Post conjunto de Miguel Navascués y Stuart Medina
Decía Keynes que los políticos creen tener ideas económicas propias,
cuando en realidad son deudores de un economista muerto que ni siquiera saben
quién es.
La teoría económica que gobierna Europa es el Mainstream americano,
pero endurecido con el "Ordoliberalismo" alemán, que Wolfgang Münchau
dice que no es más que disciplina sin ninguna coherencia económica. Lo más
significativo es que de este galimatías sofista se desprende que "Money
doesn't matter", que el dinero no tiene efectos reales. En suma, que el
dinero es un velo que favorece las transacciones pero no engaña a nadie, no hay
ilusión monetaria. El Mainstream al menos reconoce la importancia
del dinero.
Esta falacia se ha infiltrado como un virus en toda la galaxia europea, y
en todos los profesionales, y en todos los niveles políticos, que la asumen
como premisa sin darse cuenta de que lleva a conclusiones totalmente erróneas.
Está galaxia es la piedra angular del euro y de su fracaso.
El error más monstruoso es decir que, como no hay ilusión monetaria
(racionalidad de los agentes), los desequilibrios con el exterior se corrigen
mejor, más efectivamente, sin variar el tipo de cambio. Es mejor porque lo
agentes saben que un ajuste cambiario produce inflación, y como son racionales
ajustan sus salarios a la inflación esperada y no se logra un ajuste de
precios/salarios reales.
Por lo tanto, un ajuste sin ajuste cambiario es más duro pero permanente:
los precios y salarios reales se ajustan definitivamente a los precios y
salarios internacionales.
Esto es falaz porque los países competidores no van a dejar de mejorar sus
sistema productivo. Pensemos en Alemania y España. En seis años de duro ajusto
interno de salarios en España, la competitividad ha empeorado con Alemania. Y
es que el objetivo de equilibrar la competitividad externa es un blanco móvil,
porque el competidor no va a dejar de hacer lo que ha hecho toda la vida, en lo
que es un gran experto: ser cada vez más competitivo. El terreno de juego es
aún más desigual de lo que pensamos porque, tras 7 años de recesión y el
hundimiento de la inversión privada y pública, no debería extrañarnos que la
productividad del asalariado español haya caído y no digamos la de los parados
de larga duración. Al fin y al cabo Merkel ha pagado a las empresas para que
los trabajadores permanezcan en su puesto de trabajo y por tanto no han perdido
habilidades y competencias.
Una vez aceptemos que la productividad del factor trabajo sigue y seguirá
siendo más baja en España que en Alemania resulta evidente que el pleno empleo
será imposible en nuestro país. En realidad no hay un mercado de trabajo sino
que los trabajadores están estratificados en función de su productividad.
Cuando sucede una reactivación económica a una recesión, históricamente las
empresas han empleado en primer lugar a los trabajadores más cualificados y
productivos. Para que nuestros parados se reincorporen al mercado de trabajo
mucho tendrían que subir los salarios de los trabajadores empleados en términos
relativos a los de los desempleados. Gradualmente el crecimiento de la demanda
causará un crecimiento salarial de éstos y aumentará el atractivo de los
trabajadores menos productivos. La experiencia demuestra que las políticas
keynesianas nunca llegan a vaciar el mercado de trabajo. Antes de que las
empresas lleguen a contratar a los trabajadores menos cualificados las
tensiones inflacionistas provocarán una subida de los tipos interés y una
interrupción de los estímulos fiscales.
En el caso de que el parvo plan Juncker resultara eficaz (algo que muchos
expertos dudan por el excesivo apalancamiento que plantea) y llegara a
reactivar toda la economía europea, no duden en que, a la menor señal
inflacionista, el BCE actuaría subiendo los tipos de interés. El BCE actúa con
un descarado sesgo deflacionista ya que no muestra la misma contundencia ante
las bajadas de precios que ante las subidas. Antes de que se redujera el
desempleo significativamente en España empezarían a darse señales inflacionistas
en Alemania que llevarían al BCE a cortar de raíz las políticas expansivas. Por
eso Alemania llegaría al pleno empleo antes mientras que aun quedaría un
nutrido ejército industrial de reserva en España, cada vez más depauperado y
descalificado.
La mejor prueba de que la devaluación interna
no ha funcionado es que Alemania ha seguido aumentando su superávit exterior y
acumulando derechos de cobro frente al exterior, es decir, los países
periféricos de Europa. Alemania tiene un superávit exterior de más del 6% del
PIB, y acumula ya una posición de inversión internacional de 100% de su PIB.
Cifras escandalosas que pretende que demuestra que el ajuste interno funciona,
pues a ellos les funciona. En realidad lo que prueba es lo contrario: que el
desnivel de competitividad ha aumentado.
Alemania vive en el mejor de los mundos. Antes, su gran
productividad le revaluaba el marco. Ahora es más fácil.
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