Cita de Roosevelt

"Ningún país, sin importar su riqueza, puede permitirse el derroche de sus recursos humanos. La desmoralización causada por el desempleo masivo es nuestra mayor extravagancia. Moralmente es la mayor amenaza a nuestro orden social" (Franklin Delano Roosevelt)

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lunes, 4 de septiembre de 2017

El señuelo de la RBU: cómplice necesario para el remate del neoliberalismo

Artículo originalmente publicado en CTXT el pasado 30/8/2017

Andres Villena Oliver
Stuart Medina Miltimore

La década de los años 70 del siglo XX marcó el inicio de la era de la supremacía ideológica neoliberal asumida por las élites dominantes. El ataque al factor trabajo para recuperar los beneficios se agazapó detrás de una doctrina con fundamentos teóricos acientíficos como la “tasa natural de desempleo” o el “crowding out” (desplazamiento de la inversión privada por el gasto público). El neoliberalismo ha determinado unas políticas públicas que han generado una crisis del empleo. El resultado ha sido un vendaval de destrucción de trabajo agudizado a partir de la crisis financiera global que ha llevado a niveles sin precedentes de pobreza y desigualdad en la distribución de las rentas y de la riqueza.

En el caso de España, el desempleo ha sido calificado como lacra “estructural”. En la jerga de los técnicos de los organismos multilaterales y los economistas de la escuela dominante, “estructural” es una palabra polisémica que se utiliza como justificación de todo tipo de desmanes. Estructural puede significar que hay “rigideces” en un mercado de trabajo que se equipara al de los rábanos --un frecuente e interesado error. Estructural también puede significar que hay poca competencia y que es necesario liberalizar un sector para destruir todo el tejido de PYMES y sustituirlas por oligopolios que optimizan sus costes destruyendo cuanto empleo sea posible. Ademas, estructural, es un problema de ineficiencia del sector público que se resuelve vendiendo todas las empresas públicas y hasta las joyas de la corona a los amiguetes.

Es probable que España sea el país donde el neoliberalismo se haya aplicado de forma más implacable gracias a su legitimación por asociación al proyecto europeo. En términos orteguianos “España es el problema (estructural), Europa es la solución (neoliberal)”. Varios factores concomitantes como la coincidencia de la incorporación al mercado de trabajo de las cohortes nacidas en el baby boom, el proceso de desindustrialización impuesto por la incorporación a la CEE, el empeño en aplicar una política económica monetarista que desalentaba la inversión, la represión de la demanda como herramienta para luchar contra la inflación importada en barriles de petróleo o la crónica insuficiencia de empleo y gasto público contribuyeron a acentuar los efectos del ataque al factor trabajo.

La coartada perfecta es el proceso de automatización, siempre presente en una era industrial y postindustrial en la que la que la tecnología está al servicio de la maximización del beneficio. La automatización no puede representar una explicación suficiente de la crisis del empleo, achacable a otros muchos factores. De hecho, quienes establecen una relación mono causal entre automatización y desempleo hacen un vago ejercicio de ciencia social e ideología. Existe evidencia de que los países tecnológicamente más avanzados y automatizados son los que tienen menor paro. Solo cuando existe pleno empleo y condiciones favorables a los trabajadores los empresarios buscan reemplazar factor trabajo por factor capital. Pero da igual: las cajas de resonancia están a favor de esta versión que iguala globalización y automatización con crisis del empleo.Las contradicciones del modelo de represión salarial y desempleo no tardaron en hacerse evidentes en una situación de escasez perpetua de las ventas. Hacía falta una solución que aumentase la demanda sin pagar mayores costes salariales. Durante un tiempo los préstamos hipotecarios sirvieron, pero también dejaron un legado tóxico de endeudamiento cuyos platos rotos aún se están pagando con rescates bancarios. A las élites les urge otra solución, a la vez que se distrae al personal sobre las verdaderas causas del desempleo.


Una vez que la izquierda se ha tragado las coartadas entra en el debate público español la propuesta de la renta básica universal (RBU) como cuadratura del círculo. El programa de RBU pagaría a todos los ciudadanos una renta mensual que garantizaría un mínimo nivel de bienestar material. Sería percibida por todos sin excepción, fuera cual fuera su nivel de renta, de forma incondicional, sin necesidad de demostrar ninguna necesidad. Los defensores de la RBU arguyen que los sistemas alternativos de renta mínima garantizada condicionada a la demostración de falta de medios de vida humillan a los perceptores, señalándolos como parásitos y dificultan el acceso a la prestación.

La RBU es el reconocimiento de una derrota, ya que supone renunciar al objetivo de pleno empleo, el verdadero puntal de una sociedad del bienestar. El pleno empleo, igual que luchar contra el envejecimiento, se habría convertido en algo imposible y antinatural. Friedman en estado puro. Cuando la supuesta izquierda propone medidas al servicio del sistema se manifiesta la plenitud de su derrota. Van Parijs y otros proponentes de la RBU no reconocen que la solución del problema reside en un aumento de la demanda porque están atrapados en tesis que podríamos calificar de “decrecentistas”. Coincidimos con ellos en que el problema del modelo capitalista es encomendar la creación del empleo a oligopolios depredadores que exigen beneficios crecientes para crear nuevos empleos y no se preocupan de los impactos medioambientales de su actividad. Sin embargo, no estamos de acuerdo en la ecuación crecimiento igual a destrucción del medio ambiente. Hay muchas tareas que contribuirían al crecimiento del PIB, que son sostenibles y que ayudan a mejorar la calidad del medio ambiente pero que no se están realizando. El producto se vende a una población, masacrada por décadas de desempleo y maltrato por las empresas y sus gobiernos, tan fácilmente como un crecepelo a un calvo. Es fácil entender por qué la propuesta captura la imaginación, pero creemos que un análisis más profundo revela que la RBU encierra varias trampas y engaños. Su propuesta está perfectamente alineada con el paradigma neoliberal vigente. Es el señuelo perfecto: garantiza la dominación del capital, mantiene el consumo y se adorna de ribetes progresistas.

