Cita de Roosevelt

"Ningún país, sin importar su riqueza, puede permitirse el derroche de sus recursos humanos. La desmoralización causada por el desempleo masivo es nuestra mayor extravagancia. Moralmente es la mayor amenaza a nuestro orden social" (Franklin Delano Roosevelt)

viernes, 31 de marzo de 2017

LA CÁRCEL DORADA: EL SISTEMA DE PATRÓN METÁLICO



Este post tratará de los sistemas monetarios metálicos y los basados en patrón metálico. Estos sistemas son, afortunadamente, una reliquia salvaje del pasado pero su comprensión nos sirve para entender los sistemas monetarios basados en moneda fiduciaria y los regímenes de cambio que discutiremos en un post posterior. No merecería la pena escribir este post de hecho si no fuera porque, aunque parezca mentira, algunos partidarios de la escuela austriaca, como Juan Ramón Rallo, invitado habitual a tertulias como las de La Sexta, defienden un retorno a este sistema monetario desacreditado. Esto solo se explica porque las personas que sufrieron las consecuencias de los patrones metálicos ya están muertas. Para conocer el impacto de estos sistemas monetarios hay que recurrir a los libros de historia.

La moneda metálica

La moneda metálica es aquella cuyo valor queda determinado por su contenido en plata u oro. Este tipo de moneda se acerca a la definición de dinero-mercancía tan caro a los liberales y los economistas neoclásicos. Pese a que podemos imaginar que este tipo de dinero ha sido el más habitualmente empleado de forma histórica, lo cierto es que su uso ha sido excepcional.

Tradicionalmente se ha pensado que las monedas antiguas tenían un valor intrínseco debido a su contenido en metales preciosos. Esta hipótesis se llama ‘metalismo’. Mitchell-Innes en su célebre artículo What Is Money? recurre a la historia numismática del Imperio Romano y de la Alta Edad Media para desmontarla. La evidencia demuestra que el contenido en plata u oro de las monedas antiguas era muy variable y por tanto no podía ser cierto que fuera su valor intrínseco el que determinara su valor facial. Si esto es así, ¿qué determinaba el valor de la moneda? Lógicamente tenía que ser el que declarara el soberano. Es decir, el valor de la moneda equivalía a lo que pedía el soberano a cambio de ella. Esta interpretación del valor de la moneda se llama ‘nominalismo’.

En la Edad Media muchas monedas ni siquiera tenían una cifra como las actuales indicando su valor en unidades de cuenta. No era infrecuente que el soberano alterase la moneda declarando que el valor de una determinada emisión había cambiado. [1] Estas alteraciones suponían en cierto modo un impuesto sobre quienes atesoraban la moneda.

Si el contenido en metales preciosos no determinaba su valor solo cabe concluir que las monedas antiguas no eran otra cosa que fichas. ¿Por qué las acuñaban en esos metales? La respuesta es que la rareza del oro y la plata dificultaba las falsificaciones. Además la plata y el oro reunían unas propiedades de maleabilidad y durabilidad adecuadas para la acuñación. Aunque el papel moneda se había inventado en China durante la dinastía Tang (entre los siglos VII y X de nuestra era) este avance no había llegado a Europa y las tecnologías de fabricación e impresión no estuvieron lo suficientemente desarrolladas hasta la edad moderna como para utilizar ese material para fabricar moneda.

El antropólogo Graeber (Graeber, 2011) en su obra Deuda, los primeros 5.000 años, explica que los metales preciosos se utilizan en situaciones donde no existe confianza con la otra parte. En el tráfico internacional con extranjeros a los que no conocemos y a los que nunca volveremos a ver o en situaciones de conflicto bélico y disolución de las instituciones sociales sobre las que se basan la confianza y por tanto el crédito. Si pasa un ejército de mercenarios por su pueblo ¿qué moneda aceptaría de ellos? ¿Por qué iba a aceptar un comerciante la moneda de un lejano soberano extranjero por su valor facial? 

