Cita de Roosevelt

"Ningún país, sin importar su riqueza, puede permitirse el derroche de sus recursos humanos. La desmoralización causada por el desempleo masivo es nuestra mayor extravagancia. Moralmente es la mayor amenaza a nuestro orden social" (Franklin Delano Roosevelt)

miércoles, 29 de octubre de 2014

¿Puede España convertirse en Corea?

Artículo publicado por la Fundación Botín en su Boletín de Transferencia nº 1

Existe un país que ocupa parte de una península con una población cercana a los 50 millones de habitantes. En un pasado no muy remoto se desangró en una guerra civil a la que siguió una larga dictadura que finalmente fue superada con una transición a la democracia. En las últimas décadas ha logrado un crecimiento económico potente hasta conseguir un elevado índice de desarrollo humano. No nos referimos a España sino a Corea del Sur.

Sabido es que una de las limitaciones de las ciencias sociales es la imposibilidad de realizar experimentos sobre los sujetos, sean estos colectivos o países. Una aproximación que puede emplear el científico social es el análisis comparado. La existencia de dos países de tamaño tan parejo es muy interesante porque nos permite contrastar el efecto que han tenido o tendrán distintas políticas y estructuras económicas en sujetos parecidos.

Es evidente que este tipo de análisis tiene limitaciones porque existen múltiples variables independientes que no podemos controlar. Pese a ellas, la experiencia de Corea del Sur es muy ilustrativa para su comparador europeo. El PIB de Corea acaba de superar el nuestro, su mercado laboral roza el pleno empleo, su crecimiento económico es robusto y su balanza comercial muestra una robustez envidiable. ¿Podemos extraer lecciones de este ‘sorpasso’ coreano aplicables a España?


Fuente: OCDE

Creemos que su modelo empresarial basado en la innovación ha sido un factor crítico de éxito. ¿Qué habría pasado si en España se hubiesen aplicado un modelo de gestión de la innovación similar al coreano? Cabría preguntarse si en ese caso este país habría evitado desequilibrios de productividad, desempleo y balance de pagos tan agudos como los que actualmente padecemos.

No hace muchas décadas Corea era un país atrasado y rural. Durante la dictadura de Park Chung Hee el régimen estimuló la creación de grandes conglomerados industriales, los llamados Chaebol, como Hyundai o Samsung. ¿Puede haber alguna analogía con la promoción estatal durante el franquismo de empresas como SEAT?

En sus inicios estos conglomerados importaban la tecnología que necesitaban del extranjero. Sin embargo desde los años 80 los chaebol empezaron a aplicar un sistema de innovación que los ha convertido en multinacionales que venden sus productos en todo el mundo. Aunque hay empresas españolas que han demostrado una gran capacidad creativa y que se han convertido en multinacionales produce una cierta desazón constatar que la oferta de éstas parece centrarse en productos con una capacidad tecnológica media o baja. España cuenta con multinacionales sobre todo en sectores como la banca, la construcción, la ingeniería, la aviación o la moda, pero no podemos dejar de mirar con sana envidia a empresas como Samsung o LG cuyos teléfonos móviles de pantalla táctil y cuyos televisores de pantalla plana se venden por todo el mundo o a Hyundai y KIA que comercializan automóviles en todo el mundo.

Una economía más innovadora

Corea del Sur gasta en I+D tres veces más que España. Además el porcentaje de gasto ejecutado o financiado por las empresas es mayor lo cual podría sugerir que en el país asiático la I de Investigación es más bien i de innovación; es decir podría afirmarse que está muy orientada a transferir resultados y a convertirlos en productos que demandan los mercados.




El esfuerzo se nota en el número de patentes PCT solicitadas por cada mil millones de PIB: Corea patenta 6 veces más que España.


Un buen modelo de gestión de la innovación es un elemento estratégico en las economías modernas. El vigor de su economía se ha debido a que Corea del Sur ha apostado de forma más decidida y eficaz por la innovación. Los coreanos no solo investigan más sino que además convierten los resultados en productos demandados por el resto del mundo. El informe Índice Global de Innovación que publican el INSEAD y la WIPO da algunas claves cuantitativas muy significativas.
Sin embargo estamos convencidos de que una buena política de innovación consiste en algo más que en gastar más dinero que los demás. Corea ha desarrollado su propio modelo de gestión de la innovación que podríamos bautizar con el nombre de Korean Innovation System o KIS.

La firme apuesta de Corea por la innovación se inició en los años 80 cuando los Chaebol empezaron a transformar sus modelos de negocio. Hasta entonces se habían limitado a ser importadores de tecnología y maquinaria para producir bienes de consumo o de equipo. No está de más recordar que por las mismas fechas España reconvertía su industria naval obsoleta, incapaz precisamente de competir con la coreana. Un primer rasgo del KIS ya nos llama la atención: al contrario de lo ocurrido en España, donde el esfuerzo en I+D ha sido dirigido por el sector público en lo que podríamos llamar un modelo de ‘push’ científico, en Corea han sido los conglomerados los que han apostado. Mientras en el país asiático la innovación la ejecutaban los conglomerados industriales, en el nuestro es predominantemente fruto de un esfuerzo público. Este rasgo puede explicar que la transferencia de los resultados buscaba desde el inicio la aplicación en productos y la salida al mercado.

Una segunda característica llamativa es que el liderazgo de las empresas en la ejecución de la I+D ha provocado un sesgo hacia la electrónica, los semiconductores, la ofimática y los automóviles. Las empresas innovan en aquellos campos que conocen en un esfuerzo gradual y acumulativo. En España una gran parte de la I+D se ha centrado en áreas relacionadas con salud y biología. Un ejemplo ha sido el de los Campus de Excelencia (CEI) de los cuales una gran mayoría están focalizados en salud y biociencias. Sin embargo nuestro país adolece de una industria farmacéutica de escaso tamaño que ha llegado a la innovación de forma relativamente reciente. En cambio nos cabe el consuelo de que Telefónica es una de las mayores empresas de telecomunicaciones líderes en I+D. Tenemos también empresas que ocupan posiciones de liderazgo en ferrocarriles, aviación y energías renovables. Cabría preguntarse si se podría emular a Corea del Sur asegurando que nuestras empresas más exitosas ejecutaran una parte mayor de los recursos públicos dedicados a I+D.


