Cita de Roosevelt

"Ningún país, sin importar su riqueza, puede permitirse el derroche de sus recursos humanos. La desmoralización causada por el desempleo masivo es nuestra mayor extravagancia. Moralmente es la mayor amenaza a nuestro orden social" (Franklin Delano Roosevelt)

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jueves, 12 de noviembre de 2020

Fin de la NAIRU (por el momento)

 Este artículo acompaña un vídeo publicado en YouTube.

Quizá uno de los mayores fraudes intelectuales de la ciencia económica de las últimas décadas haya sido el de la tasa natural de desempleo, la idea de que éste tiene causas naturales que no pueden ser evitadas por los instrumentos tradicionales de la política económica y que dependen de la estructura económica, del estado de la técnica y de otras condiciones que no pueden ser resueltas más que con reformas estructurales o políticas de oferta.

La curva de Phillips

El economista neozelandés William Phillips constantó una relación inversa entre tasa de desempleo e inflación. Si la tasa de desempleo es alta los costes salariales no crecerán pero a medida que el paro se reduce los costes salariales irán incrementándose.

Curva de Phiips

Curva de Philips: cuando el desempleo es alto (punto A) los trabajadores tienen menos poder de negociación y no pueden negociar alzas salariales. A medida que el desempleo va cayendo (punto B y luego punto C) son capacces de negociar mejoras salariales causando subidas de costes empresariales que finalmente los empresarios repercuten en los precios.

La relación que describió Philips tiene lógica. Mientras haya desempleo los trabajadores tienen menos capacidad para negociar mejoras salariales y por tanto los empresarios no experimentarán aumentos de costes. Pero, si los trabajadores ganan poder de negociación en un mercado laboral dinámico, pueden lograr mejoras salariales. Como los empresarios son quienes fijan los precios, sobre todo aquellos que explotan monopolios u oligopolios, para mantener su tasa de beneficios no dudarán en subir los precios.

Esta relación se puede comprobar empíricamente para la economía española. En el siguiente gráfico cada punto representa la combinación de tasa de desempleo y crecimiento de los costes salariales experimentada cada año entre 2002 y 2014. Una regresión lineal realizada sobre estos datos nos arrija un coeficiente de correlación de 0.6209.

Curva de Phillips España

Curva de Phillips de la economía española para el período 2002 – 2014

Esta relacion simplemente refleja un conflicto distributivo entre capital y trabajo. Este tipo de conflictos por la distribución de la renta fueron corrientes hasta los años 80 del siglo pasado. Las políticas que garantizaban el pleno empleo fortalecían la capacidad de negociación de los trabajadores que además estaban mejor protegidos por legislación laboral más avanzada que la actual. En aquella época la clase empresarial se enfrentaba a una clase trabajadora combativa que reivindicaba sus derechos y conseguía mejoras salariales.

¿Era preocupante? En realidad no excesivamente. Mientras los salarios crecieran al mismo ritmo que la productividad los precios podían mostrar una senda relativamente estable. Unas tasas relativamente bajas de inflación no podían perturbar tanto la economía.

Esta relación entre inflación y desempleo sugería una política económica en la que sería posible aceptar algo de inflación a cambio de conseguir más empleo y viceversa.

Hasta los años 80 los gobiernos consideraban que el desempleo era un problema de demanda agregada que podía resolverse con estímulos de política fiscal. Esta políticas de estímulo de la demanda, explotando la relación que revelaba la curva de Philips, podían provocar inflación y efectivamente en los años 60 y 70 los episodios de inflación fueron frecuentes. Los gobiernos trataban de encontrar ese punto de la curva que les diese una combinación de tasa de desempleo y tasa de inflación aceptable. Sin embargo esta gestión de las variables de inflación y desempleo fue responsable de frecuentes episodios de crecimiento que eran abortados en cuanto se empezaba a acelerar la inflación; períodos de auge seguidos de episodios de recesión en lo que se ha llamado una política de “boom and bust”.

La tasa natural de desempleo

En los años 60 del siglo XX Milton Friedman y Edmund Phelps desarrollaron el concepto de tasa natural de desempleo. Friedman y Phelps cuestionaron la estabilidad de la curva de Phillips. Si los responsables de las políticas intentaban explotarla se encontrarían con desplazamientos de la curva desarbolando sus esfuerzos. Traslademos este término de desplazamiento de la curva a un lenguaje más llano.

Friedman y Phelps partían de la hipótesis de que los trabajadores tratan de encontrar la combinación de ocio y trabajo que maximiza su utilidad. Para animarse a abandonar el ocio e incorporarse al mercado de trabajo el salario tiene que ser suficientemente alto. Si el salario no les compensa dejan de trabajar y se retiran del mercado de trabajo.

Para los que conocemos el degradado mercado laboral español esta hipótesis parece una broma pero los economistas creen en este tipo de premisas. Hace poco vimos un trabajo en el que unos economistas afirmaban que la reducción observada en los últimos años en el número de horas trabajadas de los varones jóvenes podía explicarse en que el ocio salía cada vez más barato. Una cuenta de Netfilx es más barata que ir al cine[1].

Si tratamos de reducir el desempleo debajo de esta presunta tasa natural los precios empiezan a subir. En la jerga de los economistas: se acelera la inflación.

El problema es que entonces todos los trabajadores incorporarán a sus expectativas esa aceleración de la inflación. Sabiendo que va a haber inflación pedirán incrementos salariales porque lo que les importa es el salario real (el salario una vez descontado el impacto de la inflación). Si no consiguen los incrementos salariales que buscan simplemente se retirarán y la tasa de desempleo volverá a su tasa natural.

Friedman (1968) y Phelps (1967, 1968) definieron la tasa natural de desempleo como aquella que prevalece cuando se confirman las expectativas de inflación.

Un episodio inflacionista

El trabajo de Friedman y Phelps fue muy influyente en el ámbito académico e hizo temblar los cimientos de las políticas económicas de inspiración keynesiana empleadas hasta entonces. Si estaban en lo cierto las políticas de sostenimiento del empleo serían no solo inútiles sino también contraproducentes.

Pero sería un episodio bélico en Oriente Medio el que les daría la victoria ideológica. En los años 70 la Guerra Árabe Israelí llevó a los países árabes productores de petróleo a responder con una subida de los precios del petróleo. Este episodio desencadeno un episodio de inflación relativamente elevada.

Para la comunidad económica esto sirvió de confirmación de que la curva de Phillips no era estable y de que los intentos de mantener el pleno empleo resultaráin en una aceleración de la inflación. Un ejemplo de correlación que no implica causación fue utilizada para avalidar como cierta una tería económica construida sobre fundamentos muy endebles.

La NAIRU

A partir de los años 80 la prioridad de la política económica dejó de ser el pleno emplo que fue sustituido por la estabilidad de precios.

Además los economistas empezaron a cuestionar la eficacia de la política fiscal prefiriendo en su lugar un nuevo juguete, la política monetaria, que además tenía la ventaja de que podía encomendarse a los bancos centrales, entes que podían parapetar sus decisiones, con estatutos y leyes que protegían su “independencia”.

Para contar con un objetivo que podía advertirles prematuramente de que la economía entraba en la zona de riesgo de inflación necesitaban conocer cuál era esa tasa de desempleo “natural”. Se inventó un tecnicismo conocido como ‘tasa de desempleo no aceleradora de la inlación’ (o NAIRU por sus siglas en inglés (Non-accelerating Inflation Rate of Unemployment) y un primo hermano conocido como tasa de desemplo no aceleradora de los salarios o NAWRU.

Los bancos centrales y otros organismos multilaterales realizan sesudos estudios para localizar estos umbrales mágicos.

El propósito es aportar a los bancos centrales una variable de política económica que sirva como señal de alerta para decidir cuándo hay que aplicar políticas monetarias restrictivas (subir tipos de interés).

En definitiva la NAIRU ha sido la justificación ideologica para dejar a millones de personas desempleadas. En España tenemos una larga experiencia de cuatro décadas con tasas de desempleo masivas que podemos agradecer a la comunidad de economistas académicos y banqueros centrales seguidores de la teoría de la tasa de desempleo natural.

Si te quedas en el paro te fastidias: ése es el precio que tú tienes que pagar para que no haya inflación.

La NAIRU es un falsa variable económica

El problema es que la NAIRU es inobservable. Cuando se revisan los estudios que publican los organisos multilaterales la NAIRU siempre se acerca sospechosamente a la tasa de paro más reciente. Por ejemplo, en un trabajo realizado en 2014 por Sebastian Gechert, Katja Rietzler y Silke Tober para el Fondo Monetario Internacional, los autores encontraron que la NAIRU publicada por la Comisión Europea estaba determinada fundamentalmente por la tasa de desempleo más recientemente observada[2].

NAWRU de la Comisión Europea

Gráfico públicado en el estudio de Grechert, Rietzler y Tober para el FMI sobre la NAWRU que publica la Comisión Europea

Esto resulta muy conveniente porque permite a los bancos centrales y a los gobiernos como excusa para no actuar decididamente contra el desempleo…nunca. ¿Para qué habría que actuar si solo se podría provocar inflación y de todas formas no se conseguiría nada?

Pero lo que resulta más grave es que la NAIRU se centra en el síntoma, la inflación, y no en sus causas. La NAIRU simplemente sirve para que los bancos centrales actúen de forma preventiva ante un episodio de inflación que ni siquiera se ha producido aún. Para ello utilizan una variable inobservable y políticas que tienen la precisión de una escopeta de perdigones con las culaes pretenden cancelar proyectos de inversión a través de una variable de coste, el tipo de interés.

Cuestión aparte es la eficacia real de las pequeñas variaciones de tipos de interés que aplican actualmente los bancos centrales. El prolongado episodio de baja inflación que sucedió al período de los años 80 ha convencido a los responsables de los bancos centrales de que estaban ejecutando políticas monetarias útiles y eficaces. Pero se trata del mismo tipo de ilusión que experimentan los usuarios de la homeopatía cuando creen que se han curado de una enfermedad leve cuando ésta simplemente ha seguido su curso. La creencia de los economistas en la utilidad de la política monetaria también ha sido útil para convencer a los gobiernos de que no utilizaran instrumentos de política fiscal.