Pero estas tareas competen al Estado. El pleno empleo se puede alcanzar con políticas públicas decididas, pero tal solución resulta odiosa al pensamiento de Van Parijs, lo cual delata su profunda suspicacia hacia el Estado. El principal proponente de la RBU enaltece una sagrada libertad individual obviando la interacción con la sociedad. En tal mundo, uno podría ser un perfecto misántropo y vivir apartado como un anacoreta sin dar nada a cambio de lo que recibe. Es un aspecto de su pensamiento que lo acerca demasiado a la tradición liberal que pretende aislar a las personas en una sociedad constituida por seres maximizadores de utilidad, hedonistas y egoístas pero solitarios y probablemente deprimidos.

Por ello, la propuesta de la RBU resulta altamente perturbadora. De sus consecuencias nos dan una pista las sociedades nórdicas, que, tras abandonar el tradicional objetivo socialdemócrata del pleno empleo, lo sustituyeron por generosas prestaciones sociales que permiten una perfecta independencia de los individuos. Lejos de asegurar la felicidad en el modelo social de los países escandinavos, abundan los casos de depresión, alcoholismo, suicidio y soledad. Es el efecto inesperado de un estado de bienestar que antepone asegurar la independencia de los individuos a la creación de lazos de solidaridad y al estímulo de la participación en la vida comunitaria. El provocador documental de Erik Gandini “La Teoría Sueca del Amor” retrata los fallos de una sociedad supuestamente perfecta en la que el 40% de las personas viven solas, uno de cada cuatro cadáveres no es reclamado por ningún familiar y la gente ya no sabe cómo comunicarse aparte de emitir unas frases breves cercanas al gruñido animal. La RBU niega la naturaleza del ser humano como criatura social e innatamente solidaria. La RBU es un subsidio que causa anomia y reduce a sus perceptores a la minoría de edad.

Estamos ante el caballo de Troya que justifica la privatización de todos los servicios sociales. Si ya percibes una renta, ¿qué impide que te pagues tu sanidad, tu vivienda, tu educación, tu seguridad? Los finlandeses participantes en el programa piloto promovido por un gobierno conservador reciben 560 euros sin condiciones pero a cambio renuncian a prestaciones como las de desempleo o ayudas a la vivienda. Debería hacer reflexionar a los progresistas el hecho de que el principal sindicato finlandés, SAK, denuncie que este programa lleva la política social en la dirección equivocada (Tiessalo, 2017).En los ochenta la represión salarial y el paro frenaron el consumo pero el crédito cerró la brecha. La RBU posibilitaría la recuperación de la demanda sin pagar mayores salarios a ser posible repercutiendo los impuestos sobre las clases medias. No resulta sorprendente que altos ejecutivos de empresas como Amazon, Virgin o Facebook, especializadas en recortar plantillas y eludir impuestos, se hayan pronunciado a favor de la RBU. Sus modelos empresariales basados en Internet permiten la centralización y la captura de rentas sin necesidad de contratar más que a un selecto grupo de ingenieros informáticos. Estas grandes empresas centralizan sectores económicos enteros y exprimen los márgenes empresariales de sus “socios”, las empresas a las que parasitan. Pero ¿quién consumirá lo que producen si no hay asalariados y los que quedan cada vez ganan menos? Estamos en la era del too big to fail: la RBU como otro gran rescate, ahora de la demanda agregada, sin lucha obrera de por medio. "El hecho de que haya tantos partidarios de la RBU procedentes del campo “equivocado” no parece afectar a quienes la defienden.

Si una renta básica universal es una prestación sin condiciones, no es necesario demostrar que uno está desempleado. Uno podrá dedicarse al surf o a participar en una banda de jazz o elegir si prefiere trabajar. ¿Qué impedirá pues que empresarios, muchos de los cuales han demostrado un bajo nivel de exigencia ética, no la utilicen para completar los bajos salarios que ya pagan a los trabajadores o incluso para bajarlos? De facto, la RBU se convertiría en una subvención a las malas prácticas empresariales.

La RBU consolidaría la exclusión de las sociedades patriarcales de determinados colectivos del mercado de trabajo como las mujeres, condenadas a realizar las tareas reproductivas de los hogares trabajadores. Incluso en los períodos de auge económico hay colectivos que sistemáticamente están excluidos del mercado laboral. Minorías raciales, personas con antecedentes penales o con minusvalías tienen dificultades para encontrar un puesto de trabajo. La solución que les proponen desde la RBU es excluirles definitivamente en vez de exigir al estado que los integre en la comunidad.