La cultura de gestión coreana


Una tercera característica es la cultura de gestión de la innovación aplicada por las empresas coreanas. Según el Prof. Hammert (Korea University Business School), las empresas coreanas han desarrollado una cultura de gestión que favorece una visión a largo plazo y una eficaz integración de los procesos de I+D.Según Hammert, las firmas coreanas integran tempranamente el diseño de productos en la I+D. La gestión de proyectos trata de solapar las actividades para que se desarrollen en paralelo acelerando el ritmo de generación de nuevos productos. Asimismo fomentan el diálogo entre departamentos funcionales de la empresa para asegurar una adecuada integración de distintos departamentos en la gestión de los proyectos. La gestión de recursos humanos, de forma parecida a la empresa japonesa, ha favorecido tradicionalmente relaciones laborales a largo plazo y ha basado la compensación en la antigüedad y la promoción interna. Sin embargo, tras la crisis asiática de 1997, las empresas coreanas empezaron a aplicar prácticas de empleo más flexibles y han comenzado a aplicar incentivos y retribuciones basadas en el desempeño. De esta manera la empresa coreana se ha mostrado dispuesta a asumir estrategias de innovación más arriesgadas que las de sus pares japoneses. 

Cabe citar por último como factor crítico de éxito un sistema educativo excelente aunque a veces criticado por ser excesivamente exigente. En los informes PISA Corea del Sur aparece sistemáticamente posicionado en los primeros puestos de rendimiento escolar.
Para ser justos hay que reconocer que el KIS adolece también de algunas debilidades. Para empezar el esfuerzo investigador está muy concentrado en unas pocas grandes empresas y se echa en falta la existencia de nuevas empresas de base tecnológicas. Esto probablemente esté ligado a una carencia de capital riesgo. Por otra parte podría criticarse la escasa diversificación sectorial. Además solo desde los años 90 Corea empezó a apostar por establecer centros de investigación básica. A pesar de estas debilidades Corea ha conseguido unos avances espectaculares que se han visto premiados con un desempeño económico brillante.

En contraste con la relevancia del sistema de innovación para los coreanos, en esta vieja piel de toro cada vez que se tuerce la economía la inversión en I+D se resiente como si fuera un lujo prescindible. Si es conocido que la inversión en I+D acaba retornando en más empresas, más empleo y más exportaciones ¿por qué la abandonamos en época de vacas flacas? ¿Será porque no nos lo acabamos de creer o porque nos lo creemos para los demás pero como aquí no lo hacemos bien mejor lo dejamos para otra ocasión? ¿Cómo conseguiremos que el sistema nacional de I+D deje de ser ese paño de Penélope, que se teje y se desteje al albur de los recursos que nos permite el ciclo económico? Durante la crisis financiera de 1997 Corea del Sur se vio obligado a transformar su modelo de gestión de la innovación. Quizás la crisis que actualmente padecemos nos obligue a plantearnos un nuevo modelo productivo y de innovación.

domingo, 26 de octubre de 2014

Wynne Godley y el tratado de Maastricht


Wynne Godley fue un economista británico de la escuela postkeynesiana, discípulo de Kaldor, muy crítico con la política económica del gobierno de Thatcher. Recibió la educación esmerada de un miembro de la élite inglesa pues se formó en King's College. Aunque iba para músico, pues estudió en el conservatorio de París y luego fue oboe en la orquesta galesa de la BBC, su miedo escénico le obligó a dejarlo. Quizás hayamos perdido un gran músico pero ganamos un gran economista.

Una de sus mayores aportaciones fue un marco analítico consistente en el estudio de los balances financieros sectoriales que viene muy al caso para estudiar nuestra crisis actual y el fracaso de las recetas neoliberales (*).

Pero hoy quiero recordar a Wynne Godley por un magnífico ensayo que escribió allá por el año 1992 y al releerlo me eriza el cabello por su clarividencia y lucidez. Se titula Maastricht and All That y podéis encontrarlo aquí en inglés. Empieza con una diatriba por las formas mediante las que se consiguió la aprobación del Tratado de Maastricht, un proceso que arrancó la siguiente confesión de Delors: "quizás en el futuro los puntos de vista de la gente sencilla debieran ser tomados en cuenta con mayor sensibilidad" y añade el ensayista: "¡podría haberlo pensado antes!" Esta enseñanza no parece haberse asentado a la luz del reciente comportamiento de las autoridades europeas.

Godley hace una crítica acerba al diseño institucional que pone en marcha el Tratado de Maastricht. Él cree que, frente al pensamiento neoliberal que ya en esa época empezaba a predominar en el continente europeo, sí que existe un papel para el estado en la gestión del ciclo económico. El gobierno tiene la responsabilidad de tomar decisiones sobre el nivel óptimo de provisión de servicios públicos, el reparto justo y nivel adecuado de la carga fiscal, el nivel adecuado de déficit o superávit público, si se financian los gastos o no con deuda, los tipos de interés, etc... Ese conjunto de decisiones, que no son otra cosa que la política económica, determinarán el nivel de precios, crecimiento, inversión y empleo. Un gobierno progresista procurará con su mezcla de políticas alcanzar el pleno empleo. Además una serie de estabilizadores automáticos suavizarán el ciclo económico y apoyarán a aquéllas regiones que padezcan una crisis estructural.

