Cualquiera que haya seguido la prensa económica o las
secciones de economía de la prensa generalista durante los últimos años habrá
observado cómo periódicamente se nos alerta acerca del crecimiento insostenible
de la deuda pública. La deuda del estado despierta temores entre la derecha
porque se asocia con una subida de impuestos en el futuro cuando haya que
pagarla —otro motivo menos confesable es que la derecha desea limitar el ámbito
de actuación del estado. Incluso desde la izquierda se habla con frecuencia de
deuda “ilegitima” y la necesidad de someterla a auditoría. Creo que la izquierda tiene problemas para comprender que las emisiones de deuda constituyen una mera operación monetaria en la que se produce un simple canje de activos. Hay que auditar la ejecución del gasto, no la deuda.
Muchos creen honestamente que la deuda no se puede pagar y
que, tarde o temprano, llegará la hora de la verdad en la que el estado se verá
obligado a suspender pagos y aplicar políticas de austeridad draconiana,
incluso a vender empresas públicas y todas las joyas de la corona. El pavor a
la deuda pública se refleja en los en el Tratado de Estabilidad, Coordinación y
Gobernanza en la Unión Económica y Monetaria de la Unión Europea que obliga a
los países con una deuda pública superior al 60% del PIB a llevarla a ese
límite en veinte años a un ritmo de una veinteava parte al año (Boletín
Oficial del Estado, 2013, pág. 28) .
La histeria de deuda lleva a algunas personas a hacer
aseveraciones asombrosas. Por ejemplo no son pocos los que dicen que estamos
dejando una pesada carga a futuras generaciones. Según esta visión de pesadilla
la presente generación dejará tal carga de deuda que en el futuro nuestros hijos
o nietos tendrán que destinar la mayor parte de su renta a pagar el principal y
los interesas. Pero la pregunta es cómo exactamente van a pagar esas futuras
generaciones esa deuda con los que las hemos cargado tan onerosamente. ¿Tendrán
que enviar bienes y servicios producidos en el futuro hacia el pasado por algún
mecanismo que la tecnología actual no permite? ¿A quién o quiénes deberán pagar
nuestros nietos esa pesada carga?
Es evidente que eso es absurdo: los pagos por el servicio de
una deuda se realizan siempre entre personas de una misma generación. En cada
generación unos serán acreedores y otros deudores. Cuando el estado paga
intereses por el servicio de la deuda alguien está cobrando ese flujo de
intereses en el momento presente, no el futuro ni en el pasado. La creación y
destrucción de activos financieros no crea ni destruye riqueza ni presente ni
futura, simplemente transfiere rentas entre unos agentes y otros. Unos tendrán
una posición financiera neta positiva y otros la tendrán negativa pero, en
agregado, la posición financiera de la economía es cero.
Existe incluso una página web en EEUU que trata de alarmar a
los americanos con un contador de deuda que les ilustra sobre el ritmo al que crece (US Debt
Clock) .
Pero estos ejercicios son pueriles y absurdos. Para empezar es inimaginable que
llegará un día del juicio final en el que todos tendrán que saldar su deuda. El
gran economista Abba Lerner comparó la deuda a un bosque en el que todos los
años mueren árboles pero también nacen otros nuevos (Lerner, 1944,
pág. 303) .
En algunas épocas el bosque crecerá porque nacerán más árboles de los que
mueren y en otras el bosque menguará. Puede que una compañía papelera decida
tallar una parte para utilizar la pulpa o que haya un incendio pero luego el
bosque se podrá recuperar y volverá a crecer aunque todos y cada uno de los
árboles que lo componen acabarán por morir. De la misma manera la deuda total
aumentará o menguará pero nunca desaparecerá de golpe. Por cada inversor
antiguo que quiera desinvertir siempre habrá nuevos inversores que desean
comprar nueva deuda. Cuando los primeros son más que lo segundos la deuda
aumentará y viceversa.
La fobia a la deuda se deriva de entender al estado como un
hogar o una empresa. Pero un estado no es un hogar porque las emisiones de
deuda pública cuentan con el respaldo del banco central (también en los países
de la zona Euro desde que el Banco Central Europeo inició su programa de
flexibilización cuantitativa).