Así pues el patrón metálico ha sido una rareza en la historia. Sin embargo a partir de la época de la expansión imperial de las naciones europeas se reúnen las condiciones para la implantación de un patrón metálico. Hasta el siglo XVIII no se consigue el nivel de tecnología que permite garantizar unas dimensiones precisas y una ley exacta de la moneda. Las técnicas de acuñación empiezan a mecanizarse y se inventa la prensa por volante. Además se incorporan medidas contra la manipulación tales como la grabación con motivos estriados, cordoncillos en los cantos que permite detectar el raspado y limadura de la moneda. El descubrimiento de las minas de plata de Potosí permitió a los españoles la acuñación de cantidades ingentes de moneda de plata .El peso fue la primera moneda realmente global ya que era universalmente aceptada por su pureza y fiabilidad. Los reales de a 8 circulaban por todo el mundo gracias a un tráfico comercial que llegaba hasta China donde estas monedas eran aceptadas con avidez.

No podemos olvidar que la extracción de plata involucró la explotación atroz de los indígenas americanos. El proceso requería una amalgama con mercurio que se extraía de las minas de Almadén donde los trabajadores estaban expuestos a la intoxicación por este metal que causaba una enfermedad neurodegenerativa. A los afectados por el mercurio se los llamaba azogados y estos desgraciados padecían unos espantosos temblores hasta el final de sus días. Tenemos que ser consciente de que utilizar un metal como el oro implica desarrollar una industria con un elevado impacto ambiental.

Actualmente solo una organización fanática y criminal propone el uso de moneda de oro y plata: el ISIS, suficiente evidencia de que la circulación metálica es una institución obsoleta y bárbara.

El patrón metálico

A partir del siglo XVIII la mejora de las técnicas de producción de papel y de impresión permite el desarrollo del papel moneda en Europa. Además el papel resolvía el problema de la falta de metálico que deprimía las economías.

Un ejemplo de la necesidad de completar la carencia de metálico mediante la emisión de billetes de banco lo tenemos en nuestro propio país. Durante el siglo XVII la monarquía prohibió sacar moneda de oro y plata de España, lo cual equivalía a prohibir la importación de mercancías. Durante el siglo XVIII la primera emisión de billetes a propuesta de Francisco Cabarrús, en aquel entonces director del Banco de San Carlos, fue autorizada 

por real orden de 5 de enero de 1783. (…) serían admitidas como dinero efectivo en todas las tesorerías, que las darían en todos sus pagos, sin excepción alguna. Circularían al portador y serían transferibles sin necesidad de endoso. Tendrían curso obligatorio, dado que se podía acudir al Banco en cualquier momento para cambiarlas por dinero metálico. Ejemplares de estos billetes, desconocidos hasta no hace demasiado tiempo, fueron hallados en el Archivo Histórico del Banco de España en 1988, correspondientes a los valores de 200, 300, 500, 600, 700, 900 y 1.000 reales de vellón (este último pertenece a la emisión de 1798). Además de estos se emitieron valores de 400 y 800 reales. Se lanzaron por valor de 52 millones de reales; con objeto de cubrir su emisión la Real Hacienda depositó en el Banco 30 millones de reales en oro (de Santiago Fernández, LEGISLACIÓN Y REFORMA MONETARIA EN LA ESPAÑA BORBÓNICA).

De nuevo en el siglo XIX la "falta de medios de pago para las grandes sumas propició los intentos de imponer el dinero de papel que cada vez era más necesario. De hecho, una real orden de 3 de junio de 1833 había autorizado al Banco Español de San Fernando a duplicar el importe de billetes en circulación, imitándolo a 12 millones de reales." (de Santiago Fernández).