Pues bien, Godley advertía que el Tratado de Maastricht arrebataba su soberanía monetaria a los estados que se iban a integrar en la unión monetaria. Pero además iban a perder su soberanía fiscal y su capacidad de desarrollar una política económica que permitiera alcanzar los objetivos citados anteriormente. Lo que no conseguía comprender es que los estados renunciaran a esta soberanía para cedérsela a una unión que carecía de todas las capacidades ahora arrebatadas a los estados y cuya única institución económica compartida sería un banco central, desprovisto además de una función tradicional de los bancos centrales, cual es la de actuar como prestamista de última instancia en caso de un ataque de los mercados a la deuda soberana.

En el último párrafo nos enfrenta a la disyuntiva a la que se sometía a los ciudadanos europeos. Podía entender a aquéllos que, como Margaret Thatcher, preferían retener su soberanía monetaria y económica. También podía entender a aquéllos, entre quienes se incluía, que defendían una verdadera federación europea con instituciones económicas compartidas que permitieran aplicar una política fiscal y de transferencia de rentas en caso de necesidad. Lo que le resultaba incomprensible es que hubiera quienes apoyaran la integración en el sistema monetario europeo renunciando a toda soberanía económica sin exigir como contrapartida unas instituciones federales europeas que pudieran garantizar el pleno empleo en casos de crisis asimétrica.

Las perspectivas le resultaban aterradoras. En su visión los estados se verían reducidos a la condición de regiones sin capacidad de devaluar su moneda y de aplicar políticas anticíclicas. Se preguntaba qué pasaría si una región o todo un país se enfrentara a una crisis estructural. Sin instituciones económicas federales que pudieran transferir rentas a esos territorios menos afortunados y sin la capacidad de devaluar, los estados carecerían de una red de seguridad y no podrían aplicar políticas expansivas sin riesgo de caer en problemas serios de balanza de pagos. Godley nos lanza la siguiente admonición;

"si un país o región no tiene el poder de devaluar y si no se beneficia de algún sistema de igualación fiscal, entonces nada detendrá que sufra un proceso de decadencia acumulativo y terminal que llevaría, al final, a la emigración como única alternativa a la pobreza y la hambruna."
A mí esta predicción, hecha en 1992, no deja de recordarme a las economías de la periferia europea de hogaño y me resulta desoladora. No dejo de pensar en lo irresponsables que fueron nuestros políticos al renunciar a nuestra soberanía monetaria sin exigir a cambio unas instituciones económicas federales: unión fiscal, mutualización de deuda, unión bancaria; reivindicaciones que hoy se hacen en vano pues los países acreedores no quieren asumir su coste.

La Unión Monetaria Europea ha sido un triunfo ideológico del neoliberalismo: no es posible aplicar políticas keynesianas en este entramado institucional. ¿A alguien le sorprende la crisis de los partidos socialdemócratas que, de forma temeraria, haciendo gala de un europeísmo un tanto iluso, apostaron con el entusiasmo de un zelota por esta integración en un proyecto netamente neoliberal?

(*) En una economía cualquiera podemos analizar de forma agregada los balances de cada sector: el privado formado por familias y empresas, el público y el exterior. Si un sector invierte por valor superior a su ahorro deberá endeudarse con otro que genere mayor ahorro del que es capaz de invertir. En una crisis como la actual que se deriva de un excesivo endeudamiento del sector privado es inevitable que éste procure desapalancarse. Sin embargo, para que esto ocurra otro sector tendrá que aceptar la devolución de sus préstamos.

En Europa se ha exigido a los países deudores que reduzcan su deuda. En el caso español el sector privado se sobreendeudó durante la burbuja inmobiliaria. Pero para desendeudarse un sector otro tiene que recoger esos saldos financieros. Por esos es fútil exigir que simultáneamente el sector público reduzca su endeudamiento. Si nuestro sector privado quiere amortizar aceleradamente sus préstamos bien el sector exterior, bien el público tienen que aceptar esas posiciones reduciendo sus saldos acreedores. Richard Koo supo entender esto perfectamente al describir las reseciones japonesa y europea como una "crisis de balance". Contablemente la relación se expresa así: (S – I) = (G – T) + (X – M) es decir: desendeudamiento privado = endeudamiento público + desendeudamiento exterior


El siguiente vínculo lo muestra de forma empírica: Economistas Frente a la Crisis .

jueves, 16 de octubre de 2014

Mientras Roma arde Nerón toca la lira

Ni brotes verdes, ni raíces vigorosas ni capullos en flor: la economía europea se hunde en la deflación y con ella arrastra a la española. Recientemente hemos conocido las estadísticas de exportaciones y éstas han vuelto a caer en agosto un 2,6% respecto al año anterior. El dato es desalentador en sí pero también es un serio toque de atención porque supone una impugnación de toda la política económica propugnada por Bruselas fielmente aplicada por el Sr. Rajoy.

Cuando se inició la crisis, allá por 2008, se fraguó un consenso internacional sobre la necesidad de aplicar políticas expansivas de corte keynesiano para sacar a las economías de las garras de una gran depresión como la del año 29. De hecho la crisis fue profundísima y su impacto en el comercio exterior fue notable. Sin embargo las medidas de estímulo implantadas por los gobiernos europeos y EE.UU. de forma coordinada permitieron que en 2010 y 2011 las exportaciones españolas crecieran a un buen ritmo incluso a tasas cercanas al 19% interanual.