En realidad la experiencia histórica sugiere que solo subidas drásticas de tipos de interés pueden conseguir un gran impacto en la economía. Un ejemplo sería el shock Volcker, un presidente de la Reserva Federal de los EEUU a principios de los 80 que decidió duplicar los tipos de interés de la noche a la mañana, del 10% al 20%. El schock efectivamente detuvo la inversión y provocó un aumento súbito y desgarrador de la tasa de desempleo.

Actuando preventivamente el resultado de las intervención de los bancos centrales -y de la falta de intervención de los gobiernos- han sido décadas de tasas elevadas de desempleo que han sido muy útiles para deprimir los costes salariales.

El problema de esta política es que, para perpetuar su eficacia, la bolsa de desempleados tiene que seguir creciendo. Una persona que pasa mucho tiempo parada se vuelve inempleable y deja de ser una amenaza creíble para los que retienen sus empleos. Eso obliga a expulsar a más trabajadores para que la NAIRU sigue desempeñando su función disciplinante.

Cómo estabilizar los precios con eficacia

Para hacer frente a la inlación se pueden utilizar herramientas con mayor precisión pero obviamente es más laborioso para los responsables de las políticas económicas. En primer lugar hay que entender las causas de la inflación: por ejemplo entender si hay un conflicto distributivo entre capital y trabajo; identificar los cuellos de botella en determinados sectores; comprender si se dan situaciones de dominio de mercado; conocer los shocks en los costes de las materias primas; o analizar factores institucionales tales como indexación de precios y salarios. Puede ser útil además estudiar las interrelaciones entre sectores y cómo se van transmitiendo los aumentos de precios de unos a otros.

Esta tarea es mucho más rigurosa y laboriosa pero los gobiernos y bancos centrales podrían actuar con mayor eficacia si realizaran este tipo de estudios y posteriormente decidieran qué tipos de políticas son más útiles para contener un proceso inflacionista. En determinados caso será necesario gestionar el conflicto de rentas; en otros habrá que reglamentar o suprimir las situaciones de dominio de mercado; o actuar para corregir los efectos de la indexación, etc. Es posible que en ocasiones haya que aceptar que una subida repentina de los precios de las materias primas se repercuta a toda la economía recordando que una subida temporal de precios no es inflación. Por último no debemos olvidar que el Estado es un agente económico de primer orden que puede utilizar su enorme poder de compra para fijar los precios en sus procesos de compra.

La NAIRU no es un instrumento útil para realizar este tipo de análisis precisos y minuciosos. Necesitamos instrumentos que tengan la precisión de un escalpelo, no la fuerza bruta e imprecisa de una maza.

La FED renuncia a la NAIRU (por el momento)

Desde hace décadas la pasividad de los gobiernos ante el problema de la demanda ha resultado en una atonía creciente de la demanda agregada. Por otra parte, la debilidad de la clase trabajadora, con un poder de negociación muy mermado tras cuatro décadas de globalización, deslocalización, cambios en la estructura productiva y ataques a sus derechos, han dado como resultado que, incluso en períodos de menor desempleo, no se observen tensiones salariales e inflacionistas fuertes. En la jerga de los economistas esto se explica como un “aplanamiento de la curva de Phillips”.

Hace dos semanas el presidente de la Reserva Federal, Jerome Powll anunció un cambio en la política que desarrolla su institución. Reproduzco a continuación parte de su intervención que está grabada en  un vídeo enlazado debajo. Por lo demás, dar golpecitos suaves con una maza, como hacen los responsables de la política monetaria actuales haciendo ajustes finos en la tasa de interés, es completamente inservible.

https://www.c-span.org/video/?475196-1/fed-chair-powell-announces-policy-change-inflation

“…el mercado laboral históricamente fuerte no provocó un aumento significativo de la inflación. A lo largo de los años, los pronósticos de los participantes del FOMC y los analistas del sector privado mostraron de manera rutinaria un retorno a la inflación del 2 por ciento, pero estos pronósticos nunca se realizaron de manera sostenida (ver figura 3). Los pronósticos de inflación se basan típicamente en estimaciones de la tasa natural de desempleo (u*) y de cuánta presión al alza sobre la inflación surge cuando la tasa de desempleo cae en relación con (esta tasa natural) U*. A medida que la tasa de desempleo baja y la inflación permaneció en silencio, las estimaciones de u* fueron revisándose a la baja. Por ejemplo, la estimación mediana de los participantes del FOMC disminuyó del 5,5 por ciento en 2012 al 4,1 por ciento en la actualidad. La capacidad de respuesta moderada de la inflación a la rigidez del mercado laboral, a la que nos referimos como el aplanamiento de la curva de Phillips, también contribuyó a resultados de baja inflación. Además, las expectativas de inflación a largo plazo, que durante mucho tiempo hemos visto como un importante vector de la inflación real y las presiones desinflacionarias mundiales pueden haber estado frenando la inflación más de lo que se esperaba en general.”

De facto es un reconocimiento de que la NAIRU ha dejado de tener utilidad. Por ahora solo admiten que es una suspensión temporal de las reglas que operan en el mundo de la economía neoclásica. Lo deseable sería que los bancos centrales y los gobiernos las abandonaran de forma permanente.

En otro post explicaremos cómo el Plan de Empleo Garantizado ofrece una alternativa superior que  aplana la curva de Philips manteniendo el pleno empleo.

[1] Mark Aguiar, Mark Bils, Kerwin Kofi Charles y Erik HurstLeisure. Luxuries and the Labor Supply of Young Men June 21, 2017

[2] Sebastian Gechert & Katja Rietzler & Silke Tober, 2014. “The European Commission’s New NAIRU: Does it Deliver?,” IMK Working Paper 142-2014, IMK at the Hans Boeckler Foundation, Macroeconomic Policy Institute.

viernes, 18 de agosto de 2017

La bomba del desempleo


El vendaval de destrucción de empleo iniciado en 2008 ha agudizado los niveles de pobreza y desigualdad en la distribución de las rentas y de la riqueza. La gran depresión de la segunda década de este siglo fue la tormenta perfecta. La borrasca venía gestándose en el mundo occidental desde el inicio de la era neoliberal iniciada en 1973 pero cuando alcanzó a la periferia meridional europea, –con economías que habían entregado su soberanía monetaria y habían erigido su prosperidad sobre los débiles fundamentos de la burbuja especulativa, bajísimos niveles de protección social y empleo público y una crónica falta de inversión en tejido productivo real– la destrucción alcanzó proporciones épicas. Probablemente no haya hogar de clase media o trabajadora que no haya sido afectado por esta devastación. El problema del desempleo es gravísimo en la periferia de la zona euro y coloca a estos países en el mismo rango que algunos estados fallidos de África o que acaban de padecer un conflicto bélico.


Ilustración 1. Países con mayores tasas de desempleo

En el caso de España el problema se arrastra desde hace décadas. La última vez que este país disfrutó de pleno empleo fue durante el franquismo (con todas las cautelas que conviene añadir en un país en el que las mujeres tenían poco acceso al mercado de trabajo retribuido). El régimen del 78 demostró que no era necesaria la represión dictatorial para someter a los trabajadores; bastaba proferir la amenaza cierta de que perderían su empleo si osaban ser reivindicativos. Pero la perpetuación de la lacra ha acabado siendo aceptada como una especie de estado natural de las cosas. La población española ya no reconoce las verdaderas causas y es incapaz de exigir una solución a los verdaderos responsables: el Gobierno de España y los intereses de sus elites. Pocas fuerzas de trabajo existen más disciplinadas y más sometidas a lo que George Orwell llamaba el «terror acechante del desempleo» existen en Europa.




Ilustración 2. Serie histórica de la tasa de desempleo

El problema del desempleo español ha sido reducido a la categoría de lacra “estructural”. En la jerga de los técnicos de los organismos multilaterales y los economistas de la escuela dominante estructural es una palabra polisémica que se utiliza como justificación de todo tipo de desmanes. Estructural puede significar que hay “rigideces” en un mercado de trabajo que se equipara al de los rábanos. Si hay exceso de rábanos en el mercado, bájese su precio y se venderán más rábanos hasta vaciar el mercado. Si hay exceso de desempleados es porque los sindicatos y los reglamentos impiden bajar los salarios. Destrúyanse los sindicatos, desmóntese el estatuto de los trabajadores, hágase un decreto de la estiba, bájense los salarios y el desempleo caerá; sin advertir que el mercado de trabajo es también un centro de reparto de rentas y que socavar los salarios simplemente arregla el problema de un empresario pero agrava el de todos. Estructural también puede significar que hay poca competencia y que es necesario liberalizar un sector para destruir todo el tejido de PYMES y sustituirlas por oligopolios que optimizan sus costes destruyendo cuanto empleo sea posible. Otrosí, estructural, es un problema de ineficiencia del sector público que se resuelve vendiendo todas las empresas públicas y hasta las joyas de la corona a los amiguetes.

El problema del desempleo español es el resultado de cuatro décadas de políticas erradas y del alineamiento de las élites políticas y económicas con el pensamiento neoliberal cuyo eje central es el ataque al factor trabajo. Es probable que España sea el país donde el neoliberalismo se haya aplicado de forma más implacable gracias a su legitimación por asociación al proyecto europeo. En términos orteguianos «España es el problema (estructural), Europa es la solución (neoliberal)». El elevado desempleo es el mayor éxito del neoliberalismo español. Varios factores acudieron en ayuda del proyecto de laminación de la clase trabajadora. La coincidencia de la incorporación al mercado de trabajo de las cohortes nacidas en el baby boom, el proceso de desindustrialización impuesto por la incorporación a la CEE y el abandono de las políticas industriales a beneficio de los chaebol Corea del Sur y del mittlestand germánico, el empeño en aplicar una política económica monetarista que desalentaba la inversión, la represión de la demanda como herramienta para luchar contra la inflación importada en lo barriles de petróleo, la crónica insuficiencia del empleo y gasto públicos. ¿Recuerdan cuando Felipe González ganó las elecciones prometiendo la creación de 700.000 puestos de trabajo? Nunca lo consiguió porque inocentemente pensaba que eso lo haría el sector privado con algunos incentivos estatales. (Posteriormente los líderes del PSOE perdieron su virginidad estructural y se convirtieron en grandes desreguladores, siguiendo una larga tradición de dirigentes europeizantes, como los Habsburgo que nos limpiaron de toda traza arabizante o los Borbones que querían desembozarnos).

