En el anterior post Los Lunes al Sol II planteé que existía
una correlación entre la victoria ideológica del neoliberalismo y el aumento
del desempleo en todos los países europeos. Sin embargo hay un segundo factor
que explica las elevadas tasas de desempleo observadas en Europa, sobre todo en las economías menos competitivas, que además es específico del escenario europeo: el empeño en fijar los tipos de
cambio entre los miembros de las Comunidades Económicas Europeas. Este tiene su origen en el colapso
del sistema de Bretton Woods que fijaba los tipos de cambio de todas las
monedas con el dólar USA y garantizaba la convertibilidad del dólar a un tipo
de cambio fijo de $35/oz.
Como todo sistema empeñado en mantener los tipos de cambio
inalterables de forma artificial, el de Bretton Woods estaba condenado al
fracaso, sobre todo porque llevaba a los EEUU a un permanente déficit comercial
que tendía a devaluar el dólar frente a las divisas de las naciones con balanza comercial positiva.
Sin embargo los líderes europeos se empeñaron en repetir los
fracasos con sistemas de cambio fijos en su continente. Razones para establecer
un sistema de tipos de cambio fijos había varias. El colapso del sistema de
Bretton Woods y la volatilidad en los tipos de cambio complicaba el comercio
entre los miembros de la Comunidades Europeas porque los exportadores tenían
que enfrentarse a las incertidumbres sobre los ingresos de sus ventas al
exterior. Francia quería asegurar que sus agricultores tuvieran unas ayudas de
la Política Agrícola Común estables a resguardo de las variaciones de los tipos
cambiarios. Alemania, Holanda y Austria han basado su modelo de crecimiento en políticas
mercantilistas que hacían depender su crecimiento de un permanente superávit. Por eso les interesaba que sus exportadores no estuvieran expuestos a las tribulaciones del tipo de cambio.
Sin embargo, mantener un tipo de cambio fijo de la moneda implica un enorme sacrificio, sobre todo si se trata de un país menos
competitivo que aquellos con los que tiene que sostener la paridad de su
divisa. Un célebre ”trilema” en macroeconomía dice que una nación solo puede
elegir combinaciones de dos políticas de entre las siguientes opciones:
- Un tipo de cambio fijo
- Libre movimiento de capitales
- Política monetaria autónoma
De forma que si una nación elige fijar su tipo de cambio y
permite el libre movimiento de capitales, no podría llevar una política
monetaria autónoma, por ejemplo para aplicar una política monetaria expansiva.
La razón no es muy difícil de entender. Supongamos que
España y Alemania deciden mantener fijo el tipo de cambio de sus respectivas
divisas a razón de 60 pesetas por marco dentro de un margen de fluctuación de ±2,5%. Sin embargo la
industria española es menos competitiva y por tanto España es probable que
importe más bienes y servicios de Alemania de los que le exporta; es decir, su
balanza comercial será deficitaria. Como el exportador alemán querrá cobrar en marcos,
lo lógico es que al final haya más demanda para comprar marcos que pesetas.
Es decir, si se saldan todas las transacciones financieras asociadas a cada flujo de importación y exportación, al final nos encontraremos que queda una posición financiera neta a favor de Alemania. Los españoles estarán endeudados con Alemania y para saldar esa deuda tendrá que producirse un flujo de capitales de España hacia Alemania. Por tanto, los bancos, que suelen ser los que gestionan las transacciones financieras asociadas a las operaciones comerciales, se verán obligados a vender pesetas y comprar marcos.
Si se permitiera que el tipo de cambio fluctuara libremente en el mercado, sería casi inevitable que la peseta se
depreciara frente al marco. Sin embargo, recordemos que el Banco de España se ha comprometido a
defender ese tipo de cambio. Inicialmente la peseta se depreciará dentro de la
banda de fluctuación permitida. Es decir, la peseta podría depreciarse hasta un
límite de 61,5 pesetas/marco. A partir de allí el Banco de España tendrá que
intervenir.
Dado que, como consecuencia de los compromisos que España ha asumido dentro de la Comunidad Económica Europea, el Estado Español no puede poner barreras al comercio internacional, una cosa que puede hacer es impedir
que los nacionales saquen capitales de España para no acentuar más la
depreciación de la peseta. La dificultad de mover capitales acabaría dificultando las importaciones. Por ejemplo se pueden poner limitaciones a los pagos al exterior o al acceso a financiación extranjera.