Este ciclo se agotó cuando Bruselas, Merkel y Sarkozy hicieron un diagnóstico erróneo de la crisis de deuda soberana griega achacándola a problemas estructurales y a un gasto público excesivo que, por extensión, (no en vano España se ubicaba entre los países PIGS), debían acometerse en nuestro país. No quisieron ver que el ataque contra nuestra deuda soberana no tenía nada que ver con nuestros niveles de endeudamiento (muy bajos) ni con nuestro gasto público sino con un nefasto diseño de las instituciones que gobiernan el euro. En 2011 esta visión de los países acreedores se impuso así como su nefasta receta: grandes dosis de austeridad sazonada de medidas de liberalización del mercado de trabajo, a cuyas instituciones se achacaron las elevadas tasas de desempleo. Se postulaba desde Bruselas en aquella época que la salida para la crisis española eran un potaje con los ingredientes de la “consolidación fiscal” es decir, los recortes de gasto público para reducir la deuda, y la “devaluación interna”, es decir, bajar los salarios a la clase trabajadora para que la economía fuera más competitiva y crecieran las exportaciones. Este brebaje tóxico fue literalmente impuesto de forma chantajista por el Sr. Tritchet, a la sazón presidente del Banco Central Europeo, cuya célebre carta ha sido recientemente publicada por Zapatero en su libro El Dilema. 600 Días de Vértigo. Nadie en Bruselas quiso ver que la nube tóxica que dejó el estallido de la burbuja inmobiliaria venía en parte por un exceso de ahorro alemán y no solo de nuestro vicio nacional por el ladrillo destructor de paisajes (ver mi artículo al respecto en (http://chartalismo.blogspot.com.es/2014/09/hazle-un-favor-tu-vecino-monta-una.html ).

Fuente: Informe mensual de Comercio Exterior. Agosto 2014.

Pues bien, tres años después somos testigos de las consecuencias de esta dieta: la demanda se ha hundido en toda Europa hasta llevarnos a una depresión que ya es peor y más duradera que la terrible Gran Depresión de los años 30. Al hundirse la demanda en toda Europa nuestras exportaciones caen y por tanto aumenta nuestro déficit en la balanza comercial. Esto no permite mejorar nuestra posición de deuda externa. Además, pese, o mejor dicho, gracias  a las medidas de austeridad la deuda pública en nuestro país ha alcanzado ya casi el 100% del PIB.

Somos muchos los que advertimos de que esto era exactamente lo que ocurriría, no solo quien estas líneas suscribe sino también grandes economistas como Paul Krugman, Richard Koo, Stieglitz, José Carlos Díez, Paul De Grauwe, etc…. En vez de escucharnos nos llamaron Casandras, cenizos, aguafiestas y agoreros. Richard Koo, quien ha descrito muy bien la crisis de balance de Japón durante los años 90, explica que cuando a una burbuja especulativa le sucede la crisis los agentes económicas tratan de reducir su endeudamiento. Si en el sector privado todos, hogares y empresas, tratan de hacerlo a la vez caen las rentas y nadie consigue reducir su nivel de endeudamiento. Es necesario que otro sector, ora el exterior, ora el público, asuma una parte de esa deuda para facilitarle su desapalancamiento.

En su terquedad Merkel no quiso oír hablar de otras propuestas como las de estimular la inversión pública en su país para reducir el obsceno superávit comercial alemán o mutualizar parte de la deuda soberana europea. Hubiera sido más acertado ayudar a España permitiendo que exportara más y que el sector público no recortara sus gastos de forma drástica. Hoy las bolsas recompensan nuestra “virtud” con fuertes caídas en todo el mundo y un repunte de nuestra prima de riesgo que delatan la preocupación por una balanza por cuenta corriente que no deja de deteriorarse, elevadas tasas de desempleo y empobrecimiento de aquí a la eternidad. En toda la prensa económica y en los bancos centrales de EE.UU. y Reino Unido ya se señala a Europa como la causante de la tercera recesión. Sin embargo Merkel hoy vuelve a insistir en que los países de la zona Euro deben mantenerse en al senda de la austeridad… hasta caer por el abismo. Esta mujer recuerda a Nerón tocando la lira mientras arde Roma.


martes, 14 de octubre de 2014

¿Por qué no es posible la vuelta al patrón oro?

La modernidad y el progreso siempre tienen sus detractores. Los amish decidieron mantenerse apegados a sus castizas vestimentas y modo de vida tradicional y rechazaron las ventajas de la tecnología contemporánea. Los carlistas de España rechazaron la llegada del liberalismo y propugnaron la vuelta al antiguo régimen provocando hasta tres guerras civiles. Los creacionistas han conseguido que en algunas escuelas del Medio Oeste estadounidense no se enseñe la evolución de las especies en los colegios. Mariló Montero y los actuales directivos de Televisión Española siguen defendiendo tradiciones bárbaras como el Toro de la Vega o las corridas, preferentemente en horario infantil.

Algunos economistas, sobre todo de la escuela austriaca, se han mostrado partidarios de anclar el precio de nuestra moneda a una materia prima, como ocurrió durante la era del patrón oro que se inició en el siglo XIX y se abandonó definitiva tras el colapso del sistema de Bretton Woods en 1971.  En este sistema, surgido tras la Segunda Guerra Mundial, el precio de la divisa de EEUU se fijó a razón de 35 dólares por onza de oro. Las demás divisas fijaban su cotización a su vez con la de EEUU y, si disponían de dólares, podían exigirle a la Reserva Federal su conversión en metal. El sistema se vino abajo porque EEUU necesitaba expandir su oferta monetaria para hacer frente a la Guerra de Vietnam, el choque de los precios del petróleo y la implantación de sus nuevos programas sociales. Los franceses amenazaron con convertir sus reservas de dólares a oro si los americanos continuaban expandiendo su oferta monetaria y exigieron que las emisiones de nueva moneda tuvieran el respaldo de reservas de oro en valor equivalente. El presidente Nixon tomó la decisión de abandonar temporalmente la convertibilidad y dejar que la moneda fluctuase libremente.

