Una versión abreviada de este post se publicó el 13 de diciembre de 2016 en la sección Luces Rojas de Infolibre
El efecto de
Brunel: nada nuevo en el capitalismo
Esta vez es
diferente: La amenaza robótica
Sospechosamente estas profecías coincidieron siempre con períodos de elevado desempleo. En 1930 el mismo Albert Einstein culpó a las máquinas del desempleo. Ganaría el premio Nobel de Física pero sin duda no el de Economía. John Maynard Keynes también cayó en este error y culpó a la tecnología del desempleo llegando a acuñar el término “desempleo tecnológico”. Anslow explica que el uso del término “desempleo tecnológico” reaparecía y se popularizaba cada vez que aumentaba el desempleo en un ciclo recesivo. Keynes escribió en los años 30 del siglo XX un célebre ensayo en el que profetizaba que «el desempleo causado por nuestro descubrimiento de medios para economizar el uso de trabajo correrá a un ritmo más veloz que al que podemos encontrar nuevos usos para el trabajo» (Keynes, Economic possibilities for our grandchildren, 1930).
La percepción negativa de la automatización se debe en parte a que no se entienden completamente las causas de su introducción en los entornos industriales y no necesariamente se explican por la necesidad de ahorrar costes laborales. La robótica genera directamente nuevos puestos de trabajo relacionados con el diseño, la fabricación, la operación y el mantenimiento de estos equipos. Además, algunas industrias no serían viables porque requieren unos niveles de precisión y calidad que no son factibles sin el uso de robots. Podemos citar la electrónica —ordenadores, teléfonos móviles— o las energías renovables —células fotovoltaicas— como ejemplos paradigmáticos.
Por otra parte, la mecanización y la robótica suprimen trabajos pesados, repetitivos o que generan estrés y lesiones en los trabajadores. En ocasiones las condiciones de trabajo pueden ser tan penosas o peligrosas que sería ilegal que las hiciera una persona. La industria más robotizada sin duda es la del automóvil. En ella las tareas de soldadura y pintado las realizan máquinas robotizadas. En contrapartida, el aumento de la productividad obliga a generar empleos para dar salida a los nuevos productos creando oportunidades en los sectores de los servicios, la logística y la distribución. Por supuesto, uno de los factores que impulsan la entrada de los robots son los costes laborales relativos. Si los salarios chinos son mucho más baratos que los de Alemania o Japón, la robotización es una forma de mantener abiertas plantas que de otra manera se cerrarían.Es importante entender que la robótica no tiene por qué tener un efecto neto negativo sobre el empleo. Pese a que debe tomarse con cautela, porque responde a unos intereses de parte, un informe elaborado para la International Federation of Robotics (IFR) estimaba que en seis países estudiados (EEUU, Alemania, Japón, Corea, Brasil y China) se crearon 9 a 12 millones de nuevos empleos gracias a la robótica entre 2000 y 2016 (Gorle & Clive, 2013).
Sin embargo, las altas tasas de desempleo experimentadas en Europa parecerían confirmar el fin del empleo pronosticado por Rifkin. En España las tasas de desempleo han alcanzado niveles espeluznantes y en toda la zona euro las tasas son históricamente elevadas. ¿Esta vez es verdad que viene el lobo robótico? Me parece una hipótesis demasiado fácil de rebatir. Si fuese cierto que la inversión en robots estuviese destruyendo puestos de trabajo observaríamos este fenómeno con mayor intensidad en países con mayor inversión en este tipo de bienes de equipo. Sin embargo, es precisamente en los países más robotizados donde las tasas de desempleo son más bajas.
El siguiente gráfico pone en relación la tasa de desempleo con la densidad robótica (robots instalados por cada 10.000 empleados en la industria) y en él se observa una relación más bien inversa entre robotización y desempleo. Países altamente robotizados como Japón, Corea del Sur y Alemania mantienen tasas de desempleo relativamente bajas. En España, en cambio, menos robotizada, la tasa de paro es obscenamente alta.
No es la tecnología, es el gobierno
La estadística sugiere más bien que el caso español es una aberración dentro de una zona geográfica que se comporta como una anomalía. Los datos estadísticos de nuestra economía muestran una correlación elevadísima entre la caída de la inversión y de la ocupación entre 2007 y 2013 (Ilustración 2). La caída en la confianza en diversos sectores privados también correlaciona con un incremento de la tasa de desempleo, sobre todo el sector de la construcción (Ilustración 3). Finalmente el crecimiento del crédito a hogares y empresas muestra una desaceleración en el primer trimestre de 2007 —momento que coincide con el inicio de la crisis y las primeras pérdidas de empleo— e incluso se vuelve negativo a finales de 2013 —momento álgido del desempleo– (Ilustración 4).