Es decir, el papel moneda trataba de resolver un problema de carencia de metálico para atender las necesidades de la economía nacional. Observen que en el primer experimento la Real Hacienda depositó 30 millones de reales en oro pero se autorizó una emisión de 52 millones. Encontramos aquí un ejemplo de lo que se conoce sistema de reserva fraccionaria que daría lugar a la teoría del multiplicador del dinero que no es aplicable a un sistema de circulación fiduciaria pero que los manuales de economía siguen difundiendo.

Sin embargo como vemos el valor de estos billetes sigue vinculado al valor del metal. El empeño de estirar la base monetaria mediante emisiones no respaldadas al 100% por metal revela la futilidad de utilizar una moneda cuya oferta es finita para saldar las transacciones económicas que nunca son finitas (pese al empeño de algunos en augurar el fin del empleo). No tiene sentido decir que ya no se puede emplear a más personas, iniciar nuevas inversiones o empresas ni importar más bienes porque se nos ha acabado el dinero. Emitir billetes sin el respaldo al 100% del dinero metálico podía aliviar el problema pero los bancos y los gobiernos emisores debían estar dispuestos a entregar el metálico al tenedor que se presentara en la ventanilla. Así pues la emisión de billetes sin el respaldo del 100% planteaba un dilema: hacerlo aumentaba la fragilidad financiera pero limitar el nuevo crédito a las existencias de metales en las reservas impedía el desarrollo económico. El reto de encontrar un punto de equilibrio estaba condenado al fracaso: en épocas de auge los bancos se comportarían de forma imprudente aumentado el crédito, pero ante cualquier contratiempo podía producirse una corrida bancaria.

El dinero, una mercancía ficticia


El concepto del patrón metálico realmente alcanza su auge a partir del siglo XIX. ¿Por qué no advirtieron en el siglo XIX de la inutilidad del Sistema monetario basado en patrón metálico?  La razón probablemente está en que el pensamiento económico dominante en la época fue el liberalismo. Convertir el dinero en una mercancía era la forma ideal de asegurar que el estado tuviera su poder de actuación limitado y que el poder de compra fluyera naturalmente hacia las oligarquías. La concentración de poder de compra fue una etapa necesaria en el proceso de acumulación primitivo que permitiría la eclosión del capitalismo. Polanyi explica en La Gran Transformación que el dinero es una de las tres mercancías ficticias del liberalismo: tierra, trabajo y dinero. 

El dinero real es simplemente un signo del poder adquisitivo que, en líneas generales, tampoco es en absoluto un producto sino una creación del mecanismo de la banca o de las finanzas del estado. Ninguno de estos tres elementos —trabajo, tierra y dinero— han sido producidos para la venta, por lo que es totalmente ficticio describirlos como mercancías. Sin embargo, esta ficción permite organizar en la realidad los mercados de trabajo, tierra y capital (Polanyi, 1989)

Cuando oigan a alguien defender la vuelta al patrón oro, no se engañen: propone volver al modelo caduco del siglo XIX, el laissez faire, laissez passer, el liberalismo a ultranza, el estado sometido a oligarquías capitalistas (como bajo el euro).

El estado comprador de oro de último recurso

En esencia el patrón metálico trata de fijar el precio de los metales. El patrón oro por un lado obliga al estado a convertirse en comprador de último recurso de oro y plata. Convierte al estado, a través de su banco central, en un mero custodio de las reservas de oro. Como explica Mitchell Innes

tras siglos de esfuerzo intelectual para fijar el precio de ambos metales preciosos, los gobiernos de Europa consiguieron fijar el del oro o al menos mantener su precio dentro de estrechos límites de fluctuación.

