Está bien que la gente de la
nación no entienda nuestro sistema bancario y monetario porque, si fuera el
caso, creo que habría una revolución antes de mañana por la mañana.
Henry Ford
¿Qué es el dinero? Esta es una de las preguntas que se han respondido con mayor ofuscación entre los economistas. Sabemos que el dinero es útil pues nos sirve para realizar nuestras compras o incluso como medio de conservar una riqueza financiera. También sabemos que sirve para saldar nuestras deudas con nuestros acreedores. Sobre la utilidad del dinero no hay dudas entre los economistas. Donde existen diferencias a veces irreconciliables es en la comprensión de la naturaleza del dinero. El problema surge de nuestra historia monetaria pues hasta principios el siglo pasado del dinero presentaba la forma de un objeto metálico lo cual lo asemejaba a una mercancía, una especie de lingote de plata u oro con un sello del gobierno garantizando su pureza y peso. En la época del patrón oro muchos pensaron que el valor del dinero dependía del contenido de plata u oro de la moneda. Cuando se trataba de dinero en papel los billetes incluían una leyenda del tipo "El Banco de España pagará al portador 1000 pesetas" induciendo a su tenedor a pensar que en presentándolo en ventanilla de esa institución le entregarían tal importe en monedas de plata. Todavía muchos son los que piensan que el valor del dinero está respaldado por copiosas reservas de metales preciosos que se encuentran en las cámaras acorazadas de los bancos centrales.
La visión del dinero como mercancía se puede encontrar en Adam Smith, considerado por muchos como el primero en intentar formular la Economía como una ciencia, y por tanto desde el principio contaminó la visión del gremio sobre el dinero. Suele ir asociada a una leyenda sobre el origen del dinero que aparece en la Riqueza de las Naciones.
Pero cuando la división del trabajo dio sus primeros pasos, la acción de esa capacidad de intercambio se vio con frecuencia lastrada y entorpecida. Supongamos que un hombre tiene más de lo que necesita de una determinada mercancía, mientras que otro hombre tiene menos. En consecuencia, el primero está dispuesto a vender y el segundo a comprar una parte de dicho excedente. Pero si ocurre que el segundo no tiene nada de lo que el primero necesita, no podrá establecerse intercambio alguno entre ellos. El carnicero guarda en su tienda más carde de la que puede consumir y tanto el cervecero como el panadero están dispuestos a comprarle una parte, pero solo pueden ofrecerle a cambio los productos de sus labores respectivas. Si el carnicero ya tiene todo el pan y toda la cerveza que necesita, entonces no habrá comercio. Ni uno puede vender ni los otros comprar y, en conjunto, todos serán recíprocamente menos útiles. A fin de evitar los inconvenientes derivados de estas situaciones, toda persona prudente en todo momento de la sociedad, una vez establecida originalmente la división del trabajo, procura naturalmente manejar sus actividades de tal manera de disponer en todo momento, además de los productos específicos de su propio trabajo, una cierta cantidad de alguna o algunas mercancías que, en su opinión, pocos rehusarían aceptar a cambio del producto de sus labores respectivas.Y más adelante Smith añade, que, para superar los inconvenientes de una economía basada en el trueque, el hombre, tras haber ensayado la utilidad para tales propósitos de las conchas, del ganado, o de la sal,
En todos los países, sin embargo, los hombres parecen haber sido impulsados por razones irresistibles a preferir para este objetivo a los metales por encima de cualquier otra mercancía (Smith, A. 1994).En otro post trataré de demostrar que esta historia no se sostiene a la luz de la evidencia aportada por la historia, la arqueología y la antropología. La idea de que en un pasado remoto los hombres se dedicaban a canjear en el mercado unas mercancías por otras en función de una relación de intercambio de cada mercancía por cada una de las demás resulta improbable y ni los antropólogos ni los arqueólogos que han investigado sociedades monetarias han encontrado rastro de tal civilización. La historia del uso de oro como dinero-mercancía también resulta improbable. Como dice Wray
Incluso si solo se intercambiasen unas pocas docenas de mercancías, la gimnasia mental que habría que ejercer para llegar a un vector de equilibrio de ratios de precios relativos -el valor de cada mercancía medido en términos de oro- sería muy difícil, ya que de alguna manera todos los comerciantes de la sociedad tendrían que converger a precios de equilibrio. (Wray, 2012)
Algo que requeriría el poder de computación de un ordenador.
