca España; será intocable; siempre ganará.