La finalidad del sistema monetario e impositivo es abastecer
de recursos reales al estado, es decir, orientarlos hacia el cumplimiento de fines
que atienden el interés general. El sistema monetario basado en moneda fiduciaria
es extraordinariamente eficiente para conseguir este propósito. Sin embargo su eficiencia se socava cuando
tratamos de fijar su valor respecto a otros activos o monedas.
El patrón oro ilustra un sistema monetario en el que el
estado emisor se autoimpone una limitación completamente innecesaria a su
soberanía monetaria. Desde el momento en que el emisor se compromete a comprar
y vender su moneda a un precio determinado por otro activo se impone una
restricción que le impide aprovechar el potencial que tiene ser emisor en
régimen de monopolio de su propia moneda. Si los agentes empiezan a vender la
moneda de la nación para comprar oro el gobierno tendrá que subir los tipos de
interés, bajar el gasto público o subir los impuestos para procurarse las
reservas de oro que le permitirán atender esa demanda.
De la misma manera, vincular el valor de la moneda a otra
moneda es equivalente a renunciar a una importante parcela en la soberanía
monetaria. Si el gobierno decide que en adelante defenderá un tipo de cambio
respecto a otras divisas se enfrenta a la pérdida de importantes grados de
libertad tal como se ilustró el trilema descrito anteriormente. Si un estado
decide que su moneda —pongamos el peso— va a valer en adelante ¼ de dólar de
EEUU ±2,5%,
en adelante todos los demás objetivos de política económica quedan supeditados
a esa finalidad. Para empezar el gobierno tendrá que instruir a su banco
central para que compre dólares de EEUU, una inversión de nula rentabilidad
social. Si la cotización se va a la banda baja, es decir, se acerca a 4,1 pesos
por dólar, el gobierno tendrá que intervenir vendiendo reservas de dólares para
comprar su propia moneda. El absurdo de tal medida se revela en el hecho de que
es el mismo banco central quien crea esa moneda. Es como si Vd. fuera pintor y
decidiera comprar todas las obras que ha pintado para evitar que su precio
caiga en el mercado. Además tendrá que subir los tipos de interés para
atraer capitales extranjeros. El estado puede verse obligado a abandonar
políticas sociales tales como el mantenimiento del pleno empleo.
El empeño de defender el tipo de cambio elevando los tipos
de interés puede llevar a otro absurdo señalado por Warren Mosler (Mosler, Soft
Currency Economics, 1996) . Para mantener el tipo de cambio fijo,
los empresarios piden prestado en dólares, donde el tipo de interés es menor,
venden los dólares al banco central que está dispuesto a comprar cuantos les
ofrezcan a cambio de la moneda local y además les ofrece un tipo de interés
mayor. Endeudarse en dólares —pongamos al 4% anual— venderlos al banco central
a 4 pesos por dólar y colocarlos al 8% y luego devolver el préstamo al cabo de
un año llevándose un 4% limpio de polvo y paja. El negocio es redondo mientras
el banco central no devalúe la moneda. Por supuesto tal estado de cosas se
mantendrá mientras los agentes confíen en que el banco central será capaz de
defender su moneda. El problema reside en que si el banco central no es capaz
de defender la moneda el avispado especulador puede encontrarse con una deuda
que ya no es capaz de devolver. Todo esto es absurdo pero desafortunadamente
tales son las políticas que aplican numerosos estados.
Muchos estados de países poco desarrollados no son capaces
de generar demanda por su propia moneda. Fallan fundamentalmente los sistemas
tributarios y las tasas de evasión fiscal son altas. Dicho de otro modo, como
la fiscalidad es ineficiente pero el estado trata de ejecutar políticas de
gasto que demanda la población, tiende a poner demasiado dinero en manos del
público sin crear demanda por ella por la vía de los impuestos. Además los
niveles de monetización y bancarización son bajos y la oferta de bienes, sobre
todo de productos suntuarios, que pueda comprarse con dinero es baja. Como los
nacionales no desean mantener esos depósitos en la moneda nacional tratan de
deshacerse de ella vendiéndola. Eso provoca la depreciación de la moneda, es
decir, inflación. La pérdida de confianza en la moneda nacional provoca que
muchas personas prefieran usar una moneda extranjera —frecuentemente el dólar—como
medio de ahorro.
En tales estados la ineficacia del sistema fiscal redunda en
un deterioro de su espacio fiscal y una gran parte de los recursos se pierden
para el desarrollo de su economía. Estas situaciones no solo merman la
credibilidad y utilidad del estado sino también obstaculizan el desarrollo
económico. En cierto modo esos estados ponen sus recursos a disposición de
potencias extranjeras quedando reducidos a la condición de países coloniales.
En las situaciones extremas tales estados renuncian a emitir su propia moneda y
reconocer el hecho consumado de que la población prefiere la utilización de una
moneda extranjera.
