Ésta es la tercera parte de una serie de tres artículos. Las dos partes anteriores se pueden encontrar en estos vínculos:
El valor de la moneda
Una cuestión central en la crítica de Roberts es si el
estado puede determinar el valor del dinero o no. Inclusive asimila nuestra
teoría del valor del dinero a la propuesta del socialista utópico John Gray
consistente en la emisión de títulos con un precio que representaría el valor
de las aportaciones al stock nacional. El argumento no se sostiene porque la
TMM se limita a describir la operativa de nuestro sistema monetario actual, no
trata de hacer una propuesta utópica.
El valor de la mercancía queda determinado por el trabajo
socialmente necesario para obtenerla. Pero, en términos monetarios ¿cuánto vale
una hora de trabajo? Para Roberts el precio del dinero se decide en el tiempo
mediante el movimiento del capital fijo así como por el tiempo de trabajo
socialmente necesario. Pero lo que no queda claro es mediante qué mecanismos se
produce tal proceso. Ya hemos visto que este razonamiento es circular. Además,
en un sistema capitalista, con crisis periódicas de sobreproducción y burbujas
financieras, un sistema descentralizado como el que postula daría lugar a
constantes inflaciones y deflaciones de una intensidad mayor a la que vivimos
habitualmente. En sus propias palabras el dinero “perdería [su valor] si no guardase relación con el valor creado por los
sectores productivos de la economía capitalista que determina el trabajo
socialmente necesario. El resultado será pues la inflación o la caída de los
beneficios empresariales”.
El problema tiene solución más sencilla si introducimos al
Estado en la ecuación. Si éste exige una cierta unidad de tiempo de trabajo a
cambio de entregar una unidad de su moneda entonces el sistema de ecuaciones
queda determinado. Tal solución resulta inconcebible si no se comprende el
poder de monopolio del emisor que va más allá de definir cuál es la unidad de
cuenta y la forma del dinero. Todo monopolista puede fijar el precio de aquello que
produce dejando que el mercado decida qué cantidad adquiere a ese precio. En su descripción de la TMM Roberts nos atribuye la afirmación de que son
los impuestos los que dan valor al dinero. Pero para la TMM la función de los
impuestos es otra: crear demanda para asegurar que el dinero del Estado sea
aceptado y por tanto reservar recursos reales que se canalizarán hacia los
fines públicos. La explicación del precio del dinero está en la cita de
Tcherneva que él mismo recoge en su texto pero cuya comprensión se le escapa:
el precio del dinero queda fijado por lo que exige el Estado a cambio de
entregar una unidad monetaria. Luego en el sector privado surge el vector de
precios relativos de todas las demás mercancías que permitiría una equivalencia
de unas mercancías con otras. Por ejemplo, si el estado paga la construcción de
un hospital o el sueldo de un médico seguramente estará fijando una referencia
para los precios de construcción y los sueldos de personal sanitarios formados
en el mercado privado.
Esto
obviamente es una simplificación pues en una economía capitalista se da una
estratificación o filtro monetario lo cual quiere decir que para algunos
agentes el acceso al dinero es menos costoso que para otros y además se dan
situaciones de dominio de mercado dentro del sector privado lo cual implica que
el precio de la moneda no puede ser igual para todos los agentes.
La propuesta de plan de trabajo garantizado (TG) es una
herramienta que pretende introducir dinero a cambio de entregar una hora de
trabajo. Es un programa completamente endógeno pues su tamaño crecería en
coyunturas negativas estabilizando el ciclo. Es una potente herramienta de
estabilización del ciclo económico y de los precios. El sueldo mínimo quedaría
determinado de facto por el salario pagado por el TG. La forma de introducir el
dinero en la economía importa y por tanto el TG está muy lejos de la renta
básica universal (RBU) que lo introduce a cambio de nada. Sorprende que un
marxista, tan obsesionado por vincular el precio del dinero a su representación
de transacciones económicas reales, no se haya percatado de esta diferencia
crucial.
El coco de la hiperinflación
El desconocimiento de las implicaciones de la soberanía
monetaria lleva a que su gestión sea caótica en muchos países. Por ejemplo
muchos países transigen con la inflación tolerando la indexación de precios y
salarios o no entendiendo su papel central en la determinación del dinero. Esa
comprensión escapa a Roberts y por eso su artículo incluye una admonición sobre
los efectos inflacionistas de las políticas de gasto deficitario. Es un
argumento de hombre de paja. Resultan irritantes, por aburridas y reiterativas,
las constantes alusiones tanto de los críticos mainstream como de los marxistas a Zimbabue, Venezuela, Argentina o
Turquía.
