Los Treinta Gloriosos
En el post anterior planteé la preocupación ante la evidencia de que desde finales de los 70 (son más de cuatro de décadas) hasta el presente la tasa de paro ha sido singularmente elevada en España. Asimismo planteé mi escepticismo sobre la explicación convencional procedente de las instituciones europeas y nacionales y de los economistas convencionales. Si rechazamos los argumentos neoliberales, qué explicaciones alternativas podemos encontrar. Me atrevo a postular dos: 1) el abandono de las políticas keynesianas de pleno empleo a partir del triunfo ideológico del neoliberalismo entre finales de los 70 y principios de los 80, que prioriza la estabilidad de precios; y 2) el empeño de los países europeos en fijar los tipos de cambio que culmina en la implantación de la moneda única.Ambos fenómenos han sido magistralmente explicados por el Profesor Bill Mitchell en su libro recientemente publicado Eurozone Dystopia. Group Think and Denial in a Grand Scale. Estas políticas explican el inicio de un ciclo histórico de paro elevado en toda Europa con un impacto fue devastador en los países menos industrializados y competitivos de la periferia europea. En especial, en nuestro país, coincidió con un período de aumento de la población laboral por la incorporación del baby boom al mercado de trabajo y con la crisis industrial que desmanteló una gran parte del tejido español en ausencia casi total de políticas industriales.
Examinemos la cuestión de la derrota del keynesianismo en primer lugar
Después de la Segunda Guerra Mundial, prácticamente todos los países occidentales aplicaron políticas keynesianas cuyo objetivo era asegurar el pleno empleo. Los estados trataban de regular el ciclo económico, cebando la demanda en períodos recesivos, ya con reducciones de impuestos, ya con aumentos de gasto público para impedir caídas bruscas en la demanda agregada y mantener el pleno empleo.Cuando echamos la vista atrás a los “treinta gloriosos”, esas tres décadas que van desde 1945 hasta 1975 comprobamos que en la mayoría de los países europeos y Estados Unidos los niveles de desempleo fueron bajísimos. Thomas Piketty ha demostrado que esa época coincide además con una de las más igualitarias de los países occidentales.
En Gran Bretaña, “durante la ‘edad dorada’ de los 50 y 60,
el desempleo promedió en el 2 por ciento”[1].
Entre 1950 y 1973, la tasa de desempleo en Japón se situó en el 1,3%, la de
Francia en el 1,8%, la de la República Federal Alemana será incluso inferior al
1%[2].
En España, la primera tasa de paro
que estimó la Encuesta de Población Activa (EPA) corresponde a 1964. A finales
de ese año el desempleo afectaba al 2,1% de la población activa[3].
El período se caracterizó por un crecimiento elevado, continuado y homogéneo y
es testimonio del éxito de las políticas keynesianas.
Solo Alemania no se convirtió al keynesianismo. Allí se impusó el llamado “ordoliberalismo”, que no es más que el mismo perro neoliberal con distinto collar adornado de beatería conservadora católica que se pretende pasar por sensibilidad social. Ya durante los treinta gloriosos el país germano empezó a aplicar políticas mercantilistas. Fueron eficaces en un entorno en el que los demás países estaban dispuestos a aplicar políticas de crecimiento. Francia y otros países europeos, así como los EEUU, se mostraron dispuestos a soportar déficit comerciales con Alemania. El permanente desequilibrio comercial con Alemania generó tensiones cambiarias que ya discutiremos más abajo y que están en la génesis de los intentos de establecer un sistema monetario europeo. Esta disponibilidad de los demás países europeos a acomodar el déficit de demanda agregada allende el Rin permitió a Alemania desarrollar con éxito su Modell Deutschland, un crecimiento basado en las exportaciones.Sin un mercado dispuesto a absorber los excedentes de producción alemanes su economía habría quedado condenada a la deflación y al desempleo.