El problema es ya antiguo pero lo que diferencia la crisis actual de las anteriores es que, esta vez, ha afectado a las clases medias; sobre todo a sus cachorros ahora reclutados para el precariado.

Fueron las contradicciones del capitalismo las que generan el problema de represión salarial y desempleo que a la vez deprime las ventas. La solución obvia, probada y eficaz de la intervención pública mediante el gasto deficitario causa sarpullidos en Bruselas y las élites patrias. Hacía falta una solución que aumentase la demanda sin pagar mayores costes salariales. Quien no cree en la medicina científica recurre a las flores de Bach para curar el cáncer. Durante un tiempo los préstamos hipotecarios sirvieron pero también dejaron un legado tóxico cuyos platos rotos aun andan recogiendo en las oficinas bancarias del Banco Popular. Hay que encontrar otra solución.

lunes, 30 de enero de 2017

El desempleo es siempre una decisión política

Artículo conjunto de Miguel Carrión, Esteban Cruz y Stuart Medina publicado originalmente en El Diario el pasado 23 de enero de 2017.


Desde hace tres años asistimos a un esfuerzo propagandístico para convencernos de que "la crisis ya es historia". Tales proclamas suelen acompañarse del reconocimiento a la generosidad de los ciudadanos por sus “sacrificios”, que se presentan como necesarios y repartidos de “forma justa”, siendo exigidos en nombre de la eficiencia económica.

Hagamos inventario de estos sacrificios. El INE nos informa de que en el primer trimestre de 2013 la tasa de desempleo alcanzó el 26,97%, y desde entonces ha retrocedido hasta el 18,91%. Esta cifra sigue siendo demasiado elevada como para certificar el final de la crisis, pero además oculta mucha información relevante. En el segundo trimestre de 2008 los españoles trabajamos 722 millones de horas. En el segundo trimestre de 2016 lo hacíamos 620 millones de horas, lo que es un fiel indicio de cómo arraiga la precariedad. El mero porcentaje de paro tampoco refleja que más de 650.000 personas han abandonado el mercado de trabajo, ni que España es uno de los países europeos con mayor tasa de temporalidad (25%). Más de 2,5 millones de personas llevan buscando empleo desde hace más de un año. Muchas personas de 30 años nunca han trabajado, y muchas otras mayores de 45 años que perdieron su empleo hace años es probable que nunca más vuelvan a trabajar.

Los políticos se complacen por los resultados de unas políticas que dejan sin empleo a gran parte de la población activa porque la opinión pública se ha acostumbrado a tolerar el mayor dispendio de activos de nuestra sociedad: el del capital humano. La constitución española de 1978 en su artículo 40.1 compromete al estado en la promoción de la estabilidad económica y el pleno empleo:

Los poderes públicos promoverán las condiciones favorables para el progreso social y económico y para una distribución de la renta regional y personal más equitativa, en el marco de una política de estabilidad económica. De manera especial realizarán una política orientada al pleno empleo.

Los sucesivos gobiernos elegidos al amparo de esta constitución han incumplido este mandato. Con el régimen del 78 se inicia un período casi secular de elevado desempleo.







Evolución de la Tasa de desempleo en España.

El pensamiento económico dominante ha elaborado nociones aberrantes para defender que sólo las fuerzas del mercado pueden determinar el nivel de empleo. En esta visión el estado queda relegado a un papel subordinado, limitado a suprimir las rigideces que impiden que oferta y demanda de trabajo se ajusten a un supuesto equilibrio de mercado, incluso aunque el precio del trabajo esté por debajo del nivel de subsistencia institucionalizando el fenómeno de los trabajadores pobres. La devaluación de las capacidades, habilidades, y creatividad, de las personas a través del desempleo no sólo nos priva de un potencial bienestar presente basado en la movilización de recursos reales que hoy están parados, sino que hipoteca nuestro futuro.

El desempleo es siempre una decisión política. El desempleo consolida el poder de quienes detentan el poder económico, y protege a quienes ven en la movilidad social una amenaza. El miedo a perder un empleo artificialmente escaso disciplina a la población. Y la imposición de límites al déficit público, además de ahogar el progreso de la sociedad, permite el mantenimiento del desempleo.

Una alternativa es la Teoría Monetaria Moderna (TMM). Según ésta, sólo quien emite la moneda en régimen de monopolio tiene la capacidad financiera suficiente para garantizar siempre y en toda circunstancia el pleno empleo. Solo el emisor de la moneda puede hacerse cargo de las inversiones estratégicas necesarias para construir la sociedad que queremos y dar una respuesta estructurada y directa a los retos a los que nos enfrentamos como comunidad. En la zona del euro, el deficiente gasto público y el consiguiente desempleo son condiciones que la Unión Monetaria Europea (UME) se autoimpone. Al ser la UME la misma que crea el euro, solo puede eliminar el desempleo en la zona del euro comprando el trabajo que esté disponible en su moneda, pero decide no hacerlo al anteponer el déficit al desempleo como objetivo político.


Perseguir el interés general en política económica quiere decir, ante todo, eliminar restricciones para utilizar al máximo el potencial del sistema. Esto requiere dejar crecer el déficit público cuanto sea necesario para el mantenimiento del pleno empleo. Para una entidad con soberanía monetaria, aumentar el déficit o sostenerlo en el tiempo supone únicamente que en su registro contable se apunte que inyecta más fondos a la economía de los que detrae de ella.


De acuerdo con esto, proponemos sustituir en los Tratados europeos los mecanismos arbitrarios que imposibilitan que la economía europea alcance el pleno empleo sin generar un aumento generalizado de precios. Proponemos reemplazar la histeria en torno al estado contable de la autoridad fiscal por una política de hacienda funcional que supedita el nivel de gasto a la consecución de objetivos en la economía real, tales como la supresión de la pobreza, la mejora de los servicios públicos, el cuidado del medio ambiente y de las personas, la modernización del aparato productivo o la transición energética.

En lugar de usar la bolsa de desempleados con la excusa de regular la inflación, forzando a los ciudadanos al paro o la emigración, la TMM propone financiar una bolsa de empleados a la que el sector privado pueda acudir en busca de trabajadores activos, simplemente ofreciendo a éstos unas condiciones mejores que el suelo fijado por el sector público para su contratación. Los planes de empleo de transición serían programas permanentes de empleo público que ofrecerían un puesto de trabajo a todo aquél que desee trabajar, con una retribución fijada por encima del umbral de la pobreza y en condiciones dignas, en actividades separadas del sector público tradicional y sin entrar a competir con el sector privado. El tamaño de la bolsa de empleo de transición crecería en las recesiones y disminuiría en las recuperaciones, compensando el ciclo económico. Además, ligando el salario de transición al objetivo de inflación se ayudaría a la estabilidad de precios.

Técnicamente todo esto es aplicable dentro del euro, pero en cualquier caso es absolutamente necesario para cada estado miembro dotarse también de una solución alternativa que prevea la adopción de una moneda nacional. Esto es así ya sea para hacer frente a una posible implosión de la zona euro debida a la evolución de la situación política de países como Francia, Italia u Holanda; ya sea porque la Unión Europea no esté dispuesta a eliminar de su ADN sus actuales reglas de austeridad antidemocráticas, antisociales y antieconómicas.

martes, 3 de enero de 2017

¿Por qué crea el estado desempleados que no quiere contratar?

Artículo publicado originalmente en la sección Luces Rojas de InfoLibre.

El trabajo es toda actividad productiva que realiza el ser humano. Trabajan el médico cuando trata a sus pacientes, el maestro cuando imparte sus clases, o el obrero que coloca ladrillos con maestría. Lo hacen también la madre que cuida de sus hijos o la mujer que desempeña labores de voluntariado en una ONG. La diferencia entre los primeros y los segundos es que a cambio aquéllos perciben una retribución dineraria, es decir, poder adquisitivo que da derecho a participar en el reparto de los bienes y servicios producidos en la economía de mercado que se encuentran a la venta solo a cambio de dinero creado por el gobierno o los bancos. Se desarrollan sin embargo numerosas tareas excluidas del ámbito del mercado, asignadas por cierto con mayor frecuencia a las mujeres en las sociedades patriarcales.

Un trabajador vende sus servicios al mercado porque quiere conseguir dinero a cambio. El empleo es siempre un fenómeno monetario. Por eso podemos definir el desempleo involuntario como mano de obra ofrecida al mercado a cambio de moneda del estado que no encuentra comprador. Este empleo puede ser comprado por el sector privado o por el estado. Si existe desempleo involuntario es porque ni el sector privado ni tampoco el gobierno quieren aumentar sus gastos para ocupar esos recursos ociosos.


Para entender esto describamos un escenario. Supongamos que partimos de un período en el que existe plena ocupación. En esta situación, de equilibrio inicial, supongamos que nadie ahorra, es decir todo el mundo gasta su renta íntegramente y por tanto todo lo que se produce se vende. El gasto de todos es igual a las rentas —salarios, beneficios, impuestos, alquileres, intereses, etc.— de todos y por fuerza es igual también a toda la producción de la economía. Esta identidad se mantiene siempre a nivel macroeconómico:

INGRESO=GASTO=PRODUCCIÓN

Si por la razón que sea (porque los hogares y las empresas decidan que quieren reducir su deuda, porque haya una situación de incertidumbre o porque los extranjeros decidan no comprar nuestros productos) en un período posterior cambia el comportamiento del sector no gubernamental —en el que incluimos a hogares, empresas y al sector exterior— y éste prefiere ahorrar una parte de su renta entonces una parte equivalente de la oferta de bienes y servicios se quedará sin vender. En ese caso las empresas tendrán que reducir su oferta y es probable que despidan a algunos de sus empleados.