La vuelta al patrón oro es imposible salvo que queramos inducir una contracción tan monumental de la economía que la actual depresión de la Eurozona parezca un resfriado comparado con un caso de Ébola. El patrón oro (oro-oro, en el sentido que pretende nuestro economista rallado) exigiría que todas las emisiones de moneda tuvieran su respaldo por un valor equivalente en metal amarillo.
Pues bien, las reservas de oro en los Bancos Centrales de toda la zona Euro ascienden a 338 mil millones € (datos del Banco Central Europeo). El agregado monetario M3 según datos del BCE asciende a 10 billones €. Regresar al patrón oro supondría una contracción de la oferta monetaria similar a la experimentada por un cuerpo atraído por un agujero negro del centro de nuestra galaxia. El PIB total de la Eurozona asciende a unos 10 billones € y por tanto todas nuestras reservas de oro no suponen ni el 4% del tamaño de nuestro PIB. De volver al patrón oro, sin que aumentara la velocidad del dinero hasta romper la barrera del sonido, nuestra economía se contraería sin remedio. Se produciría una deflación tremendamente destructiva para comerciantes, asalariados y fabricantes; o vista de otra forma, el precio del oro subiría hasta la estratosfera.  ¿Y si nos pusiéramos a cavar en busca de todo el oro que pudiera quedar en nuestros subsuelo? La producción mundial de oro no superó las 2.700 toneladas en 2012, equivalente a unos $ 26 millones al precio actual, que por otra parte fluctúa mucho y está sometido a una fuerte especulación. Esa producción anual no sirve ni para pagar las propinas en los bares. La vuelta al patrón oro es manifiestamente imposible salvo que intencionadamente se busque la destrucción de todas las economías modernas.


Al margen de que no parece demasiado inteligente dejar que el crecimiento de la oferta monetaria esté limitada por la generosidad de la naturaleza lo cierto es que el oro no es un buen anclaje para los precios porque su cotización resulta demasiado volátil. Un mejor anclaje para la moneda es el precio del trabajo, que manifiesta leves variaciones de su precio respecto a la mayoría de los bienes. El siguiente gráfico muestra la evolución del índice de precios del oro y de los costes salariales tomando como índice las condiciones vigentes al final del primer trimestre de 2000. Es fácil observar que el precio del trabajo ha oscilado mucho menos que el del oro. Además es difícil especular con el precio del trabajo. Resultaría sorprendente que un operador de mercado tratara de contratar a un elevado número de trabajadores para especular con su precio. Por estas razones el salario es un buen anclaje para los precios. Si el estado es capaz de fijar el precio del trabajo asegurará tanto una elevada estabilidad de precios. 



domingo, 12 de octubre de 2014

PODEROSO CABALLERO ES DON DINERO

Madre, yo al oro me humillo,
Él es mi amante y mi amado,
Pues de puro enamorado
Anda continuo amarillo.
Que pues doblón o sencillo
Hace todo cuanto quiero,
Poderoso caballero
Es don Dinero.

Nace en las Indias honrado,
Donde el mundo le acompaña;
Viene a morir en España,
Y es en Génova enterrado.
Y pues quien le trae al lado
Es hermoso, aunque sea fiero,
Poderoso caballero
Es don Dinero.

Son sus padres principales,
Y es de nobles descendiente,
Porque en las venas de Oriente
Todas las sangres son Reales.
Y pues es quien hace iguales
Al rico y al pordiosero,
Poderoso caballero
Es don Dinero.

¿A quién no le maravilla
Ver en su gloria, sin tasa,
Que es lo más ruin de su casa
Doña Blanca de Castilla?
Mas pues que su fuerza humilla
Al cobarde y al guerrero,
Poderoso caballero
Es don Dinero.

Es tanta su majestad,
Aunque son sus duelos hartos,
Que aun con estar hecho cuartos
No pierde su calidad.
Pero pues da autoridad
Al gañán y al jornalero,
Poderoso caballero
Es don Dinero.

Más valen en cualquier tierra
(Mirad si es harto sagaz)
Sus escudos en la paz
Que rodelas en la guerra.
Pues al natural destierra
Y hace propio al forastero,
Poderoso caballero
Es don Dinero.
(Francisco de Quevedo)

Quevedo escribió un famoso soneto que denigraba el dinero y sin embargo me atrevería a decir que es una de las creaciones más sublimes del ser humano. El dinero es unidad de cuenta que nos permite asignarle precio a las cosas facilitando su intercambio. Sin dinero el comercio sería reducido a un engorroso trueque. El dinero es una reserva de valor pues al contrario que otros bienes, no se deteriora y en lugar de almacenar toneladas de grano u otros productos perecederos, podemos guardar nuestras riquezas en forma líquida. Nos permite saldar nuestras deudas pues la moneda de curso legal debe ser aceptada como medio de pago. Pocas instituciones humanas cumplen tantas funciones y son por tanto tan útiles.

Es un lugar común decir que en origen el dinero fue un metal precioso, plata u oro, amonedado. La moneda no era más que una pieza metálica con un sello que garantizaba la pureza y peso de la pieza. Sin embargo los reyes podían cobrarse un señoreaje por acuñar moneda entregando monedas con un valor intrínseco inferior al nominal. El sentido común parecía indicar por tanto que el valor de la moneda procedía de su contenido en plata u oro y que la moneda surgió de forma consuetudinaria como medio para facilitar el comercio y evitar el engorroso trueque.

Sin embargo la Aantropología y la Historia cuestionan esta visión convencional. Nuestra explicación acerca del origen del dinero parece deberse más bien a nuestra experiencia moderna. El antropólogo David Graeber piensa que el origen está en el intercambio de regalos en las primitivas sociedades agrarias. Según su punto de vista el dinero surge como una forma de reconocer una deuda y por tanto estaría más bien vinculado al desarrollo del crédito que a la función de intercambio. La primera moneda del hombre sería pues un reconocimiento de deuda, una promesa de pago en el futuro. En las sociedades primitivas no existía la moneda y todo el intercambio se basaba en promesas. Tú me das hoy una calabaza yo mañana te doy algo equivalente en grano, por ejemplo. Randall Wray describe los hallazgos de tablas con muescas encabezadas por el nombre del deudor. Estas muescas se perpendicularmente a lo largo de una línea que luego servía para partir la cuenta por la mitad de forma que cada parte, deudor y  acreedor, conservaban un registro fidedigno. Al saldar su deuda el deudor aportaba su mitad que se podía cotejar con la que conservaba el acreedor.