Decir que el estado se endeuda es lo mismo que decir que
alguien está acumulando activos financieros. Deuda y crédito son las dos caras
de la misma moneda. Cuando el estado se endeuda simplemente está creando
instrumentos de ahorro para el sector no gubernamental.
El propósito por el cual el estado emite deuda es reducir la
cantidad de reservas existentes en el sistema bancario. Cuando el estado gasta
crea reservas bancarias y cuando recauda impuestos las destruye. Por tanto un
déficit presupuestario tiene como efecto incrementar el saldo de reservas en el
sistema bancario. Las emisiones de deuda drenan estas reservas con la finalidad
de crear una escasez y subir el tipo de interés en el mercado interbancario
donde los bancos se prestan reservas unos a otros. El interés de este mercado interbancario es una referencia para los bancos que suelen determinar los tipos de interés que aplican a sus clientes añadiendo un
margen. En el caso extremo si nadie
aceptara el canje de reservas por deuda propuesto por el estado los tipos de
interés tenderían a caer a cero. Pero éste sería un comportamiento extraño en
entidades capitalistas cuyo objetivo es maximizar el beneficio.
La deuda pública no puede arruinar al estado. Sin embargo la
crítica de la deuda pública desde la izquierda tiene una cierta validez aunque por motivos equivocados. Al emitir deuda pública el estado simplemente está
sustituyendo un instrumento de ahorro que no paga intereses, las reservas, por
otro que sí los paga. La justificación es reducir el poder de compra en manos
del sector privado, normalmente con la intención declarada de evitar la
inflación. Sin embargo, si lo pensamos con detenimiento, el estado simplemente
está modificando las carteras de individuos adinerados que de todas formas no
pensaban gastar ese dinero.
Antiguamente eran los más adinerados quienes podían comprar
deuda pública. Thomas Piketty nos recuerda en su estudio sobre la desigualdad
como los personajes de las novelas decimonónicas de Jean Austen y Balzac
colocaban sus ahorros en deuda pública lo cual les permitía sacar una renta
anual sin asumir ningún riesgo (Piketty, 2013) . Actualmente los
grandes tenedores de deuda pública son los fondos de pensiones y de inversiones
donde conservan sus ahorros las personas de mayor patrimonio. En realidad la
deuda pública es una operación innecesaria que responde a un atavismo que
procede de la época de los patrones monetarios metálicos. Entonces los estados
debían emitir deuda para conseguir el oro o plata que necesitaban para gastar
cuando los ingresos tributarios eran insuficientes. Actualmente el estado se ve
obligado por una mera restricción institucional a emitir deuda pública por
importe equivalente a su déficit. De esta forma las reservas creadas por el
estado quedan automáticamente destruidas. Sin embargo en una etapa posterior
los bancos centrales se muestran dispuestos a comprar esa misma deuda pública a
cambio de cuentas de reservas si un exceso de reservas lleva los tipos de
interés por debajo del nivel deseado por el emisor.
En realidad no hay ninguna necesidad de que los tipos de
interés sean distintos del 0%. Pensemos con detenimiento qué supone que el
estado pague intereses a los tenedores de deuda pública. En 2015 el estado
español pagó más de 33 mil millones de euros en intereses, es decir entregó a
los tenedores de la deuda pública el equivalente al 3% del PIB, más que los
recortes que histéricamente nos piden los sacerdotes de la austeridad
bruselenses. ¿Qué bienes y servicios habían entregado a cambio los tenedores de
la deuda pública al estado? Realmente no tuvieron que mover un dedo para
conseguir esa cantidad de dinero. Se trata pues de una partida de gasto
totalmente regresiva que acentúa la desigualdad en el reparto de rentas en
beneficio de una minoría exigua; mera beneficencia para millonarios.
Para los estados que disfrutan de un monopolio en la emisión
de la moneda no existe ningún motivo racional que lo obligue a conseguir un
dinero que él mismo puede crear sin coste alguno. Lo lógico sería que el estado
dejara de emitir deuda pública en lo sucesivo y que el déficit público
simplemente se materializara en un aumento de las reservas bancarias llevando
los tipos de interés a su tasa natural —el 0%— de forma permanente. Deberíamos suprimir
la deuda pública por ser innecesaria y socialmente regresiva.
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