Fue en el año 1717 que el precio del oro fue fijado por ley en su valor actual [el año en que escribía Mitchell Innes, 1913] en Inglaterra, ligeramente por encima del valor de mercado de entonces; pero no fue hasta un tiempo posterior a la clausura de las guerras napoleónicas que el metal obedeció el mandato real por un tiempo duradero y, cuando lo hizo, hubo dos razones principales: la mayor estabilidad del valor del crédito y los enormes aumentos en la producción de oro durante el siglo XIX. La primera de estas causas fue el resultado de la desaparición de plagas y hambrunas y la mitigación de los estragos que acompañaron las guerras anteriores y la mejor organización de los gobiernos, especialmente en relación a su hacienda. Estos cambios produjeron una prosperidad y estabilidad en el valor del crédito, especialmente del crédito gubernamental, desconocida en épocas anteriores. La segunda causa evitó una apreciación del valor de mercado del oro y la obligación asumida por el Gobierno y el Banco de Inglaterra de comprar oro en cualquier cantidad a un precio fijo y volver a venderlo de nuevo a prácticamente el mismo precio previno su depreciación. Si no lo hubiesen hecho, se puede afirmar que el precio de mercado ahora no sería, como lo es, 3 libras, 17 chelines y 10 peniques y medio la onza (Mitchell-Innes, 2004).

Así pues cabe concluir de lo antedicho que durante el siglo XIX fue el gobierno el que dio valor al oro y no al revés manteniendo el precio del oro prohibitivamente caro y privando a los particulares de su uso en otras actividades. Los gobiernos conspiraron para comprar todo el oro disponible y enterrar las existencias extraídas de las minas en profundos depósitos subterráneos.

Ni estabilidad de precios, ni estabilidad financiera


Un argumento recurrentemente empleado por los defensores del patrón oro es la supuesta estabilidad de precios que otorgaría a la moneda. Nada más lejos de la realidad. El siglo XIX padeció períodos de inflación acompañados de auges financiados por burbujas financieras extravagantes seguidos de fuertes y prolongadas recesiones deflacionistas. Una de las peores fue la Gran Deflación del siglo XIX que se prolongó durante dos décadas entre 1870 y 1890.

Anclar la moneda al valor de un metal es mala idea. El siguiente gráfico demuestra la evolución del precio del oro y del trabajo desde 2000 indexado a ese año. Como ven el precio del oro se mueve mucho más violentamente que el trabajo. Por eso desde la teoría monetaria moderna postulamos anclar el valor de la moneda al trabajo. Si hubiésemos vivido bajo el patrón oro durante esos años habríamos sufrido una deflación entre 2000 y 2012 para luego padecer una tremenda inflación entre 20012 y 2014 y vuelta a la deflación. 



Ilustración 1.Evolución del precio del oro y de los costes salariales por hora

El patrón oro trata de crear una escasez artificial de numerario. La cantidad de dinero solo puede ser equivalente a las reservas de oro en los cofres del banco central y los bancos comerciales. Eso limita la acción del gobierno a ser el custodio de las reservas metálicas. Cualquier otra política que no sea la compra y venta de oro queda limitada. Si el estado gasta, en realidad entrega al sector privado su oro. Para seguir gastando la única solución es recuperar ese oro vía impuestos. Así pues, a diferencia del estado monopolista en la emisión de la moneda, el estado sometido al patrón oro se convierte en un usuario de una moneda que no crea, (algo parecido a lo que pasa actualmente con los estados miembros de la zona euro). Ese estado tiene que aplicar políticas de austeridad cuando sus reservas de oro empiezan a caer. El estado tiene que destinar todos sus recursos a defender el valor de sus reservas. Eso limita su capacidad de actuación ante una crisis ejerciendo una política de gasto anticíclica cuando se produce una recesión.

El sesgo deflacionista era especialmente grave para naciones con balanzas comerciales deficitarias. Como los pagos en el comercio internacional se saldaban en oro y plata, un país con déficit comercial experimentaba salidas permanentes de moneda y por tanto una disminución continuada de su oferta monetaria y una reducción de las reservas en el banco central. Eso obligaba a los gobiernos a aplicar draconianas políticas de austeridad con subidas de impuestos y recortes de gastos. El hundimiento del consumo permitía restablecer el equilibrio en la balanza de pagos a costa de crear desempleo y empobrecer a la población. ¿Reconocen en estas políticas el modus operandi del FMI cuando interviene una economía o el de las autoridades europeas durante la actual Depresión de la zona euro? No es casualidad. El pensamiento económico dominante sigue viendo el sistema monetario como si siguiéramos en el patrón metálico.