En realidad hasta la edad moderna la moneda apenas se utilizaba para las transacciones diarias. Desde tiempos inmemoriales el comercio se ha basado en el crédito y en las obligaciones de reciprocidad. Durante el feudalismo el vasallo quedaba obligado a entregar a su señor una parte del producto de su trabajo, en realidad estaríamos hablando de un impuesto no monetario. El dinero parece que lo introdujeron los reyes como una especie de ficha o vale que reconocía una deuda. Antes que pagar a sus mercenarios o sus funcionarios con grano o aceite era más sencillo hacerlo con un título de deuda que el receptor podía utilizar en el mercado para comprar lo que necesitara. El valor de esos vales se derivaba simplemente de que el soberano los aceptaba como medio de pago de impuestos.

No hay otro modo de entender que las monedas hechas de metales de bajo valor como el hierro o el bronce hubiesen circulado en la antigüedad. De hecho el valor nominal solía ser bastante superior al del contenido en plata u oro de las monedas antiguas y por tanto su valor no podía derivarse del precio del metal sino de su uso como medio de librar el pago de impuestos. Parece ser que el uso de metales precios para acuñar moneda se debió más bien a que su escasez dificultaba la falsificación de la moneda.

La idea de que debía haber una correspondencia entre el valor nominal y el facial de la moneda es relativamente moderna y fue algo que tardó mucho en conseguir el estado moderna a costa de grandes dificultades, entre otras la obligación de acumular grandes reservas para poder estabilizar el precio del oro y de la plata y, por ende, el de la moneda. La naturaleza y la capacidad de extraer metales de la tierra limitan la cantidad disponible de plata y oro y por eso su precio podía experimentar oscilaciones salvajes. El problema de los patrones metálicos es que generan grandes problemas de escasez de moneda y así fue hasta que se pudo aumentar la producción sobre todo gracias al descubrimiento de las minas americanas de plata y oro. 

El Imperio colonial español permitió a la corona acceder a las mayores minas de plata del mundo. Entre 1500 y 1750 de México y Perú provino más del 80% de la producción mundial de plata que osciló entre las 40.000 y las 70.000 toneladas. Durante un par de siglos la moneda española, o más precisamente la acuñada en América, circuló por todo el mundo en un circuito que llegaba a los centros financieros de Flandes y Génova o a los puertos comerciales de China de donde procedían valiosas manufacturas. Merced a la plata americana el Rey de España mantenía el ejército más potente de Europa. Adam Smith en La Riqueza de las Naciones, explica cómo el descubrimiento de las minas del Potosí inundó Europa y el mundo de plata y describe su efecto inflacionista con un minucioso análisis de la evolución del precio de del trigo expresado en libras, chelines y peniques desde la edad media hasta el siglo XVIII. La plata del Potosí alimentó una expansión del comercio internacional sin precedentes y provocó un aumento espectacular de la demanda de manufacturas europeas. Sin esa expansión de la oferta monetaria durante los siglos XVI a XVIII quizás no se habría producido la acumulación de capital en Europa que despertó la Revolución Industrial del siglo XIX. La plata del Potosí alimentó una expansión del comercio internacional sin precedentes y provocó un aumento espectacular de la demanda de manufacturas europeas. Sin esa expansión de la oferta monetaria durante los siglos XVI a XVIII quizás no se habría producido la acumulación de capital en Europa que despertó la Revolución Industrial del siglo XIX.


Quizás haya sido el comercio internacional el causante de la convergencia entre valor intrínseco y facial de la moneda. Un extranjero no estaba obligado a pagar impuestos al soberano de otro país y por tanto no habría aceptado el valor facial impuesto por el soberano a sus súbditos. Pero la necesidad de disponer de moneda de plata u oro creaba un problema para aquellos países que carecen de minas de oro o plata. La única forma de conseguir moneda era a través de la exportación de bienes. Un superávit en la balanza de pagos permite a un país acumular reservas de oro y plata. Un país que experimenta déficits prolongados agota sus reservas de oro y plata. La carencia de moneda equivale a una contracción de la oferta monetaria que tiene efectos depresivos severos sobre la economía. Hasta el siglo XIX no eran infrecuentes las crisis de falta de liquidez que sumían a los países afectados en prolongadas depresiones y deflaciones. No sorprende que el mercantilismo fuera una política tan popular en los siglos XVIII y XIX.

Para resolver los problemas generados por la escasez de plata y oro los bancos privados y luego los bancos centrales en régimen de monopolio crearon los billetes de banco cuyo respaldo eran depósitos de plata u oro. Ese respaldo no era del 100% pues los bancos solo conservaban en sus cofres una fracción el oro o plata que respaldaba sus emisiones. Teóricamente se podían redimir los billetes de banco por monedas de plata u oro presentándolos en ventanilla pero esa convertibilidad se fue abandonando gradualmente. En el siglo XIX la escasez de moneda era acuciante y obligó a autorizar emisiones de papel moneda. Una real orden de 3 de junio de 1833 por ejemplo autorizó al Banco Español de San Fernando a duplicar el importe de billetes en circulación, limitándolo a 12 millones de reales. El bimetalismo imperante en muchos sistemas monetarios a principios del siglo y que consistía en una tasa de cambio fijada por ley para cambiar moneda de plata por moneda de oro agravaba los problemas de escasez. Si la tasa de cambio del oro por la plata fijada por ley era de 15,5 a 1 pero en el mercado internacional la tasa era de 16 a 1 era un buen negocio comprar oro a la tasa oficial y venderlo fuera. La moneda de oro se acaparaba y solo circulaba la de plata, un ejemplo del funcionamiento de la Ley de Gresham. El bimetalismo se abandonó a finales del siglo XIX y se impuso el patrón oro.