Afee a los mesías de la RBU su intención de excluir de forma permanente a personas dispuestas y aptas para el trabajo y le contestarán que somos prisioneros de conceptos obsoletos de moral cristiana. Se supone que, resueltas las necesidades materiales más elementales, los ciudadanos podrán liberarse de la esclavitud del trabajo remunerado y podrán orientar sus esfuerzos hacia actividades más creativas o que satisfagan sus aspiraciones espirituales. Además, la liberación de la obligación de trabajar permitirá rechazar ofertas de empleo poco atractivas lo cual reforzaría el poder de negociación de la clase trabajadora. En definitiva, la RBU se vende como el tránsito hacia un nuevo modelo de sociedad; una utopía hecha realidad, un paraíso en la Tierra; la liberación del hombre de visiones morales acerca de la obligación de trabajar, del “ganarás el pan con el sudor de tu frente”. Podrás elegir entre trabajar para una ONG o fundar tu propio grupo de jazz, folk o techno pop. Se te abre la oportunidad de producir esa película que nadie verá o esa novela que nadie leerá. A uno de estos autores le dijeron que cometía un “error de atribución” cuando trataba de explicar que con 600 €/mes muchos no podrían salir mucho de su casa para perseguir sus aspiraciones salvo para jugar a la petanca en el parque.

No podemos estar de acuerdo en que el trabajo es una actividad alienante. Es evidente que la vida laboral es uno de los cauces más importantes de participación en la vida social. Es además uno de los factores que más puede ayudar a consolidar sentimientos de realización personal y de valía de las personas. Lejos de percibirse como una condena, la vida laboral es un elemento fundamental en el sentimiento de identidad de las personas. Esta es la gran debilidad ética de la RBU. En la nueva sociedad de rentistas básicos habrá ganadores que conseguirán acceder a los empleos retribuidos y perdedores condenados a una magra renta sin muchas posibilidades de realización personal más allá de una austera vida de ocio barato, de jubilación anticipada. La RBU oculta una distopía de personas viviendo en el aislamiento, crecientemente marginadas y desconectadas de la sociedad. No tardaríamos en ver un nuevo personaje objeto de las burla y el escarnio en los programas de humor: el enajenado perceptor de una renta inferior a 600 euros al mes. Libre de trabajar será, pero estará condenado a la pobreza e incapacitado para participar en la sociedad.

El sustrato ideológico neoclásico de los proponentes de la RBU se delata en su obsesión por demostrar la viabilidad de su financiación. Comparten con los neoclásicos una visión del estado constreñido financieramente. Partiendo de las premisas de que el trabajo es un bien finito, arguyen que quienes sí conservan su empleo disfrutan de un privilegio por el que deben pagar otro impuesto adicional. Desvían la lucha de clases desde el capital hacia los trabajadores: pobres contra menos pobres. Pero el trabajo no es finito y el pleno empleo no es una entelequia como demuestran países que han sabido conservar el papel crucial que tienen los Estados como fiel de la balanza social. La RBU es el paradigma de solucionar un problema haciéndolo desaparecer. ¿No queremos crear empleo para todos? Simplemente retiramos a parte de la fuerza de trabajo con una magra renta básica. Muerto el perro, se acabó la rabia.

Pero, ¿qué ocurre si la demanda se recupera y las empresas empiezan a demandar nuevos trabajadores? Si la renta es lo suficientemente alta, estos no tendrán ningún incentivo para reincorporarse al mercado de trabajo, salvo que los salarios nominales crezcan y los empresarios provoquen una espiral inflacionista. Si es lo suficientemente baja, entonces no habremos resuelto el problema de la pobreza y además estaremos subvencionando a los empresarios que ahora podrán pagar sueldos más bajos, ya que la reproducción de la fuerza de trabajo estará asegurada por el estado. Nos parece bastante probable que ocurra esto último. Los defensores de la RBU arguyen que su propuesta mejoraría el poder negociador de la clase trabajadora, pues estos podrían retirarse de un mercado de trabajo que no ofrece una compensación adecuada. Pero la condición es que esa renta sea lo suficientemente alta con los efectos desestabilizadores antes descritos. De lo contrario lo probable es que el efecto sea el opuesto del esperado. Como se puede comprobar a partir de estas líneas, se trata de un debate que se debe realizar con profundidad y honradez, pues de este depende el bienestar de numerosísimos ciudadanos. Esperamos que este continúe. Por lo demás, a los partidarios de la renta básica la macroeconomía les resulta una distracción molesta. El problema no es la financiación, es el peligro inflacionista de entregar nuevo poder de compra a quienes no han participado en el proceso productivo. El trabajo es renta a cambio de servicios que otros quieren comprar, mientras que la RBU se da a cambio de nada. Los nuevos rentistas aumentarán su consumo sin que haya un correlativo aumento de producción de bienes y servicios. Si no hay un aumento de la producción, no puede haber un aumento de las rentas reales. Es el carácter de renta incondicional y universal lo que explica su esencia inflacionista. Una vez implantado, todos los ciudadanos recibirían la misma suma todos los meses con independencia de la coyuntura económica. Si aumenta el desempleo, no habría un aumento de la partida presupuestaria destinada a pagar la RBU; si cae el desempleo, tampoco se reduce el gasto. Esta partida presupuestaria se dilataría al mismo ritmo que el crecimiento vegetativo de la población.

miércoles, 14 de diciembre de 2016

El ataque robótico: ¿destruirá la tecnología los empleos retribuidos?