La visión del dinero-mercancia no tiene mucho sentido. Según la visión del dinero-mercancía alguien tendría que producir esa mercancía para ponerla en circulación. Pero ¿qué fondos podría utilizar para comprar el insumo y el trabajo necesarios para producir esa mercancía? La experiencia nos dice que la gente no produce mercancías para comprar dinero y acabar con otras mercancías. Más bien parecería que el proceso productivo empieza con dinero para producir mercancías con las que conseguir dinero, a ser posible más del que se tenía inicialmente. Ese dinero es el que nos permite luego comprar todas las demás mercancías que necesitemos pero también nos permite guardar poder adquisitivo con intención de utilizarlo en un momento futuro. El objetivo del proceso productivo en una economía monetaria es conseguir dinero, no mercancías. Precisamente la existencia del dinero es el origen del desempleo: gente que quiere dinero pero no lo encuentra. Si el dinero fuera una mercancía la forma de obtenerlo sería tan sencillo como poner a personas a trabajar en producir esa mercancía. Si el dinero se pudiera cultivar o creciera en los árboles sería sencillísimo producirlo en forma de hojas. Pero resulta evidente que si el dinero lo pudiéramos producir como mercancía su valor caería. El dinero no puede pues ser una mercancía que se pueda producir con trabajo. Precisamente lo que permite que el oro tenga valor es su escasez o la dificultad en encontrarlo. Sin embargo esa virtud es también su principal problema para funcionar como dinero: la imposibilidad de que la oferta monetaria crezca a la par que la actividad económica.
Resulta evidente que en la economía contemporánea nadie se dedica a trasegar lingotes de oro para formalizar un pago. A estas alturas debería resultar evidente para cualquier persona que el dinero no es una mercancía. Incluso argumentaré en otro post que en la época del patrón oro no era el metal precioso el que daba valor a la moneda sino la predisposición del estado a comprar el metal a un precio determinado el que fijaba su valor.
La discusión anterior nos permite entender la primera proposición fundamental sobre la naturaleza del dinero por Randall Wray (Wray, 2012) a partir de una célebre frase de Grower (1965)-
El dinero compra bienes y los bienes compran dinero pero los bienes no compran bienes.
El dinero no es una mercancía sino un activo financiero, para el que lo tiene en su poder. Pero si es un activo financiero entonces tiene que ser un pasivo de otra persona. Ante todo el dinero es pues un reconocimiento de una deuda. ¿De quién? Del emisor, ya sea éste un banco o un gobierno.
Una característica del dinero es que permite expresar una deuda en una unidad de cuenta. En definitiva, el dinero nos permite medir una determinada cantidad de deuda. De la misma manera que el grado Celsius nos permite medir una temperatura y el metro una distancia, un peso, un dólar o un euro nos permite cuantificar una deuda. Por tanto el paso lógico previo para que exista dinero es definir esa unidad de cuenta. Veremos posteriormente que la definición de unidades de cuenta históricamente precede a la creación del dinero físico en las civilizaciones antiguas.
¿Quién define esa unidad de cuenta? Adam Smith puede tratar de vendernos que fue el sector privado actuando de forma espontánea en los mercados pero ni el sistema métrico decimal fue acordado espontáneamente en los mercados ni tampoco lo fue la unidad de cuenta. Son los estados los que determinan la hora oficial y las unidades de medida de peso, distancia o temperatura. De la misma manera es el estado el que define lo que es un dólar, un peso, una peseta o un euro. Ese privilegio corresponde al estado y a nadie más. Por supuesto mengano y zutano pueden acordar medir una distancia en pies de la talla del pie de mengano, lo cual puede resultar útil si no cuentan con una regla en ese momento. Igualmente pueden acordar la firma un pagaré denominado en pepinos pero será difícil que este pagaré circule fuera del escueto circuito económico integrado por mengano y zutano. De hecho algunas empresas han creado sus propios sistemas monetarios, normalmente ligados a sistemas de fidelización de clientes. Muchas gasolineras, líneas aéreas y tiendas facilitan a sus clientes su propia tarjeta de puntos, a veces con nombres imaginativos. Pero es el comerciante el único que define el valor de esos puntos en relación a otras unidades monetarias y normalmente solo pueden redimirse dentro de su propio comercio.