El trabajo no es un rábano

Nadie puede obligar al sector privado a consumir más de lo que quiere o a ahorrar menos. ¿Qué puede hacer un gobierno cuando aumenta el desempleo? Desde la escuela neoclásica nos dicen que la respuesta es bajar el coste de los salarios ya que el trabajo sería como cualquier otra mercancía. Si por ejemplo cae la demanda de rábanos en el mercado los productores podrían darles salida tirando los precios. Decimos entonces que la curva de demanda de los rábanos tiene una forma descendente hacia la derecha en el eje de ordenadas: a menor precio mayor cantidad vendida y viceversa. Si creemos que el trabajo es como los rábanos entonces la prescripción para acabar con el desempleo es sencilla: bajar los salarios. Sin embargo, el mercado de trabajo remunerado no es como el de los rábanos. Para la mayoría de las personas los salarios son su principal fuente de ingresos. Bájense los salarios y observaremos una caída en el consumo de los consumidores y en las ventas de las empresas provocando nuevas caídas de empleo. El economista Esteban Cruz y este autor ya explicamos en un artículo anterior la paradoja de los costes. Los ahorros en costes salariales pueden ir acompañados de menores ventas que deterioran la tasa de beneficios de los empresarios y por tanto desaniman el empleo (Cruz & Medina Miltimore, 2016).

El siguiente gráfico, elaborado por el economista Luis Gómez con datos de los ejercicios 2008 a 2014, demuestra que la caída de los salarios, lejos de haber aumentado el empleo tuvo el efecto contrario. Luis Gómez explica que al iniciarse la crisis se desechó primero a los trabajadores ocasionales y jóvenes que eran también los peor pagados. Esto tuvo el efecto aparente de mostrar un crecimiento salarial asociado a un aumento del desempleo. Los economistas neoliberales y la Comisión Europea utilizaron este efecto estadístico para justificar el ataque contra los trabajadores iniciado en 2010. Sin embargo, después de 2010 la caída del empleo fue muy intensa pese a que también cayeron los salarios. La caída de los salarios ha sido inútil para crear empleo.


Las recetas prescritas por el dogma vigente fueron acompañadas en 2010 por un giro incomprensible hacia la austeridad. Desafiando toda la evidencia en contra de la utilidad de fijar unos objetivos de déficit, los dirigentes europeos llegaron a asumir una superstición aberrante, la ‘austeridad expansiva’ que es a la ciencia económica algo así como el hielo ardiente, la sosa cáustica potable o el plomo ligero. Esta doctrina oximorónica afirmaba que un recorte de los gastos públicos liberaría recursos para que el sector privado los empleara de forma más productiva acelerando la recuperación. Esta hipótesis fue introducida por Francesco Giavazzi y Marco Pagano en 1990 en un trabajo que presentaba las reestructuraciones fiscales de Dinamarca e Irlanda en los años 80 como ejemplo (Giavazzi & Pagano, 1990). Los autores, que observaron cómo recortes en el gasto público coincidieron en el tiempo con una recuperación de esas economías, olvidaron tener en cuenta que esos países, relativamente pequeños, consiguieron salir de sus crisis económicas gracias a la expansión de sus exportaciones a otros países europeos que sí aplicaron políticas fiscales expansivas.

La hipótesis fue vendida a los responsables de la UE por Alberto Alesina en un discurso ante la reunión del ECOFIN que tuvo lugar en Madrid en 2010 en Madrid. En esta intervención aseguraba que los «ajustes fiscales, aunque sean grandes, que reducen los déficit presupuestarios, pueden conseguir una reducción relativamente rápida de los coeficientes de deuda sobre el PIB sin causar recesiones». Añadió que « (…) una política fiscal anticíclica basada en incrementos de gasto durante recesiones y aumentos de impuestos para corregir los déficits durante una expansión es probable que sea contraproducente además de implicar un avance inadvertido del tamaño del gobierno cuando éste ya está en torno al 50% del PIB en algunos países europeos. (…) [L]as distorsiones políticas (…) retrasan la reducción de los déficit además de las inevitables ‘demoras de larga duración y variables’ asociadas con la política fiscal en una democracia, que incluso en el caso de las expansiones fiscales hacen que esta herramienta sea torpe para la gestión del ciclo de los negocios» (Alesina, 2010).


A esta perversión doctrinal se añadió el diseño contraproducente de una unión monetaria uno de cuyos puntales, el Pacto de Estabilidad y Crecimiento (PEC), imponía un límite al déficit público del 3% sobre el PIB. Este límite podría ser efectivamente excesivo en una situación en la que la economía crece a buen ritmo y empiezan a producirse tensiones inflacionistas. Sin embargo en una situación de recesión lo conveniente puede ser que el déficit público alcance un valor superior a ese guarismo. Forzar una economía a entrar en una senda de reducción de déficit puede ser contraproducente no solo porque dificulte la salida de una situación económica desfavorable profundizando el desempleo sino también porque puede convertir el “objetivo” en uno móvil. Si la política fiscal prudente y razonable fuera aumentar el déficit pero un gobierno decide someterse a los dictados del PEC lo que sucederá casi con total seguridad es que no consiga sus objetivos. El efecto recesivo de tales políticas podría profundizar la caída en la recaudación o provocar caídas en el Producto Interior Bruto (PIB), el denominador de este coeficiente de deuda que nos imponen los Tratados de la Unión Europea, convirtiéndolo en un objetivo móvil que, cuanto más se esfuerza el gobierno en conseguir, más se aleja. Un objetivo de déficit sobre el PIB resulta extremadamente ambiguo e impreciso. De hecho el dato del cociente entre déficit y PIB ni siquiera nos da mucha información acerca del posicionamiento presupuestario del gobierno. Según las circunstancias, un aumento de este coeficiente puede reflejar una política consciente del gobierno por estimular la economía, la entrada en funcionamiento de los estabilizadores automáticos durante una recesión o incluso un posicionamiento fiscal contractivo.

Las finanzas funcionales dictan la fiscalidad responsable

Un gobierno responsable debe encargarse de que las personas que hayan perdido su puesto de trabajo vuelvan a encontrarlo. Depende del estado movilizar esos recursos ociosos gracias a su capacidad fiscal. Para comprender este protagonismo del estado hay que entender antes cuál es la función de la fiscalidad. Al imponer tributos a la población el estado pretende encauzar recursos reales hacia los fines públicos. La forma en que opera este mecanismo es que el estado genera demanda por su moneda al imponer un tributo que los ciudadanos solo pueden pagar con ella. Para conseguir esa moneda hogares y empresas ofrecen sus servicios al estado. Naturalmente esta oferta incluye la oferta de empleo. De esta forma el sector privado obtiene la moneda con la que puede saldar su deuda con el estado.

El sector privado tiene unos objetivos de consumo y ahorro que no necesariamente serán compatibles con comprar toda la oferta disponible de bienes y servicios a la venta. Pero el estado siempre puede comprar la diferencia. Si el estado impone tributos demasiado elevados o no gasta lo suficiente dejará en manos del sector privado una cantidad de dinero insuficiente para saciar sus necesidades de consumo y sus objetivos de ahorro. En estas circunstancias surgirá el desempleo involuntario. Hay personas que quieren dinero del estado y no lo encuentran. Existe pues una demanda por el dinero del estado que no se ha satisfecho y por tanto los agentes económicos no mantendrán un nivel de gasto agregado que adquiera todo lo que está a la venta en la economía. Si existe producción que se queda sin vender el desempleo aumentará. Esa oferta total de bienes y servicios por supuesto incluye la oferta de mano de obra.


Los impuestos son el mecanismo que utiliza el estado para canalizar recursos reales hacia los fines públicos. Si el gasto es insuficiente o los impuestos son demasiado altos la manifestación será el desempleo. Como decía Warren Mosler “¿Qué sentido tiene que el estado no contrate a todos los trabajadores que ha dejado desempleados?”. En una situación de desempleo elevado la única respuesta sensata es que o bien el estado baje los impuestos para dejar mayor poder de compra en poder del sector no gubernamental y aumente su gasto o bien aumente el gasto público para comprar la producción que el sector privado no quiere adquirir. Las políticas tradicionales ponen mayor poder de compra en manos del sector privado confiando en que éste lo destine a crear empleo. Este mecanismo indirecto en el que la política fiscal trata de “cebar la bomba” de la demanda normalmente resulta decepcionante. La forma más directa, eficiente y económica de crear empleo es que el estado contrate a todos aquellos que quieren trabajar y no encuentran empleo en el sector privado mediante un programa de empleo garantizado. Este programa permitiría atender muchos de los múltiples problemas sociales que el estado ahora no atiende de forma adecuada. El desempleo es la prueba de que el déficit fiscal es insuficiente. Es hora de que el estado asuma su responsabilidad en el problema del empleo y aumente el déficit.

Referencias

Alesina, A. (2010). Fiscal adjustments: lessons from recent history. Abril 2010. Discurso ante la reunión del Ecofin de Madrid el 15 de abril de 2010.
Cruz, E., & Medina Miltimore, S. (2016, 02 01). Daños irreversibles: el FMI descubre la paradoja de los costes. Retrieved from Luces Rojas. Info Libre.: http://www.infolibre.es/noticias/luces_rojas/2016/02/01/danos_irreversibles_fmi_descubre_paradoja_los_costes_44074_1121.html
Giavazzi, F., & Pagano, M. (1990). Can Severe Fiscal Contractions Be Expansionary? Tales of Two Small European Countries. NBER Macroeconomics Annual 5, 75–111.


martes, 10 de noviembre de 2015

Plan Maestro Contra el Desempleo de Corea del Sur

El siguiente vínculo contiene una descripción del Plan Maestro contra el desempleo de Corea del Sur. Recuerda mucho al denostado plan E del presidente ZP.