A finales del siglo XIX el Reino Unido utilizaba un patrón oro pero las necesidades de financiar la primera Guerra Mundial obligaron a ese país a abandonarlo. La guerra provocó problemas de fugas de capitales y de balanza de pagos que debieron resolverse emitiendo papel moneda. Los demás países europeos no tardaron en seguir su ejemplo. Los intentos de reintroducirlo en el período de entreguerras duraron poco pues la Gran Depresión lo hizo insostenible. Muchos culpan al patrón oro de haber agravado las consecuencias de esa crisis económica.

Tras la Segunda Guerra Mundial el acuerdo de Bretton Woods introdujo una limitada convertibilidad del oro del dólar y de las demás monedas respecto al dólar. Los bancos centrales podían intercambiar sus reservas de dólares por oro a razón de $35 la onza. En los años 60 Francia decidió cambiar sus reservas de dólares generando tensiones con EE.UU. Finalmente Nixon decidió abandonar la convertibilidad internacional del dólar en 1971 en gran parte debido a los problemas derivados de financiar la Guerra de Vietnam y de hacer frente a un creciente déficit en la balanza comercial.
El abandono del patrón oro fue saludado por Keynes quien afirmó “nos hemos quitado un enorme peso de encima” pues “el comercio británico recibiría un estímulo mucho más importante de lo imaginable. Es una gran noticia para nuestros empresarios, fabricantes y desempleados que puedan saborear la esperanza de nuevo”.   Debemos sin duda celebrar que en nuestros tiempos se ha renunciado a esa bárbara reliquia del pasado. Hoy en día solo algunos sedicentes economistas liberales, profundamente reaccionarios, como el economista que asesora a Mariló Montero en TVE1, Juan Ramón Rallo, defienden la vuelta al patrón oro. Mariló Montero defiende el Toro de la Vega así que no debería sorprendernos su afición por difundir tradiciones bárbaras.

Circulación fiduciaria

Pero si la moneda no es convertible ¿por qué confía la gente en la moneda “de papel” creada por el estado? La respuesta tradicional es que los agentes “se fían” del estado, de allí procede el término “moneda fiduciaria”. Algunos recordarán que en los antiguos billetes de banco españoles aparecía la leyenda “El Banco de España pagará al portador… X pesetas”. Era un vestigio de cuando los billetes de banco eran convertibles en moneda metálica. Obviamente eso era una ficción desde hacía ya muchas décadas. Hoy en día un billete de 20 euros vale lo que dice el Banco Central Europeo que vale. Pero intrínsecamente nuestro dinero no vale nada. El dinero es simplemente un título que nos reconoce un derecho sobre futuros flujos de ingresos.

Si el dinero no vale nada ¿por qué no se deprecia hasta disolverse triturado en un proceso inflacionista? De hecho se han dado períodos de inflación muy elevada tras el abandono del patrón oro. La hiperinflación alemana del año 23 o la de algunos países latinoamericanos de los años 80 son célebres. Sin embargo los bancos centrales cuando están bien gestionados regulan el crecimiento de la oferta monetaria de forma moderada para asegurar el cumplimiento de un objetivo de inflación moderada.

Teoría monetaria moderna

Entender que el estado no solo regula la oferta monetaria sino que además crea el dinero tiene consecuencias potencialmente revolucionarias. Si el estado quisiera, podría acabar con el desempleo. ¿Cómo? Comprando los servicios y contratando los trabajadores que el sector privado no quiere adquirir. ¿Y cómo lo podría pagar? Con dinero que crea el estado. Las únicas restricciones a las que se enfrenta el estado son la inflación y los arreglos institucionales. Por ejemplo, el estado español no puede hacerlo pues hace más de 10 años renunció a su soberanía monetaria.

La teoría monetaria moderna o neochartalismo postula que, puesto que el estado crea el dinero, su capacidad de compra es ilimitada y además el estado nunca puede ser insolvente. Además los neochartalistas describen y explican los flujos y relaciones entre los balances de los distintos agentes económicos. He creado este blog para dar un repaso a la teoría monetaria moderna y divulgarla.

En España y Europa padecemos una tasa innecesariamente elevada de desempleo y sufrimiento para la población. Opino que las causas se derivan en gran parte de nuestras instituciones y políticas monetarias. La teoría monetaria moderna puede ayudar a quitarnos las legañas de los ojos y entender que otra política es posible. En las próximas entradas de este blog iré describiendo mis reflexiones sobre el neochartalismo y dando a conocer el trabajo de algunos de sus precursores y proponentes como Georg Friedrich Knapp, Alfred Mitchell-Innes, Hyman Minsky, Randall Wray o Wynne Godley.

Repensando la relación con Europa.

En su libro El Dilema. 600 días de vértigo el presidente José Luis Rodríguez Zapatero narra como en una de las cumbres europeas convocadas para discutir la crisis griega, «el texto se fraguaba en reuniones reducidas, en las que estaban habitualmente representadas Alemania, Grecia, Francia, la Comisión Europea, el Presidente del Consejo y, en algunos casos, el presidente del BCE. El grueso de los gobiernos esperábamos pacientemente los resultados de este singular método de trabajo, que era el habitual (…) antes de las reuniones formales del Consejo (…).»

Sorprende que Zapatero no pudiera extraer más conclusiones de esta experiencia. ¿Por qué un gobernante español que descubre sorprendido que su poder en Europa es escaso se resigna a ello? Siempre que se habla del eje franco-alemán como motor de Europa da la impresión de que muchos comentaristas ven en él un virtuoso duunvirato capaz de tomar desinteresadamente las mejores decisiones por el bien común de nuestra cada vez más perfecta unión. Pero al contemplar el marasmo económico en el que está sumida la Europa actual uno empieza a preguntarse si la gobernanza económica de la Zona Euro no habría sido más acertada si los demás dirigentes nacionales hubiesen mostrado más coraje en la defensa de sus intereses. En El Príncipe Nicolás Maquiavelo lanza la siguiente admonición: «aquellos príncipes nuestros que, después de haber ocupado algunos Estados por muchos años los perdieron, acusen de ello a su cobardía y no a la fortuna».