Victoria del Monetarismo
A partir de los años 70 se produce el abandono del consenso keynesiano y se produce la victoria ideológica del Neoliberalismo monetarista. La reacción venía fraguándose en ámbitos académicos. El monetarismo hundía sus raíces en el pensamiento clásico pero resucitó gracias al aporte del pensamiento conservador austríaco de Von Hayek y Von Mises. Ambos procedían de un entorno aristocrático y se formaron en el fértil entorno intelectual de la Viena de entreguerras. Los austriacos profesaban un obstinado desdén por la intervención del estado en la economía y pensaban que su papel debía limitarse a establecer las condiciones para un óptimo desarrollo del mercado. Von Mises, debido a que era judío, debió establecerse en EE.UU. huyendo del Nazismo. Su discípulo, Friedrich August Von Hayek se instaló a partir de 1931 en la London School of Economics del Reino Unido donde se distinguió por su oposición al socialismo y su defensa del liberalismo. Para Hayek el excesivo intervencionismo del estado sería responsable del auge de las ideologías totalitarias, en detrimento de la libertad individual. Hayek igualaba en este sentido al socialismo con el fascismo.Otra obsesión de Hayek, sobre todo a raíz de la publicación de la Teoría General de John Maynard Keynes, fue rebatir las ideas innovadoras del economista británico con quien mantuvo una célebre controversia durante el período de entreguerras.
Keynes observó que no fue el excesivo intervencionismo del estado el que produjo el auge del nazismo sino el fracaso del sistema capitalista en asegurar el pleno empleo, precisamente debido a esa falta de intervención eficaz. Además, Keynes consideraba que las políticas de austeridad aplicadas por los gobiernos en respuesta a la Gran Depresión solo podían fracasar porque al responder a la caída de la demanda privada con recortes de gasto público consiguieron deprimir aún más la demanda agregada. La respuesta clásica al problema del desempleo consistente en forzar caídas en los salarios reales estaba condenada al fracaso, no solo porque los trabajadores se resistían a aceptar caídas de sus salarios nominales, sino también porque era contraproducente. Los trabajadores también son consumidores y la pérdida de poder adquisitivo solo podía resultar en una caída del consumo lo cual produciría caídas en las ventas de los empresarios y redundaría en en la profundización de la depresión y la deflación. Un célebre libro de Nicholas Wapshott, Keynes vs. Hayek describe el choque colosal entre ambos economistas. Hayek no respondió adecuadamente a una aportación capital de Keynes la de los agregados macroeconómicos. Un exceso de austeridad de familias y empresas, causante de una caída del consumo, acompañada de más austeridad del gobierno como respuesta a la caída de los ingresos tributarios, solo podía producir una caída de la demanda agregada y profundizar la depresión.
Tras la Segunda Guerra Mundial, las ideas de Keynes se impusieron mietras que las de Hayek cayeron en el olvido. Hayek se trasladó a la Universidad de Chicago. En Chicago, Hayek fue mentor de Milton Friedman, el formulador de la teoría monetarista. El monetarismo rehabilita la teoría cuantitativa del dinero que establece una relación de causa efecto entre la oferta monetaria y la inflación. Para Friedman el estado sería el causante de la inflación al poner en manos del público una cantidad de dinero que supera la oferta de bienes y servicios de la economía. Por esta razón el estado debía ocuparse en controlar la oferta monetaria, regulándola en función del ciclo, reduciendo la oferta monetaria cuando se acerca la economía al pleno empleo. Otro corolario del monetarismo era que el estado debía abstenerse de regular el ciclo económico mediante las palancas fiscales (impuestos y gasto público). En esencia el monetarismo aduce que el exceso de gasto público y la concomitante laxitud monetaria son causantes de inflación.Además Friedman introduce el concepto de tasa de desempleo natural, aquella que, si se intenta superar, solo podría generar inflación.