Una versión abreviada de este post se publicó el 13 de diciembre de 2016 en la sección Luces Rojas de Infolibre

El efecto de Brunel: nada nuevo en el capitalismo

George Gardiner narra como el ingeniero Marc Brunel introdujo en la armada británica a principios del siglo XIX una máquina que permitía fabricar automáticamente bloques de aparejo empleando tan solo a 10 personas donde el proceso manual tradicional requería el empleo de 110 personas expertas. Al parecer esta fue la primera vez que maquinas-herramientas completamente metálicas se empleaban para producción en masa. El ahorro en costes fue el equivalente al de un año de producción aunque el coste de producir las máquinas le supuso a Brunel tres veces ese mismo ahorro. Si bien se habían perdido 110 empleos se habían empleado 410 personas en fabricar esta máquina. Temporalmente el empleo había crecido pero, una vez fabricadas las máquinas, el empleo en fabricación de bloques de aparejo había caído. En definitiva la inversión en bienes de equipamiento había tenido un efecto deflacionista al reducir las rentas totales de los factores de producción. Esa caída en las rentas se traduciría, por la identidad macroeconómica entre ingresos y gastos, en una reducción de la demanda agregada y por tanto del PIB. Gardiner bautiza este fenómeno ‘el efecto Brunel’ (Gardiner, 2004, págs. 160-61).

El impacto final del ahorro de trabajo causado por la tecnología depende de si se crea nuevo poder adquisitivo para reorientar los recursos liberados a nuevas actividades. En el ejemplo anterior, si el gobierno británico hubiese pagado la compra de las máquinas de Brunel elevando los impuestos, habría retirado poder adquisitivo del público desviándolo hacia el gobierno por importe equivalente. Si hubiese pedido un préstamo para pagar la inversión, el efecto habría sido parecido pues habría retirado ahorros, es decir rentas no gastadas, del sector privado. En cambio, si hubiese financiado la inversión con nuevo dinero, es decir con un aumento del gasto deficitario, habría habido un incremento de la demanda equivalente al empleo luego destruido por la inversión tecnológica, y se habrían mantenido los niveles de producción y ocupación.

Esta vez es diferente: La amenaza robótica

El temor a la destrucción del empleo causado por el cambio tecnológico es un tema recurrente. Ya a principios del siglo XIX el movimiento ludita llevó a los trabajadores textiles ingleses a destruir la maquinaria utilizada en el incipiente proceso de industrialización. Sin embargo el trascurso del tiempo demostraría que las nuevas tecnologías también demandarían nuevos puestos de trabajo y la humanidad seguiría avanzando creando niveles de bienestar más elevados. Es cierto que la industrialización se hizo a lomos de un proletariado brutalmente explotado. Sin embargo, los movimientos sindicales y la protección del estado consiguieron corregir los peores aspectos de un capitalismo despiadado haciendo que los niveles de bienestar aumentasen para toda la sociedad. Recientemente Louis Anslow ha publicado un post que repasa todas las ocasiones en las que se ha anunciado que las maquinas acabarían con el trabajo humano. 

Sospechosamente estas profecías coincidieron siempre con períodos de elevado desempleo. En 1930 el mismo Albert Einstein culpó a las máquinas del desempleo. Ganaría el premio Nobel de Física pero sin duda no el de Economía. John Maynard Keynes también cayó en este error y culpó a la tecnología del desempleo llegando a acuñar el término “desempleo tecnológico”. Anslow explica que el uso del término “desempleo tecnológico” reaparecía y se popularizaba cada vez que aumentaba el desempleo en un ciclo recesivo. Keynes escribió en los años 30 del siglo XX un célebre ensayo en el que profetizaba que «el desempleo causado por nuestro descubrimiento de medios para economizar el uso de trabajo correrá a un ritmo más veloz que al que podemos encontrar nuevos usos para el trabajo» (Keynes, Economic possibilities for our grandchildren, 1930).

El artículo de Anslow nos da más ejemplos de cómo el temor a la tecnología resurgía década tras década. En 1940 el presidente de MIT, Karl Compton, rebatió al presidente Roosevelt quien veía un problema en la mecanización. Un senador de los EEUU ya propuso un impuesto sobre las máquinas. En los años 50 se propuso una investigación del congreso sobre la cuestión de la pérdida masiva de empleos causada por los robots. El presidente Eisenhower desmintió esas amenazas y dijo que “esos mismos temores habían atemorizado a la gente durante 150 años y siempre se habían demostrado sin fundamento”.



La década siguiente vio cómo el temor a la automatización y la robotización arreciaban. Un economista rogaba al presidente Kennedy que convocara una conferencia sobre el desempleo que causaban la tecnología y la automatización. Los medios anunciaban el fin de todo el empleo de baja cualificación en 10 años y Time sacaba un artículo en el que decía que “el alza en el desempleo ha despertado nuevas alarmas sobre una antigua palabra amenazadora: la automatización. ¿Cuánto ha contribuido la rápida expansión del cambio tecnológico al pico actual de 5.400.000 parados?”. El secretario del trabajo W. Willard Wirtz advirtió de un "tropel de empleo sobrante" incluso en épocas de bonanza.