La renuncia a la soberanía monetaria ilustra por qué sistema
monetario moderno funcional es tan potente. Un estado que renuncia a emitir su
propia moneda tiene que imponer tributos a los agentes que poseen esa moneda
extranjera, ya sea directamente a los exportadores o a quienes los han conseguido
prestando servicios o vendiendo bienes a los exportadores antes de abastecerse
de bienes y servicios. Como solo las exportaciones permiten acceder a nueva
moneda para que la oferta monetaria pueda crecer la economía nacional debe
mantener un superávit comercial. Como vemos los estados que renuncian a su
soberanía monetaria tienen grandes dificultades para aplicar políticas en pro
del interés general. Lejos de estar los recursos nacionales a disposición de
los habitantes del país, estos están prioritariamente reservados para los
extranjeros. De esta forma toda la economía se pone al servicio de las empresas
exportadoras, las cuales suelen ser grandes empresas cuando no oligopolios.
Ecuador renunció a su propia moneda tras experimentar un período de
elevada inflación que había deteriorado la confianza de la población en ella. La
dolarización fue adoptada por el gobierno del presidente Jamil Mahuad en 1999 al
tipo de cambio de 25.000 sucres el dólar. Desde entonces Ecuador utiliza la
moneda de un país extranjero, el dólar de los EEUU. La dolarización provocó un
aumento de la emigración hacia países como España y el colapso de la clase
media.
La existencia de grandes reservas de petróleo y las remesas de los
emigrantes ha permitido a Ecuador acceder a un volumen de moneda extranjera
suficiente para que el gobierno pudiera seguir desarrollando sus funciones. Sin
embargo, una caída de las exportaciones obliga a un país usuario de una moneda
extranjera a aplicar políticas de austeridad. Por ejemplo, en 2016 la caída de
los precios del petróleo aumentó el déficit del gobierno ecuatoriano hasta el
6,3% del PIB lo cual obligó al gobierno a aplicar políticas de austeridad y
elevó el desempleo hasta el 7,5%. La dolarización dificulta que el gobierno de
Ecuador gestione el ciclo económico y pueda asegurar el pleno empleo.
Dejando cotizar nuestra moneda en los mercados de divisas el
tipo de cambio actúa como un amortiguador. Si nuestra balanza comercial se
torna deficitaria la demanda de nuestra divisa se debilitaría causando su
depreciación. El efecto será un encarecimiento de las importaciones lo que desincentivará
las compras al exterior. También fomentaría la compra de productos nacionales y
un abaratamiento de nuestras exportaciones estimulando las ventas exteriores de
nuestras empresas. Si el tipo de cambio fluctúa en función de la oferta y
demanda del mercado estos pequeños movimientos no son excesivamente dolorosos
porque serán graduales reflejando los caprichosos movimientos de los flujos
comerciales. En cambio mantener un tipo de cambio artificial nos expone a
agresiones de los especuladores que resultan muy costosas para la sociedad. Un
especulador solo necesita conocer el tamaño de reservas de divisas en el banco
central. Cuando éstas empiezan a escasear puede cobrarse su presa apostando en
contra de nuestra moneda sabiendo que tarde o temprano al banco central se le
agotará el stock de moneda extranjera.
El SME experimentó una profunda crisis en 1992 poco tiempo después de
la reunificación alemana. Helmut Kohl había decidido cambiar todos los marcos
de la antigua República Democrática Alemana por marcos de la República Federal
aplicando un tipo de cambio de uno a uno, muy alejado de la cotización de
mercado donde el precio del marco oriental valía una cuarta parte —lo cual por
cierto destruyó el tejido productivo de Alemania Oriental. El Bundesbank
decidió subir los tipos de interés para contener los efectos potencialmente
inflacionistas de tal medida. Esta decisión generó una crisis monetaria en toda
Europa pues los demás países se vieron obligados a aumentar sus tipos de
interés para evitar la salida de depósitos hacia Alemania. En Suecia el banco
central tuvo que fijar el tipo de intervención para operaciones a un día en el
500%. Este escritor, a la sazón empleado de una empresa sueca recuerda llamadas
de pánico desde la casa matriz reclamando todos los saldos en cuentas bancarias
de la filial española. En ese año España ya era miembro de la CEE y había
asumido el compromiso de anclar el tipo de cambio de la peseta. Para contener
las presiones especulativas, en agosto de 1993 los países europeos decidieron
ampliar estas bandas de fluctuación hasta el 15%.