La pregunta que debemos hacernos es por qué Corea del Sur reaccionó cuando su tasa de desempleo llego al 8% y España ha tolerado, desde que se acabó el franquismo, que el 8% sea la tasa más baja alcanzada en lo más alto de la burbuja. ¿Por qué hemos tolerado tasas de desempleo tan altas? Solo se explica por el predominio absoluto del pensamiento único neoliberal. Una catástrofe social sin precedentes salvo en períodos bélicos.

viernes, 23 de octubre de 2015

La estadística del día: las horas trabajadas

Ayer el INE publicó los datos de la encuesta de población activa del tercer trimestre de 2015. El dato de reducción de desempleo ha sido recibido con gran alborozo por el Gobierno y sus partidarios.También ha recibido las justas críticas de quienes critican la baja calidad del empleo creado y la altísima tasa de temporalidad.

En cualquier caso yo no estoy convencido de la robustez de la recuperación. Siete años después de iniciada la crisis no solo el desempleo sigue siendo altísimo sino que además muchos se han retirado del mercado de trabajo (lo cual ha sido un factor determinante en la reducción de la tasa). Hay muchas maneras de estudiar el mercado de trabajo. Una de ellas es ver cuántas horas han trabajado todos los empleados en España durante un período. Una persona puede haber tenido un contrato a tiempo parcial el pasado trimestre pero computará como empleado en la estadística del INE. Por eso me fijo mucho en la estadística de horas trabajadas que, como el algodón, no engaña.Desde 2007 el número de  horas no ha cesado de caer hasta alcanzar el fondo de un profundo pozo en 2013. En 2014 empezó a recuperarse algo el empleo (gracias a que el gobierno de Rajoy abandonó la austeridad ayudado por la disponibilidad del BCE a comprar deuda pública española. Aun así, el número de  horas trabajadas es un 16% inferior a las de 2007. Tengo verdadera curiosidad por conocer el dato de 2015 cuando esté disponible.

Horas trabajadas: elaboración propia a partir de datos facilitados por el INE.

miércoles, 21 de octubre de 2015

La narración clásica sobre el desempleo

Si hay una nación que tiene un serio problema estructural con el empleo ésa es España.
El registro histórico de desempleo es simplemente desolador. Desde finales de los años 70, solo durante un breve interludio, asociado a la burbuja inmobiliaria que siguió a nuestra entrada en la moneda común, conseguimos que la tasa de desempleo llegara a tener menos de dos dígitos en porcentaje sobre la población activa. Si tenemos en cuenta que, además, la población activa es de las más bajas de los países de la OCDE la magnitud de la tragedia resulta aún mayor. Más desolador es constatar que las élites empresariales y políticas de este país no tienen ningún interés en resolver el problema. Inquieta reconocer que la democracia española ha sido incapaz de generar el pleno empleo. Salvo los nacidos antes de los años 60, prácticamente nadie en este país ha conocido una situación de pleno empleo. Quien más quien menos ha experimentado dificultades para incorporarse al mercado de trabajo, episodios más o menos duraderos de desempleo y condiciones laborales cada vez más degradadas; salvo que haya conseguido aprobar unas oposiciones, esté muy bien conectado o tenga unas habilidades y competencias muy demandadas por el mercado.



Ilustración1.Elaboración propia a partir de datos de la población activa del INE (desde 2000) y fuentes diversas para años anteriores. Nota: hay cambios metodológicos a lo largo de la serie histórica que no he tratado de resolver.

¿Qué explica nuestra incapacidad histórica para resolver el problema del desempleo?
La narrativa convencional hunde sus raíces en la teoría económica clásica que resucitó a partir de los años 70 con la formulación conocida actualmente como neoliberalismo. John Maynard Keynes, en la Teoría General del Empleo, el Interés y el Dinero[i], resume la teoría clásica del desempleo tal como la había explicado el Profesor Arthur Pigou[1], quien, según su entender, tenía el mérito de haber hecho la formulación más completa y explícita de todos los autores neoclásicos. Según esta teoría el salario es igual al producto marginal del factor trabajo, es decir equivale al valor que dejaría de producirse si el trabajo se redujera una unidad. Contrátese un trabajador más y las empresas perderán porque el producto de ese recurso adicional no cubrirá el coste incremental. Contrátese uno menos y el empresario perderá la oportunidad de ganar un poquito más. La premisa de los clásicos es que todos los procesos productivos tienen rendimientos marginales decrecientes, es decir, que se saca menos producto por cada recurso añadido. Existe pues una relación inversa entre salario y la cantidad de trabajo que los empresarios estarían dispuestos a ofertar.

Por otra parte, la utilidad del salario para un determinado volumen de empleo debe ser igual a la “desutilidad” marginal de esa cantidad de empleo. El término desutilidad es un poco críptico y es ciertamente difícil de medir pero vendría a equivaler al coste que tiene para el trabajador aceptar un empleo. Acudir a trabajar implica renunciar a tiempo de ocio y otras incomodidades además de costes de transporte y de cuidados de familiares durante la ausencia del trabajador. Si el sueldo no es suficientemente elevado a un trabajador puede no interesarle acudir a trabajar. Es decir, puede que la utilidad de trabajar, el salario neto, sea inferior a la desutilidad, en cuyo caso habrá trabajadores que se retirarán del mercado y viceversa. Según los clásicos habría un determinado volumen de empleo de equilibrio en el que el salario igualaría la desutilidad del trabajo. Una hora trabajada de más tendrá una desutilidad mayor que la utilidad que aporta y por tanto al trabajador no le interesará ofrecerla. Una hora trabajada de menos y la desutilidad de trabajar sería inferior al salario y por tanto al trabajador le interesará ofrecer sus servicios al mercado pues aún puede ganar productividad neta. La función de utilidad del trabajo gobernaría la oferta de empleo.

Para los neoclásicos la economía tiende al equilibrio automáticamente. En algún punto se igualarán las funciones del producto marginal del factor trabajo (la demanda de empleo) y la de utilidad del trabajo de tal forma que para un determinado salario el volumen de empleo demandado por los empresarios igualará al volumen ofertado. Por eso los clásicos consideraban que, en condiciones de competencia perfecta no existiría el desempleo.

Los clásicos aceptaban que podía darse un poco de desempleo de tipo “friccional” causado por pequeños desajustes de información entre oferentes y demandantes, retrasos y demoras al cambiar de un empleo a otro, errores de cálculo de los empresarios entre otros. Sin embargo, fuera de estas excepciones, que podríamos atribuir a pequeñas imperfecciones en el funcionamiento de la economía de mercado, el mercado siempre tendería al equilibrio. Si baja la demanda de empleo basta con que los trabajadores acepten una rebaja salarial. Aquéllos que no están dispuestos a trabajar por el nuevo salario se retirarían del mercado y por tanto, no estarían desempleados. La razón es que al nuevo salario la una parte de los trabajadores encontraría que su desutilidad sería superior al salario. Para aumentar el empleo bastaría una bajada de los salarios reales (los salarios medidos por su poder de compra real). Si existía desempleo “involuntario” éste solo podría darse si los trabajadores trataban de evitar la formación del precio de mercado mediante la colusión el recurso a prácticas anticompetitivas, amenazas de huelga o procesos de negociación colectiva. El desempleo “involuntario” solo podría ser culpa de las conductas anticompetitivas de los trabajadores.

En esencia esta narrativa, de origen decimonónico y resurgida con el neoliberalismo, ha impregnado a una gran parte de la sociedad, de las élites empresariales y políticas, incluyendo a las de la UE. El mensaje lo repiten una y otra vez las organizaciones de empresarios, los gobernadores del Banco de España, los ministros de Economía y Hacienda, diversos “gurús” y tertulianos de diverso pelaje. La melodía es la misma con distintas variaciones y cambios de compás. ¿Cuántas veces hemos oído que una legislación laboral con unos elevados costes de despido y enormes rigideces salariales (por ejemplo para adaptarlos a cambios a la productividad como ha pedido reiteradamente el presidente Felipe González) desincentivaba la contratación de trabajadores? ¿No estaba diciendo el presidente que los salarios deberían bajar hasta igualar su productividad marginal para que pudieran contratarse más desempleados? Nos han inculcado desde hace años que nuestra economía es escasamente competitiva, está constituida mayormente por microempresas, es incapaz de exportar y está centrada en los monocultivos del ladrillo y del turismo, que genera un empleo de baja calidad y muy sometido a los vaivenes de los ciclos de la economía. Es lo mismo que decir que si la productividad de nuestra economía aumentara también lo haría el empleo porque al aumentar el rendimiento marginal del factor trabajo los empresarios estarían dispuestos a contratar a más trabajadores. Por tanto la receta prescrita para aumentar el empleo es aumentar la competitividad de nuestra economía.

Una y otra vez se ha recurrido al marco conceptual neoliberal para explicar el desempleo.
La historia no ha variado en exceso en el tiempo. A finales de los 70 y principios de los 80, recién salidos del Franquismo y, ante la obligación de integrar nuestra economía en la europea, nos explicaron que nuestro sector industrial era poco competitivo lo cual obligaba a cerrar las empresas más obsoletas. También nos explicaban que unos sindicatos combativos, amparados por una legislación restrictiva heredada del corporativismo franquista y convalidada en el Estatuto de los Trabajadores, se habrían mostrado reticentes a colaborar aceptando ajustes salariales para rebajar el desempleo. Por culpa de esa recalcitrante actitud de los trabajadores, el ajuste industrial se tendía que de producir a costa del empleo. De nuevo el recurso a la explicación clásica de las prácticas de colusión de los trabajadores para explicar el desempleo involuntario.