En la década de los 70 el primer ministro británico James Callaghan recurría a un think tank para que se investigase la pérdida de empleo causada por la informática. En 1980 el New York Times sacaba un artículo titulado “un robot persigue tu empleo (Anslow, 2016). En 1995 el economista, sociólogo y pensador estadounidense, Jeremy Rifkin, publicó un libro titulado El Fin del Trabajo. En esta obra profetizaba que, a diferencia de otras épocas en las que el cambio tecnológico había desplazado a trabajadores de actividades manuales creando sin embargo nuevas oportunidades profesionales, la nueva revolución industrial basada en la automatización, la robótica, la inteligencia artificial y la informática estaba desplazando a millones de trabajadores sin crear nuevas oportunidades profesionales en contrapartida. En las conclusiones a su libro Rifkin advierte ominosamente que

Esto es lo que sabemos con certeza: entramos en un nuevo período de la historia en el que las máquinas sustituirán cada vez más trabajo humano en la producción de bienes y servicios. Aunque los calendarios son difíciles de predecir, nos encontramos en un camino irreversible a un futuro automatizado y probablemente nos acercaremos a una era sin trabajadores, al menos en la producción de bienes y servicios, hacia principios del próximo siglo. (…) El fin del trabajo podría pronunciar una sentencia de muerte de la civilización tal como la hemos llegado a conocer. El fin del trabajo podría también señalar el comienzo de una gran transformación social, un renacimiento del espíritu humano. El futuro está al alcance de nuestras manos (Rifkin, J. 1995).

La percepción negativa de la automatización se debe en parte a que no se entienden completamente las causas de su introducción en los entornos industriales y no necesariamente se explican por la necesidad de ahorrar costes laborales. La robótica genera directamente nuevos puestos de trabajo relacionados con el diseño, la fabricación, la operación y el mantenimiento de estos equipos. Además, algunas industrias no serían viables porque requieren unos niveles de precisión y calidad que no son factibles sin el uso de robots. Podemos citar la electrónica —ordenadores, teléfonos móviles— o las energías renovables —células fotovoltaicas— como ejemplos paradigmáticos.
Por otra parte, la mecanización y la robótica suprimen trabajos pesados, repetitivos o que generan estrés y lesiones en los trabajadores. En ocasiones las condiciones de trabajo pueden ser tan penosas o peligrosas que sería ilegal que las hiciera una persona. La industria más robotizada sin duda es la del automóvil. En ella las tareas de soldadura y pintado las realizan máquinas robotizadas. En contrapartida, el aumento de la productividad obliga a generar empleos para dar salida a los nuevos productos creando oportunidades en los sectores de los servicios, la logística y la distribución. Por supuesto, uno de los factores que impulsan la entrada de los robots son los costes laborales relativos. Si los salarios chinos son mucho más baratos que los de Alemania o Japón, la robotización es una forma de mantener abiertas plantas que de otra manera se cerrarían.Es importante entender que la robótica no tiene por qué tener un efecto neto negativo sobre el empleo. Pese a que debe tomarse con cautela, porque responde a unos intereses de parte, un informe elaborado para la International Federation of Robotics (IFR) estimaba que en seis países estudiados (EEUU, Alemania, Japón, Corea, Brasil y China) se crearon 9 a 12 millones de nuevos empleos gracias a la robótica entre 2000 y 2016 (Gorle & Clive, 2013).

Sin embargo, las altas tasas de desempleo experimentadas en Europa parecerían confirmar el fin del empleo pronosticado por Rifkin. En España las tasas de desempleo han alcanzado niveles espeluznantes y en toda la zona euro las tasas son históricamente elevadas. ¿Esta vez es verdad que viene el lobo robótico? Me parece una hipótesis demasiado fácil de rebatir. Si fuese cierto que la inversión en robots estuviese destruyendo puestos de trabajo observaríamos este fenómeno con mayor intensidad en países con mayor inversión en este tipo de bienes de equipo. Sin embargo, es precisamente en los países más robotizados donde las tasas de desempleo son más bajas.

El siguiente gráfico pone en relación la tasa de desempleo con la densidad robótica (robots instalados por cada 10.000 empleados en la industria) y en él se observa una relación más bien inversa entre robotización y desempleo. Países altamente robotizados como Japón, Corea del Sur y Alemania mantienen tasas de desempleo relativamente bajas. En España, en cambio, menos robotizada, la tasa de paro es obscenamente alta.


Ilustración 1. Fuentes: IFR para la densidad robótica; Eurostat para desempleo en países europeos y Trading Economics para desempleo en los restantes países.

No es la tecnología, es el gobierno

La Crisis Financiera Global provocó una subida del desempleo intensa en todos los países de la OCDE. Sin embargo la mayoría de las economías de ese club han recuperado niveles parecidos o inferiores a los del inicio de la crisis. En Japón la tasa de desempleo actualmente es del 3,38%, en Corea del Sur del 3,64% y en EEUU del 5,29% tras alcanzar un pico de 9.62% en 2010. Solo los países de la Eurozona mantienen tasas de desempleo superiores al 10% y dentro de ella se encuentran campeones mundiales del desempleo como España, Grecia o Italia. Si naciones altamente industrializadas y densamente robotizadas han conseguido recuperar los niveles de empleo anteriores a la crisis entonces claramente la causa del desempleo debe buscarse en causas coyunturales y no en la tecnología.