La historia monetaria española se caracterizó también por permanentes salidas de la moneda de plata que las autoridades trataban de frenar infructuosamente. La solución habría sido crear moneda fiduciaria, es decir, acuñar moneda de vellón y dejar que los extranjeros se llevaran toda la plata. Si querían esa mercancía a cambio de sus bienes manufacturados solo podía ganar la población (aunque probablemente esas importaciones fueran fundamentalmente a cambio de bienes suntuarios).

El sesgo deflacionista a la economía tuvo consecuencias frecuentemente letales para las clases populares —ésas que no preocupan al Sr. Rallo y sus correligionarios— pues generaba elevadas tasas de desempleo. En los EEUU decimonónicos muchos agricultores se endeudaban para adquirir semillas, herramientas  y maquinaria para trabajar sus campos. Las deflaciones causaban una caída de su renta mientras que sus obligaciones permanecían constantes en términos nominales. Muchos de ellos se vieron obligados a vender sus tierras a sus acreedores. Esta experiencia impulsó el partido populista que postulaba el abandono del patrón oro y la creación de una moneda del pueblo, es decir, fiduciaria. Es conveniente recordar esto porque los defensores del regreso al pasado arguyen que el patrón oro evita crisis financieros. ¡Nada más lejos de la realidad! En el siglo XIX las crisis y pánicos financieros fueron frecuentes. Las corridas bancarias, en las que los depositantes acudían a convertir sus billetes de banco provocaron numerosas quiebras de instituciones financieras. No era poco habitual que los billetes de banco emitidos por los bancos privados antes de que esas emisiones fueran respaldadas o monopolizadas por los bancos centrales cotizaran con descuento respecto a su valor facial.

La historia financiera española del siglo XIX registró varias crisis financieras. Como explica Carles Sudriá, una de las más importantes fue la que sucedió tras una época de exuberante especulación en títulos ferrorviarias, 