Sin embargo las tensiones cambiarias no habían terminado. En una
reunión de los ministros de hacienda y bancos centrales celebrada entre el 4 y
el 5 de septiembre en Bath, en el Reino Unido, que presidía el ministro
británico Norman Lamont en calidad de presidente del Consejo de Asuntos
Económicos y Financieros (ECOFIN), éste exigió a Alemania que recortara sus
tipos de interés. Uno de los participantes alemanes narró como Lamont,
«aporreando en un momento dado la mesa con el puño, le gritaba al presidente
del Bundesbank, Helmut Schlesinger, “doce ministros de hacienda están sentados
en esta mesa para exigirle que baje los tipos de interés. ¿Por qué no lo
hace?”» (Mitchell, La distopía del euro: pensamiento gregario y negación de la
realidad, 2016, pág. 380). La ira de Lamont era comprensible porque la más
afectada por la crisis del año 1992 fue Gran Bretaña que se vio obligada a
abandonar el sistema europeo de tipos de cambio fijos. Especuladores como el
fondo de George Soros, el Quantum Fund, no desaprovecharon la oportunidad y
apostaron contra la permanencia de la libra esterlina en el SME. En septiembre
de 1992 los tipos de interés subieron al 10% en el Reino Unido. El Tesoro
Británico y el Banco de Inglaterra compraron 600 millones de libras en dos
intervenciones realizados por la mañana. Sin embargo los especuladores
decidieron apostar por la devaluación de la libra y siguieron el ejemplo de Soros.
Un poco más tarde el Banco de Inglaterra compró otros 400 millones de libras
pese a lo cual su cotización siguió oscilando por encima del límite inferior
comprometido con los socios europeos. Estas escaramuzas continuaron toda la
mañana hasta las 11:00, hora a la que el Banco de Inglaterra elevó el interés
al 12% en un esfuerzo de contener la salida de capitales. Al día siguiente
subió el tipo de interés al 15% pese a lo cual continuaron las fuertes ventas
de libras esterlinas. Todas estas transacciones arrojaron pérdidas para el
Banco de Inglaterra pero el esfuerzo fue baldío. Mientras el Banco de
Inglaterra invertía comprando cientos de miles de libras esterlinas para
defender el tipo de cambio, los especuladores vendían millones de libras
esterlinas. Tras desprenderse del equivalente a más de 1.000 millones en libras
esterlinas a las 19:40 el canciller Lamont anunciaba ante la sede londinense
del Tesoro que Gran Bretaña suspendía su pertenencia al Mecanismo Europeo de
Tipos de Cambio (Mitchell, La distopía del euro: pensamiento gregario y
negación de la realidad, 2016). Gran Bretaña aprendió la lección: desde
entonces la libra esterlina ha flotado libremente en el mercado y el país se ha
negado a participar en una unión monetaria con Alemania negociando una cláusula
de autoexclusión en los TTUE. Ese año España se vio obligada a realizar hasta
cinco devaluaciones pese a lo cual aguantó el tirón y continuó en el MTC. Las
medidas de ajuste requeridas para defender la permanencia de España en el SME
llevaron la tasa de desempleo hasta cerca del 23% y provocaron la definitiva
derrota electoral de los socialistas de Felipe González en 1996 al que sucedió
José María Aznar. A diferencia del Reino Unido, España, Portugal e Italia —los
futuros PIGS— no escarmentaron y siguieron con testarudez el camino de la unión
monetaria.
El Reino Unido, España e Italia tuvieron ocasión de experimentar cómo
los grandes fondos podían movilizar suficientes recursos como para tumbar las
cotizaciones de sus divisas en el mercado en 1992. En aquella ocasión la divisa
española se depreció hasta tres veces y el “jueves negro” de mayo de 1993 la
peseta cayó un 8% acumulando una pérdida de valor del 21,7% en ocho meses. La
crisis económica iniciada un año antes había dejado la deshonrosa marca de 3,3
millones de parados (El País, 1993) . Los británicos
aprendieron la lección; pero los gobernantes españoles no comprendieron nada de
lo que había ocurrido y decidieron llevarnos a la unión monetaria europea.
El problema de gestionar el tipo de cambio es que sus costes
son superiores a los de las ventajas que pudiera tener mantenerlo anclado a la
moneda de otra nación. El hecho de que un país tenga una industria poco
desarrollada no se puede remediar mediante políticas que pretenden controlar el
tipo de cambio. Porfiar en mantener el tipo de cambio
fijo es como tratar de contener la respiración para embutirnos una prenda que
se nos ha quedado estrecha. A corto plazo funciona pero enseguida se vuelve muy
incómodo. Luchar por defender el tipo de cambio vendiendo reservas —hasta que
se agotan— y subiendo los tipos de interés no solo exige hacer una una inversión socialmente
poco rentable en reservas sino que además tiende a crear desempleo. Es posible que a corto
plazo la nación consiga luchar contra la inflación reduciendo su gasto
doméstico condenando al paro a una parte de la población. Pero esto no resuelve el problema de
fondo que es la falta de desarrollo de la industria doméstica. Es más razonable
expandir las capacidades productivas de la nación ocupando los recursos ociosos
y sustituyendo importaciones con el desarrollo de las capacidades productivas.