La automatización permite liberar mano de obra de tareas rutinarias o pesadas que puede ser reubicada en tareas incluso más gratas. Pero liberar trabajadores puede ser un problema en un país donde no se crean nuevas oportunidades laborales. La condición necesaria, como en el ejemplo de Gardiner, es que exista financiación para poner en marcha estas nuevas actividades. Éste no es el caso de los países pertenecientes a la zona euro en donde la creación de moneda por los estados está restringida por los tratados de la Unión Europea y la creación de crédito depende solo de las expectativas del negocio bancario.

La estadística sugiere más bien que el caso español es una aberración dentro de una zona geográfica que se comporta como una anomalía. Los datos estadísticos de nuestra economía muestran una correlación elevadísima entre la caída de la inversión y de la ocupación entre 2007 y 2013 (Ilustración 2). La caída en la confianza en diversos sectores privados también correlaciona con un incremento de la tasa de desempleo, sobre todo el sector de la construcción (Ilustración 3). Finalmente el crecimiento del crédito a hogares y empresas muestra una desaceleración en el primer trimestre de 2007 —momento que coincide con el inicio de la crisis y las primeras pérdidas de empleo— e incluso se vuelve negativo a finales de 2013 —momento álgido del desempleo– (Ilustración 4).


Ilustración 2. Variación interanual de la tasa de ocupación y de la formación bruta de capital fijo. Elaboración propia a partir de datos publicados por el INE.

Ilustración 3. Evolución de la tasa de paro y de los índices de confianza de los sectores de la construcción, industrial y minorista. Fuente de los datos: INE. Se han invertido las escalas de los índices de confianza.


Ilustración 4. Evolución interanual del crédito a hogares y empresas. Fuente de los datos: Banco de España


Así pues, la causa del desempleo no fue la tecnología sino una insuficiente demanda agregada motivada por el fin de la burbuja inmobiliaria que habían financiado los bancos. Una actuación oportuna del estado que hubiese creado nuevo dinero en el inicio de la crisis con gasto deficitario habría detenido la hemorragia de los empleos remunerados. Las políticas de la UE han creado un problema de gran gravedad, pero se despista a la población con explicaciones oportunistas.

Ofuscadas, las izquierdas han caído en la trampa de atribuir el desempleo a la globalización y a la tecnología. Ante un problema que el diseño institucional del euro ha creado, en lugar de buscar la respuesta adecuada exigiendo la abolición de los criterios irracionales de Maastricht y oponiéndose a los planes de consolidación fiscal, gran parte de la izquierda se resigna ante un problema cuya solución no acierta a ver. Es entonces cuando se postula el reparto del trabajo –como si fuese un bien escaso que debe ser racionado— o se propone una magra renta básica para que los excluidos no protesten.

Incluso, si aceptáramos que la tecnología estuviera generando desempleo de forma tan rápida que no diese tiempo para reubicar a trabajadores desplazados por la tecnología  ¿por qué no podríamos implantar reglamentación que la frenara para permitir una adaptación de la sociedad más gradual o directamente impida la robotización en ámbitos que consideremos inadecuados? Debemos convencernos de que no es el hombre el que está al servicio de la Economía sino que es ella la que debe servirnos. Poner al hombre en el centro puede significar, por ejemplo, que decidamos prohibir los vehículos sin conductor o cerrar la plataforma Uber porque compite de forma desleal con el colectivo de transporte reglado de pasajeros. En la industria del automóvil las zonas robotizadas de las no robotizadas están separadas porque las máquinas podrían crear peligro para los seres humanos ya que no pueden tener conciencia de su entorno. Este es uno solo de los ejemplos de limitación reglamentaria a la expansión de los robots en la fábrica. Luchar contra el desempleo es una responsabilidad del estado, nuestro agente para resolver los problemas que el sector privado no puede o no quiere.

Referencias

Anslow, L. (26 de noviembre de 2016). www.timeline.com. Obtenido de Robots have been about to take all the jobs for more than 200 years: https://timeline.com/robotshavebeenabouttotakeallthejobsformorethan200years5c9c08a2f41d#.
Gardiner, G. (2004). The Primacy of Trade Debts in the Development of Money. En L. Wray, Credit and State Theories of Money (págs. 160-161). Northampton, MA: Edward Elgar.
Gorle, P., & Clive, A. (2013). Positive Impact of Industrial Robots on Employement. Londres: Metra Martech.
Keynes, J. M. (1930). Economic possibilities for our grandchildren. En J. M. Keynes, Essays in Persuassion.



martes, 3 de noviembre de 2015

Rescates ciudadanos: ¿renta básica o garantía de empleo?

28 de octubre de 2015

Artículo publicado originalmente en InfoLibre

Al acercarse la fecha de las elecciones a Cortes los partidos políticos han empezado a difundir sus propuestas. En el variado espectro situado a la izquierda han surgido varias propuestas dirigidas a atender al numeroso colectivo de damnificados por la crisis que, pese a la recuperación, aun languidecen en situaciones de paro y pobreza.