Así pues, la causa del desempleo no fue la tecnología sino una insuficiente demanda agregada motivada por el fin de la burbuja inmobiliaria que habían financiado los bancos. Una actuación oportuna del estado que hubiese creado nuevo dinero en el inicio de la crisis con gasto deficitario habría detenido la hemorragia de los empleos remunerados. Las políticas de la UE han creado un problema de gran gravedad, pero se despista a la población con explicaciones oportunistas.
Ofuscadas, las izquierdas han caído en la trampa de atribuir el desempleo a la globalización y a la tecnología. Ante un problema que el diseño institucional del euro ha creado, en lugar de buscar la respuesta adecuada exigiendo la abolición de los criterios irracionales de Maastricht y oponiéndose a los planes de consolidación fiscal, gran parte de la izquierda se resigna ante un problema cuya solución no acierta a ver. Es entonces cuando se postula el reparto del trabajo –como si fuese un bien escaso que debe ser racionado— o se propone una magra renta básica para que los excluidos no protesten.
Incluso, si aceptáramos que la tecnología estuviera generando desempleo de forma tan rápida que no diese tiempo para reubicar a trabajadores desplazados por la tecnología ¿por qué no podríamos implantar reglamentación que la frenara para permitir una adaptación de la sociedad más gradual o directamente impida la robotización en ámbitos que consideremos inadecuados? Debemos convencernos de que no es el hombre el que está al servicio de la Economía sino que es ella la que debe servirnos. Poner al hombre en el centro puede significar, por ejemplo, que decidamos prohibir los vehículos sin conductor o cerrar la plataforma Uber porque compite de forma desleal con el colectivo de transporte reglado de pasajeros. En la industria del automóvil las zonas robotizadas de las no robotizadas están separadas porque las máquinas podrían crear peligro para los seres humanos ya que no pueden tener conciencia de su entorno. Este es uno solo de los ejemplos de limitación reglamentaria a la expansión de los robots en la fábrica. Luchar contra el desempleo es una responsabilidad del estado, nuestro agente para resolver los problemas que el sector privado no puede o no quiere.
Referencias
El efecto de
Brunel: nada nuevo en el capitalismo
George Gardiner narra como el ingeniero Marc Brunel introdujo en la armada
británica a principios del siglo XIX una máquina que permitía fabricar
automáticamente bloques de aparejo empleando tan solo a 10 personas donde el
proceso manual tradicional requería el empleo de 110 personas expertas. Al
parecer esta fue la primera vez que maquinas-herramientas completamente metálicas
se empleaban para producción en masa. El ahorro en costes fue el equivalente al
de un año de producción aunque el coste de producir las máquinas le supuso a
Brunel tres veces ese mismo ahorro. Si bien se habían perdido 110 empleos se
habían empleado 410 personas en fabricar esta máquina. Temporalmente el empleo
había crecido pero, una vez fabricadas las máquinas, el empleo en fabricación
de bloques de aparejo había caído. En definitiva la inversión en bienes de
equipamiento había tenido un efecto deflacionista al reducir las rentas totales
de los factores de producción. Esa caída en las rentas se traduciría, por la
identidad macroeconómica entre ingresos y gastos, en una reducción de la
demanda agregada y por tanto del PIB. Gardiner bautiza este fenómeno ‘el efecto
Brunel’ (Gardiner, 2004, págs. 160-61) .
El impacto final del ahorro de trabajo causado por la tecnología depende de si se crea nuevo poder adquisitivo para reorientar los recursos liberados a nuevas actividades. En el ejemplo anterior, si el gobierno británico hubiese pagado la compra de las máquinas de Brunel elevando los impuestos, habría retirado poder adquisitivo del público desviándolo hacia el gobierno por importe equivalente. Si hubiese pedido un préstamo para pagar la inversión, el efecto habría sido parecido pues habría retirado ahorros, es decir rentas no gastadas, del sector privado. En cambio, si hubiese financiado la inversión con nuevo dinero, es decir con un aumento del gasto deficitario, habría habido un incremento de la demanda equivalente al empleo luego destruido por la inversión tecnológica, y se habrían mantenido los niveles de producción y ocupación.