En los años 80 se añade al ramillete de explicaciones la incorporación al mercado de trabajo de las cohortes más numerosas que haya habido jamás en la historia de este país, la generación nacida en el baby boom. Encontrar acomodo laboral, al igual que ya fue complicado adaptar el sistema educativo a tal avalancha y luego lo fue en el mercado de la vivienda (lo cual en parte explicó el boom inmobiliario), fue un reto para la economía pero reconozcamos que también amplió espectacularmente el mercado de consumidores. Sin embargo, el baby boom ya peina canas y hoy más del 50% de los jóvenes están desempleados. Pero al margen de coyunturas como la crisis industrial y la incorporación de jóvenes al mercado de trabajo, la narrativa no ha experimentado demasiados cambios. Para los economistas del mainstream el problema sigue siendo el desajuste de la oferta laboral a las necesidades del mercado, los salarios reales elevados y la falta de movilidad laboral. Una y otra vez se aducen factores estructurales para explicar las altas tasas de desempleo de nuestra economía.  

Desde una perspectiva neoliberal solo tiene sentido atacar el desempleo aumentando la productividad, reduciendo los salarios reales, bajando la desutilidad del trabajo o reduciendo el desempleo friccional. Por eso tendríamos que atacar los siguientes problemas.

1.       La baja productividad marginal de la economía española. Si aumentamos la productividad marginal de nuestra industria conseguiríamos elevar el producto marginal del factor trabajo y por tanto, la industria contrataría más trabajadores hasta llegar a un nuevo equilibrio con más empleo y mayores salarios reales.
2.       Las “rigideces” de nuestro mercado laboral.  En este epígrafe podemos identificar algunas explicaciones recurrentes: leyes laborales que impiden el libre despido sin el pago de cuantiosas indemnizaciones; la negociación colectiva que no tendría en cuenta las circunstancias de cada empresa; la indexación de los salarios a la inflación; entre otras. En definitiva se trataría de eliminar los obstáculos que permitirían bajar los salarios y por tanto aumentar el volumen de empleo si fuera necesario.
3.       Los desincentivos para incorporarse al mercado de trabajo que aumentarían la desutilidad del trabajo. Entre éstos estarían las ayudas al desempleo, esa bestia parda de la derecha española llamada Plan de Empleo Rural (PER), las prestaciones de desempleo o, desde un punto de vista más progresista, las dificultades de las mujeres para incorporarse al mercado laboral

Este análisis neoliberal subyace al permanente reclamo de introducir las llamadas “reformas estructurales”. Esta línea argumental es una de las favoritas de la CE. A título de ejemplo, un informe del ejecutivo comunitario sobre los desequilibrios macroeconómicos de España publicado en 2015 señalaba los siguientes objetivos para nuestr0 mercado de trabajo[2]. Las inserciones entre paréntesis son mías.


  •  “Seguir nuevas medidas para reducir la segmentación del Mercado de trabajo para favorecer empleos sostenibles de calidad, por ejemplo, mediante la reducción del número de tipos contractuales y asegurar un acceso equilibrado a los derechos de indemnización por despido.” (Reducir los salarios reales)
  •  “Continuar con una monitorización regular de las reformas del mercado laboral.” (Acelerar el ritmo de introducción de reformas estructurales)
  •  “Promover desarrollos de salarios reales consistentes con el objetivo de la creación de puestos de trabajo.” (Reducir los salarios reales)
  •  “Fortalecer los requisitos de búsqueda de empleo en los beneficios de desempleo.” (Reducir la desutilidad del trabajo)
  •  “Acentuar la eficacia y la direccionalidad de las políticas activas de Mercado Laboral, entre las que se incluyen los subvenciones a la contratación, en especial para aquéllos que se enfrenta a mayores dificultades para acceder al empleo.” (Reducir el coste real del factor trabajo para las empresas)
  •  “Reforzar la coordinación entre el mercado de trabajo y las políticas de educación y formación.” (Reducir el paro friccional).
  •  “Acelerar la modernización de los servicios de empleo público para asegurar un asesoramiento personalizado eficaz, una formación adecuada y la adecuación entre demanda y oferta de empleo con un foco especial en los desempleados de larga duración.“ (Reducir el paro friccional).
  •  “Asegurar la aplicación efectiva de la cooperación público-privad en los servicios de colocación antes del fin de 2014 y monitorizar la calidad de los servicios prestados.” (Reducir el paro friccional).
  •  “Asegurar el funcionamiento efectivo del Portal de Empleo Único y combinarlo con medidas adicionales para asegurar la movilidad del trabajo” (Reducir el paro friccional y la desutilidad del trabajo).
De la lectura del documento de la Comisión Europea se deduce que los culpables del elevado desempleo español serían:

  •  La falta de formación de los trabajadores y la falta de acoplamiento entre las habilidades ofertas y demandas.
  •  Unos salarios reales que se resisten a bajar.
  •  Las rigideces del mercado de trabajo: esos trabajadores que no quieren moverse de su pueblo.
  •  Unos servicios públicos de empleo ineficaces.
  •  Los tipos de contratos laborales que generan un mercado dual donde unos tienen protección frente al despido y otros no. Con la expresión “acceso equilibrado a derechos de indemnización por despido” yo leo bajárselos a los que todavía conservan esos derechos.

¡La falta de demanda agregada como consecuencia de las políticas de austeridad y la falta de confianza de los empresarios no aparece en la lista!

Durante años las políticas aplicadas por los sucesivos gobiernos, bajo los auspicios comunitarios, han tenido siempre el mismo sesgo. Sin embargo en los últimos 30 años el desempleo se ha mantenido obstinadamente elevado. Los neoliberales objetarán que no hemos hecho las reformas estructurales con suficiente convicción y entusiasmo. Hay que reconocerles a los neoliberales su perseverancia en aplicar sus recetas económicas. El problema es que este análisis neoliberal no se sostiene ni desde la evidencia empírica ni desde un análisis conceptual.

La teoría de que la productividad marginal del trabajo = salario = desutilidad del trabajo es ingeniosa aunque resulta extremadamente difícil de aplicar en la práctica. Reconozcamos que para cualquiera resultaría extremadamente difícil calcular su desutilidad de trabajar más que aproximadamente. Sabemos que trabajar en una alcantarilla por 200 euros al mes no compensa el esfuerzo físico, los olores desagradables y los riesgos. También sabemos que un puesto administrativo por 45.000 € al año es una buena oportunidad pero dudo que la mayoría de las personas pueda hilar demasiado fino. Solo podemos llegar a una aproxima grosera de nuestra desutilidad.

En cambio, el concepto de productividad marginal del trabajo, aunque resulta elegante sobre todo cuando se acompaña del habitual aparato algebraico del gusto de los autores clásicos, en la práctica solo podría aplicarse a determinados empleos homogéneos en los que unos trabajadores pudieran ser sustituidos por otros con facilidad. Quizás un buen contable conseguiría ponerle una cifra a la productividad marginal del trabajo de la empresa para la que trabaja. Cuando vemos que determinados altos directivos o jugadores de fútbol perciben sueldos que resultan desorbitados, ¿podemos creer que si sus empleadores rescindieran sus contratos sus ingresos caerían en la misma medida que el salario ahorrado? Si Cristiano Ronaldo dejara el Real Madrid, de verdad dejaría de percibir ese club 17 millones de € al año siguiente. ¿Se reducirían los ingresos de ACS en 5 millones € si dejara de ser presidente Florentino Pérez? ¿Es creíble que la productividad marginal de un médico en atención primaria es equivalente al salario medio de 1.832 € mensuales que se observó en España en 2014? ¿Cómo se determina la productividad marginal de una enfermera? Honestamente parece que el concepto no puede tener más interés que el de una curiosidad estadística.

Quizás en el entorno de la sociedad industrial de finales del siglo XIX pudiera calcularse un rendimiento marginal de un trabajador pero este autor jamás ha visto en toda su experiencia profesional que una empresa supiera decir cuál era el de todos y cada uno de los puestos de trabajo. Es más que dudoso que las diferencias salariales observadas entre hombres y mujeres puedan justificarse por diferencias en la productividad marginal de cada sexo. Parece más realista suponer los niveles salariales los determinan el poder de negociación de cada una de las partes sin que ninguna pueda conocer ni de lejos cual es la productividad marginal de ese trabajador, concepto que, en caso de poderse calcular seguramente oscilaría de forma constante de un mes a otro.

Michal Kalecki ya explicó a principios del siglo XX que los salarios de los trabajadores en el sector industrial dependían del nivel de monopolio y de su poder de negociación gracias a la acción sindical. Desactivados los sindicatos muchos trabajadores han visto como sus ingresos caen por debajo del vaporoso nivel de la desutilidad del trabajo. Muchos no dejan de trabajar por este motivo pero seguramente han caído en una profunda desmotivación con nefastas consecuencias para la productividad, la que de verdad importa para mejorar las condiciones de vida de la población.

Podemos lanzar más objeciones al punto de visto de la Comisión Europea y de los gobiernos neoliberales sobre el problema de desempleo español. Una gran parte del recetario descrito anteriormente son medidas que pretenden reducir el paro friccional. Solo un ciego podría pensar que, en medio de una profunda depresión, que ha dejado a la cuarta parte de la fuerza laboral en el paro, una simplificación de los tipos de contratos va a reducir la tasa de paro en más de unas pocas décimas de punto porcentual. Reconozcamos que después de la enésima reforma laboral el paro sigue siendo insultantemente alto. Llevamos haciendo reformas laborales ya desde los Pactos de La Moncloa. ¿Qué más tenemos que hacer? Quizás el famoso contrato único consiguiera acabar con la dualidad del mercado de trabajo donde unos disfrutan de contratos permanentes con cláusulas de despido elevado y otros están condenados a los contratos temporales pero seguramente el resultado sería igualar por abajo a todos. Una agilización de los servicios de colocación estaría bien para reducir el paro friccional pero no acierto a comprender cómo una avalancha incontenible de parados en las oficinas de empleo puede ser eficazmente atendida por unos pocos funcionarios cuando el problema es que literalmente no existe demanda para emplear trabajadores. No estaría mal que el estado colaborara a reducir el desempleo doblando o incluso triplicando el número de personas ocupadas en estas oficinas de empleo pero dudo que realmente consiguieran mejorar una situación de devastación como la actual. Si el problema es que los trabajadores no están bien formados ¿por qué será que los jóvenes mejor formados —científicos, ingenieros, médicos, enfermeros— se están marchando a vivir en otros países donde les pagan mejores sueldos y les dan contratos estables? No parece plausible argumentar que mejorar la calidad de la oferta de los trabajadores vaya a ser exitoso cuando no hay demanda por parte de las empresas. Me temo que solo los políticos siguen creyendo que se puede resolver el problema del desempleo recurriendo al BOE. 