el 10 de mayo de 1866 en medio de la sorpresa del público, pero no de los conocedores profundos del mercado, suspendía pagos en Londres la casa Overend, Gurney & Co. Se trataba de la más importante banca de descuento de la capital británica, que gozaba de un prestigio sólo comparable al del propio Banco de Inglaterra. La razón última de la quiebra era una política excesivamente permisiva en el descuento de papel que había conllevado pérdidas notables, especialmente en operaciones relacionadas con contratistas ferroviarios. (…)
El problema, visto desde España, podría haber tenido un efecto marginal,  pero se daba la circunstancia de que Overend, Gurney & Co. era uno de los partícipes principales del consorcio que negociaba con el gobierno español la creación del nuevo Banco Nacional que había de sustituir al Banco de España y que era pieza fundamental del plan de recuperación financiera del ministro Alonso Martínez. (…)
En España, la crisis estalló, efectivamente, el sábado 12 de mayo y tuvo su epicentro en Barcelona. Ese día una sociedad de crédito, el Crédito Mobiliario Barcelonés, se declaró en suspensión de pagos. La insolvencia del Crédito fue enseguida de dominio público, y se hizo evidente que, al abrir el lunes sus puertas, todas las entidades deberían afrontar grandes demandas de reintegro. El mismo domingo, la Sociedad Catalana General de Crédito se vio forzada a declararse igualmente en suspensión de pagos. Como era de esperar, el lunes se produjo efectivamente un pánico de carácter general. El Banco hizo frente a la avalancha de reclamaciones de reintegro sin problemas aparentes, pero las cajas de giro y banca y las otras sociedades -después de unas horas abiertas al público-tuvieron que aplazar pagos a la espera de la intervención de las autoridades. El gobierno decretó el estado de sitio. El martes 15 el capitán general aprobó un bando que establecía una moratoria inmediata de doce días en todos los pagos en metálico, limitando el canje de billetes a 500 reales (125 pts) por persona.
La resolución de la crisis conllevó una profunda reestructuración del sistema financiero catalán y español y el fin de la situación creada por las leyes de 1856. Todo el mundo era consciente, en cualquier caso, que la crisis ponía punto y final a una etapa. La proliferación de papel moneda de todo tipo y procedencia y la introducción en el mercado de todo tipo de valores casi sin límite había llegado a su fin. En Barcelona, de las siete sociedades anónimas de crédito existentes a principios de 1866, sólo quedaron el Banco de Barcelona y sus aliadas, la Catalana General de Crédito y el Crédito Mercantil. Los efectos fueron también muy serios en el resto de España, aunque con intensidad desigual. Cinco de los 19 bancos provinciales de emisión en funcionamiento (el de Valladolid había cerrado en 1864) dejaron de operar y lo mismo ocurrió de forma inmediata con, al menos, una decena de sociedades de crédito. Ocho más cerraron meses más tarde. Su número pasó así de las 35 registradas en 1865 a 14 en 1869. Ciudades importantes como Santander, Bilbao, Valencia o Sevilla, vieron como su sistema bancario se derrumbaba arrastrando, en algunos casos, incluso el banco local de emisión. En Madrid, el propio Banco de España tuvo que imponer estrictas limitaciones al pago de sus billetes, una situación conflictiva que se prolongó hasta finales de 1866 como mínimo y que comportó que los billetes circularan con descuento entre los comerciantes de la capital.
En definitiva, la crisis significó el final del modelo de banca y de sistema financiero liberal que había presidido el periodo expansivo iniciado en 1856. Las sociedades de crédito y los bancos supervivientes mantuvieron desde la crisis una actividad muy limitada. Ocho años más tarde, en 1874, se decretó el monopolio de emisión del Banco de España y se pasó a un sistema financiero fuerte-mente centralizado. El desarrollo bancario no se revitalizó hasta los últimos años del siglo XIX (Sudriá, 2014).

Las guerras y las crisis financieras resultaban en la suspensión de la convertibilidad. Si un sistema no servía para gestionar una crisis ¿por qué tanto empeño en mantenerlo en tiempos normales? El patrón oro se abandonó en EEUU durante la Guerra Civil que suspendió la convertibilidad e introdujo el dinero fiat, los llamados “greenbacks”. Durante la Primera Guerra Mundial los estados abandonaron el patrón oro que no se restauró hasta después de la contienda. Tras el restablecimiento del patrón oro llegó el crac de 1929 y la Gran Depresión. Hasta que en 1931 el Reino Unido no abandonó el patrón oro, hecho saludado por el mismo Keynes en una intervención filmada, su economía no empezó a recuperarse. Lo mismo hizo Roosevelt cuando llegó a la Casa Blanca en 1933 para escándalo de sus coetáneos, pero ésta fue la única forma de recuperar competitividad frente a la zona de la libra esterlina y parar la apreciación del dólar.

Tras la Segunda Guerra mundial el tratado de Bretton Woods fue el canto de cisne del patrón metálico. En este sistema el dólar de EEUU se cambiaba por oro a razón de $35 la onza pero los particulares no podían exigir el cambio de sus billetes de banco por el metal amarillos. Solo los bancos centrales de las naciones adheridas a este sistema que se comprometían a su vez a fijar el valor de sus monedas en dólares. En esencia el sistema de Bretton Woods era un patrón oro para EEUU y un patrón dólar para los demás. Este sistema absurdo se vino abajo en 1971 momento desde el cual todos los países funcionamos con un sistema de moneda fiduciaria. Pese a ello los países europeos curiosamente decidieron ensayar otros sistemas monetarios que restringen su soberanía monetaria, pero eso es materia para otro post.