Esta vez es
diferente: La amenaza robótica
El
temor a la destrucción del empleo causado por el cambio tecnológico es un tema recurrente. Ya a principios del siglo XIX el movimiento ludita llevó a los trabajadores
textiles ingleses a destruir la maquinaria utilizada en el incipiente proceso
de industrialización. Sin embargo el trascurso del tiempo demostraría que las
nuevas tecnologías también demandarían nuevos puestos de trabajo y la humanidad
seguiría avanzando creando niveles de bienestar más elevados. Es cierto que la
industrialización se hizo a lomos de un proletariado brutalmente explotado. Sin
embargo, los movimientos sindicales y la protección del estado consiguieron
corregir los peores aspectos de un capitalismo despiadado haciendo que los
niveles de bienestar aumentasen para toda la sociedad. Recientemente
Louis Anslow ha publicado un post que repasa todas las ocasiones en las que
se ha anunciado que las maquinas acabarían con el trabajo humano.
Sospechosamente estas profecías coincidieron siempre con períodos de elevado desempleo. En 1930 el mismo Albert Einstein culpó a las máquinas del desempleo. Ganaría el premio Nobel de Física pero sin duda no el de Economía. John Maynard Keynes también cayó en este error y culpó a la tecnología del desempleo llegando a acuñar el término “desempleo tecnológico”. Anslow explica que el uso del término “desempleo tecnológico” reaparecía y se popularizaba cada vez que aumentaba el desempleo en un ciclo recesivo. Keynes escribió en los años 30 del siglo XX un célebre ensayo en el que profetizaba que «el desempleo causado por nuestro descubrimiento de medios para economizar el uso de trabajo correrá a un ritmo más veloz que al que podemos encontrar nuevos usos para el trabajo» (Keynes, Economic possibilities for our grandchildren, 1930).
El artículo de Anslow nos da más ejemplos de cómo el temor a la tecnología
resurgía década tras década. En 1940 el presidente de MIT, Karl Compton,
rebatió al presidente Roosevelt quien veía un problema en la mecanización. Un
senador de los EEUU ya propuso un impuesto sobre las máquinas. En los años 50
se propuso una investigación del congreso sobre la cuestión de la pérdida
masiva de empleos causada por los robots. El presidente Eisenhower desmintió
esas amenazas y dijo que “esos mismos temores habían atemorizado a la gente
durante 150 años y siempre se habían demostrado sin fundamento”.
La década siguiente vio cómo el temor a la automatización y la robotización arreciaban. Un economista rogaba al presidente Kennedy que convocara una conferencia sobre el desempleo que causaban la tecnología y la automatización. Los medios anunciaban el fin de todo el empleo de baja cualificación en 10 años y Time sacaba un artículo en el que decía que “el alza en el desempleo ha despertado nuevas alarmas sobre una antigua palabra amenazadora: la automatización. ¿Cuánto ha contribuido la rápida expansión del cambio tecnológico al pico actual de 5.400.000 parados?”. El secretario del trabajo W. Willard Wirtz advirtió de un "tropel de empleo sobrante" incluso en épocas de bonanza.
En la década de los 70 el primer ministro británico James Callaghan recurría a un think tank para que se investigase la pérdida de empleo causada por la informática. En 1980 el New York Times sacaba un artículo titulado “un robot persigue tu empleo” (Anslow, 2016) . En 1995 el economista, sociólogo y pensador
estadounidense, Jeremy Rifkin, publicó un libro titulado El Fin del Trabajo. En esta obra profetizaba que, a diferencia de
otras épocas en las que el cambio tecnológico había desplazado a trabajadores
de actividades manuales creando sin embargo nuevas oportunidades profesionales,
la nueva revolución industrial basada en la automatización, la robótica, la
inteligencia artificial y la informática estaba desplazando a millones de
trabajadores sin crear nuevas oportunidades profesionales en contrapartida. En
las conclusiones a su libro Rifkin advierte ominosamente que
La década siguiente vio cómo el temor a la automatización y la robotización arreciaban. Un economista rogaba al presidente Kennedy que convocara una conferencia sobre el desempleo que causaban la tecnología y la automatización. Los medios anunciaban el fin de todo el empleo de baja cualificación en 10 años y Time sacaba un artículo en el que decía que “el alza en el desempleo ha despertado nuevas alarmas sobre una antigua palabra amenazadora: la automatización. ¿Cuánto ha contribuido la rápida expansión del cambio tecnológico al pico actual de 5.400.000 parados?”. El secretario del trabajo W. Willard Wirtz advirtió de un "tropel de empleo sobrante" incluso en épocas de bonanza.