Pero pongámonos en el escenario de libre movimiento
de capitales dentro de la Unión Europea, sobre todo a raíz de la firma del Acta Única Europea, que consagró esa libertad. Ya hemos agotado dos de las políticas que podíamos elegir de ese "triángulo de la imposibilidad" y por tanto nos hemos quedado sin margen para aplicar políticas monetarias expansivas.
En este escenario, al Banco de España no le queda más remedio que intervenir en el mercado para defender el valor de la peseta. Es decir, comprará pesetas y venderá marcos. Sin embargo, para conseguirlo, el banco central tiene que contar con reservas suficientes, es decir, tiene que haber comprado anteriormente marcos alemanes u otras divisas. Si la debilidad de la peseta persiste, y lo hará porque la balanza comercial no se corregirá sola, el Banco de España tendrá que seguir comprando su moneda e inevitablemente estas reservas se agotarán.
En este escenario, al Banco de España no le queda más remedio que intervenir en el mercado para defender el valor de la peseta. Es decir, comprará pesetas y venderá marcos. Sin embargo, para conseguirlo, el banco central tiene que contar con reservas suficientes, es decir, tiene que haber comprado anteriormente marcos alemanes u otras divisas. Si la debilidad de la peseta persiste, y lo hará porque la balanza comercial no se corregirá sola, el Banco de España tendrá que seguir comprando su moneda e inevitablemente estas reservas se agotarán.
Dentro de los compromisos asumidos por las dos partes, España
podría exigir al BundesBank que contribuyera a la estabilidad cambiaria
comprando pesetas y vendiendo marcos. La experiencia durante los años 70, 80 y
90 fue, sin embargo, que Alemania se mostró reticente a colaborar con los socios europeos que experimentaban problemas en sus balanzas comerciales. El motivo fundamental fue el temor a que este tipo de operaciones generarían inflación en su país; algo
que el BundesBank aborrecía. El BundesBank podría comprar pesetas de forma casi ilimitada, si quisiera, pero hacerlo implicaría aumentar la oferta monetaria en su país. Según la visión monetarista, predominante en el banco central alemán, poner en manos del público una mayor cantidad de dinero podría llevar a un aumento del gasto por encima de la capacidad productiva de la economía y a un aumento de precios. Así, pues, Alemania con frecuencia no cumplió con su parte del trato.
Agotadas las reservas, el último recurso que le quedaría al Banco de España sería
subir los tipos de interés respecto a los de Alemania, de forma que, por la
mayor retribución que reciben en España, queden retenidos capitales que, de
otra forma, marcharían a Alemania.
En definitiva las acciones necesarias para mantener el tipo
de cambio fijo en un entorno de libre circulación de mercancías y capitales
para un país con una balanza comercial deficitaria llevaba, de forma casi
ineluctable, a una subida de tipos de interés. En los años 70, 80 y 90 en
ocasiones las subidas eran tan drásticas que desincentivaban la inversión y
el consumo. Por tanto los altos tipos de interés deprimían la demanda agregada y producían alzas en el
desempleo. De hecho, durante esas décadas los tipos de interés en España fueron siempre mucho más elevados que en Alemania.
Finalmente, si el desempleo se vuelve insoportablemente
alto, los gobiernos tirarán la toalla y darán instrucciones a su banco central
para que deje de defender el tipo de cambio. Se producirá entonces una
devaluación que llevará el tipo de cambio al lugar donde habría estado si se
hubiese dejado a la divisa flotar libremente. La única diferencia será que se
habrá creado un sufrimiento innecesario a la población en forma de destrucción
de puestos de trabajo.
Si el tipo de cambio se devalúa, por ejemplo un 15%, quedando
establecido en 70,7 ptas./marco, los productores nacionales habrán ganado una
ventaja de precio que puede estimular sus exportaciones. Asimismo los productos
extranjeros se habrán encarecido en el mismo porcentaje, lo cual desanimará su
importación. De esta forma la balanza de pagos se reequilibrará y se
recuperará la demanda para los productos que venden los empresarios. Al observar una mejora de sus ventas y de sus negocios empezarán a contratar personal
de nuevo y el paro caerá.
Pero si el estado renuncia a su soberanía monetaria, pierde su potestad de devaluar la moneda. Por tanto la nación, en el caso de que se produzca una crisis asimétrica, deberá soportar niveles muy elevados de desempleo, emigración y pobreza hasta que los trabajadores, llevados por la desesperación, estén dispuestos a aceptar salarios de miseria o decidan abandonar el mercado.
Por hoy basta. En el siguiente post haré un breve repaso a los sistemas cambiarios por los que pasaron los países de la CEE hasta desembocar en la creación del euro y su impacto en el desempleo en España
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