Siempre se puede encontrar en Maquiavelo una cita feliz para comentar cuestiones políticas. Antonio Estella, Catedrático Jean Monnet “ad personam” de Gobernanza Económica Global y Europea de la Universidad Carlos III,  recurre al pensador florentino iniciando su nuevo libro España y Europa hacia una nueva relación  con un bello recordatorio al primero que trató la política como una ciencia despojándola de prejuicios morales.

Estella nos invita en su ensayo a indagar precisamente sobre los problemas de gobernanza de Europa y de la zona euro que encerraron a Zapatero en su “dilema” desde un prisma más “maquiavélico”. Las élites españolas  han visto nuestro ingreso en el club europeo como un valor en sí mismo, garantía de  democracia y modernidad para un país con una historia trágica. Quizás nos convendría  corregir esta visión ingenua partiendo de un mejor entendimiento de cómo se reparte realmente el poder en Europa.

Estella describe una línea imaginaria trazada desde Londres hasta Atenas que divide Europa en dos mitades: al Norte los países acreedores; al sur los deudores. A éstos aquéllos les han impuesto una política de ajuste basada en la “consolidación fiscal” y la “devaluación interna”. El reparto de las cargas de la crisis dentro de la zona Euro ha sido asimétrico en detrimento de los países a este lado de la línea.

Para Estella éste es el desenlace ineluctable de un “triángulo institucional de la muerte” que gobierna la moneda única y cuyos vértices son el Pacto de Estabilidad y Crecimiento (PEC), el mandato del Banco Central Europeo (BCE) y la regla “no bail-out”. El primero obliga a los estados a un rigor presupuestario que ha demostrado potentes efectos procíclicos en esta crisis económica. El segundo impide al BCE actuar como prestamista de última instancia e introduce un sesgo antiinflacionista en la política monetaria. El tercero, implantado para evitar el “riesgo moral” que incentive que un país se endeude excesivamente, ha dificultado la estructuración de mecanismos de rescate.

¿Cómo es posible que nuestra UE, cuyos textos fundacionales proclaman en sus proemios altos ideales democráticos y de solidaridad haya podido imponer una solución para la crisis tan asimétrica y, a la postre, nefasta para Europa?

Estella se cuestiona el carácter realmente democrático de la UE. Un principio clásico de la democracia es “un hombre, un voto” pero el autor plantea que el rector de Europa es el de “un euro, un voto”. Formalmente la representación de los estados en las instituciones de la Unión Europea (UE) guarda una proporcionalidad con su población. Pero también se puede establecer una cierta relación entre la aportación económica de los estados y su peso en las instituciones que distorsionan ese principio de “un euro, un voto”. Determinadas decisiones requieren de unanimidad o mayorías reforzadas, sobre todo cuando se trata de decidir sobre asignaciones de recursos. Estella cita los casos de la morosa aprobación del Mecanismo de Estabilidad Europeo o  el opaco método de designación del presidente del Banco Central Europeo. Creemos que esta hipótesis merecería más investigación para dotar de mayores evidencias a un argumento central del ensayo de Estella, pero las confesiones de Zapatero la avalarían.

Si el problema es que la perversión de la regla democrática ha conducido a ajustes asimétricos ¿podría evitarlo en el futuro un fortalecimiento de los mecanismos representativos? Estella lo duda pues el problema no es de democracia sino de reparto de poder. Llama la atención el hecho de que la contribución por habitante al presupuesto de la UE es más elevada precisamente para aquellos países que han propugnado la consolidación fiscal, las reformas estructurales y la “devaluación” interna para los países periféricos. Las poblaciones de esos estados se han mostrado hostiles a que sus gobiernos paguen las consecuencias de la crisis con mayores aportaciones a la UE y a los estados rescatados.

Estella nos provoca en este punto con la propuesta de que todos los países hagan la misma aportación per cápita a la UE. En un campo de juego igualado los estados que ahora son contribuyentes netos no se resistirían a la supresión dentribuyentes netos no se resistires netos tendr peso institucionalaportaciones a la UE y Zapatero a  las reglas de unanimidad y mayorías reforzadas que han jugado en contra de nuestros intereses.

Antonio Estella invita a repensar la relación entre España y la UE. Es verdad que en sus inicios la integración de España en las Comunidades Europeas fue una historia de éxito. Sin embargo la entrada en la moneda común pavimentó el camino hacia el endeudamiento excesivo del sector privado y culminó con la imposición de las políticas de rigor presupuestario. El autor propone un modelo alternativo de relación entre España y la UE menos “ingenuo” y más pragmático, seleccionando “a la carta” las cooperaciones reforzadas y que se ajusten mejor a nuestros intereses, potenciando por ejemplo nuestra relación con América Latina, o aplicando una política industrial que ha brillado por su ausencia en las dos últimas décadas. Plantea incluso el escenario de una salida del euro para evitar los problemas de su sobrevaloración que nos restan competitividad.


Para uno de los padres fundadores de las Comunidades Europeas, Jean Monnet, cada decisión debería crear un problema que obligará a tomar una nueva decisión hacia adelante. Este criterio funcionalista hacia el federalismo ya no parece eficaz; quizás se haya agotado el recorrido hacia una unión cada vez más perfecta o quizás haya que buscar otro método. España y Europa hacia una nueva relación  es una obra oportuna y necesaria que nos abstrae de la vorágine en la que nos ha sumergido la búsqueda de respuestas a la crisis social, política y económica de nuestro país y nos obliga a pensar en sus causas jurídicas e institucionales.