En la década de los 70 el primer ministro británico James Callaghan recurría a un think tank para que se investigase la pérdida de empleo causada por la informática. En 1980 el New York Times sacaba un artículo titulado “un robot persigue tu empleo”
Esto es lo que sabemos con certeza: entramos en un nuevo período de la historia en el que las máquinas sustituirán cada vez más trabajo humano en la producción de bienes y servicios. Aunque los calendarios son difíciles de predecir, nos encontramos en un camino irreversible a un futuro automatizado y probablemente nos acercaremos a una era sin trabajadores, al menos en la producción de bienes y servicios, hacia principios del próximo siglo. (…) El fin del trabajo podría pronunciar una sentencia de muerte de la civilización tal como la hemos llegado a conocer. El fin del trabajo podría también señalar el comienzo de una gran transformación social, un renacimiento del espíritu humano. El futuro está al alcance de nuestras manos (Rifkin, J. 1995).
La percepción negativa de la automatización se debe en parte a que no se entienden completamente las causas de su introducción en los entornos industriales y no necesariamente se explican por la necesidad de ahorrar costes laborales. La robótica genera directamente nuevos puestos de trabajo relacionados con el diseño, la fabricación, la operación y el mantenimiento de estos equipos. Además, algunas industrias no serían viables porque requieren unos niveles de precisión y calidad que no son factibles sin el uso de robots. Podemos citar la electrónica —ordenadores, teléfonos móviles— o las energías renovables —células fotovoltaicas— como ejemplos paradigmáticos.
Por otra parte, la mecanización y la robótica suprimen trabajos pesados, repetitivos o que generan estrés y lesiones en los trabajadores. En ocasiones las condiciones de trabajo pueden ser tan penosas o peligrosas que sería ilegal que las hiciera una persona. La industria más robotizada sin duda es la del automóvil. En ella las tareas de soldadura y pintado las realizan máquinas robotizadas. En contrapartida, el aumento de la productividad obliga a generar empleos para dar salida a los nuevos productos creando oportunidades en los sectores de los servicios, la logística y la distribución. Por supuesto, uno de los factores que impulsan la entrada de los robots son los costes laborales relativos. Si los salarios chinos son mucho más baratos que los de Alemania o Japón, la robotización es una forma de mantener abiertas plantas que de otra manera se cerrarían.Es importante entender que la robótica no tiene por qué tener un efecto neto negativo sobre el empleo. Pese a que debe tomarse con cautela, porque responde a unos intereses de parte, un informe elaborado para la International Federation of Robotics (IFR) estimaba que en seis países estudiados (EEUU, Alemania, Japón, Corea, Brasil y China) se crearon 9 a 12 millones de nuevos empleos gracias a la robótica entre 2000 y 2016 (Gorle & Clive, 2013).
Sin embargo, las altas tasas de desempleo experimentadas en Europa parecerían confirmar el fin del empleo pronosticado por Rifkin. En España las tasas de desempleo han alcanzado niveles espeluznantes y en toda la zona euro las tasas son históricamente elevadas. ¿Esta vez es verdad que viene el lobo robótico? Me parece una hipótesis demasiado fácil de rebatir. Si fuese cierto que la inversión en robots estuviese destruyendo puestos de trabajo observaríamos este fenómeno con mayor intensidad en países con mayor inversión en este tipo de bienes de equipo. Sin embargo, es precisamente en los países más robotizados donde las tasas de desempleo son más bajas.
El siguiente gráfico pone en relación la tasa de desempleo con la densidad robótica (robots instalados por cada 10.000 empleados en la industria) y en él se observa una relación más bien inversa entre robotización y desempleo. Países altamente robotizados como Japón, Corea del Sur y Alemania mantienen tasas de desempleo relativamente bajas. En España, en cambio, menos robotizada, la tasa de paro es obscenamente alta.
Ilustración 1. Fuentes: IFR para la densidad robótica; Eurostat
para desempleo en países europeos y Trading Economics para desempleo en los
restantes países.
No es la tecnología, es el gobierno
La Crisis
Financiera Global provocó una subida del desempleo intensa en todos los países
de la OCDE. Sin embargo la mayoría de las economías de ese club han recuperado
niveles parecidos o inferiores a los del inicio de la crisis. En Japón la tasa
de desempleo actualmente es del 3,38%, en Corea del Sur del 3,64% y en EEUU del
5,29% tras alcanzar un pico de 9.62% en 2010. Solo los países de la Eurozona
mantienen tasas de desempleo superiores al 10% y dentro de ella se encuentran
campeones mundiales del desempleo como España, Grecia o Italia. Si naciones
altamente industrializadas y densamente robotizadas han conseguido recuperar
los niveles de empleo anteriores a la crisis entonces claramente la causa del
desempleo debe buscarse en causas coyunturales y no en la tecnología.