La fiebre del oro

Un sistema tan absurdo como el patrón oro no acaba de fenecer. Actualmente el Tesoro de los EEUU guarda en Fort Knox y otros lugares casi 7.000 toneladas de oro y el Banco de España conserva en sus cámaras acorazadas unas 280 toneladas. Por lo vista estas cámaras condenarían a la muerte a cualquiera que intentara hacerse con este tesoro pues ante cualquier intrusión se inundarían automáticamente. La minería del oro es una actividad con un impacto ambiental desproporcionado y por ello resulta sorprendente la irracionalidad de unos gobiernos que se han dedicado durante décadas a comprar toda la producción extraída de agujeros en la tierra para meterlo en otro agujero aún más costoso. Todo ello ha reportado hermosos beneficios para la industria minera pero ha causado unos daños inmensos a la humanidad.

Pese a que el patrón oro generó enormes sufrimientos a la  humanidad, pues ni garantizó la estabilidad de precios, ni la estabilidad financiera, ni un crecimiento económico duradero, actualmente economistas de la escuela económica más reaccionara como Juan Ramón Rallo, invitado habitual a tertulias televisivas, defienden una vuelta al pasado con argumentos falaces o que demuestran una profunda ignorancia de la historia financiera del siglo XIX.

Concluyamos con Mitchell Innes que las 

edades futuras se reirán de sus ancestros de los siglos dieciocho y diecinueve, que gravemente compraban oro para encarcelarlo en calabozos en la creencia de que así obedecían una elevada ley económica e incrementaban la riqueza y prosperidad del mundo.

Una extraña ilusión, señores míos, para una generación que se jacta de su conocimiento de Economía y Finanza y una que, esperemos, no sobrevivirá mucho tiempo. Cuando de una vez se libere el metal precioso de los grilletes de leyes que son indignas de la edad en la que vivimos ¿quién sabe qué uso no le aguardarán para beneficiar a todo el mundo? (Mitchell-Innes, 2004).

Referencias

de Francisco Olmos, J. (2000). La moneda de la Castilla Bajo Medieval. Medio de propaganda e instrumento económico. Obtenido de http://pendientedemigracion.ucm.es/info/citechar/jornadas/II%20JORNADAS/jor09defrancisco.pdf
de Santiago Fernández, J. (s.f.). ANTECEDENTES DEL SISTEMA MONETARIO DE LA PESETA.
de Santiago Fernández, J. (s.f.). LEGISLACIÓN Y REFORMA MONETARIA EN LA ESPAÑA BORBÓNICA.
Graeber, D. (2011). DEBT. The First 5,000 Years. Brooklyn, New York: Melville House Publishing.
Mitchell-Innes, A. (2004). What Is Money. En L. R. Wray, Credit and State Theory of Money (págs. 14-49). Southhampton, Massachusetts: Edward Elgar Publishing Inc. .
Polanyi, K. (1989). La Gran Transformación. Crítica del Liberalismo Económico. Barcelona: Lallevir SL/VIRUS Editorial.
Sudriá, C. (2014). Las crisis bancaris en España: Una perspectiva histórica. Estudios de Economía Aplicada, Vol. 32 - 2 Pags. 473 - 496.





[1] Por ejemplo De Francisco Olmos explica que “En las Cortes de Leiría (1254) se trató la cuestión de la moneda, siendo el estado de las finanzas reales crítico y para evitar la "quiebra" de la moneda que provocaría una inmediata subida de precios, se planteó copiar la solución dada por otros reinos peninsulares, crear un impuesto (monedaje) pagadero al rey a cambio del compromiso regio de no alterar la moneda durante siete años. Transcurridos éstos, en 1261, Alfonso III cambió la moneda, ordenando mezclar 11 marcas de cobre por cada marca de plata pura de Colonia, de ocho onzas de peso la marca. Con lo cual se acuñaron dineros nuevos y se ordenó un cambio de 12 de los nuevos por 16 de los viejos, es decir una devaluación del 33 por ciento.” (de Francisco Olmos, 2000)

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