Pero si queremos que una distancia sea comprendida con precisión por todos tendremos que utilizar una medida oficial. Ya en los antiguos fueros de la España medieval se recogía como delito la manipulación de los pesos y medidas y se designaba a funcionarios municipales la función de "visitar" o controlar la fidelidad de las que empleaban los comerciantes en los mercados. En la Edad Media la definición de los patrones de pesas y medidas eran una competencia municipal pero en el siglo XIX esta competencia fue centralizada en el estado para facilitar el comercio. De la misma manera los estados definen actualmente la unidad monetaria oficial en el ámbito de su soberanía. En este sentido el dinero es una unidad tan abstracta e intangible como el metro, el litro o el grado Celsius. Podemos comprender lo que significa un dólar, un maravedí o un euro pero no podemos palparlo ni tocarlo. Ni el dólar ni el peso son un lingote de plata de unas determinadas dimensiones o peso. Ésta unidad de cuenta solo puede ser definida y administrada de forma eficaz y confiable por una autoridad reconocida por todos, es decir, por el estado.
El dinero es por tanto un pagaré que describe una deuda adquirida en una transacción sin contrapartida y medida en una determinada unidad de cuenta. En una transacción sin contrapartida se produce un intercambio en el que A entrega a B un bien. B queda en deuda con A y lo reconoce verbalmente o mediante un documento. En este segundo caso B emite un pagaré o nota de crédito. B, el deudor, es el emisor del dinero y A, el acreedor, es el usuario. Para que el dinero de B sea válido A tiene que confiar en B, si no, no sería posible la transacción.
Comprando nos convertimos en deudores y vendiendo nos convertimos en acreedores y, siendo todos compradores y vendedores, somos todos por tanto deudores y acreedores. En cuanto deudores podemos cancelar la deuda con nuestros acreedores reconociéndoles una deuda por importe equivalente al que ellos a su vez han contraído (Mitchell-Innes, A, 1913).
Cuando B vuelve a encontrarse con A puede entregarle otra mercancía que A necesite. De esta forma el dinero creado por B quedaría cancelado. El dinero se crea y se destruye casi instantáneamente, como dos partículas de materia y antimateria que cuando se encuentran se aniquilan mutuamente. Alternativamente A podría entregar el dinero de B a C en otra transacción en la que éste le entregue al primero un bien o servicio. Podemos imaginar una situación en la que el pagaré de B siga circulando por la economía, pasando de mano en mano, sin que nunca se cancele. Si B tiene un crédito elevado en la sociedad su dinero será bueno y será aceptado por otras personas. Ciertamente esto puede ocurrir con el dinero del gobierno. Hay millones de billetes de banco que emitió el Banco de España denominados en pesetas y nunca se devolvieron cuando se introdujo el euro. Cuanto más aceptable sea un pagaré más características intrínsecas del dinero tiene.
Como afirma Wray en su segunda proposición sobre el dinero:
el dinero siempre es deuda, no puede ser una mercancía, porque si no se violaría la proposición anterior (Wray 2015).
Otro día seguiremos explicando el dinero creado por los bancos y profundizaremos en la jerarquía del dinero.
¿Qué es el dinero? Parte I
¿Qué es el dinero? Parte II
¿Qué es el dinero? Parte III
¿Qiué es el dinero? Parte IV
¿Qué es el dinero? Parte V
Referencias:
Mitchell-Innes, A. What is Money? (1913). Banking Law Journal, May, pp. 377-408. Reproducido como capítulo en Credit and State Theory of Money (2004).
Smith, A. La Riqueza de las Naciones. Libros I, II y III y Selección de los Libros IV y V (1994). Alianza Editorial.
Wray, R. Modern Money Theory. A Primer on Macroeconomics for Sovereign Monetary Systems. (2012). Palgrave MacMillan. New York.
¿Qué es el dinero? Parte I
¿Qué es el dinero? Parte II
¿Qué es el dinero? Parte III
¿Qiué es el dinero? Parte IV
¿Qué es el dinero? Parte V
Referencias:
Mitchell-Innes, A. What is Money? (1913). Banking Law Journal, May, pp. 377-408. Reproducido como capítulo en Credit and State Theory of Money (2004).
Smith, A. La Riqueza de las Naciones. Libros I, II y III y Selección de los Libros IV y V (1994). Alianza Editorial.
Wray, R. Modern Money Theory. A Primer on Macroeconomics for Sovereign Monetary Systems. (2012). Palgrave MacMillan. New York.
Excelente entrada. Hace tiempo que me interesa el dinero en su papel de eje o "lenguaje" que une la sociedad y este artículo me ha resultado muy didáctico para entrar en la cuestión con más detalle. En cuanto tenga un rato voy a por el resto de la serie
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