La automatización permite liberar mano de obra de tareas rutinarias o pesadas que puede ser reubicada en tareas incluso más gratas. Pero liberar trabajadores puede ser un problema en un país donde no se crean nuevas oportunidades laborales. La condición necesaria, como en el ejemplo de Gardiner, es que exista financiación para poner en marcha estas nuevas actividades. Éste no es el caso de los países pertenecientes a la zona euro en donde la creación de moneda por los estados está restringida por los tratados de la Unión Europea y la creación de crédito depende solo de las expectativas del negocio bancario.La estadística sugiere más bien que el caso español es una aberración dentro de una zona geográfica que se comporta como una anomalía. Los datos estadísticos de nuestra economía muestran una correlación elevadísima entre la caída de la inversión y de la ocupación entre 2007 y 2013 (Ilustración 2). La caída en la confianza en diversos sectores privados también correlaciona con un incremento de la tasa de desempleo, sobre todo el sector de la construcción (Ilustración 3). Finalmente el crecimiento del crédito a hogares y empresas muestra una desaceleración en el primer trimestre de 2007 —momento que coincide con el inicio de la crisis y las primeras pérdidas de empleo— e incluso se vuelve negativo a finales de 2013 —momento álgido del desempleo– (Ilustración 4).
Ilustración 2. Variación interanual de la tasa de ocupación y de la formación
bruta de capital fijo. Elaboración propia a partir de datos publicados por el
INE.
Ilustración 3. Evolución de la tasa de paro y de los índices de confianza de los sectores de la construcción, industrial y minorista. Fuente de los datos: INE. Se han invertido las escalas de los índices de confianza.
Ilustración 4. Evolución interanual del crédito a hogares y
empresas. Fuente de los datos: Banco de España
Así pues, la causa del desempleo no fue la tecnología sino una insuficiente demanda agregada motivada por el fin de la burbuja inmobiliaria que habían financiado los bancos. Una actuación oportuna del estado que hubiese creado nuevo dinero en el inicio de la crisis con gasto deficitario habría detenido la hemorragia de los empleos remunerados. Las políticas de la UE han creado un problema de gran gravedad, pero se despista a la población con explicaciones oportunistas.
Ofuscadas, las izquierdas han caído en la trampa de atribuir el desempleo a la globalización y a la tecnología. Ante un problema que el diseño institucional del euro ha creado, en lugar de buscar la respuesta adecuada exigiendo la abolición de los criterios irracionales de Maastricht y oponiéndose a los planes de consolidación fiscal, gran parte de la izquierda se resigna ante un problema cuya solución no acierta a ver. Es entonces cuando se postula el reparto del trabajo –como si fuese un bien escaso que debe ser racionado— o se propone una magra renta básica para que los excluidos no protesten.
Incluso, si aceptáramos que la tecnología estuviera generando desempleo de forma tan rápida que no diese tiempo para reubicar a trabajadores desplazados por la tecnología ¿por qué no podríamos implantar reglamentación que la frenara para permitir una adaptación de la sociedad más gradual o directamente impida la robotización en ámbitos que consideremos inadecuados? Debemos convencernos de que no es el hombre el que está al servicio de la Economía sino que es ella la que debe servirnos. Poner al hombre en el centro puede significar, por ejemplo, que decidamos prohibir los vehículos sin conductor o cerrar la plataforma Uber porque compite de forma desleal con el colectivo de transporte reglado de pasajeros. En la industria del automóvil las zonas robotizadas de las no robotizadas están separadas porque las máquinas podrían crear peligro para los seres humanos ya que no pueden tener conciencia de su entorno. Este es uno solo de los ejemplos de limitación reglamentaria a la expansión de los robots en la fábrica. Luchar contra el desempleo es una responsabilidad del estado, nuestro agente para resolver los problemas que el sector privado no puede o no quiere.
Referencias
Anslow, L. (26 de
noviembre de 2016). www.timeline.com. Obtenido de Robots have been
about to take all the jobs for more than 200 years:
https://timeline.com/robotshavebeenabouttotakeallthejobsformorethan200years5c9c08a2f41d#.
Gardiner, G.
(2004). The Primacy of Trade Debts in the Development of Money. En L. Wray, Credit
and State Theories of Money (págs. 160-161). Northampton, MA: Edward
Elgar.
Gorle, P., &
Clive, A. (2013). Positive Impact of Industrial Robots on Employement.
Londres: Metra
Martech.
Keynes, J. M.
(1930). Economic possibilities for our grandchildren. En J. M. Keynes, Essays in Persuassion.
Gracias por el artículo. Es una pena que no pueda asistir a presentación de su libre en Córdoba el próximo viernes.
ResponderEliminar