El problema del monetarismo es su escaso soporte empírico. Los bancos centrales han podido comprobar que les resulta imposible controlar la oferta monetaria. El concepto de tasa de desempleo natural resulta difícil de estimar y es probable que no exista. No es cierto además que el gasto público conduzca inexorablemente a aumentos de precios, tal como pudo comprobarse durante los "30 gloriosos" en los que la intervención del estado fue decidida, el crecimiento acelerado y la inflación muy baja.
Al otro lado del Atlántico, el mercantilismo alemán generaba tensiones comerciales y cambiarias con sus socios europeos. Su idiosincrático “ordoliberalismo”, cuya máxima realización es la independencia del banco central mutilado en sus funciones más elementales, y el éxito de su industria exportadora resultaba en una baja tasa de inflación y una constante apreciación del marco. Esa hegemonía germánica empezó a dar respetabilidad a las ideas neoliberales.
En esencia neoliberalismo, monetarismo y ordoliberalismo coinciden en la creencia en que la economía alcanza el equilibrio por sí mismo. Los intentos del gobierno por resolver los problemas de empleo no son solo innecesarios sino que también serían perjudiciales porque generarán efectos indeseables como la inflación. Por tanto el papel del estado debe reducirse al máximo y debe procurarse el mínimo nivel de regulación que asegure el correcto funcionamiento del mercado. Para ellos el empleo no debe exceder de su tasa natural (el NAIRU o Non-Accelerating Inflation Rate of Unemployment, una cifra de desempleo que solo se puede estimar, en una tarea que se me antoja futil). Si hay desempleo solo puede ser culpa de unos trabajadores que no están dispuestos a ajustar sus salarios reales a la baja.
Bill Mitchell describe en su libro como el pensamiento de la Escuela de Chicago se apoderó de las mentes de las élites y de los políticos europeos a partir de los años 70. El invento surgió inicialmente del ámbito académico, se difundió por think-tanks, se apoderó de los partidos de centro derecha y acabó por abducir a los partidos socialdemócratas (tercera vía de Blair, los ministros de Economía y Hacienda de Felipe González, los Gobiernos de Mitterand en Francia, etc..). Entre las élites empiezan a adoptar el discurso neoliberal y el consenso keynesiano se resquebrajó. Las revistas de Economía empezaron a seleccionar sesgadamente sus publicaciones en favor de economistas monetaristas. Las universidades promocionaron las carreras de aquéllos que se adherían al consenso neoliberal. Postkeynesianos como Wynne Godley, se vieron obligados a abandonar sus cátedras en el Reino Unido y marchar a EEUU cuando llegó Margaret Thatcher al poder y su gobierno recortó su presupuesto de investigación. Aquéllos que siguieron defendiendo postulados keynesianos fueron objeto de burla y desacreditados, apartados de los centros de influencia y silenciados. Los centros de estudios macroeconómicos, financiados mayoritariamente por entidades financieras interesadas en la aplicación de programas de desregulación financiera, solo aplicaban modelos de corte neoliberal como los de equilibrio general dinámico estocástico donde se ignora el papel que puede jugar el gasto público en el ciclo económico.
Mitchell ha definido acertadamente este predominio neoliberal en las élites europeas como un ejemplo de pensamiento grupal o pensamiento único, un patrón de pensamiento caracterizado por el autoengaño, la forzada fabricación del consentimiento y la conformidad a los valores y la ética grupal. La evidencia que podía refutar los postulados neoliberales era simplemente ignorada mientras que la soportaba era aportada como prueba irrefutable en un clásico ejemplo de sesgo de confirmación.
Los shocks petroleros de los años 70 dieron el impulso definitivo al monetarismo. En 1973 los países árabes productores de petróleo impusieron un embargo en respuesta a la Guerra del Yom Kipur. El precio del barril se cuadruplicó. En 1979 la crisis iraní generó un segundo shock petrolero.