[1] Pigou es el autor de una obra, la Economía del Bienestar, una obra fundamental en muchos aspectos. A él se le atribuye el concepto de producto social marginal neto y el producto privado neto. El producto marginal neto de un recurso es el rendimiento obtenido por añadir un recurso adicional a un proceso productivo, por ejemplo un trabajador adicional, una máquina fresadora adicional en un taller, un coche nuevo a una flota de taxis, etc. Podía haber situaciones en las que las ganancias del producto marginal neto no revirtieran completamente el propietario. En este tipo de situaciones el inversor invertiría menos de lo deseable socialmente. Un ejemplo podría ser el de un propietario de un bosque reacio a invertir en él aunque las ventajas ambientales de éste beneficiarían a todos. En otros casos un empresario podría estar aprovechándose de actividades contaminantes o perjudiciales para la sociedad transfiriendo sus costes a la sociedad y por tanto obteniendo un rendimiento marginal superior al que le correspondería. Pigou considera que lo óptimo es que se cumplan dos condiciones. La primera es que el producto social neto marginal tiene que ser igual para todos los empleos de un recurso. Si un recurso arroja un rendimiento marginal mayor dedicándolo a otra actividad debería transferirse a esta para aumentar la producción total. La segunda es que el producto social marginal neto debe ser igual al producto privado marginal neto. Esto significará que el inversionista privado recibirá todas las ganancias procedentes de su inversión y que tendrá que sufragar todos sus costes. De los contrario se producirían externalidades de costes asumidos por la sociedad o no se asignará una cantidad de recursos óptima a determinadas actividades. Para corregir estas divergencias Pigou proponía utilizar impuestos y subvenciones.

Pigou y Kenyes fueron compañeros en la universidad de Cambridge y mantuvieron algunas controversias aunque también se influyeron mutuamente.
[2] Country Report Spain 2015 Including an In-Depth Review on the prevention and correction of macroeconomic imbalances.




[i] John Maynard Keynes. The General Theory of Employment, Interest and Money. (1964) Ed. De First Harvest/Harcourt. Pág. 5 y ss.

sábado, 18 de julio de 2015

La estadística del día: política de cohesión europea

Por motivos que se me escapan la Comisión Europea mantiene una página web sobre políticas de cohesión. Quizás sea un despiste de algún burócrata porque solo sirve para recoger datos que deslegitiman la acción de la UE en el objetivo de lograr la convergencia entre las regiones europeas. Según proclaman en su página web

Through Cohesion Policy funding, the EU invests approximately €50 billion each year in economic development at the national and regional level (around 34% of the total EU budget). These investments are designed to help Member States and regions reach the Europe 2020 goals of smart, sustainable and inclusive growth.
Traducido al castellano dice:

Mediante la financiación de la Política de Cohesión, la UE invierte aproximadamente 50 mil millones de euros cada año en desarrollo económico a nivel nacional y regional (aproximadamente el 34% del presupuesto de la UE). Estas inversiones se han diseñado para ayudar a que los Estados Miembro regiones alcancen los objetivos de Europa 2020 de crecimiento inteligente e inclusivo.
Parecería que ni crecimiento, ni inteligente, ni inclusivo. Es lo que tiene mantener una fe dogmática en el neoliberalismo y no enmendalla. Mejor se ahorran los 50 mil millones de euros ¿no?

Por si acaso, antes de que la CE decida suprimir la página web, retengamos un par de gráficos que figuran en esta web y que resumen muy bien los resultados conseguidos.

El primer gráfico muestra la evolución de las tasas de desempleo a nivel regional.


El segundo gráfico muestra cómo ha variado el PIB regional medido en paridad de poder adquisitivo. Tampoco parece haber sido muy exitosa la política europea en este rubro:


viernes, 5 de junio de 2015

Los lunes al Sol (IV)

Las uniones monetarias europeas: la contumacia en el error

Post conjunto de Stuart Medina y Miguel Navascués

6 de junio de 2015.

El reciente libro de Mitchell, “Eurozone Dystopia. Group Think and Denial on a Grand Scale” describe con gran erudición los sucesivos intentos de los países europeos de establecer regímenes cambiarios desde los años 70. Todos estos sistemas eran propensos a la inestabilidad porque no contemplaban mecanismos que compensaran los desequilibrios que acumulaban los países con balanzas comerciales deficitarias. Reiteradamente los países más débiles se encontraban con fuertes presiones devaluatorias de su moneda.

Como explicamos en el post anterior, para defender sus tipos de cambio, los bancos centrales debían contar con reservas de moneda extranjera. Pero al agotarse estas reservas, los bancos centrales se veían obligados a subir los tipos de interés para evitar la fuga de capitales y aplicar políticas de austeridad que limitaran las demandas y las importaciones. Estas políticas enfriaban la economía y provocaban aumentos de desempleo por lo que generaban inestabilidad política y conflictividad social. En cambio los países superavitarios (normalmente Alemania, Holanda) podían evitar la apreciación de su moneda vendiendo la propia y acumular reservas de moneda extranjera o bajando sus tipos de interés. Sin embargo los bancos centrales de estos países temían las consecuencias inflacionistas para sus economías de estas medidas. Para el BundesBank la prioridad absoluta fue siempre la estabilidad de precios. Por eso los países superavitarios frecuentemente dejaron que cada palo aguantara su vela y no intervinieron para mantener las cotizaciones de las monedas de sus socios.

Debido a las tensiones cambiarias, las devaluaciones fueron frecuentes en los sistemas monetarios europeos convirtiendo el compromiso de mantener el tipo de cambio fijo en papel mojado. Las tensiones produjeron también repetidas salidas y realineaciones de las paridades en los sucesivos sistemas monetarios. Los problemas de estos sistemas monetarios se derivaban en parte de la asimetría que suponía que los países deficitarios tenían que soportar la carga del ajuste (subidas de tipos de interés, políticas de rigor presupuestario). Alemania hizo lo posible por vaciar de contenido las instituciones y reglas que hubieran permitido el desarrollo de un sistema más simétrico. Por ejemplo se negó a la creación de fondos que hubieran podido prestar fondos a los países en dificultades. Alemania no estaba dispuesta a facilitar financiación a países “derrochones”.

El primer experimento fue la “serpiente monetaria dentro del túnel” que se instituyó por el Acuerdo de Basilea de 1972. Permitía una fluctuación máxima de las paridades del 2,25 % y una fluctuación máxima del 4,5% respecto del dólar USA. La serpiente no duró mucho y no tardó en desmontarse ante los reiterados ataques especulativos. El déficit comercial de EE.UU. y los superávit de Japón y Alemania provocaron reiterados ataques especulativos. Primero abandonó el la libra esterlina. En 1973 la Banca d’Italia tuvo que dejar flotar la lira italiana. Los esfuerzos de los bancos centrales de Japón y Alemania no resultaron efectivos y finalmente el dólar se devaluó un 10% y también se dejó que el yen japonés flotara libremente. Tras la Guerra árabe-israelí y el embargo petrolero, Francia trató de mantenerse dentro del sistema con varias entradas y salidas hasta que en 1976 se vio obligada a abandonarlo definitivamente.

No contentos con haber comprobado el fracaso de esta primera unión monetaria. A finales de los años 70, bajo los mandatos de Giscard d’Estaing en Francia y Schmidt en Alemania, se acordó crear el Sistema Monetario Europeo (SME) con el ECU como cesta de divisas de referencia. Además se creaba una línea de Financiación a Muy Corto Plazo (Very Short Term Financing o VSTF) gestinado por el Fondo Monetario de Cooperación Europeo.

El compromiso por mantener las paridades convirtió a los países deficitarios de nuevo en pasto de los especuladores. Algunos lectores recordarán como en 1992 la libra esterlina fue objeto de un ataque orquestado por George Soros. Alemania echó leña al fuego subiendo sus tipos de interés para controlar los riesgos inflacionistas derivados de la absorción de la antigua RDA. Mitchell recoge un incidente narrado por Whitney, (1992) y Mallaby (2010) durante una cumbre de septiembre de 1992. Norman Lamont, el ministro de Hacienda británico, golpeaba con el puño la mesa y gritaba al presidente del Bundesbank, Helmut Schlesinger. «Aquí hay doce ministros sentados en esta mesa reclamándole que bajen sus tipos de interés. ¿Por qué no lo hace?».  Italia negoció una devaluación de la lira. El Banco de Inglaterra luchó desesperadamente por mantener el tipo de cambio de la libra esterlina. El 16 de septiembre de 1992, el célebre “miércoles negro”, tras comprar 1.000  millones de libras (esfuerzo fútil frente a los billones que simultáneamente vendía Soros), subió el  tipo de interés primero al 12% y al 15% al día siguiente.  Esa tarde el Reino Unido abandonó el SME y al día siguiente lo hacía Italia. España devaluó la peseta un 5% y de nuevo se vio forzada a hacerlo en 1993. 

El SME empezó a cuestionarse cuando Francia decidió hacer un referéndum sobre el tratado de Maastricht en 1992. El resultado fue positivo, pero tan apretado que los mercados pusieron en duda que todos los paises estuvieran calurosamente a favor. A su vez, el Tratado de Maastricht fue el intento de Francia de "sujetar" a una Alemania unificada, algo que Francia no deseaba de su enemigo histórico. El acuerdo pactado fue que a Alemania se le permitía unificarse si "se sometía" al euro...