Es de sobra conocido que nuestro estado de bienestar es de los más ineficaces de Europa. El estudio Social Expenditure Update publicado por la OCDE[i] revela que, en las sociedades mediterráneas, las ayudas públicas pagadas en efectivo benefician a las rentas más altas. La razón es que muchas de estas ayudas están vinculadas a un historial laboral y a cotizaciones sociales excluyendo de su cobertura a personas marginadas que, con suerte, solo han podido trabajar en el sector informal. Además, no llegan a 1,2 millones los parados que reciben una prestación de desempleo cuando el total se acerca a los 5 millones. Por este motivo las situaciones de paro prolongado están teniendo un impacto tremendo en el aumento de la pobreza y la marginación. Es desgarrador reconocer que, aunque la economía se recuperara y volviéramos a los niveles de producción de 2007, probablemente muchos parados de larga duración ya no encontrarán empleo.

Dos propuestas que atienden a los que no tienen recursos están compitiendo en el mercado electoral. Por una parte, la renta mínima, también llamada renta básica; por otra, el plan de empleo garantizado. La primera parte con ventaja pues ha suscitado un cierto debate y existen propuestas competidoras. Sus adalides han sido Podemos, partido que ha mostrado algún titubeo cuando se empezó a cuestionar su viabilidad económica desde los medios de comunicación y los partidos “respetables”. Sin embargo recientemente el PSOE ha presentado una propuesta modesta y, quizás por ello, Podemos se siente más cómodo recuperándola con mayor decisión. La segunda ha pasado más desapercibida, quizás porque solo ha sido defendida por Izquierda Unida, para ser más precisos, por el candidato Alberto Garzón.

La renta mínima asegura a todos los ciudadanos un ingreso mínimo que garantice sus necesidades más elementales. La propuesta es muy antigua pues, ya en el siglo XVIII, el inglés Thomas Paine proponía un impuesto sobre la tierra y los patrimonios para destinar esos recursos a los más pobres; porque «la tierra, en su estado natural, era propiedad de toda la raza humana». Una propuesta limitada podría consistir en asegurar que todos dispongamos de esa renta mínima que nos asegure una vida digna sean cuales sean nuestras circunstancias.

Podemos propone una renta básica de € 600 mensuales con un 35% adicional si el perceptor convive con otra persona adicional en lo que llaman una “unidad de convivencia” y otro 20% por cada miembro adicional de la unidad familiar. En el caso de que la beneficiaria encontrara un empleo, la renta básica se iría reduciendo gradualmente. El PSOE propone una renta mínima que ha llamado “ingreso mínimo vital” que se reconocería como derecho en la Constitución “ante situaciones de carencia efectiva para el mantenimiento de una vida digna”. Su propuesta parece un poco más limitada pues sería una ayuda destinada a personas que se encuentran en situación de pobreza y el importe alcanza los 426 euros.

La garantía de empleo consiste en que el estado ofrece a todo aquél que esté dispuesto y sea apto para el trabajo un puesto remunerado en condiciones comparables a las de cualquier otro trabajador con un contrato indefinido. El empleo se desarrollaría en organismos públicos, agencias estatales y podría ampliarse a ONG. La idea fue planteada por Hyman Minsky hace varias décadas y la describí con cierto detalle en un artículo publicado en esta misma columna hace unos meses (http://www.infolibre.es/noticias/luces_rojas/2015/04/14/podemos_acabar_con_desempleo_garantia_empleo_31244_1121.html ). La garantía de empleo pretende conseguir varios objetivos. El primero es, obviamente, remediar situaciones de desempleo, pobreza y exclusión social. Además tiene la ventaja de actuar como una especie de stock de reserva que estabiliza los salarios y evita que, durante las crisis económicas, el ajuste se haga siempre a costa del empleo. El pool de contratados aumentaría en épocas de recesión mientras que, en épocas de bonanza, se reduciría por el aumento en la demanda de trabajadores por parte del sector privado. El programa estabilizaría los salarios y evitaría que los empresarios ofrecieran condiciones de explotación pues el trabajador siempre tendría la opción de recurrir al plan de empleo garantizado si sintiera que le están ofreciendo condiciones indignas en el sector privado.

Quizás el aspecto más interesante es el de evitar que la gente se “descapitalice” al pasar períodos de desempleo prolongado. La evidencia empírica demuestra que, en las épocas que suceden a las crisis económicas, las empresas prefieren contratar en primer lugar a aquéllas personas que llevan menos tiempo en el paro. También es conocido que las personas jóvenes que se incorporan al mercado de trabajo en épocas de alto desempleo suelen tener carreras profesionales menos fructíferas. La garantía de empleo permite a personas, que no podrían obtenerlo de otra manera, hacerse con un historial profesional. Por este motivo Warren Mosler lo llama también “empleo de transición”.

El objetivo no es quitarle trabajadores al sector privado sino facilitar que aquellos que no tienen empleo sean atractivos para el mercado. Tampoco plantea una competencia desleal a los empleados del sector público. Muchos de los puestos creados lo serían en el cuarto sector y no sustituirían a los funcionarios públicos.

Alberto Garzón ha propuesto un programa de garantía de empleo que contrataría a un millón de personas, sobre todo en áreas de servicios sociales, medio ambiente, cuidado de espacios urbanos y actividades recreativas, culturales y de ocio. Ofrecería un contrato indefinido retribuido con un sueldo 900 a 1.200 euros brutos mensuales con una duración de 25 horas semanales.