El incremento generalizado de precios observado en todo el mundo en respuesta al chantaje del cártel petrolero era ineludible pues habría sido una estupidez no responder subiendo los precios de nuestros productos industriales. El petróleo era un insumo crítico para muchos procesos industriales y una referencia que marcaba los precios de la energía. Si se quería mantener los términos de intercambio era necesario elevar los precios de nuestros productos. ¿Acaso habría sido acertado vender a los productores de petróleo coches a precios de los años 60? El siguiente gráfico muestra claramente cómo fue esta crisis provocada por los países productores la que detonó los procesos inflacionistas de la segunda mitad de los 70.
Variación del IPC en varios países entre 1970 y 1995. Fuente: elaboración propia a partir de estadísticas de la OCDE.
El alza de los precios fue pues un ajuste inevitable y las tasas de inflación alcanzaron en los países occidentales los dos dígitos. Pese a que la causa fue ese shock externo esta fue la prueba que necesitaban los neoliberales para señalar acusadoramente a las políticas fiscales como causantes de la inflación. La creciente conformidad de las élites europeas con el dominante pensamiento grupal hizo el resto. Empezando por la Francia de Raymond Barre, siguiendo luego por el Reino Unido de Margaret Thatcher y ya en los 80 los ministros neoliberales de Felipe González las políticas de rigor y ajuste presupuestario se impusieron como receta para domeñar la inflación, a costa, claro está, del pleno empleo. A partir de los años 80 todos los países aplican recortes de gasto público, medidas para cercenar el poder negociador de los sindicatos, cierre o venta de empresas públicas, congelación de contratación de plantillas de funcionarios, los pactos de rentas para controlar los incrementos salariales, etc.
Los que vivieron en aquéllos años recordarán el cierre de empresas públicas en España, la reconversión industrial que dejó antiguas comarcas industriales arrasadas sin ninguna actividad que sustituyera a las empresas cerradas, las magras convocatorias de empleo público o los famosos Pactos de La Moncloa, por ejemplo, que liberalizaron el despido e impusieron un programa de recortes de gasto público entre otras medidas,
El impacto en el empleo ha sido devastador. El siguiente gráfico, tomado del libro de Mitchell, muestra cómo evolucionaron las tasas de desempleo en varios países europeos.
Fuente: Bill Mitchell. Eurozone Dystopia.
La coincidencia temporal inusitada entre inflación y desempleo elevado dio pie a que se acuñara el término “estanflación”. Los neoliberales trataron de explicarlo como una consecuencia del exceso de gasto público combinado con rigideces en el mercado de trabajo. Sin embargo, fue un fenómeno autoinfligido por unos gobiernos que se negaron a explorar otras vías para asegurar la estabilidad de precios. Para el año 1983 la inflación había sido ya derrotada en casi todos los países e incluso Alemania había conseguido entrar en deflación a causa de su excesivo rigor. Los políticos siempre utilizaron la analogía de la amarga medicina que era necesario tomar para volver al crecimiento y el empleo. Medidas impopulares se imponían a una población escasamente formada en temas económicas con la promesa de que redundarían en un futuro mejor. Sin embargo los niveles de paro nunca volverían a sus niveles previos a la crisis del petróleo. El pleno empleo se ha convertido en un lejano recuerdo.
Por hoy basta. Otro día exploraremos el segundo fenómeno que contribuyó al alza de desempleo en nuestro continente: el empeño por mantener tipos de cambio fijo entre los países europeos.
Los lunes al Sol (III)
[1] Hatton, T. J. & Boyer, G. R. (2005). Unemployment and the UK labour market before, during and after the Golden Age [Electronic version]. European Review of Economic History 9(1), 35-60.
[2] http://fr.wikipedia.org/wiki/Trente_Glorieuses
[3] http://www.eldiario.es/zonacritica/Franco-Medio-Encuesta-Poblacion-Activa_6_221237903.html
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