Todas las monedas fueron atacadas y vencidas, salvo el franco francés. ¿Por qué? Como se descubrió después, el Bundesbank, por orden del Gobierno, había puesto a disposición del Banco de Francia una cantidad a sin limite de marcos alemanes. El fracaso del SME debió ser el aviso del seguro fracaso del euro que se avecinaba, pero las apuestas políticas eran ya irreversibles. Todas la teorías ad hoc que se lanzaron para que la gente aceptará el euro, eran pura ideología. Mientras, del otro lado del Atlántico venían serias advertencias del problema que se iba a crear.

El experimento le había costado al Reino Unido una crisis económica y un aumento innecesario del paro. Gran Bretaña aprendió la lección y nunca más volvió a entrar en una unión monetaria europea. Los políticos españoles e italianos, aquejados de un ingenuo “europapanatismo”, volvieron a caer en la trampa.  Finalmente los estados europeos decidieron crear la Unión Monetaria Europea con un Banco Central Europeo. El engendró se basó en el Informe Delors, que, con un marcado sesgo neoliberal y a diferencia de lo propuesto por el informe Werner, renunciaba a una unión fiscal. El Informe Werner fue redactado en 1970 y consideraba como condición ineludible para el éxito del proyecto que hubiera una unión fiscal con una centralización de la política económica bajo la responsabilidad de una Comunidad Europea responsable ante el Parlamento Europeo. Al parecer, Delors consideraba que esa unión fiscal era innecesaria en el diseño monetarista de su proyecto. Bastaría con los límites de deuda pública y déficit marcados de forma totalmente arbitraria por el Tratado de Maastricht y cuya inutilidad el tiempo se encargaría de demostrar.

Los franceses pensaron que al crear el BCE y el Euro arrebatarían a Alemania la moneda y el control sobre la política monetaria. El problema fue que el diseño neoliberal de las instituciones europeas en la práctica acentuó los problemas de los sistemas monetarios europeos anteriores porque privó definitivamente a los estados de su capacidad de devaluar en caso de entrar en problemas de balanza de pagos. Fue la ceguera ideológica de los dirigentes europeos de aquellos años, como Valery Giscard d’Estaing, Raymond Barrre, Scmidt, Schröeder, Chirac, Felipe González, etc. la que aparcó las recomendaciones del informe Werner y adoptó el neoliberal proyecto de Delors. La unión monetaria sin unión fiscal ha permitido que Alemania siguiera practicando su política mercantilista y de exportación de la deflación que ha llevado a las economías más débiles de la periferia al paroxismo actual de depresión y desempleo masivo.

Este empeño se ha cobrado un altísimo precio en la merma de las tasas de crecimiento económico y en un crecimiento de las tasas de paro. De facto, las países de Eurolandia acabaron convertidas en una "zona marco" donde el Bundesbank dictaba la política monetaria a sus socios europeos.

España en el sistema monetario europeo

Así pues, la combinación del cambio de foco de la política macroeconómica hacia la estabilidad de precios frente a las políticas de pleno empleo y el empeño en fijar los tipos de cambio probablemente sean explicaciones mucho más convincentes de la pertinazmente elevada tasa de desempleo en España que las narrativas sobre competitividad de la economía española. ¿Quién iba a invertir en un negocio y crear empleo en una nación sometida permanente al ajuste presupuestario y el rigor?

Para la joven democracia española, recién salida de la larga noche de la dictadura franquista, la entrada en la CEE era una prioridad política. Antes de la entrada en la CEE ya ensayaba con tipos de cambio fijo y políticas de ajuste acordadas por los Pactos de la Moncloa en 1978 para hacer frente al shock del petróleo.
«A partir de 1978, las políticas de ajuste derivadas de los Pactos de la Moncloa son contrarrestadas negativamente por la presencia del segundo shock energético, que provoca otra fuerte crisis del sector exterior y una nueva devaluación en 1982. La segunda mitad de los ochenta se caracteriza por una peseta que tiene como punto de referencia la integración en la C.E.E., y finalmente en el S.M.E., lo que conduce a políticas antiinflacionistas que producen altos tipos de interés y una apreciación nominal y real de la moneda española[1].»
España entró en las CEE en 1986. En los años anteriores los técnicos del Banco de España se habían resistido a renunciar al margen de maniobra que habría implicado entre en el mecanismo de tipos de cambio del SME. Pese a no estar obligada…

«…ya desde 1986, los márgenes de maniobra de la política monetaria se habían reducido sensiblemente como consecuencia de una política de tipo de cambio combinada con una incipiente liberalización de los movimientos de capital. Durante el período 1986-1987, las autoridades monetarias españolas siguieron de cerca la evolución de la peseta con respecto al marco alemán y de febrero de 1988 a junio de 1989 el Banco de España practicó una política de shadowing del MTC interviniendo en los mercados de cambios según la lógica interna del SME. [2]»

Finalmente será a

«finales de 1986 cuando el Presidente Felipe González se pronuncie, por primera vez y total claridad, a favor de una «entrada rápida, o incluso muy rápida, en el SME».[3]
El fenómeno de las devaluaciones se repitió años más tarde con España ya integrada en la CEE y en el SME.
«Así, en los primeros noventa, el ya mencionado alto valor de nuestra divisa, unido a un deterioro de los fundamentos de nuestra economía que erosionaban la credibilidad exterior en la gestión de la política económica española, llevó a la necesidad de devaluar hasta en cuatro ocasiones desde 1992 hasta 1995, ante las presiones que nuestra moneda estaba soportando en los mercados de divisas en un contexto de crisis del S.M.E. Estas devaluaciones condujeron a una depreciación nominal y real de la peseta para iniciar, una vez superada la crisis del S.M.E. a partir de la segunda mitad de los noventa, la senda de la convergencia nominal derivada de los criterios de Maastricht, que culminaría, primero, con la fijación irrevocable de los tipos de cambio y, finalmente, con la desaparición de las monedas nacionales en las primeras semanas del año 2002[4].
En definitiva, España lleva aplicando políticas de rigor presupuestario, control de la inflación y de tipos de cambio fijo desde hace décadas. No olvidemos que durante todo este tiempo el Banco de España lleva recomendando la moderación salarial (y de los beneficios)[5]. Pero si el PIB de una nación es igual a su renta, es decir, la suma de los salarios, los beneficios, las rentas mixtas y los impuestos sobre la producción y las importaciones está claro que pedir moderación en el aumento de las rentas, como hacen los sucesivos gobernadores, no puede implicar otras cosa que deprimir la economía permanentemente.

El siguiente gráfico, muestra el tipo de cambio peseta marco alemán (que lógicamente se fija a partir del momento en que se fijaron irrevocablemente los tipos de cambio en la zona euro. Se aprecian claramente los picos correspondientes a las sucesivas devaluaciones. El empeño de las autoridades por impedir lo inevitable tuvo su impacto en el aumento inexorable del desempleo a lo largo de los años 80 y primeros 90.



Durante un breve interludio, en el que los agentes llegaron a creerse que el euro eliminaba los riesgos-país dentro de Eurolandia, la entrada de capitales del Norte de Europa permitió financiar la burbuja inmobiliaria. Cuando se acabó la fiesta la imposibilidad de ajustar el tipo de cambio forzó todo el brutal peso del ajuste sobre nuestra economía y el factor trabajo.

Las consecuencias de tratar al trabajador como una mercancía.


Los neoliberales ven al trabajo como una mercancía más que debe intercambiarse en el mercado. Si se quiere que haya más demanda de esa mercancía no hay más que rebajar su precio y mejorar su calidad para que resulte más atractiva. Es lo mismo que pasa con los pepinos, los rábanos o los barriles de petróleo. Siempre habrá un precio que iguale oferta y demanda.

El problema es que los trabajadores no son una mercancía sino que son personas y además resulta que son consumidores, inversores y ahorradores. Si seguimos imponiendo la carga de las recuperaciones década tras década, recesión tras recesión, sobre sus espaldas, laminando sus derechos, generando incertidumbre y ansiedad, cercenando sus proyectos vitales, lo único que conseguiremos es lo que tenemos: desaliento del consumo, caída de la natalidad (en un suicidio gradual y colectivo de la clase trabajadora), caída de la inversión e imposibilidad de renovar el tejido empresarial (porque ¿quién va a apostar en un mercado deprimido con una tasa de desempleo insultantemente elevada?)

Y he aquí la inconsistencia de los neoliberales. Todo su empeño en conseguir una fuerza de trabajo flexible y barata solo puede resultar en una caída permanente de la demanda. De tal forma que el empresario, quejoso de los elevados salarios puede, por un lado observar con entusiasmo la caída de sus costes laborales unitarios, para luego lamentarse de una caída en ventas que devorará sus márgenes empresariales. Finalmente el empresario se dará cuenta de que, para mantener su cuota de mercado, tiene que bajar los precios. Por tanto resultará que sus costes unitarios medidos en términos reales (descontado el efecto de las caídas de precios) no se han reducido. En estas condiciones, por mucha reforma estructural que se haga ¿quién es el inversor que se atreve en invertir en empresas tecnológicas para cambiar el modelo productivo?



[1] : Aixalá Pastó, José (2002): "Una historia del tipo de cambio de la peseta (1868-2002)", [en línea] 5campus.com, Economía Aplicada <http://www.5campus.com/leccion/peseta> [y añadir fecha consulta]
[2] Manuel Sanchis i Marco* DE LAS MONEDAS NACIONALES AL SISTEMA MONETARIO EUROPEO: LA APORTACIÓN DE LOS SERVICIOS DE LA COMISIÓN
[3] Ibidem
[4] : Aixalá Pastó, José (2002): "Una historia del tipo de cambio de la peseta (1868-2002)", [en línea] 5campus.com, Economía Aplicada <http://www.5campus.com/leccion/peseta> [y añadir fecha consulta]