La pregunta que surge inevitablemente es ¿cómo se financiarían estos programas? Con unos niveles descomunales de pobreza y desempleo, estos programas de rescate ciudadano tendrían un coste elevado para el estado. La pregunta sobre la financiación es, por tanto, pertinente. La propuesta de IU presupone un aumento del gasto público de 15.000 millones de euros. Pero hay que tener en cuenta que esos salarios cotizan a la seguridad social y están sometidos a tributación por lo que parte del desembolso retornaría al estado. Por tanto sus proponentes aducen que costaría unos 9.000 millones, menos del 1% del PIB (recordemos que el rescate de las cajas llegó a costar el 4% del PIB español). Los cálculos que ha presentado Podemos a la opinión pública aseguran que su programa de renta básica, que beneficiaría a un colectivo mayor de personas que estiman en 7,8 millones de personas, tendría un coste inicial de 15 mil millones de euros gracias a una introducción gradual.

Los partidos que postulan la renta básica o el empleo garantizado arguyen que se podrían financiar con una más eficaz lucha contra el fraude fiscal, mejoras de los sistemas tributarios y una senda de reducción del déficit público más gradual. También alegan que sus propuestas serían sustitutivas de otras ayudas públicas, tales como la prestación de desempleo o la renta de inserción, y, por tanto, se reasignarían partidas presupuestarias ya existentes.

Al realizar este tipo de argumentos quizás la izquierda haya caído inadvertidamente en las trampas dialécticas del neoliberalismo con su fobia al gasto público y sus advertencias de que ya viene la inflación feroz. La izquierda tiene que enfrentarse a la tarea hercúlea de defender sus propuestas y además explicar por qué son viables ante una opinión pública escéptica. Debería empezar con un esfuerzo didáctico para recordar la extraordinaria eficacia que demostraron las políticas keynesianas aplicadas en el mundo occidental hasta los años 70. Habría de defender el potente efecto multiplicador que tendrían estos programas de gasto público. También se le podría pedir más coraje a la hora de exigir a la Unión Europea un cambio de políticas. Por ejemplo, en vista de la catastrófica situación social de nuestro país y otros de la periferia, sería exigible una política de transferencia de rentas desde los países con superávit comercial. También debería demandar una reforma del Tratado de Funcionamiento de la Unión Europea que permitiera al Banco Central Europeo financiar a los estados para que estos puedan superar los arbitrarios y contraproducentes límites impuestos por el Tratado de Maastricht sin ser reducidos a la disciplina presupuestaria por “los mercados”. Sabiendo que estas exigencias no serán atendidas, la izquierda debería estar dispuesta a apretar ese botón nuclear que es proponer la salida del euro.

La otra pregunta inevitable es si ambos programas son compatibles. En principio la respuesta, más allá de las limitaciones presupuestarias, es que lo son. De hecho, la propuesta de rescate ciudadano presentada por IU contempla combinarlos. La renta básica es más sencilla de aplicar. En cambio un programa de trabajo garantizado exige a la administración pública un esfuerzo de organización e imaginación. Por este motivo un gobierno se vería tentado de implantar un programa de renta básica antes que uno de garantía de empleo. Pero, ¿qué pasa si un ciudadano puede elegir entre cobrar la renta mínima o pedir un empleo? ¿Debe el estado ofrecerle ambas opciones?

El estado cuenta con la ventaja de que muchas personas no querrán participar en un programa de empleo garantizado; sobre todo aquéllas con mayor nivel formativo, probablemente preferirían seguir buscando un empleo en el sector privado.  El programa de empleo garantizado será siempre voluntario, no se obligará a nadie a trabajar si no lo desea. ¿Eso quiere decir que tendrían derecho a una renta mínima mientras buscan empleo?

Pienso que, a pesar del reto organizativo, el estado debería favorecer los programas de empleo garantizado sobre los de renta mínima. En primer lugar, un programa de renta mínima muy generoso tendría el efecto de retirar a personas aptas del mercado de trabajo. En una recuperación económica las empresas podrían encontrarse con dificultades para contratar empleados si un programa de renta básica ha retirado a parte de la fuerza de trabajo. Esto podría limitar la capacidad productiva e incluso generar tensiones inflacionistas.

Por otra parte la picaresca puede aprovecharse fácilmente de un programa de renta mínima. Algunas personas podrían verse tentadas a completar sus ingresos con un trabajo en el sector informal. Empresarios poco escrupulosos podrían aprovecharlo para pagar menos a sus trabajadores clandestinos convirtiendo la renta mínima en una subvención encubierta a las empresas. Finalmente, reconozcamos que determinadas tareas menos agradables dejarían de hacerse. Entre atender a ancianos severamente impedidos o trabajar en el servicio de recogida de basuras ¿quién no preferiría quedarse en casa cobrando una renta?

Un programa de garantía de empleo permite mantener a una fuerza laboral formada y preparada y además genera servicios que tienen valor para la sociedad. Además la Garantía de Empleo atiende a la profunda necesidad del ser humano de recibir el reconocimiento de sus semejantes implícito en percibir una retribución salarial. Creo que los programas de renta mínima deberían reservarse a colectivos que no tienen capacidad de trabajar como consecuencia de situaciones de invalidez, cargas familiares y otras que imposibilitan a una persona a ofrecer su trabajo.