Para Roberts la función macroeconómica del déficit descrita
por la TMM contraría el postulado de que el dinero solo tendría valor porque
hay un valor en la producción que lo respalda. Si las expectativas de la
producción financiada por los bancos no son validadas por el mercado, la moneda
se devalúa al no corresponderse el dinero que circula en la economía con la
producción real de bienes y servicios, aumentando el precio de éstos. Curiosamente
a Roberts parece escapársele que los fracasos de las apuestas hechas por los
bancos privados sobre la organización de la producción efectuada por los
capitalistas también afectarían al valor de la moneda. Inconscientemente va de
la mano de los neoliberales que solo ven riesgo de inflación en el gasto
público pero nunca en los procesos de creación de dinero bancario.
Un lector atento de los trabajos de los teóricos de la TMM
ya se habría percatado de que reiteradamente advierten de que si se pretenden
ejercer políticas de gasto que superen la producción o recursos reales disponibles
puede haber inflación, sea el origen del dinero estatal o bancario. Efectivamente
en situaciones de caída dramática de la capacidad productiva, como la que
siguió a la guerra de liberación del pueblo de Zimbabue y una desafortunada
política de reparto de fincas entre antiguos combatientes o como cuando las
potencias arrebataron a la República de Weimar tras la firma del Tratado de
Versalles gran parte de su tejido productivo a la vez que se le exigían
indemnizaciones exorbitantes, la pretensión de mantener el nivel de gasto
nominal anterior puede desencadenar una hiperinflación.
Sin embargo, reconociendo que los gobiernos que disfrutan
de soberanía monetaria no tienen una restricción financiera, en ningún momento los
autores de la TMM han afirmado que puedan gastar sin límite. Decimos que tales
gobiernos se enfrentan a límites en los recursos reales que están a la venta en
su propia moneda. Puede ampliar su espacio fiscal elevando los impuestos pero
su gasto tendrá que tener en cuenta esos límites.
La realidad es que, en el escenario actual en el que
abundan los recursos ociosos y experimentamos una preocupante atonía de la
demanda privada, es improbable que se produjere un proceso inflacionista si los
gobiernos aplicaran una política fiscal expansionista. El contexto es
importante para decidir qué políticas fiscales, de gasto y estructurales aplica
el gobierno. En este sentido recomendamos la excelente revisión de Nathan
Tankus, Rohan Gray y Scott Fulwiller sobre las causas de la inflación y cómo
estabilizar los precios desde la perspectiva de la TMM (Tankus, Gray,
& Fulwiller, 2019).
El hombre de paja del trabajo garantizado
Ante la reciente crisis Roberts nos reprocha proponer
simplemente un aumento del gasto público anticíclico en línea con otros
neokeynesianos como Krugman. Estos autores defienden una estabilidad
presupuestaria a lo largo del ciclo postura de la que estamos alejadísimos. Los
teóricos de la TMM proponemos que el déficit público se convierta en una
variable residual expandiéndose cuanto sea necesario para restaurar el pleno
empleo, preferentemente mediante un plan de empleo garantizado.
Para Roberts nuestra propuesta de TG sería una mera
política keynesiana para sostén del capitalismo. A partir de allí el artículo da
patinazos más serios al aseverar que “al parecer no pagaría un salario digno”. Pero
las últimas propuestas de TG en EEUU hablan de un salario de US$15,00 por hora,
lo que se traduce a un salario anual de $27.000 que desafortunadamente muchos
no ganan actualmente en el sector privado. De hecho pretendemos fijar unos
estándares de contratación digna y salario mínimo que ninguna norma legal es
capaz de garantizar actualmente. A Roberts le enoja también que el TG plantee
fundamentalmente puestos no cualificados. ¡Evidentemente! Los ingenieros
aeronáuticos y los técnicos informáticos no suelen estar en paro. Lo que
pretendemos es buscar soluciones para los que son excluidos por un mercado del
que, incluso en las recuperaciones económicas, se quedan fuera.
A Roberts el TG le recuerda a la Renta Básica Universal
(RBU). No habrá seguido los debates entre los partidarios del TG y la RBU.
Invito a los lectores a consultar la crítica
a la RBU como operación de remate del neoliberalismo de este autor y
de Andrés Villena (Villena Oliver & Medina
Miltimore, 2017)
o el artículo de Esteban
Cruz que contrasta la función macroeconómica del TG frente al análisis
meramente ético dentro de un marco neoclásico de los proponentes de la RBU (Cruz Hidalgo
E. , 2017).
La diferencie entre la RBU y el TG reside en que el primero pretende mantener
el statu quo neoliberal con unidades de consumo mínimo aisladas en una sociedad
desintegrada. En cambio el TG refuerza el poder negociador de los trabajadores
y trastorna el marco de relaciones laborales para que la decisión sobre las
tareas a realizar ya no dependa de una organización capitalista en exclusiva.
El hombre de paja de la restricción externa
Otro favorito de los críticos de la TMM es presentarla
como una teoría solo apta para naciones que gozan de una moneda de reserva y no
aplicable para otras en desarrollo. Reiteramos que no se puede elegir si la TMM
se aplica o no. En todos los países los teoremas acerca del sistema monetario
son los mismos.
La TMM ha defendido la libre flotación de las divisas para
evitar que la soberanía fiscal se vea comprometida por compromisos que anclan
su valor al de otro país. Estos obligan a supeditar la política económica de un
estado al mantenimiento de un tipo de cambio mediante la inversión improductiva
en reservas del banco central, la elevación de los tipos de interés y las
políticas de depresión de la demanda interna que a corto plazo crean desempleo
y a largo plazo perpetúan las situaciones de subdesarrollo porque deprimen la
inversión de forma permanente.
Parecería que los tipos de cambio fijo son trucos de
circulación que sí agradan a Roberts. Nuestra posición es que esas políticas cambiarias
obligan a las naciones a practicar un mercantilismo que es deflacionista para
la economía mundial ya que las obliga a mantener posiciones en reservas de
divisas que suponen la retirada de activos financieros netos del circuito económico
mundial. La política de acumulación de reservas de divisas en los bancos
centrales, prescrita por los organismos multilaterales y los economistas mainstream, se han convertido en los
agujeros negros de la Economía mundial al
ejercer un efecto deflacionista y depresor del comercio mundial.
Roberts también nos atribuye que no defendamos el control
de capitales y al parecer prescribimos que la República Bolivariana de
Venezuela “imprima billetes” sin límites. Esto es completamente falso como se
deduce de una lectura seria de las propuestas de Bill Mitchell, Randall Wray o
Fadhel Kaboub que abogan por la introducción de controles de capitales, sobre
todo de dinero caliente, que causan las violentas oscilaciones en el tipo de
cambio que padecen muchos países en desarrollo. Fadhel Kaboub ha analizado con
profundidad los conceptos de soberanía monetaria y las restricciones a las que
se enfrentan los países en vías de desarrollo proponiendo políticas de
sustitución de importaciones que desarrollen los tejidos productivos
domésticos.
Falta de fervor revolucionario
Somos plenamente conscientes de que describimos una
institución monetaria dentro de un sistema económico capitalista. Eso nos
ubicaría en la despreciable categoría de reformistas porque pretenderíamos
sostener el capitalismo en vez de superarlo. Efectivamente, proponemos políticas
que ayudan a gestionar un sistema caótico propenso a las crisis financieras,
períodos de desempleo elevado, crisis de sobreproducción y elevada desigualdad.
Parece que Roberts atribuye a nuestros “trucos de circulación” más eficacia de
la que concede en otros lugares de su texto.
El cuerpo de los teóricos de la TMM no es un bloque
monolítico, al igual que tampoco lo es el de los teóricos marxistas.
Afortunadamente algunos de éstos, como Bellofiore, Reuten o Terzi, se han
mostrado abiertos a la TMM mientras que otros, como Astarita, Harvey o el
propio Roberts han mostrado una hostilidad que los acerca a nuestros críticos
neoliberales. Dentro de la TMM hay economistas que efectivamente solo aspiran a
reformar el capitalismo y otros que simpatizan con la idea de superar el marco
capitalista. Podemos destacar el marxismo de un Bill Mitchell o la propuesta de
socialismo fiduciario de Carlos García (García, 2017) que describe como un gobierno conocedor
de la potencia del sistema monetario puede facilitar el tránsito a un sistema
socialista o comunista.
En la Historia varios sistemas han precedido al
capitalismo como el comunismo primitivo, la economía esclavista o el
feudalismo. Cada uno de estos ha durado cientos si no miles de años. De hecho
el capitalismo es un recién llegado que no ha cumplido más de 300 años. Hay que
reconocerle éxito en su capacidad de elevar la producción hasta niveles nunca
antes conseguidos. Podría durar otros 500 años o caer el año que viene. No lo
sabemos ni nos consideramos dotados para la futurología. Tampoco los marxistas pueden
predecir cómo ni cuándo el capitalismo será superado ni mucho menos Marx dejó
claro qué tipo de sistema sucedería al capitalismo. Mientras algunos marxistas
renuncian a postular políticas que ayuden a mitigar las consecuencias del
capitalismo esperando a que llegue esa Revolución, no sabemos si mañana o
dentro de 2.000 años, nuestros objetivos son más modestos: describir cómo
funcionan los sistemas económicos reales y hacer propuestas que ayuden a
limitar los daños sociales que causa el capitalismo. Nuestro compromiso actual
como economistas es proponer medidas que maximicen el bienestar de la población.
También estaremos encantados de explicarles a los
marxistas que nos quieran escuchar cómo podrían gestionar eficazmente un
sistema monetario sin caer en las trampas en las que se han dejado atrapar el
chavismo o la URSS de los años 80. Nosotros leemos a Marx y escuchamos a los
marxistas. ¿Nos escuchan ellos a nosotros?
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Berlín: Lola Books.
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